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Cuando un hijo comienza a ver con otros ojos a su madre

Alfredo era un chico introvertido que creció muy apegado a su madre, ella, Susana, siempre fue una mujer sencilla ocupada de las labores de su hogar, sin embargo su marido, el padre de Alfredo nunca fue precisamente un modelo paterno y mucho menos un buen esposo. Los días transcurrían grises en la familia que simplemente veía el pasar del tiempo lo único que hacia llevadera la relación familiar fue la amistad que comenzó a nacer entre madre e hijo.

Susana era una mujer hermosa, de piel blanca, estatura media y bien proporcionada. Alfredo era un chico común y corriente que a su corta edad comenzó a ver a su madre de una manera diferente, quizás era por el despertar sexual propio de cuando se abandona la niñez o bien el apego que existía en ese par de buenos amigos.

En una ocasión Alfredo vio la ropa interior de Susana en el cesto de la ropa sucia y su impulso fue tocarla, era tan suave que el siguiente movimiento casi involuntario fue llevarla a su cara y olerla, el aroma era algo indescriptible que lo recorrió de pies a cabeza, lejos de causarle repulsión por ser ropa interior sucia, fue conocer o más bien reconocer a Susana como una mujer.

Avanzando en su adolescencia Alfredo era más consiente del maltrato y las carencias de Susana a causa de su padre, por lo que decidió desde esa temprana edad ser quien cuidara de su madre, de su amiga y compañera de vida.

Desde que Alfredo descubrió la ropa interior de su madre, se convirtió en una rutina ir al cesto de ropa para imaginar y fantasear con el cuerpo de su madre portando esas diminutas prendas. Con el tiempo imaginarlo no parecía ser suficiente, ahora Alfredo buscaba verla salir de la bañera, a veces vestida con pantalones cortos y una camiseta holgada o bien cubierta por una gran toalla que envolvía su cuerpo, mirar por la puerta entreabierta o por el filo de la cerradura se volvieron una también parte de la rutina.

Por su lado Susana disfrutaba de la compañía de Alfredo, no había mucho contacto físico entre ellos pero Susana disfrutaba de ver feliz a su hijo y lo trataba como al pequeño hombre de la casa a quien le cocinaba, le atendía y al cual le confiaba sus sueños, sus temores y con quien hacía planes a futuro.

Así siguieron las cosas hasta que Alfredo cumplió 19. Susana apenas llegando a los 40. La rutina era la misma, un padre ausente y un marido hasta cierto punto desobligado y grosero para con su mujer. Alfredo y Susana iban a todos lados juntos, si no fuera por la diferencia de edades cualquiera hubiera asegurado que eran un par de novios de “manita sudada” como decimos en México. Susana seguía hermosa a sus casi 40, todo estaba firme y en su lugar, sin tener unos atributos exuberantes aún robaba muchas miradas, mientras que Alfredo era un muchacho alto, moreno como su padre, delgado y con porte de niño bueno.

Ese mismo año, en diciembre, el padre de Alfredo se alistó para ir de vacaciones y visitar a algunos parientes en otro estado del país, así que una vez más y como ya era costumbre para ellos, Alfredo y Susana se quedarían solos en casa para la época de fiestas. La navidad transcurrió sin mayores novedades, una cena no muy ostentosa pero diferente a lo que se cenaba cada noche en casa.

Llegado el fin de año Alfredo y Susana decidieron hacer algo más alegre en su cena para despedir el año. La cena igual no fue ostentosa pero estaban más animados, hacía frío así que decidieron sacar una botella de vino de las tantas que su padre guardaba en casa y bebieron un par de copas cada uno para entrar en calor. A medida que avanzaba la noche el frío se hacía un poco más intenso y llegada la media noche se dieron el abrazo propio de la ocasión y uno al otro se desearon lo mejor para el año que recién comenzaba. Regresaron a la mesa para terminar sus copas de vino y fue entonces que Susana dijo de forma natural y despreocupada (quizá por el vino).

– Si tienes mucho frio podemos dormir juntos.

Alfredo con un notorio desconcierto solo atinó decir…

– Mejor cada uno en su cama.

Susana sintiéndose apenada y dándose cuenta que dijo algo inapropiado trató de suavizar las cosas diciendo.

– No pasa nada, cada uno con sus pijamas.

Alfredo como queriendo no dar importancia simplemente asintió afirmativamente con la cabeza.

Terminaron sus copas y recogieron la mesa. Después fueron al sofá a mirar un poco de TV antes de dormir. Pasados unos 30 minutos decidieron ir a dormir. Alfredo se puso solo una camiseta holgada y sus boxers de algodón. Esto no era extraño para nadie porque muchas veces así había andado por la casa y era de lo mas normal. Susana le indicó a Alfredo que si deseaba apagar la luz antes de meterse a la cama lo hiciera, que ella demoraría un par de minutos más y siempre obediente, Alfredo siguió la indicación.

