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El grillo

Mi nombre es Socorro y tengo 36 años, soy morena, delgada, mi cabello es negro y corto, tengo buenas tetas, buen culo, soy ancha de caderas y medianamente hermosa. Nací en un pueblo en el seno de una familia humilde. Yo era honrada, fiel y abnegada esposa, pero a los 26 años por complacer a mi marido, que era, y es, un abogado libertino, probé las mieles del vicio. En mi caso esas mieles las encontré por vez primera en el coño de una mujer haciendo un trio.

Beatriz, era la hija de una hermana de mi marido y también nuestra ahijada. Estudiaba en un internado suizo y estaba de vacaciones. Los padres se fueran el fin de semana a París, y la habían dejado a nuestro cargo.

Beatriz y yo estábamos echadas sobre dos toallas en el césped y al lado de la piscina, Beatriz estaba sin la parte de arriba de su bikini azul, luciendo sus tetas blancas, unas tetas medianas, puntiagudas, con areolas rosadas y pezones gorditos. Tenía las piernas largas y delgadas, el culo redondito y sus caderas eran perfectas. Le pregunté:

-¿Hay algún chico especial en tu vida?

-No, madrina.

-¿Y chica?

-Chica, sí, una. Lo pasamos bien juntas.

Se me empezaron a hacer agua la boca y el coño.

-¿Jugáis juntas?

-Sí.

-¿Qué clase de juegos?

-A muchos y muy variados.

-Dime uno.

-Te diré dos, la oca y el parchís.

Me llevé un chasco. Pensaba que me estaba hablando de juegos de sexo y me hablaba de juegos de mesa. Pero no me rendí, era demasiado valioso el tesoro cómo para no seguir al ataque. Le pregunté:

-¿Qué sabes del sexo?

-Que no se debe hablar de él.

-¿Aún eres virgen?

-La duda ofende.

Nunca había comido un coñito virgen. Comencé a enredarla.

-Hace unos años yo era tan inocente cómo tú. Aunque yo era una chica de pueblo, una chica de pueblo inocente, pero me hicieron algo que acabó con mi inocencia.

-¿Qué le hicieron?

-Un viejo me cogió un pezón con dos dedos, y frotándolo por los dos lados, dijo: “Gri, gri, gri…”

Beatriz se puso de lado, me miró y me preguntó:

-¿Era el tonto del pueblo?

-No, es que el pueblo metían una paja en los agujeros que hacían los grillos, le hacían cosquillas con ella haciendo ese ruido y el grillo salía.

-¿Quería quitar un grillo de tu teta?

-Quería que asomara la cabeza.

A Beatriz le entró la risa.

-¡Era tonto! ¿Qué hizo al ver que no la asomaba?

-La asomó, asomó la cabecita.

Beatriz no se creía una palabra.

-De la cabecita estás usted muy mal, madrina. Saldría del agujero de la tierra al sentir el “gri, gri, gri.”

-No, asomó la cabeza.

-No la creo. Además, si eras tan decente… ¿Cómo consiguió el viejo que le dejara jugar con un pezón?

Seguí al ataque, pero de otro modo, le dije:

-Ya es hora de que volvamos para casa.

-Eso es porque la he pillado. No había grillo.

Sabía que me diría algo así. Era corderita fácil de llevar al redil.

-Pillar nos pilló el viejo a una amiga y a mí, nos pilló besándonos.

Beatriz era curiosa por naturaleza.

-¿Le gustan las mujeres?

-Desde muy joven.

-¿Y usted era la inocente?

-¿Quieres que te cuente lo que pasó o hablamos de lo que tú consideras inocencia?

-Cuente, cuente lo que pasó.

-Pues bien. Al ver que el viejo nos había pillado mi amiga salió corriendo. Yo no pude salir corriendo porque estaba cuidando nuestro rebaño de ovejas. El viejo era delgado y bajito, tenía más de setenta años y llevaba una boina negra en la cabeza. Se sentó a mi lado y me dijo:

-“Enséñame las tetas si no quieres que me vaya de la lengua.”

