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Yo soy la Paca

Me llamo Paca, a mis 23 años había decidido dejar el lugar donde vivía, no era ni más ni menos que un lugar campesino alejado de toda metrópoli urbana, campestre, de pocos habitantes, donde todas las labores eran dedicadas a lo rural, tenía esas ansias de aventura, de vivir, y a pesar de tener novio había decidido ir a la ciudad, por medio del delegado de la cooperativa, el cual me había conseguido un puesto de trabajo en una hacienda a un kilómetro de la gran ciudad.

Pese a las exigencias de mi novio, decidimos cortar una relación de 5 años. Tenía esas ansias de desenvolverme en la ciudad, conocer gente, vivir esa sociedad actual, aquí me sentía estancada en un remoto lugar. Mi novio, era trabajado, auténtico virtuoso en el arte de la ganadería, el surcado de tierras áridas y poda con tijera a una mano, así como el ordeño a ambas manos. Cedió, no sin resquemor encolerizado y con reprimendas, como si yo fuera de su propiedad. El destino estaba escrito y partí. Aún recuerdo las peroratas de mis padres, enfrascados en ese pensamiento “la tierra es heredada y hay que cultivarla, lo hemos hecho generaciones”.

Había leído revistas de moda, quería entrar en ese mundillo de la vida moderna, y no ese “mañana viene la siega, vendrá la máquina”.

Soy corpórea, mi cuerpo está muy marcado; soy nervuda y sólida, de un tetamen generoso y altivo, de una estatura aceptable, morena de cara angulosa, mis ojos dicen que son como soles. Tengo un culo muy marcado y armónico, soy una mujer con un porte fornido, sin sobrantes musculares de grasa. Muy asentada en el suelo.

Llegué a la hacienda, desde la cual se divisaba la ciudad, cosa que hizo que el corazón me diera un vuelco, vislumbraba lo ansiado, los vestidos, el ambiente, incluso ese día, mi primer día usaba uno de los tangas que había comprado por correo, incluso me había depilado toda; me molestaba el hilo en la raja del culo, no estaba acostumbrada, pero me sentía más moderna, más mujer, era una sensación de adoración a lo nuevo.

Fui presentada en la hacienda, el único inconveniente es que durante unos días tendría que ayudar en las labores de jardinería y cuidado de animales, nada que ver con lo que estaba acostumbrada. Además Braco, el capataz te dirá lo que puedes hacer, ya lo he informado —dijo la señora.

Esperé junto a las cuadras, no tardó en llegar una estridente moto, una Harley, tras ella una polvareda de tierra. Me miró tras sus gafas ahumadas, tenía un cigarrillo en la boca. Su bigote era blanco y espeso. Bajo de la moto con desenvoltura y se quitó el casco y dejo ver una cabellera canosa atada con una coleta. Era muy alto, su rostro era gastado, su frente llena de arrugas. Me escruto tras sus gafas y no tardo en ordenar a un mozo que limpiara a fondo la moto.

— ¿Tú debes ser la nueva? — dijo en tono autoritario.

— Sí… sí… — conteste algo nerviosa.

Entró en la cocheras y mando ordenes, pude oír de su conversación con el jardinero que me mandara regar o algo en que estuviera atareada, el jardinero le dijo que sí, que encontraría alguna tarea para la Paca. Entonces el capataz en tono despectivo dijo “aquí ponemos ese nombre a las vacas”. El jardinero le rio la gracia, no estando seguro si yo lo había oído.

— No te preocupes Paca, es algo particular el viejo, pero no es mala gente, quizá su tosquedad te habrá impresionado. A veces parece sacado de una película de pistoleros — dijo riendo — ahora ve a regar en el invernadero las macetas.

Pasé medio día haciendo pequeños quehaceres y al caer la tarde me sentí observada por el capataz a lo lejos, salí del invernadero debido al calor, él estaba en la explanada a unos cincuenta metros, imponente y altivo mirándome de forma descarada. Me sentí incomoda. Aunque mi estupor fue cuando se abrió la bragueta, saco su generoso pene y orino de forma abundante, para después mirarme tras sus gafas ahumadas y dar unas sacudidas al pene. Escupió en el suelo y se fue.

A la mañana siguiente fui requerida por el capataz, con aire arrogante me dijo que subiera en su moto, que tenía unos quehaceres en la otra finca. Incapaz de reaccionar y cohibida acaté. Notaba el calor del motor de la moto y el sonido del escape de la moto llenaba mis oídos. Me agarre a su chupa y la sensación de libertad era bonita. Paró ante una pequeña cabaña, se quitó las gafas y pude ver unos ojos de mirada cansada pero penetrante. Me dijo que entrara. Su seguridad me abrumaba, pareciera que todo estaba pactado de antemano. Una vez en la cabaña fui tumbada y fui gozada, parecía un toro salvaje, tuve que mamar a fondo, succionar huevos, me aplicó un cunnilingus denso y penetrante. Después me montó en misionero, emitía bufidos roncos al mismo tiempo que me comía la boca, tenía gusto a tabaco, su barba picaba. Se vino dentro de mi, yo también me vine, lo disfrute, pese a lo tosco de la situación. Nada más terminar se vistió y me dio prisa para irnos. Todo era cutre y hortera, pero no sé qué había en mí que no me podía negar.

