Desde siempre, mi linda hermana -melliza conmigo-, hizo de mí lo que quiso. Y yo, su “caliente cómplice”, fuí siempre su más sumiso “chupamedias” y felíz de serlo.
Hace, lo que quiere así de contínuo conmigo. Cuando chicos aquello era ya cosa hasta cómica por lo exagerada de su absoluta dominación, y siempre en casa fue cosa asumida que ella hiciera lo que quisiera conmigo dada mi aceptación y hasta evidentísimo goce en así aceptarlo.
Pero la cosa era que íbamos creciendo, y…su dominación sobre mí, también crecía! En esa edad pre-adolescente ya mi hermana iba empezando a hacerme cosas cargadas de lujuriosidad erótica, y aquéllo fue como una bola de nieve creciendo en su velóz marcha.
Día y noche mi hermana comenzó a manosearme entero excitándome de manera escandalosa, y comencé a vivir una vida continuamente acosado por sus abusos que día a día crecían en su carácter lujurioso; pero yo, vamos a decir la verdad: felíz de éso!
Cosquillas, pajas escandalosas hasta hacerme saltar la leche a chorros, yo gritando de placer y riéndonos los dos y mamá riéndose también y hasta alentándola a que me capturara siempre.
Sus pies eran casi por mí lamidos y chupados ocho o diez veces al día todos los días, y a veces, en sesiones de horas y horas.
Al quedar solos inmediatamente era mi obligación desnudarme completamente desnudo, y allí mi hermana solíia hasta montarme y andar en mí como si fuese su caballo.
El sexo comenzó a darse de manera desenfrenada y de alocada manera, y aunque a veces yo temía tanto desenfreno, ella tenía el timón de esa marcha, y la cosa así seguía.
Un día, mi hermana descubrió una fórmula que una amigota le trajo dándole una droga que se les inyecta a los cerdos para aumentar sus performances sexuales con las cerdas, y cuando yo escuché sus carcajadas y conociéndola como ella es, sentí un frío recorrer mi cuerpo…
Cuando su amigota se marchó, mi hermana tenía ya en sus manos la droga aquella. “Ayyy!” -me dije yo-…
(Continuará)