Saltar al contenido

Mi primera vez oral

Como de costumbre, de la cesta de ropa sucia cogí una tanga sucia de mi esposa. Me la puse y salí. Pensé sería otro día tomando una cerveza en el bar de ambiente que frecuentaba ya más de un año, sintiéndome muy puta con la tanga puesta.

Llegué, me senté en barra, pedí una cerveza y me puse a revisar el celular mientras bebía tranquilamente. No esperaba más que el morbo íntimo de estar en este lugar discreto con una tanga bajo el jean. Había descubierto el bar tiempo atrás, casualmente al caminar por esa calle que no frecuentaba, la curiosidad me hizo entrar. La pase bien, con una cerveza en barra y viendo a las parejitas gays por acá y por allá.

Volví algunas veces, espaciadas entre sí. Finalmente, se me ocurrió ponerme una tanga sucia de mi mujer para asistir. No sé cómo me surgió la idea, pero el morbo me hizo concretarla. Desde entonces se me hizo más habitual asistir. Cada quince días, aprovechando que mi esposa iba a una reunión con sus amigas y llegaba tarde. Al volver de la oficina, sacaba una tanga sucia, me la ponía, encima el jean, una camiseta juvenil y al bar.

Tomaba una o dos cervezas disfrutando la música, sintiéndome putilla y poco más, de vuelta a casa, antes que mi mujer volviera. Más de una vez se me habían acercado a conversar, activos y pasivos, pero para ser sincero, me sentía más cómodo hablando con activos.

Llevaba ya más de un año en la rutina quincenal y conocía ya a algunos clientes habituales. No tenía mayor afinidad con ninguno. Con quien más había hablado era un gordito, David, de unos 40 años (yo tenía poco más de 30 esos años). Podría decir, exagerando, decir que teníamos una cierta amistad.

Esa noche estaba David, como de costumbre se acercó. Pidió una cerveza y comenzamos a charlar. Algo de futbol, otro tanto de tenis, sobre la música, que a ambos nos resultaba atractiva. En algún momento le dije que iría al baño. Me dijo que justo él también quería ir. Fuimos juntos. Sin ninguna malicia de mi parte.

Al llegar a los urinarios, que como en muchos bares en Perú son comunes, una banda larga en el piso, cubierta con cerámicos, donde uno orina, casi todos pegados. Al entrar no había nadie. Me puse a un lado y David al otro. Cuando sacó su verga para orinar no pude evitar ver lo enorme que era. No podía imaginar un gordito de cuarenta años con una verga de ese tamaño. Difícil describir como me sentí. Se dio cuenta, la meneo un poco, la guardó y volvimos a barra.

Al volver, ya fue directo. Me dijo que yo lo atraía. Que siempre me veía discreto y tranquilo. Que eso le gustaba. Yo no podía sacar de mi mente la imagen de su verga enorme. Tras unos 30 o algo más minutos de flirteo, donde me sentí una joven seducida, me propuso ir al hotel. Le dije la verdad, que nunca había estado con otro hombre. Él no se sorprendió, me dijo que lo sospechaba y que iríamos sólo para tocarnos un poco.

Con temor acepté. Salimos. A pocas cuadras había un hotel (oh sorpresa, también discreto). Pagó (tenía el rol de varón muy interiorizado) y subimos hacia la habitación. Nos acostamos sobre la cama. Ambos vestidos. Conversamos unos instantes y luego el empezó a acariciar mi cuello y mis tetillas sobre la camiseta. Me la saqué y el siguió acariciándolas. Sentí mucho placer. Él se acurrucó sobre mí y comenzó a lamer mi tetilla izquierda. Yo volaba ya de gusto.

Se volvió a acostar y me dijo “chúpala amor”. Se desabrochó el jean, se lo bajo junto con su bóxer y dejó al aire su enorme verga. Parecía de actor porno. No acorde con su cuerpo rollizo y su calvicie incipiente.

Sin experiencia dude sobre qué hacer. Me arrodille junto a su verga. Intenté replicar las múltiples mamadas que había recibido. De mi esposa, de putas, de todas las mujeres de mi vida. Le pasé la lengua, lamí su glande. Intenté meter lo más que pude en mi boca. Pero quizás no llegaba a la mitad de su enorme tamaño.

Finalmente, comencé a succionarla como me gustaba me lo hicieran. La cabeza y un poco más dentro de mi boca. El resto estimulándolo con mi mano derecha. Se corrió en menos de dos minutos. Me llenó la boca de su semen. Una corrida brutal, inmensa, tomé todo lo que pude, pero igual se chorreo sobre su verga aún dura.

Se levantó. Se fue rápido al baño. Se limpió en el lavabo. Se fue diciéndome “cuando quieras te vas, gracias”.

Me quedé tendido en la cama. Largos minutos. Entre avergonzado y satisfecho. Había sido usado y había probado semen. Había sido sólo una puta. Finalmente me lavé la boca lo mejor que pude y volví a casa.

Deja un comentario