A la mañana siguiente era mirada de reojo por el personal de la hacienda, me sentía extraña. Nada más entrar el capataz a la mañana siguiente me llamo a su pequeña oficina. Cerró y se quitó los pantalones quedando su pene como un mástil. Tuve que mamársela un buen rato, me atragantaba, me atenazaba la nuca, al final descargo un líquido espeso en mi boca. Salí con la cara roja, al pasar al lado de un mozo de cuadra me dio un Kleenex y me dijo “quítate el sobrante de los labios” tras una risa conejera. Al tercer día otra vez fui llevada a la cabaña, allí me dijo:

— Hoy me vas a poner el culo.

— Nunca lo he hecho — exclamé.

Y ese día recibí mi primera enculada, fue algo duro, pero lo gocé.

A la mañana siguiente volví a ser enculada, esta vez en las cuadras, al terminar la jornada.

Llego el fin de semana y por fin pude ir a la ciudad, fui de compras, todo me parecía enorme, inmenso, elegí unos grandes almacenes y compré un bañador a topos, tanga en la parte baja o como se diga, quería ir a la piscina que tanto había oído hablar en mi entorno, como si fuera un gran océano donde descargar esas ansias de juventud.

Llegó el domingo, la semana entrante ya entraba en la casa, dije a una de las chicas del servicio si venían, sentían aprensión hacía mi persona. Incluso me llegó a contestar, que no iba con putones… insolente… la verdad. Incluso le enseñe mi bañador e hizo ascos.

El domingo por la mañana ya estaba en una piscina, había ido con autobús, incluso en el recinto del complejo pude cambiarme. Me cambié en los vestuarios, salí, procuré menear el culo como si fuera una campana, notaba que mis nalgas iban acompasadas, una subía la otra bajaba, iba apechugada. Oí comentarios de mujeres casadas junto a los maridos, tales como “putón” o “puta verbenera”; en cambio los hombres me miraban, me hacía sentir mujer, el olor a cloro me molestaba algo, acostumbrado a ríos y charcas. Me tumbé en una tumbona y me puse unas gafas en forma de corazón que había comprado. Miré de forma lateral tras los lentes y vi que era observada, lo que me hizo sentir segura. Me sobresalto una cara negra, me pedía de forma amable el ticket de la entrada.

Se lo tendí, en su camiseta anaranjada lucía LIFEGUARD, era el socorrista de la piscina, me miró con simpatía y descaro, lo observé y se fue caminando a paso largo, mirada transversal, seguro de si mismo, al sentarse me dedicó una mirada de seguridad, su pose era altanera, negro como la noche, parecía un animal al acecho. Su compañero en contraste era blanco como la leche, pelo rizado, usaba gafas de cristal azul. Noté que charlaban, me miraban, me sentía el centro de atención. Volvió acercarse el negro, me hizo saber que si necesitaba nada se lo hiciera saber, me veía algo perdida.

No me lo tomé a mal, era la verdad, me dijo que si quería al terminar la guardia ellos me enseñaban las instalaciones, mi nombre, Paca, le resultaba extraño. Accedí, vi como los dos charlaban, estaban algo nerviosos, cuchicheaban entre ellos. Al llegar su relevo de socorristas, como si les corriera prisa vinieron, está vez los dos, que me harían un pequeño tour o recorrido como llamo el blanco.

Fui con ellos, éramos observados en el recorrido de la piscina por la gente, niños estridentes con berridos y chapuzones, mujeres cuarentonas con miradas despectivas. Bajamos una pendiente apartada y pasamos tras los motores de la piscina y entramos en un pequeño habitáculo, el negro dijo al otro al oído “es el único lugar factible, sin que se den cuenta”. El negro me dijo que me quedara en el pequeño cuarto, enseguida me enseñaba el sistema. Solo veía cuadros de electricidad y sonido de motores. Pude oír como discutían afuera los dos:

— Tú estás loco se van a dar cuenta, además la tía tiene actitud pasiva, parece algo retraída — dijo el blanco.

— No voy a desaprovechar una oportunidad así — contesto el negro.

— Siempre que quiera, claro — dijo el blanco.

— No ves que es carne de cañón, imbécil, pide a gritos polla — dijo el negro — por eso, ya que no cabemos los tres, entró yo primero y tú me cubres por si viene alguien.

— Bueno, date prisa, entonces.