-No me quedó más remedio que abrir la blusa, abrir el sujetador y enseñarle las tetas. El viejo, sin tocarlas, chupo una, chupó la otra, y me dijo:

-Ahora le voy a quitar la cabeza al grillo.

-Estoy intrigadísima. Siga.

-Mejor te lo hago para que sepas cómo ocurrió.

Si no me reprendía ya la tenía. Le chupé una teta. Beatriz sin apartar la teta de su boca, me dijo:

-Usted lo que quieres es excitarme, madrina.

-Por mí lo dejamos así.

-No, siga, siga, a ver cómo hace el grillo para asomar la cabeza.

Le cogí el pezón de la teta derecha y lo froté por los lados con las yemas de los dedos pulgar e índice mientras le cantaba:

-Gri, gri, gri…

Beatriz, visiblemente nerviosa, me dijo:

-¡Está muy loca, madrina!

Después de ese pezón le froté el otro. Me dijo:

-Está haciendo cosas malas conmigo

-Solo le estoy sacando la cabeza al grillo cómo me lo sacó el viejo a mí.

Mi mano derecha se metió dentro de la braga del bikini y frotando el capuchón del clítoris, y canté:

-Grí, gri, gri…

Cerró los ojos y musitó:

-Me está haciendo cosas prohibidas.

Seguí frotando pero ya sin cantar.

-¿Te gusta que te las haga?

-Sí, pero son cosas malas.

-No, son cosas buenas.

-Mentirosa.

-¿Paro?

-No. Me gusta mucho.

El glande salió del capuchón.

-¿Ya sacó la cabecita el grillo?

Beatriz seguía con los ojos cerrados.

-Sí, está fuera.

Froté el capuchón del clítoris al mismo tiempo que frotaba el pezón derecho. Beatriz comenzó a gemir. Le di un pico. Entreabrió la boca y le metí la lengua dentro. No movió la suya hasta que mi lengua se la lamió, después la movió tímidamente para acariciar la mía y nos acabamos besando largamente. Su boca era tan fresca que mojé mis bragas. Abrí más las piernas. Le cogí la mano y se la llevé a mi coño, le separé dos dedos y se los metí dentro y cogiendo su mano hice que los metiera. Oí un dulce gemido mientras sus dedos iban entrando dentro de mi coño, luego agarrando su mano con mi mano hice que los metiera y los sacara. Después dejé de besarla, la miré. Tenía la cara colorada cómo un tomate maduro y los ojos cerrados. Le puse la lengua en los labios, Beatriz me la chupó y después me dijo:

-¡Tengo una polución, madrina!

Froté su mano contra mi clítoris mientras los dedos entraban y salían del coño y me corrí con ella.

Al acabar de corrernos con una sonrisa de oreja a oreja y cabizbaja, me dijo:

-Tuvimos unas poluciones increíbles.

Beatriz había cogido tanta vergüenza que no levantaba la cabeza. Le puse tres dedos en el mentón, le levanté la cabeza, le di un pico, y le dije:

-Las poluciones ocurren en sueños, lo que pasó es que nos corrimos, así se le llama, correrse. ¿Quieres que te haga correr otra vez?

No se lo pensó ni un segundo.

-Sí, madrina, quiero.

Le bajé la braga del bikini. Beatriz mirando cómo metía mi cabeza entre sus piernas, cerró los ojos. Hice que flexionara las rodillas y lamí su coño, un coño rodeado por una mata de vello rubio y tan empapado que mi lengua quedó cubierta con una gran cantidad de jugos espesos… Era su fresco y agridulce néctar. Lo saboreé. ¡Qué rico estaba! Lo tragué y después lamí desde la parte superior de la vulva al clítoris. Nada, no me duró nada. Levantando la pelvis, jadeando cómo una perrita y retorciéndose, se corrió cómo una bendita.

