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Dominado en el colectivo (2)

Versión de ella de la primera parte y continuación de la misma.

Mi vida ha sido bastante fácil. Comprendí casi desde que tengo uso de razón el poder que tiene un gesto, una sonrisa, una mirada. Mucho mayor al poder de la palabra. Aprovechándome de eso conseguí casi siempre lo que quise, sin por esto volverme malcriada. Al crecer descubrí que mi sexualidad podía ser igual de poderosa. Una insinuación en el momento y lugar adecuados fue normalmente todo lo que necesité para conseguir mis propósitos. Claro que esas insinuaciones tienen que validarse con actos. Una vez perdido el encanto es imposible recuperarlo.

Al instinto de lo que un gesto puede lograr en el otro quise sumarle sustento teórico. Me fascina la mente humana. Conocer sus motivaciones, sus miedos. Es por eso que estudié psicología. Tenía en ese entonces 19 años y estaba en el segundo año de la carrera. Soy de una ciudad del interior y vine a la capital a estudiar. Mis padres tienen un buen pasar económico y pude alquilar un departamento donde vivía sola.

Desde la primera vez que vi a Marcelo quise hacerlo mío. Ya lo había visto en el colectivo en algunas ocasiones, pero siempre se había fijado en otras mujeres. Mujeres que si bien eran más atractivas que yo no supieron apreciar a un hombre como él. Cansadas, imagino, de que los hombres babearan por ellas solo vieron la superficie. Otro pajero que se les quedaba mirando. Yo vi más allá. Vi un hombre torpemente tímido y muy respetuoso, que entendía cuando estaba molestando al otro y dejaba de hacerlo. Y que con eso anteponía los deseos de ese otro a los suyos. Suponiendo que ese otro era superior.

Tampoco le jugaba a favor su poca belleza. No es que fuera feo pero, a diferencia de mi, no se ocupaba en realzar sus virtudes ni esconder sus defectos. Yo, consciente de que la naturaleza no me favoreció en el aspecto físico (soy lo que se dice nadadora olímpica, nada de pecho y nada de espalda) busco atraer la atención, por ejemplo, tiñendo mi cabello de un llamativo color azul. Marcelo en cambio parecía querer pasar desapercibido, en contradicción a la actitud casi babosa que solía tener con las mujeres en el transporte público.

Dado su poco disimulo y su consecuente nulo éxito no podía imaginar que su conducta resultaría atractiva para alguien y mucho menos alguien a quien doblaba en edad. Por eso su sonrojo al ver que le correspondía sus miradas y que, a diferencia de lo que su experiencia marcaba, me senté a su lado consiente de que me había observado. Fue adorable ver como rehuía de mi mirada a pesar de saber que no me había molestado. Observé en ese momento el anillo en su dedo anular izquierdo, lo que lejos de desanimarme me convenció de que lo haría mío. Si miraba casi desesperado afuera de casa es porque puertas adentro no lo apreciaban como él quería.

Me divertí viéndolo debatirse entre mirarme o no. Esperé paciente a que se volteara hacia mi y mostré mi mejor sonrisa cuando lo hizo. Algo en mi interior me decía que si no lograba contenerse tarde o temprano caería a mis pies. Ni en mis mejores sueños imaginé que sería tan rápido. Disfruté el tímido escrutinio al que sometió mi cuerpo. El saber que era no solo permitido sino también deseado lo hizo mucho menos torpe.

Confirmé que lo había atrapado al ver el pequeño bulto que se formaba en sus pantalones. Ya había mordido el anzuelo, solo me quedaba sacarlo del agua. Le hice notar que su excitación no me era indiferente relamiendo mis labios. Cuando se giró nuevamente hacia mí tiré un poco de la cuerda acariciando su pierna con mi pie. Pensé que su timidez no lo dejaría avanzar más ese día. Aun así le insinué que quería que me siguiera. No perdía nada con intentarlo.

