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El huaso

Juan Carlos era huaso. Si, era un huaso de la cuarta región de este Chile lindo, no recuerdo bien si era de Ovalle o Monte Patria, pero él hablaba mucho de ambos lugares cuando se juntaba con sus compañeros de pega a jugar un partido de fútbol, para rematar después en un opíparo asado bien regado con cajas y cajas de cerveza. Él era trabajador antiguo en la empresa minera de más prestigio y con más garantías laborales de la provincia y se desempeñaba específicamente en la planta de ácido. ¿Qué hace una planta de ácido en medio de una industria del cobre le pregunte un día al huaso Juan Carlos? Y el tomando aire y orgullosamente empezó una gran charla inductora a lo que era su trabajo y que yo resumiría en lo siguiente. Una gran obra de ingeniería, la planta, que tenía por objeto captar los humos que salían de la fundición de concentrado de cobre, que llevaban en sí, altos componentes químicos de azufre, y que en su proceso esta planta, transforma los humos, en ácido sulfúrico como producto final.

Si, era un orgulloso y esforzado trabajador de esta gigantesca empresa del cobre. Y todo ese sentimiento se había forjado porque fue contratado para trabajar a los 17 años y desde entonces habían pasado 34 años, que estaban llenos de historias, las pocas de alegrías, las muchas de penas, tristezas y sobreesfuerzos.

Se arrancó de su hogar en la cuarta región huyendo del maltrato de un padre alcohólico y de no querer seguir viendo a una madre mártir, que soportaba estoicamente todas las bajezas de ese padre borracho, por el beneficio de un techo y algo de comida decente, para sus demás hermanos, que proveía ese esperpento de ser humano que le toco por progenitor. Tenía 16 años. Durante un año vago y viajo rumbo al norte, hasta llegar a la ciudad que lo cobija hasta ahora.

Pasado un año postulo y quedó aceptado para trabajar en esa inmensa industria, que en esa época estaba en manos de los gringos la explotación del cobre. Era la época que a los capataces, algunos empleados con estudios técnicos y con certeza a los que tenían estudios Universitarios les pagaban con dólares. En esa época entro a trabajar el huaso Juan Carlos. Tenía 17 años.

Ahora lustraba 49 años y estaba casado hace 19 años. Se había casado “viejo” para la época. La mayoría de los hombres a los 25 ya estaban casado y con hijos. Se decía del hombre mayor de 30 que era soltero que era un mujeriego, vividor, parrandero, mal proyecto de casorio y del varón mayor de 40 que era soltero lo que se decía eran todo lo que se pudiese ocurrir en términos de dudar de su hombría y sexualidad.

El huaso Juan Carlos hizo muchas cosas antes de casarse que para él eran prioritarias. Trabajo como mula, a lo bruto y disciplinadamente para ganarse su dinero de buena manera y ahorrar al máximo. Fue ascendiendo, lo hizo. En 10 años logro traer a su madre y hermanos. Hubo también entretanto algunos pololeos de corta, mediana y algunos de largo alcance y también hubo decepciones y falsas ilusiones. Y así pasaron 15 años y a los 32 años se casó, contrajo nupcias.

De la esposa nunca hablo mucho el. Pololearon 5 meses y a los 8 meses se casaron. Era una mujer bonita, muy joven para él. Era 10 años menor, tenía 22 años cuando la conoció. Era esa mezcla rara de niña inocente con mezcla oculta de mujer fatal, esa que seduce lentamente hasta llevarte al borde del precipicio y sin darte cuenta, te hace caminar kilómetros y kilómetros en esa condición, hasta cuando llega ese empujón que se siente como un verdadero alivio al ir cayendo al vacío, a la nada, a la no explicación, al sin sentido, a lo absurdo. Si, fue un misterio de donde llego ella, pero la tesis más aceptada en el mundo underground o subterráneo del pelambre y cuchicheo de las típicas amigas envidiosas y feas casi siempre, era que la esposa del huaso Juan Carlos tenía sus orígenes en la zona sur de Chile, más allá de Concepción y que él la encontró en uno de los viajes de vacaciones que hizo, en una boite, de esas típicas que hay allá en el sur para los huasos. Esas boite llenas de rancheras, vino y peleas por las mujeres que están en la estancia.

