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El negro Gerardo y yo

Conocí a Gerardo hace ya varios años. Yo tenía entonces alrededor de 30 años y él tenía la misma edad o quizás un poco más. Gerardo era un hombre negro, alto, medía 1.85 metros, bien formado, apuesto. Su biotipo era de un mandingo africano, que llama la atención de inmediato. A su lado, yo era chiquita. Medía 1.60 metros. Eso sí bien formada, trigueña clara, cien por ciento lampiña, con un hermosos pompis, grande y carnoso. A Gerardo lo conocí un día que pase por la Plaza San Martín, después de tomar unos tragos con los amigos del trabajo. Fue a fines de los años noventa. Él, por entonces, hacía de “flete”. Se paraba en la acera de la plaza donde, años después, se instaló “El Estadio”, para ser “levantado” por travestis o chicos pasivos. Yo no frecuentaba ese lugar, pero esa noche los tragos me llevaron por ahí y tuve la suerte de conocerlo.

Recuerdo bien la primera vez que conversamos. Eran alrededor de la 1 de la mañana. Lo vi parado en una de las columnas y él me devolvió la mirada. Me dijo hola y yo le respondí el saludo. Así fue que comenzamos a hablar. Yo estaba nervioso, pero también emocionado de hablar con un hombre así. No lo habría hecho si no estuviera en tragos. Él lo notó y trato de darme confianza. Luego de unos minutos de conversación, sentados en una de las puertas, que a esa hora ya permanecían cerradas, me dijo para ir a un hotel que quedaba a la vuelta. No recuerdo exactamente cuánto me cobró, pero luego supe que era menos de lo que solía cobrar, porque entonces él ya se había fijado en mí de otra manera y no me veía como un cliente.

La primera vez que estuvimos no fue la mejor noche que pasamos juntos, porque yo estaba nerviosa y él, aunque más experimentado en estas lides, no podía desprenderse de buenas a primeras de su rol de “flete”. Mis recuerdos son vagos de aquella noche; pero, pese a estas limitaciones, fue una noche maravillosa, de la que guardo un hermoso recuerdo. Me viene a la memoria que entramos a un hotel que estaba a dos cuadras de la Plaza San Martín. Ahí alquilamos una habitación y, dentro, ambos nos desnudamos. Me sorprendió que él, al verme desnuda, comenzara a besar mis pechos. Ese solo hecho me puso al límite. Gerardo tenía unos labios gruesos, propios de su raza, que cuando rozaban mi piel me hacían encender toda. Y él sabía usar sus labios. Sabía besarme lentamente, con paciencia, subiendo y bajando de mi cuerpo. Era hermoso realmente. Trasmitía un calor inolvidable que me sobreexcitaba. Sus labios los sentía mejor besando cualquier parte de mi cuerpo que en mi boca. Por supuesto que, de rato en rato, subía y besaba mi boca, lo que se sentía delicioso, pera cada vez que bajaba y recorría mi cuerpo simplemente me ponía en el cielo.

Fue así que me preparó para él y, luego de besar cada parte de mi cuerpo, se concentró en mi pompis, mordió mis nalgas, luego beso cada una de ella y, cuando creí que ya había llegado al límite, me hizo un beso negro maravilloso, poniendo toda su lengua dentro de mí, para luego succionar y lamer mi ano. Fue maravilloso. Yo estaba en un viaje cósmico y así me quede por varios minutos, hasta que sentí su miembro hermoso que se perfilaba para entrar dentro de mí. Gerardo volvió a hacerme el beso negro y, al finalizar, deposito mucha saliva en mi añito. Luego me acomodó boca abajo y comencé a sentir el calor de su miembro que se desplazaba buscando entrar en mí. El calor de la cabeza de su miembro se sentía riquísimo y lo disfrute el poco rato que estuvo fuera de mí, porque luego ya pugnaba por entrar en mí. Lo hiso despacito, pero dado el enorme tamaño de su miembro, que medía alrededor de 20 centímetros y era grueso y duro, era inevitable que me hiciera doler. En realidad, mientras me la empujaba, sentía una combinación extraña de placer con dolor. Poco a poco fue entrando en mí y, una vez dentro de mí, el dolor se fue disipando de a pocos y, luego de unos minutos, lo que sentía era un enorme placer de tener a mi hombre, a mi negrito lindo, dentro de mí. Gerardo estuvo así, entrando y saliendo de mí, por un buen rato. No recuerdo cuanto tiempo estuvo. Lo único que sé es que estaba en el cielo y cuando terminó y se vino dentro de mí, ya había comenzado a amanecer.

Esa fue mi primera vez con mi negrito hermoso. A pesar de que no fue nuestra mejor noche de amor, guardo un hermoso recuerdo de aquel momento que, inesperado, fue muy especial para mí. Al día siguiente volví, esta vez ya sobrio, y volvimos a pasar la noche juntos. Luego se me hizo costumbre y lo buscaba tres a cuatro veces por semana. Antes de finalizar la primera semana, él me hablo y me dijo que sentía algo especial por mí y que no se sentía bien haciendo de “flete” conmigo, por lo que me propuso ser mi enamorado. Por supuesto que acepté de inmediato. El me pidió que le diera algo de tiempo para que dejara de ser “flete”, mientras buscaba algo más en que ocuparse. Yo le pedí que se cuidara siempre, que lo hiciera con protección y le dije que lo iba a esperar para que arreglara la situación. No paso mucho tiempo y lo dejo.

Gerardo había estudiado para ser docente de secundaria en una universidad pública y consiguió trabajo en su carrera. Fue así que iniciamos una relación que duró casi tres años, hasta finales del 2002, más o menos. Los dos primeros años fueron de mejora continua y superamos con creces lo que paso en nuestra primera noche de amor. Él era un mandingo alto, bien negrito, bello. Yo, en cambio, era chiquita, lampiña, bien formada. Ambos nos complementamos bien. Luego, vino la rutina que, con el paso de los meses, llevó a concluir la relación de mutuo acuerdo. Él, por entonces, quería formar familia con una chica de su raza que había conocido, con la que se terminó casando. Yo no podía impedir su partida. Lo deje ir y solo le pedí que fuera feliz con ella y que atesorara el recuerdo de nuestra relación. No sé si lea este relato, pero si lo lee, va a reconocer de inmediato que hablo de él y de mí, de nuestro amor prohibido, que sigue inspirando nuestras vidas y que vive eternamente en nuestros recuerdos.

¡¡I LOVE YOU NEGRITO LINDO!!!

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