Entro el negro, el blanco de sus ojos era venoso, me miraba con profundidad, se quitó la camiseta y vi su pecho musculado y negro. Me morreo, sentí gusto a saliva, cloro y olor penetrante a masculinidad. Me bajo la parte del bikini sin quitármelo quedando mis pechos a la vista, lo mismo hizo con el tanga, aparto a un lado quedando la rajita a la vista, me metió un dedo, estaba mojada, entonces metió dos. Se bajó el bañador y dejó a la vista una polla grande, nervuda descapullada y negra.

— ¿Has probado nunca una polla negra?

— No… no… — balbuceé.

De repente entro el compañero, algo nervioso.

— Hay moros en la costa, ¡empezad ya!

— ¡Come un poco de polla negra, nena! — me dijo, al mismo tiempo que me bajaba la cabeza y me atenazaba la nuca.

No podía abarcarla toda, me atragantaba, me venían arcadas, babeaba. Vi que el otro compañero se estaba masturbando mientras miraba nervioso por la rendija de la puerta.

— ¡Métela ya! Nos van a pillar — dijo el compañero.

Entonces el negro hizo que me girara y apoyara las manos en la pared ya que el sitio no daba para más. Noté que me apartaba el hilo del tanga y buscaba la altura adecuada para penetrarme.

— ¡Bájate más Paca! No estoy a nivel de tu coño.

Me incline un poco más y note que en un movimiento de abajo arriba era penetrada, quedo un momento parado.

— ¡Dale ya! ¡pistoneala! — dijo apremiante el compañero.

La embestida inicial hizo que pegara con la cara a la pared, apoye mejor los brazos y volví a sentir otra embestida. La notaba bien adentro. Empezó un alocado mete saca, estaba en frenesí histérico, me empezó a palmetear las nalgas, las abría y me embestía. En roncos bufidos decía:

— ¡Toma! ¡Toma! ¡Por puta! ¡Flípala! ¡Toda adentro! ¡Aúpa!

El compañero nos miraba y se pajeaba, suspiraba, sus ojos estaban en blanco. Yo gozaba como nunca, mi respiración era jadeante, empezaba a, grite DAME QUE ME VENGO YA. Entonces el compañero dijo al negro:

— ¡No te fíes de la puta, no llevas forro, vacía afuera.

Saco su polla y me abrió el culo, escupió sobre él y me penetro. Fue un dolor agudo, pero placentero, llegó a meterme medio polla y ya se vino de forma abundante con un rugido de león, mi coño también goteaba. Exhausta intente levantarme, pero el compañero me había introducido su polla en mi boca y deslefaba, note la viscosidad, el semen me llego a la garganta. Escupí lo que pude, vi que los dos se subían los bañadores y el negro se colocaba la camiseta. Me invitaron a salir, en un impulso di un beso en la boca al negro, tras el cual me escupió en la cara y me dijo “puta”. Se fueron, me quedé afuera, estaba mareada, me coloqué bien el bikini y el tanga, volví a hamaca. Pronto oí “mira la puta guarra” “no tienen decencia”. Note que me bajaba semen a través del tanga, también llevaba restos en los labios. Entré en la piscina, el tacto del agua era agradable. Pronto una voz me insto a salir, dos guardias de seguridad estaban de pie, al salir me instaron a abandonar el lugar por indecencia pública.

La suerte no iba conmigo en cuestiones laborales y fui despedida de la hacienda por la también mencionada “indecente” que llevaban por montera. El día de mi ida el capataz me miró y escupió en el suelo.

Encontré trabajo de camarera en un bar regentado por estibadores, de los cuales me acosté con unos cuantos. La semana posterior al nuevo trabajo y habiendo conocido a una chica me invito a un gang bang. No entendía la expresión, pero pronto me aclaró que era entregarse a un grupo de y hombres.

Tuvo lugar en una nave usada por los estibadores del puerto. Se presentaron seis hombres, de entre los 20 a los 50 años. Mamé a todos, fui follada y enculada por casi todos durante toda la noche. Mi cuerpo estaba viscoso, apenas podía ver a través de los ojos de tanta esperma. Primero mamaba uno por uno, después tendida en una mesa fui penetrada, casi todos deslefaban encima de mi cuerpo, cara. Después, vinieron las enculadas. Gran experiencia.

Al año volví a mi pueblo rural, llevaba un bebé con los mismos ojos que el capataz de la hacienda. Mis padres casi renunciaron a mi, aunque no llego la sangre al río, mi antiguo novio ni me hablaba. El señor de la cooperativo que me había encontrado el trabajo en la ciudad vino a verme y me dijo que le habían hablado de mi, que le sabía mal. Solo dijo, lástima que no hubieras vendido tu coño, te hubieras forrado.

Quizá tuviera razón, pero me siento puta por devoción, convicción y decisión propia.

 

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