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Una velada inesperada

Pasadas dos semanas desde que mi esposa se atrevió a tener sexo con un desconocido, en un pequeño bar swinger, volvimos a considerar la posibilidad de repetir la experiencia, quizá con un poco más de conocimiento sobre cómo abordar las situaciones y cómo comportarnos a la hora de que se nos presentara la oportunidad.  En general, no teníamos idea de cómo anunciar que estábamos disponibles para tener una experiencia sexual con quien estuviera interesado. Hasta ahora estábamos aprendiendo y éramos inexpertos.

Así que volvimos a visitar el bar swinger. No había muchas parejas aquella noche, pero sí varios hombres solos. Imaginé que sería cuestión de tiempo que ellos nos abordaran, porque nos miraban y conversaban entre ellos una y otra vez. Nelly, la mujer exhibicionista que habíamos visto la vez anterior, también estaba allí. En su mesa se la veía a ella, acompañada de su esposo y otras dos parejas. Como esperábamos, con el paso del tiempo, ella se levantó de la mesa y se dirigió al centro de la pista de baile donde, al compás de la música, realizó un entretenido y atrevido striptease. En desarrollo de su acto, ella se paseaba por todas las mesas, arrimando su vagina a la cara de los caballeros que allí estaban, frente a sus parejas, quienes reían y aplaudían las ocurrencias de ésta desenvuelta mujer. Al final, cuando la música estaba próxima a concluir, ella se sentaba en una silla, levantando y abriendo sus piernas, exponiendo su sexo a la vista de todos.

No pasó mucho tiempo para que se nos acercara un muchacho e invitara a bailar a mi esposa. Ella aceptó y ambos se dirigieron al centro de la pista de baile. Las tandas de música se sucedieron una tras otra, pero, la verdad, aparte de bailar de manera normal, no percibí que aquel muchacho hiciera algo que la calentara a ella y más bien se veía que bailaban y conversaban animadamente. Al rato, sin embargo, al terminar una de las tandas, ellos, en lugar de regresar a la mesa, se dirigieron a la sala de fantasías. Él iba adelante y la halaba a ella, que iba cogida de su mano, ligeramente atrás. Ni siquiera voltearon a mirarme, así que me levanté y les seguí, quedándome a la entrada de la sala, mirando lo qué iba a suceder.

El, en ese escenario, de inmediato mandó sus manos a los senos de mi mujer y trató de besarla, pero ella, por alguna razón lo evitó, aunque dejó que le acariciara sus senos. Estaban abrazados y, al parecer, la situación iba tornándose más caliente. El muchacho, hábilmente, desabotonó la falda de mi mujer, de modo que esta cayó al piso, quedando ella vestida únicamente con sus pantimedias, pero, por alguna razón, ella se separó de él. Algo le decía mientras recogía su falda y se la acomodaba de nuevo. Puedo decir, que se arrepintió. Y sin más, salió de allí dirigiéndose a nuestra mesa, sin darse cuenta que yo estaba a un lado de la puerta.

De modo que llegue a la mesa cuando ella ya estaba sentándose. Y ¿ya se cansaron de bailar? pregunté. Creo que sí, me respondió. ¿Qué se hizo el muchacho? Insistí. Me dijo, no sé. Pasaron unos minutos y el joven volvió a aparecer. Me dijo que lamentaba que él no fuera del agrado de ella y que quizá en otra ocasión se pudiera lograr algo, porque no había sido el momento aquella noche. Bueno, le dije yo, en este caso no puedo decir nada, porque es ella quien decide si lo hace o no, y no hay ninguna obligación ni compromiso con nadie. Entiendo, le dije, que uno puede sentirse un poco frustrado y hasta engañado, pero si la mujer dice que no es no, y no hay nada que hacer. Yo no la puedo convencer. Si, lo entiendo; esto es así, dijo. Solo venía a despedirme y a decirles que me encantó conocerlos y que quizá en otra oportunidad se pueden dar las cosas. Y no siendo más, se retiró.

