Saltar al contenido

Mi prima se viste de novia (Capítulo 9)

Apenas lo vi, corrí como un loco hacia él. Le di dos puñetazos en la cara y cuando quedó tirado en el suelo, le mordí el abdomen hasta dejarle los dientes marcados.  No lo hice ni por resentido, ni por el dolor de sentir mis planes desintegrarse entre mis dedos. Lo hice porque mis viejos me enseñaron a siempre cumplir una promesa.

Cuando el chinito logró sacarme de encima de Fabián, recuperé un poco la cordura y escuché a mi prima gritarme desesperada que pare. Que no lo mate.

-Te dije que si la veía llorar, te comía el hígado con los dientes. ¡Hijo de puta! – le grité, haciendo fuerzas para respirar.

Era cierto lo que le había dicho a penas lo conocí, cuando mi prima lo presentó como su novio. En aquel entonces sólo estaba parafraseando a Yayo, de Videomatch, que en una de sus cámaras ocultas había soltado esa frase. Recuerdo que todos rieron de mi broma. Pero yo lo había dicho enserio. Como una de esas cosas que quedan guardadas en tu memoria para ser utilizadas solamente de ser necesario, había salido en ese momento. Era una reacción animal, es cierto, pero tenía un fundamento.

Al segundo, llegaron una especie de guardias de seguridad. Fue tal vez por el momento adrenalínico que estaba viviendo, que pensé que me sacarían del barco. Que me meterían en una especie de calabozo y aunque se rían, pensé también que me irían a tirar por la borda, como si fuese una obra de teatro sobre piratas y novias putas.

Julia me metió en la habitación y supe luego que el chinito, a quien estaba comenzando a odiar unos minutos antes, se disfrazó de mi mejor amigo y les dijo a los de seguridad que Fabián me había atacado primero.

Ahora golpeaban otra vez la puerta. Pero sabíamos que era por un motivo diferente. Mi prima se vistió con lo primero que encontró y antes de abrir me exigió que me recomponga. Lo hice cuándo Julia se fue con Fabián y me encontré sólo en el camarote. Todavía me costaba un poco respirar.

Tardé unos minutos en vestirme y salir, los suficientes como para que el resto se haya ido. Salvo el chinito que tenía dos tarjetitas en las manos y me hablaba en una especie de italiano/español que por primera vez no le podía entender. Él lo noto y comenzó a hacer ademanes. Cuando cerró su puño con el pulgar arriba y lo llevó a su boca, supe que me decía que las tarjetas eran para las bebidas. Las tomé y ya más tranquilo le agradecí con una palmadita sobre el hombro. No podía negarlo: el pibe ya me estaba cayendo bien.

Busqué a Julia por todo el barco y no la encontré. Me entregué entonces a ser el típico borracho deprimido en un bar y comencé a utilizar la tarjeta de bebidas libres que había comprado para otra utilidad.

La depresión llegó recién a la quinta cerveza. El mareo a la sexta y cuando me pareció ver de reojo a la pibita del culito lindo entre la gente, supe que ya estaba comenzando a sentir lástima por mí mismo.

No podía caer tan bajo. Hasta el dolor debe tener sus límites. Creer ver a una persona cuándo recién perdiste a otra que te interesaba más, es uno de ellos. Esa especie de enamoramiento hacia alguien prácticamente insignificante, era un claro signo de angustia del perdedor. Del abandonado. No podía caer tan, pero tan bajo.

Sabiendo que ya no me encontraba en una situación que sabía manejar, resignado, volví al cuarto.

Allí estaba Julia, llorando sentada al pie de la cama. Al verme, corrió a abrazarme. Me preguntó si estaba bien y puso su cabeza en mi pecho, haciendo puchero. Como hacía siempre que pasaba algo que no le gustaba.

-¡No lo quiero ver más, Rodri! –me dijo- ¡Esto arruina todo nuestros planes! –sentenció al final.

