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Papá me da leche

Con el dinero que me daba mi tío José Antonio cada mes, comencé a cambiar toda mi ropa. Empecé a comprarme ropa más moderna y coqueta. Cambié también mis calzones de niña buena, que aún me compraba mi mamá, a pesar de ya tener 19 años, por unas coquetas tangas que siempre había querido tener. Mi mamá me dijo una vez, que las vio tendidas luego de lavarlas, “hijita ya eres una mujer completa”. Esas palabras dijeron mucho más de lo que se entendía literalmente.

Más de una vez encontré a mi papá en la lavandería. Mirando mis tangas. Una de ellas lo encontré con el pantalón con su pene erecto, un bulto muy grande resaltaba, no podía disimularlo. Lo quedé mirando y sentí que se turbo un poco y se retiró.

Me quedé pensando en la entrepierna de papá. Me comenzó a excitar que él se excite por mí. Hasta ese momento no había tenido ningún pensamiento impropio con él. Pero, saber que me deseaba, me hizo empezar a sentir cosas que no había sentido antes.

Algunas noches que estuve calentona, me masturbé pensando en papá. Me introduje los dedos pensando que era él quien me cogía. Luego de llegar me sentía un poco rara, pero el deseo por mi papá fue algo que se me hacía difícil de manejar.

Una tarde, que mamá no estaba, mi papá estaba viendo tv en la sala. Estaba algo caliente y me vinieron muchos pensamientos locos a la mente. Me dieron ganas de provocarlo para luego masturbarme en mi habitación. Salí de mi habitación hacia la cocina. Tenía una remera arriba, sin brasiere y abajo sólo usaba tanga. Antes de salir me vi en el espejo y, según yo, se me veía muy provocativa.

Salí de mi habitación. Caminé por la sala, frente a mi papá, y pasé a la cocina. Me demoré unos minutos moviendo cosas allí y mirando hacia la sala. Me di cuenta que mi papá empezó a tocarse la entrepierna. Eso me calentó más y decidí avanzar un poco más en mi juego de provocación. Lo llame, “papi me alcanzas el azúcar”. Estaba en un estante alto, yo podía tomarla, pero me dieron ganas de tenerlo cerca.

Vino a la cocina. En el camino se acomodó su pene ya erecto. Me preguntó que pasaba y le dije “papá esta dura la puerta”. Ni siquiera había intentado abrirla. Llegó, la abrió sin problemas y me alcanzó el azucarero. Me acerqué a él, le besé la mejilla y le dije “gracias papito”.

Tenerme así cerca lo provocó demasiado. Me abrazó. Me pegó a él. Sentí la firmeza de su erección y estaba muy excitada. Pero no me animaba a más. De pronto, sentí como sus manos bajaron por mi espalda y tocaron mis nalgas. Estaba sólo en tanga, sentí sus manos directamente sobre mi piel. Quebré un poco la cadera y él se dio cuenta que me agradaba el momento y me empezó a acariciar las nalgas con firmeza. Al igual que mi mamá, me dijo “hijita ya eres toda una mujer”, pero el tono de sus palabras decía algo distinto, algo lleno de deseo y lujuria. Lo sentí y sentí que era el momento.

Lo abracé más fuerte y se pegó aún más a mí. Su pene erecto ya se sentía con firmeza. Lo aparté y mirándolo a los ojos le cogí su pene. Le pregunté ¿papá, por qué esta duro?

Empezó a balbucear. No sabía que responder y seguí agarrándoselo por sobre su pantalón. Sentía en mis manos que era muy grande y que estaba muy duro. Yo moría de deseo y era obvio que él también. Pero él no se decidía a nada.

De pronto, el hombre venció al papá. Y sentí sus manos, ambas, coger con firmeza mi culo. Era lo que esperaba. Busqué sus labios y lo besé. Sentí como sus manos expertas bajaban mi tanga y me dejaban el culo libre. Sentí sus dedos explorando mi coño húmedo. Los sentí entrar en mi coño. Sentí como uno de sus dedos jugaba con mi culito. Lo sentí entrar atrás. Yo me dejaba hacer.

Tras unos instantes. Papi me cargó y me llevó a mi habitación. Me tiró sobre la cama. Se desabrochó el pantalón y se lo bajó. Se bajó el bóxer y dejo al descubierto su pene duro, tieso, enorme. Quería ya ser su mujer.

Me dijo “ponte en 4 patas”. Lo obedecí. Me puse en 4 patas al borde de la cama. Se puso detrás de mí, acomodó mis piernas con sus manos, separándolas más de lo que yo había hecho. Sentí sus dedos un instante en mi vagina y de pronto sentí como empezó a penetrarme. Su pene grande me fue llenando poco a poco, centímetro a centímetro.

Comenzó a disfrutarme como hombre a hembra, me sentí su perra. Comenzó a decirme “que estrechita estás”. Para semejante pene, seguro lo estaba. Repetía y repetía “estrechita, estrechita”.

Yo disfrutaba mucho, estaba a morir de placer y de pronto dijo “uff, más estrechita que tu mamá”. Con esas palabras me aceleré y empecé a venirme, el siguió “más puta que tu mamá” y me vine con esas palabras. El gemía y disfrutaba mi venida.

Tras unos minutos más, me la sacó. Se separó de mí y se sentó en la silla que había en mi habitación. Me dijo “ven mi amor, siéntate en las piernas de papito”. Me levanté de la cama, me acerqué a él y me senté sobre él, de espaldas. Sentí como se metió toda, completa, en una sola. Sentía que me rompía, pero me levantaba y me dejaba caer sobre él.

Me fui acelerando hasta llegar nuevamente. Mi papito se puso como loco con mi segunda venida. Sentí que él se venía. El sintió lo mismo. Me dijo “hijita, toma tu leche”.

Me levanté. Me arrodillé frente a papito. Me puse su pene en la boca. En instantes se vino. Sentí como su leche llenaba mi boca, el sólo me decía “hijita, hijita”. Me la tomé. Le limpie su pene con mi lengua. Era ya su mujer. Con el tiempo lo hicimos no pocas veces, seguro tampoco muchas. Pero cada vez que fue delicioso y cada vez más intenso y profundo.

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