Quedamos mi esposa y yo ahí, solos, y comentamos acerca de lo sucedido. Me dijo que ciertamente se había excitado y que había sentido miedo, de manera que no quiso seguir adelante. Hablamos sobre esa percepción y cómo manejarla, pues resultaba ambiguo que nosotros buscáramos esas experiencias si no estábamos seguros sobre lo que realmente queríamos. Comentamos que tal vez lo que queríamos era ver cómo funcionaban las cosas y no necesariamente ser partícipe de ellas. Sin embargo, para ello, teníamos que compartir situaciones y experiencias.

Estábamos ahí, dedicados a conversar, cuando una mujer me invitó a bailar. Yo acepté. Se trataba de una de las acompañantes de Nelly, aquella mujer que hizo el show y que aún estaba en el lugar. El marido de ella, simultáneamente, sacó a bailar a mi mujer. Ella también aceptó. Entre baile y baile, aquella mujer me invitó a acompañarlos, a su residencia, manifestando que podíamos conocernos mejor y pasar un rato agradable. Le dije que iba a consultar con mi esposa, pero ella se me adelantó pues ya le habían hecho la misma propuesta y sin decirme nada, había aceptado. Me indicó que le llamaba la atención ir allí…

Bueno… Estando los dos de acuerdo, pronto nos vimos metidos en un taxi, acompañados por otras dos parejas, yendo quién sabe a dónde. Y lo cierto es que la naturaleza de la propuesta y la presencia de los acompañantes nos causaban cierto temor, pero aun así seguimos adelante.

El sitio estaba bastante retirado de donde nos encontrábamos. En el trayecto paramos en una droguería. Ellos estaban buscando reservativos, pero no los consiguieron. Y poco después llegamos a un taller de mecánica. A mí me entró cierta desconfianza, pero ya estábamos metidos en el cuento, así que seguimos la corriente. Entramos al lugar y nos dirigimos a un segundo piso donde, para nuestra tranquilidad, había una vivienda; un apartamento modesto, pero cómodo y bien dispuesto.

No más llegar nos acomodamos en la sala. Ellos empezaron a preguntarnos sobre lo que había sucedido en aquel lugar swinger, así que les contamos la experiencia. Ellos estaban intrigados sobre por qué yo no participaba y solo miraba. Les indicamos que éramos nuevos en aquello y que realmente teníamos dudas sobre cómo debíamos comportarnos, pues no había confianza con las personas que recién conocíamos.

Las dos mujeres se miraron pícaramente y empezaron a decirle a mi mujer, que si lo que quería era aventura, ellas se lo podían proporcionar. Y así, diciendo y haciendo, en aquella misma sala, en frente de tres hombres, donde yo me incluía, empezaron a desnudarla y a manifestarle que le iban a chupar el coño para que gimiera hasta más no poder, que iban a acariciarle la cuca para que aprendiera lo que era gozar el sexo y cada una de ellas se ufanaba de todas las conquistas que habían hecho.

Ellas también, poco a poco, se fueron desnudando. De modo que bien pronto los hombres que estábamos ahí pudimos ver a tres mujeres que se besaban y acariciaban frenéticamente. Ellas ocupaban sus manos en cada espacio del cuerpo de mi esposa, una la besaba y le acariciaba los senos mientras la otra chupaba con fascinación su sexo y le acariciaba sus nalgas y piernas. Después, cada una de ellas se montaba en su cara para que ella le chupara sus sexos, lo cual hizo sin decir una palabra.

Debo decir que aquella imagen era bien excitante. Mientras lo hacían, aquellas mujeres proferían frases de todo tipo, lo cual calentaba aún más el ambiente. Uno de los hombres se desnudó y empezó a masturbarse viendo aquella escena. Y el otro, al poco tiempo, hizo lo mismo. De modo que ahora eran cinco personas desnudas, en un cruce de cuerpos, que se rozaban uno a otro.