Era algo que ya me imaginaba, pero costaba oírlo. Encima yo no tenía ni la más puta idea de cómo responder. Ni de cómo continuar con mi plan. Yo era simplemente una fantasía y él era el amor de su vida. Incluso yo mismo, en el fondo, deseaba que se arreglen y que mi prima sea feliz. Mucho más que cogérmela. Pero en el momento justo en donde bajaba mi cabeza para que el verdugo utilice su espada, mi prima me dio una chispa de esperanza.

-Me pidió perdón, me dijo que no lo volvería a hacer nunca más –dijo.

Fabián había cometido el error de su vida: le había confesado que en verdad la había engañado una semana antes de su boda.

Entiendo si me dicen que era evidente, que al menos mostró madurez y responsabilidad al hacerse cargo de haberse culeado a una pendeja. No, mis amigos. Están equivocados. En estos casos siempre, pero siempre, hay que decirle a una mujer lo que ellas quieren oír. Julia quería escuchar con toda su alma que no era cierto. Que el video era viejo. O que no era él. Si le hubiese dicho que en realidad era un hermano gemelo que vivía en Invernalia y los habían separado de chiquitos porque tenía que pelear por el Trono de Hierro contra John Snow, con el tiempo le habría creído. Porque su alma entera prefería que eso sea verdad.

Aunque te pesquen en pleno acto, con la pija metida en el fondo del orto de una extraña, siempre digan que no. Que vieron mal. Podrán pasar días, semanas, años incluso, pero sin confirmación, al final les creerán. Es más fácil soportar la humillación de ser engañadas si les creen.

Es verdad que haciéndose responsable también tendrán chances de recibir su perdón, pero no sin antes pasar por su venganza. Y ahí entendí mi nuevo rol. Ahí comprendí que no me bajaría de ese barco sin hacerle la concha a mi prima. Sin atragantarla de pija. Sin llenarle el estómago con mi leche. Solamente me iba a costar un poco más, pero tenía tiempo.

-¿Te puedo pedir un favor, Rodri? –escuché decir entre llantos.– No le pegues más.

Le dije que estaba bien, que no volvería a golpearlo. La tomé de las mejillas y la besé. Para mi fortuna Julia respondió a mi beso. Y para desdramatizar, le sonreí.

-¿Qué te dijo por haberte visto vestida de novia puta? –le pregunté realmente con curiosidad.

-Le dije que pensábamos que esta noche había una fiesta de disfraces. El boludo me creyó. Hasta me dijo que él no tenía disfraz. –contestó a mi pregunta y también aclaró que lo que les dije unos párrafos arriba funciona para todos los géneros: creer es más fácil.

Sólo por curiosidad le pregunté si Fabián había venido con su prima. Cuando se empezó a reír, supe que era una locura. Pero tenía que confirmarlo. Ella pensó simplemente que era una broma y me dio otro beso, pero lejos de tranquilizarse se rio más fuerte. Ahora a carcajadas. Tanto que hasta tenía que agacharse de vez en tanto, para poder respirar. Al sacar sus manos de la cara las puso sobre mis mejillas.

-¡No puedo creer que le mordiste la panza! –me dijo.

-A vos te dio miedo. Pero, cuando lo vi, a mí me dio hambre. –le contesté para escucharla reír un poco más.

Pasado el momento de gracia me contó que se encontraría con Fabián en uno de los tantos bares que tenía el crucero, después de cenar, para hablar mejor. Me encantaba la idea. Cuánto más hable el tonto, más aumentaba mi esperanza.

-Yo sé, Rodri, que lo que te voy a pedir parece un boludeo. Que te estoy pelotudeando. Que vinimos acá pensando en otra cosa –Julia hablaba como excusándose de algo que en realidad ni me importaba.

Aunque tenía una leve idea en mi imaginación de lo que sería su pedido, le acaricié el pelo dándole a entender que todo estaba bien. Que lo que más deseaba en el mundo era que ella este bien. Y era totalmente cierto. De todas formas, ni cerca estuve de leerle la mente.