Al acabar estaba exultante.

-¡Me encanta hacer cosas prohibidas! ¡¡Qué bien se pasa!!

No quise abusar más de ella. Le dije:

-Vamos a comer algo.

Beatriz quería seguir.

-Juegue un poquito más conmigo, por fa, madrina.

-¿No prefieres venir esta noche a nuestra habitación?

Mi ahijada no se lo podía creer.

-¡¿Puedo?!

-Claro que puedes.

Eran las doce de la noche y mi marido se iba a llevar una sorpresa. Estábamos besándonos uno frente al otro y desnudos sobre la cama. Mi marido me metía dos dedos en el coño y yo le estaba meneando la polla. No la sentimos llegar. Beatriz nos separó echándose en medio de los dos. Estaba desnuda cómo su madre la trajo al mundo. La traviesa, sonrió y nos preguntó:

-¿Molesto?

Le respondí yo.

-Tú nunca molestas, cariño.

Jaime no se lo podía creer. Me había dicho que se moría por follar con su sobrina y ahora la tenía delante de él desnuda. Le dijo:

-Pareces un ángel, Beatriz.

Beatriz le echó la mano a la nuca, atrajo sus labios hasta los suyos y le metió la lengua en la boca, después repitió la operación conmigo. Luego nos acercó las bocas para que nos besáramos mientras ella miraba. De besarnos pasamos a comerle una teta cada uno, Jaime la derecha y yo la izquierda. Los pezones al sentir nuestras lenguas sobre ellos se pusieron duros. Beatriz nos acariciaba el cabello, después de magrear, besar, lamer, chupar y mamar sus tetas, Jaime bajó para comerle el coño y follarla. Le dije:

-Ten mucho cuidado que aún es virgen.

Jaime metió la cabeza entre sus piernas y le lamió el coño mojado muy dulcemente, yo la besé con ternura y con ternura me devolvió los besos sintiendo cómo la lengua de mi marido recorría su coño de abajo a arriba. Luego le metió un dedo, y la desvirgó. Debiera haber roto el himen haciendo educación física o poniendo un tampón o de otro modo, ya que no sangró. Cerró los ojos y comenzó a gemir, eso me dijo que le estaba acariciando el punto G. Yo le amasé sus duras tetas, las chupé, jugué con sus pezones y la besé mientras mi marido preparaba el terreno para la penetración. Al rato le metió dos dedos y poco después, chupando mi lengua, se corría cómo una perrita.

Mi marido salió de entre sus piernas y le puso la polla en los labios, Beatriz, chupó, la cogió con una mano y después la llevó a mi boca. Chupamos las dos, y me dijo:

-¿A qué sabe tu sexo, madrina?

-¿Quieres probarlo?

-Sí.

Con las piernas abiertas y mis manos apoyadas en la cabecera de la cama le puse el coño en la boca. Beatriz me lo lamió, y después dijo:

-Está rico.

Jaime se volvió a meter entre sus piernas, la levantó por la cintura, le acercó la polla al coño y despacito le fue metiendo el glande. Beatriz no se quejó. Froté mi coño contra su lengua mientras mi marido le metía toda la polla dentro. Al llegar al fondo se quedó quieto, después la folló metiendo y sacando con lentitud, poco después aceleró el mete y saca hasta que se volvió a quedar quieto, se quedó quieto para no correrse dentro de ella, ya que el coño de Beatriz estaba apretando su polla y bañándola con una inmensa corrida.

-¡Me corro, padrino!

Mi marido sacó la polla y se corrió en su monte de venus, y yo, yo viendo y sintiendo cómo se corrían le llené la boca de jugos a mi ahijada con una tremenda corrida.

Beatriz era insaciable, acabó dejando seco a su tío y a mi agotada.

Quique.

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