Los hombres empezaron a acariciar a sus mujeres, quienes no dejaban de prestar atención a mi mujer, quien se estaba preocupando un poco pues pensaba que aquellos dos animales la iban a penetrar y eso nunca lo había considerado, además que se encontraba muy a gusto con la atención de aquellas dos damas.

De pronto, y sin decir una palabra, ellas dieron espacio para que sus maridos atendieran a mi mujer. Uno de ellos se dedicó a chupar su sexo mientras que el otro puso su miembro en la boca de ella para que le deleitara con una delicada mamada, lo cual hizo de manera por demás obediente. Luego, aquellos dos cambiaban de posición, así que la señora pudo deleitar dos miembros, uno a uno…

Nelly, se quedó mirando la escena, y la otra mujer vino a mí para mamar mi miembro, que estaba erecto ante tanta excitación. Ella jugueteó conmigo y yo traté de penetrarla, pero me dijo que sin condón era mejor evitarlo. Me sentí cortado, pero acepté su punto de vista. Y dejé que me lo mamara, todo lo que quisiera, hasta que, ya no aguanté, y me vine en su boca. Ella siguió en su tarea, trago mi semen y me dejó limpiecito. Y al final, con una sonrisa picarona, me dio un beso, que me supo un tanto salado.

Mi mujer, que seguía en manos de aquellos, se mostraba un tanto preocupada porque el contacto de aquellos era bastante cercano y en cualquier momento podía ser penetrada. Sin embargo, aquellos prometieron que no lo harían, porque no tenían preservativos, y se dedicaron a besarla, acariciarla, a frotar sus sexos contra el de ella, todo dentro de un respeto que causaba admiración y también mucha excitación.

Uno de los hombres volteó a mirar a una de las mujeres y dijo, comadre, con usted si tengo confianza, y sin decirse nada más la fue penetrando. Tanto mi esposa, como yo, vimos como aquel penetraba a esa mujer. Había mucha familiaridad. Nelly, la esposa de aquel hombre, tan solo miraba, sin decir palabra. El dispuso de ella en varias posiciones y así estuvieron un rato. Pero, de pronto, el volvió a dirigir la mirada a mi mujer, que estaba siendo atendida por su compadre, el esposo de la mujer a la que acababa de penetrar.

Ahora, los dos hombres, nuevamente se dedicaron a atender a mi esposa. Ella, para nada, rehusaba lo que estaba sucediendo, y les permitía que la tocasen e hicieran con ella lo que fuera. Parecía que disfrutaba el momento tal como se estaba presentando. Los dos machos se la turnaban, la volteaban como si la fueran a penetrar por su culo, pero lo único que hacían era frotar sus miembros contra su piel, por delante, por detrás, a brindárselo para que ella lo mamara hasta que, en un momento dado, aquellos hicieron explotar sus vergas en chasquidos simultáneos. Prácticamente se masturbaron con ella. Pasado esto se quedaron allí, reposando un rato y, pasados unos minutos, nos invitaron a que les dejáramos, pues podíamos gozar mucho más en el futuro, fue lo que dijeron.

Para mi fue extraño, pues nunca había tenido la oportunidad de ver a mi mujer sumergida en un bacanal como ese y percibir como disfrutaba. Para nada le importó que se tratara de extraños. Su cuerpo respondió a las caricias de todos ellos y gozó lo que en su momento sintió. Poco después y pasado el agite de todo aquello, nos despedimos. Ellos, desnudos, como estaban, nos acompañaron hasta la puerta, no sin antes darle a mi mujer un último apretón en las nalgas y un beso de despedida. Ella, casi que decide quedarse nuevamente…

Después, ya en nuestro hogar, conversamos sobre lo que había pasado. Me pasó por la mente pensar que ellos, vengando al muchacho que había rechazado mi mujer en aquel lugar, y que a lo mejor era conocido, hicieron todo lo que él no pudo hacer. De todos modos, quedó pendiente que la penetraran, no sé si por la excusa de la falta de condones o, a propósito, para que ella se sintiera también un tanto rechazada, y frustrada ante lo que pudo ser y no fue. Lo cierto es que aquello fue una velada inesperada.

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