-Pero aprovechando que debes tener las bolas llenas de leche. –continuó con una sonrisa mitad cómplice y mitad sincera- ¿No me acabas en la bombacha? Por si logra convencerme de dejarme chupar la concha. ¡Que el hijo de puta se coma tu semen!

La simple idea me hizo parar la pija. Sabía que era imposible. No había chance alguna de que Fabián la convenciese, siquiera, de tocarle una pierna. Pero no me importaba. Me auto di la bienvenida a la venganza y le dije que sí, pero también aproveché la situación.

-Si yo te hago un favor, vos me tenés que hacer uno a mí. –Le dije y recordé que esa misma frase la habíamos utilizado más de mil veces, de niños. También haciendo travesuras, pero claro, de otro tipo.

Ella también lo recordó y esbozó una sonrisa.

-Está bien. –respondió– Pero no podemos coger, Rodri. No voy a poder disimular.

Mi prima había leído mis intenciones. Eran demasiado obvias. Pero me relajó no escucharla decir “somos primos”, cuando aclaró por qué no podíamos coger.

-Bueno. –dije luego de pensar un ratito– Arrodillate y abrí la boquita entonces.

Julia apretó los labios y saco apenas la lengua. Ya la conocía: se le hacía agua la boca. Pero me dijo que no. Que por favor no sea nada sexual. Como si dejarle la concha llena de leche no lo fuese.

Me quedé un momento en silencio y casi sin pensarlo le dije que se desnude y que vaya a la ducha. Que la quería mear toda. La orden me sorprendió hasta a mí. Una lluvia dorada era algo que nunca había hecho y a decir verdad, tampoco me llamaba mucho la atención. Pero me había salido, como un acto fallido o un reflejo del inconsciente. Al ver su reacción logré encontrar un significado a mi pedido. Ella sonrió y supo que era en serio cuando me miró a la cara.

-Es un asco eso, Rodri.

-Puede ser, pero algo mío te tenés que tragar.

Me respondió con un gesto de desagrado que me excitó aún más. En ese momento me encontré calculando que tal vez esas palabras me habían salido buscando su rechazo y así poder volver a insistir con el pete. Pero mi sorpresa aumentó cuando mi prima me dijo que bueno, que estaba bien, que lo haría por mí.

La chota se me puso otra vez al palo con una simple idea. Ella se desnudó, fue hasta el baño y me llamó con la mano. Arrodillada, con los ojos cerrados, como una puta de las más baratas recibió mis primeros chorros de pis. El gesto de asco le duró unos segundos. Al instante comenzó a abrir la boca y esperar a sentirla llena para escupir tranquilamente la meada sobre su pecho y sus tetas. Luego ella sola sacó la lengua para sentirle mejor el sabor. Esta vez al ver que volvía a llenarse, corte el chorro para que lo pueda tragar.

-¿Te gustan las chanchadas que hace la putita de tu prima, Rodri? –Me dijo relamiéndose entre sonidos deglutorios.– Dame más. Quiero más pichín. –agregó con tono inocente.

Así lo hice. Y en ese instante supe que en realidad lo que me había obligado a hacer mi inconsciente, era marcar un territorio. Con un instinto animal la meé por todo el cuerpo, dejándole una buena cantidad en la boca, para que se los tomara una vez tras otra. Mi excitación estaba al máximo. Tenerla en esa posición cuál sumisa humillada me taladraba la mente. Era mi puta. Mi prima, era mi puta. Necesitaba sentir que Julia era mía. Sólo mía. Esa fiera salvaje que ella me había despertado, ahora la disfrutábamos o la sufríamos los dos.

-Que puta sucia me volviste, primo. –dijo cuándo finalicé– ¡No puedo creer que me tomé tu pis! ¡Ni que me encantó!