Esos cuchicheos y pelambres duraron los 6 meses iniciales del matrimonio, pero la mujer del huaso, con sabiduría y astucia supo hacer callar su realidad que la había perseguido hasta ese lugar, sin tenerle piedad. Si, ella era la mejor mujer de ese lugar cuando llego el huaso y se enamoró de ella. Era la más bella y la más cara de la comarca. Y el huaso pago muchos miles de pesos para estar con ella. Y ese poder económico, ella lo admiro demasiado y por eso dijo que si, cuando le propuso irse al norte con él, para que después de un tiempo se convirtiera en su mujer. El sabia en su fuero interno que ella no podía amar a nadie, menos a él. El solo esperaba que el tiempo hiciera el milagro. El solo le exigió fidelidad. Ella acepto.

Ella quedo embarazada inmediatamente. Fue una hermosa niña la que nació. Después vinieron 3 embarazos más pero ninguno llego a buen puerto. Decidieron en común acuerdo que se quedarían solamente con la niña y que serían muy felices viviendo por y para ella.

La hija tenia ahora 18 años, estaba cursando cuarto medio y daría la PSU. Quería estudiar Bioquímica y tenía notas en su colegio para poder ingresar a la Universidad Católica que era su mayor sueño. Ella era intelectualmente y físicamente una jovencita sorprendente por sus capacidades y belleza. Se veía como una mujer fatal. Llena de sensualidad, pasión y rasgos claros de lujuria cuando, por ejemplo, jugaba mordiéndose su gordo labio inferior, para ir soltándolo lentamente, sintiendo la mirada atónita del o de los hombres que la observaban mientras ella se hacia la distraída.

No tenía pololo, tenía excelentes notas en su colegio, era una destacada nadadora y había ganado varias competencias a nivel nacional. Fue elegida reina de la ciudad en el aniversario del año anterior y su sector habitacional se movilizo para lograr que fuera dueña de esa corona. Si, la hija del huaso Juan Carlos eran Venus y Eros en conjunción. La perfección misma hecha mujer. Esa era su hija.

Y su mujer, su mujer ya era “Doña”, la señora del Huaso Juan Carlos, querida, pero sobretodo respetada por todos, por su carácter. Nadie se atrevía a decirle nada que le pareciera mal, porque le temían. Le temían a ella, a su carácter, a su pasión a ese torbellino que era ella y dejaba su estela a su paso. Obviamente que nunca perdió ese don, el de hacer notar, pero también se preocupó de hacerle saber a toda la comunidad cercana al huaso Juan Carlos, comunidad minera sobretodo, que tienen perfiles de comportamiento social muy especiales, basados principalmente en principios valóricos que distan mucho de lo espiritual y humano. Recuerdo dos dichos que derivan de ese tipo de Comunidad. “El piojo hinchado” referido a aquella persona que fue en sus comienzos de extrema pobreza y que después de un tiempo, al tener un buen trabajo, se las da de que siempre tuvo mucho y exige derechos en nombre de lo que tiene. Y el otro dicho era “A quien le ha ganado este”, sobretodo refiriéndose a personas ajenas a su propia comunidad, la minera. Si, la mujer del huaso Juan Carlos era un miembro destacable dentro de la comunidad en que vivían y eso lo hacía sentir muy orgulloso.

Por eso, casi se desmaya cuando su mejor amigo y compadre de bautizo de su hija se lo dijo: Juan Carlos, la comadre te está cagando con otro. Sus piernas temblaron perdiendo fuerzas y su cabeza sintió algo raro y sus párpados aumentaron su frecuencia y la visión por un instante fue borrosa.

Se recuperó inmediatamente tomando una bocanada de aire y pregunto. ¿Quién es?, ¿Lo conozco? Es ese huevón taxista, colectivero. Ese pendejo de 25 años que nos viene a parchar el equipo de futbol cuando jugamos contra el otro sector de la población.

Ah ya. Gracias compadre. Y no se habló más del tema.

Fue a la sección de acumulo de ácido desde donde e enviaba ácido a todas a aquellas secciones con laboratorios de mineralogía, en pequeñas cantidades muy distinta a los pedidos industriales que hacían otras industrias del país o del extranjero.