Esos pocos minutos sirvieron para que los ojos de Alfredo se acostumbraran a la oscuridad y entonces parecía no ser tanta la penumbra… En eso entró Susana aún vestida y comenzó a cambiarse su ropa por la de dormir. Alfredo contempló el espectáculo casi a detalle, podía ver como su madre se despojaba una por una de sus prendas y con ese sentimiento de morbo, sorpresa, excitación y miedo contemplaba por primera vez las formas femeninas de Susana.

Una vez con la ropa de dormir, Susana se dirigió a la parte libre de la cama. Ambos estaban de lado dándose la espalda, hasta que Susana le preguntó a su hijo.

– ¿Tienes frío? Si te da frío abrázame!

Instintivamente Alfredo se volteó y abrazó a Susana por detrás poco a poco las piernas se entrelazaron y una erección de Alfredo se hizo presente, por lo que Alfredo tuvo el reflejo de separarse un poco de su madre, pero ella aferrándose al brazo de su hijo le hizo saber que siguieran esa posición. Ambos comenzaron a sentir calor así que Alfredo se quitó la camiseta y regresó a la posición de cucharita que a ambos les gustaba… Susana volvió a romper el silencio diciendo.

– Extrañas a tu padre?

A lo que Alfredo respondió sin titubear -No… ¿y tú?

– Yo tampoco.

Al escuchar esas palabras y casi por derecho propio de ser el guardián de Susana. Alfredo apartó el cabello de su madre y beso su oreja al tiempo de que sus manos acariciaban el vientre de su madre por sobre su ropa de dormir. Susana se apartó un poco. Alfredo pensó que su madre se había incomodado con la muestra de afecto, pero para su sorpresa Susana se alejó para sacarse el camisón de dormir y regresando a la posición que ya les era familiar Alfredo retomó los besos en la oreja, y las caricias en el vientre, sus manos empezaron a subir para darse cuenta que los generosos pechos de Susana estaban libres y al bajarlas pudo notar que solo traía una pequeña y suave pantaletita.

Las caricias se convirtieron en frotamiento y de frotamiento pasó a ser un manoseo. Seguían en posición de cucharita, además de por comodidad, les daba un poco de libertad el hecho de no mirarse a las caras por vergüenza ya que la luz de la calle hacía que no hubiera total penumbra.

Alfredo no pudo más y se sacó el bóxer, su verga de 17 cm saltó y casi por inercia se restregaba por sobre la pantaleta de Susana, esa pequeña pantaleta era todo lo que los separaba. Alfredo, a pesar de su calentura, no abusaba de las libertades que su madre le daba, no quería ser como el patán de su padre que siempre encontraba la forma de faltarle al respeto a su madre.

Los besos en el cuello, en los hombros, las caricias alternadas en los pechos y en la entrepierna además de un duro palo picándole las nalgas. Susana se sentía a mil, como hacía mucho no lo estaba. No era solo la calentura y el deseo, realmente había amor en ese par de cómplices.

Ambos querían más, necesitaban más. Susana no pudo aguantar y de un movimiento se bajó la pantaleta casi a las rodillas, dándole permiso a Alfredo para hacer de ella su mujer. Susana advirtió la falta de habilidad de su hijo así que arqueando la espalda dejó su vagina húmeda a total disposición de Alfredo, solo bastó un empujón para que la verga de Alfredo se deslizara por esa zona húmeda y caliente y una vez que Alfredo sintió que ya no podía entrar más suspiró balbuceando… “Te amo mamá”.

Comenzaron los movimientos rítmicos… Los gemidos… Susana se sentía llena, satisfecha, enamorada… Alfredo sentía ser el hombre de la casa, el macho de Susana, su amante y protector. Alfredo era joven así que sus movimientos eran vigorosos, su resistencia acorde a su edad. Susana se vino tres o cuatro veces, no había culpa, no había remordimiento, eran hombre y mujer. Cuando Alfredo sintió venirse salió de Susana y sin que ella pudiera evitarlo los chorros de semen espeso y caliente comenzaron a resbalar por sus blancas y redondas nalgas.