Un ratito después, me hizo señas de que me vaya, para que se pudiese bañar tranquila y obedecí. Ahora venía mi parte. Pajearme en su bombacha para que Fabián, tal vez, se coma mi leche al chuparle la concha. Otra idea que me volvía loco. El morbo que nunca había sentido en toda mi vida parecía caer todo de golpe, en una semana. Y era precioso.

Salió del baño con una tanga rosa que le quedaba hermosa. Los pasos que dio hacia la cama los disfruté como un verdadero espectáculo. El cuerpo de Julia me resultaba cada vez más perfecto. Esta vez con las tetas al aire.

Me indico que me pare y se me puso enfrente. Sin darme más tiempo, con una mano me tomo la pija que estaba todavía sucia de pis y me empezó a pajear. Su otra mano fue a mi nuca y su boca quedó a un centímetro de la mía.

-Que degenerado que sos, Rodri. Mira como tenés la pija. –me susurró-¿La tenés durita por la paja que te hace tu prima?

Me volvía loco con sus palabras.

-¿Me vas a manchar la conchita con leche? Toda la bombacha sucia déjame. Dale, Rodri. Enchastrale la concha a la putita de tu prima.

Quitó la mano que tenía en la parte posterior de mi cuello y la usó para abrirse la bombacha, estirando el elástico que quedaba sobre su abdomen. Verle la concha desde arriba, casi espiando, le facilitó ciertamente la tarea. Al segundo acabé como nunca. Mi semen le pegó en la pancita y luego ella misma apunto mi chota hacia sus labios vaginales. No pude contar la cantidad de lechazos que recibió en total, pero la leche no sólo se le acumuló en la tanga sino que, sobrepasando los bordes, le manchó todos los muslos.

Al terminar mi orgasmo caí rendido, con mi frente sobre su hombro. Ella se aplastó la bombacha para desparramar mejor la leche y se lamió la mano cuando quedó sucia por los fluidos que traspasaron la tela. Al verla sentí que ya estaba para una paja más, pero me contuve. Como lo tenía cerca, besé su hombro, bajé con la lengua un poquito y ella misma volvió a tomar una teta y me la ofreció para que se la chupe un poquito. La excitación otra vez se estaba apoderando de ambos.

La apreté fuerte del culo y la besé en la boca. Todavía con la pija al aire la apoyé con pasión sobre su tanga, que ahora parecía roja. Cuando mis dedos comenzaban a esquivar la bombacha y tocarle el orto desnudo, me frenó. Sé que le costó. Sé con total seguridad que hubo un segundo en donde pensó en colgarse de mi cuello y abrazarme con las piernas abiertas y mandar todo al diablo. Pero del otro lado estaba el amor de su vida y eso también tuvo peso en la decisión.

También sabía yo que, una vez más, era sólo cuestión de tiempo. Se irían a encontrar, se besarían, capaz, a la tercera cerveza y cuando la calentura le nublaría la mente, entre esas nubes grises aparecería la imagen del culo abierto de la pendeja. La calentura de mi prima volvería a la habitación como máximo a las dos horas.

Se puso un vestido floreado de verano, hermoso. De esos que se pegan a las nalgas aunque sean sueltos. Cenamos y cuando llegó el momento del encuentro, le deseé suerte y me fui a tirar para descansar un rato.

Pasaron dos horas. Luego tres. A la cuarta, pensé que tal vez había calculado mal. Y a la quinta, hasta podía imaginármelos teniendo sexo desenfrenado. Sentí tanto miedo que ni me calentaba la idea de Fabián chupándole la concha enlechada. Si tenían sexo y se arreglaban, por un lado, no puedo negarlo, me alegraba porque sabía que eso haría muy feliz a mi prima.

Pero, por otro, entendía que ya no tendría chances de cogérmela.

En medio del pánico llegó un mensaje de Julia a mi celular. Dude en leerlo. Me temblaban las manos.

Habían pasado seis horas y si el mensaje era para avisarme que dormiría con él, todo estaba perdido.

Continuará…

Deja un comentario