Le pidió al encargado que le diera 1 litro de ácido sulfúrico al 100 %, era el más peligroso, el que reunía más requisitos de cuidados y precauciones en su uso, por lo que le costó un poco convencer a su compañero de trabajo que lo quería para hacer una prueba experimental secreta, pensando en mejorar un proceso, en el marco de circulo de calidad al que el pertenecía y que buscaba mejorar la calidad de la gestión en su trabajo, disminuyendo los accidentes del trabajo. Fue difícil, sobretodo porque le pidió que no registrara nada de ese pedido, pues sospechaba de un jefe que le tenía envidia y no lo dejaría seguir con el experimento. Al final de muchos dimes y diretes en buena onda, el huaso logro convencer a ese ejemplar empleado de esa prestigiosa empresa que le diera el litro de ácido sulfúrico.

Había avisado a su esposa que tenía turno de mañana por tercera vez saliendo de un turno de noche, es decir, había avisado tres veces que iría a doblar por lo que no volvería a casa hasta pasado el mediodía. Se iba al atardecer y no volvía hasta pasado el mediodía del otro día. Era solo cosa de esperar. El practicaba la pesca en ese río de su provincia, ese el más largo del país y que causaba risa cuando él lo decía, porque por la ciudad pasaba como un simple riachuelo y en algunas partes como acequia, según los entendidos. Como buen pescador, sabía que debía elegir el mejor lugar, la mejor carnada y tener mucha paciencia hasta que el pez se comiera la carnada completa.

Se ubicaba frente a su casa a observar, a vigilar, a esperar a que llegara la presa. Y tenía paciencia. Permanecía inmóvil horas y horas mirando directamente a la casa desde un lugar donde no levantara sospechas y donde no lo pudieran ver. Sabía que ese era el horario que elegían para verse. Lo dedujo. Ella quedaba sola, pues la hija se iba al colegio, así que era el momento propicio. Y tenía que ser allí en su propio hogar, pues donde quisiera ir ella fuera de la casa, lo hacía con él o con su hija.

Vio llegar el auto. Se estacionó cerca donde estaba el y se tuvo que ocultar rápidamente para no ser descubierto. Del auto se bajó el conductor, el flaco de 25 años, se bajó el amante de su esposa. Pero inmediatamente se abrió la puerta del copiloto del auto y bajo otro joven de edad parecida o un poco más joven y salieron caminando rauda y sigilosamente hacia la casa, su casa. Eran las 08:45 h. Todo coincidía según sus cálculos. Su hija ya debía haber tomado el furgón que el pagaba y que la pasaba a buscar por la puerta del patio, pues había otra amiga que se subía al mismo furgón y vivía al frente de ellos.

Dejo pasar un tiempo prudente. ¿Que era tiempo prudente se preguntaba el?, sobre todo si sentía que cada segundo era un año y cada minuto que pasaba un siglo. La perra ya no se apareaba con uno solo, no le era suficiente. Ahora quería dos. Por eso que dudaba para poder saber cuál era el tiempo prudente para que el señuelo fuese comido completo y poder tirar la caña de pescar. Lo definió en media hora.

Palpo el objeto cilíndrico de hierro que llevaba en un bolso de cuero que usaba para llevar su vianda al trabajo. Ahí estaba su instrumento justiciero. Ahí estaba la sentencia de su destino. Ahí estaba el empujón al precipicio. Caminó decidido hacia su casa. Abrió con calma y sigilosamente la puerta de entrada. No quería sorpresas para nadie. Camino rápido, raudo y casi a ciegas los pasos para llegar a su dormitorio, el dormitorio matrimonial. Se paró en el umbral de la puerta, tomo aire, abrió el tubo que contenía el ácido. Escucho los resoplidos de la perra en celo, abrió la puerta, los vio, se acercó un poco pues todavía no lo sentían venir, ni tampoco lo harían. Estaban anillados y entregados al placer bestial. Ella cabalgaba arriba de él, brazos estirados al cielo cabeza tensa, ojos cerrados, sonidos y jadeos guturales. Fue un segundo que duro un siglo y no quiso saber más ni ver más. Un movimiento del tubo dirigido hacia ella y el segundo que contenía la mayor parte del ácido para él.

Ambos abrieron los ojos y al instante supieron lo que pasaba. El olor a carne chamuscada se confundía con los leves quejidos de los perros amantes agonizando para su bendita, vengativa y eterna felicidad.

Volvió el rostro al escuchar ese alarido suplicante y la vio. Una sombra se escurría por detrás de ella. Quedó paralizado al descubrir la otra verdad.

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