La necesidad de un abrazo hizo que por fin madre e hijo quedaran frente a frente, no hubo palabras. Comenzaron los besos en la boca, las lenguas, los mordiscos. Alfredo comenzó a acariciar las nalgas de Susana humedecidas por su semen aún tibio por instinto Alfredo se deslizó en la cama para acceder a los pezones de Susana, los lamía, los mordisqueaba, pasaba de uno al otro, quería darle tanto placer a su ahora amada que en ocasiones resultaba torpe en sus movimientos, poco a poco seguía bajando hasta que quedó con su cara entre las piernas de Susana y fue entonces que recordó el aroma de la ropa interior de su madre y que se había vuelto su fetiche movido por el recuerdo comenzó a chuparle la vagina a Susana, parecía un experto. Alfredo bebía y aspiraba todo lo que de esa vagina caliente salía y el siguiente orgasmo no tardó en llegar. Susana aún en el trace que viene después del orgasmo solo ordenó a su ahora amante… “Vén, súbete” y con el tronco erecto de Alfredo y las piernas recogidas de Susana comenzó una nueva danza amorosa en posición de misionero.

Susana no podía pensar, solo disfrutaba de ese vigor que solo puede ofrecer un cuerpo joven, cada embestida era un choque eléctrico, por su parte Alfredo se sentía todo un hombre, el macho cumplidor que mamá necesitaba, de ahora en adelante él le daría todo lo que su madre necesitara, quién mejor que él para cuidarla, para mimarla, para cumplirle todos sus deseos.

Cuando Susana sintió que el cuerpo de Alfredo se endurecía, como reacción previa a los espasmos de la eyaculación, se deslizó por debajo de él para darle unas chupaditas que terminaran de hacer el trabajo y así deslecharlo en su boca. Susana lo bebió todo y con unos ligeros apretones en forma de masturbación se aseguró de que a Alfredo no le quedaba una gota más de leche.

Agotados por la batalla se quedaron unos momentos tirados en la cama, casi llegando al punto de dormitar, pero el momento no podía desperdiciarse, ninguno de los dos sabía cuánto tardaría en repetirse si es que alguna vez se repetía.

Susana se incorporó y comenzó a chupar los pezones de Alfredo, mientras que con su mano extendida buscaba masturbar la flácida virilidad de su hijo, y divina juventud, no tardó mucho en alzarse ese bello mástil. Como una niña traviesa, Susana le dice coquetamente a Alfredo…

– Tengo un regalo para ti.

– ¿Un regalo ahora? No puedo desear otra cosa en este momento, tú eres todo lo que quiero, lo que siempre he querido.

– Quiero que me la metas por atrás, nunca le he querido dar el culo a tu padre, es una bestia, pero tú eres diferente, te lo quiero dar a ti.

– Pero mamá, es en serio lo que me dices?

– Shhh… Calla… Sé obediente y disfruta de tu regalo.

Y poniéndose en cuatro puntos a la mitad de la cama y arqueado la espalda se ofreció totalmente, completando con ello una noche de entrega.

De rodillas, Alfredo se puso detrás de Susana y recordando alguna escena de porno anal, llenó sus dedos con los jugos de su madre y comenzó a acariciarle el ano. Después escupió sobre él e introdujo un dedo, luego otro, Alfredo sentía su verga a reventar, pero se tomaba su tiempo de tal forma que Susana, complacida por los hábiles dedos de su amante comentó…

– Lo ves, tú no eres un bruto, tú sabes cómo tratar a una mujer…

Sintiéndose animado por esas palabras, Alfredo puso la punta de su verga en la entrada de su amada y empujando con el cuidado de no lastimarla pero no podía entrar, ese lugar era muy estrecho, comprobando con ello que efectivamente era su noche de estreno. Susana empujaba hacia atrás y Alfredo hacia adelanta hasta que entró por completo la punta. Ambos tomaron aire y de un segundo empujón entro lo demás. Susana podía sentir ya los testículos de Alfredo en sus nalgas, comenzaron a moverse lentamente y poco a poco incrementaron el ritmo. Alfredo tomó por las caderas a Susana y arremetía con fuerza. Ella sentía dolor pero su calentura y su placer eran más grandes, las fuerzas de Susana no eran suficientes para aguantar las embestidas violentas de Alfredo, así que dejó caer su torso sobre la cama, logrando con ello levantar más el culo para favorecer las embestidas de su amante, tomó una almohada y la puso en su cara para ahogar los gritos de placer, el ritmo fue bajando y un calor llenó la cavidad de Susana. Alfredo se quedó un momento adentro de ella atontado, hasta que la flacidez se hizo presente y por el ano de Susana comenzó a escurrir el semen una parte escurría entre sus piernas y otra simplemente goteaba en la cama.

Cansados los dos acomodaron las sábanas llenas de fluidos, sus cuerpos igual estaban húmedos, la habitación olía a sexo…

Susana se acomodó a un lado de Alfredo, ahora ella estaba detrás de el en posición de cucharita, acarició su cabello y le dijo al oído…

– Duerme, mañana voy a bañarte como cuando eras un bebé.

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