Su actitud cambió radicalmente en ese momento. Toda duda o conflicto moral desapareció de su ser y se entregó por completo a mi. Pude sentir su mirada clavada en mi espalda durante todo el camino desde la parada del colectivo hasta mi edificio. Me sentía excitada y poderosa. Muy poderosa. En ningún momento tuve miedo que pudiera hacerme algo. Si bien sé que muchas veces las apariencias engañan todo lo que había visto suyo gritaba que era inofensivo.

La última decisión que tomó fue cerrar la puerta de mi departamento. Hasta ese momento era libre. Libre había decidido mirarme en el colectivo, responder a mis insinuaciones y seguirme hasta ahí. Tuvo todas esas oportunidades para no entregarse a mí y en cada ocasión decidió hacerlo. Ya no había marcha atrás. Era mío.

Consciente del poder simbólico que tienen decidí que su entrega debía comenzar por mis pies. Su adoración a los mismos me hizo querer averiguar como trataría a mi sexo. De todas formas había dos motivos por los cuales no apurarme. En primer lugar no quería asustar a Marcelo yendo más rápido de lo que pudiera tolerar. Pocos minutos después me daría cuenta que no había nada que pudiera hacer ese día que lo asustara. El segundo y más importante motivo era que estaba disfrutando mucho de como estaba sucediendo todo.

Tan ensimismado estaba con mis pies que no se dio cuenta que lo estaba filmando. Conocedora de que los hombres tienen dos cabezas pero casi siempre piensan con la que no deben quise asegurarme que no cambiaría de opinión en cuanto la sangre fluyera normalmente hasta su cerebro. Cuando se lo hice notar Marcelo tomó una actitud que nunca dejaría de sorprenderme; lejos de molestarse fue más allá y se aseguró que su rostro quedara perfectamente retratado.

Ver su desesperación por adorar mi entrepierna fue una de las cosas más estimulantes de mi vida y por eso alargué el momento lo más que pude. Por suerte una vez que probó mi vagina se calmó un poco. Si bien la desesperación es excitante y adorable no es precisamente agradable que te coman la concha de esa manera. Si lo fue, y mucho, cuando bajó su velocidad. Sin tener mucha experiencia en el tema puedo asegurar que fue la mejor comida que había recibido hasta entonces. Todos mis amantes anteriores usaron el sexo oral como método para calentarme y poder metérmela. Marcelo lo usó solo para que disfrutara y la diferencia fue notoria desde el primer momento. La estimulación que recibía era física pero también mental; verlo y saberlo excitado y que siguiera anteponiendo mi placer me calentaba tanto como lo que estaba haciendo con su lengua.

Pensé que su prioridad cambiaría luego de que acabara pero no lo hizo. Simplemente bajó su ritmo y siguió dándome placer, llevándome lenta pero decididamente hasta un nuevo orgasmo.

De no haberlo separado de mi hubiera continuado adorando mi vagina. Si bien esto me resultaba muy excitante quería corroborar que su entrega no fuera solo sexual y por eso le pedí su teléfono. Me sorprendió nuevamente al entregármelo e indicarme la clave; me lo estaba dando para que hiciera con este lo que quisiera cuando quisiera. Me copié toda su lista de contactos y le envié el video que ya había filmado. Después instalé dos programas ocultos que me permitirían vigilarlo. Uno que me indicaría su ubicación y otro con el que podría ver todo lo que hacía con su celular. Fue irresistible verlo querer seguir venerándome y no animarse a hacerlo sin que se lo ordenara. Por eso le permití terminar de sacar mi ropa y ocuparse de mis pies cuando se decidió.

Cuando terminé con su teléfono había llegado el momento de validar mis insinuaciones y concluir mi dominio sobre él. Ver su adoración hacia mi cuando se quedó hipnotizado mirándome más que molestarme hizo que supiera que ya era totalmente mío. Verlo aguantarse hasta que lo dejé correrse fue muy excitante, pero más lo fue que acabara a mi orden y mucho más que sin que se lo pidiera me limpiara. Sabía, igualmente, que podría haberlo dejado sin correrse y aún así hubiera vuelto a mí. ¿Por qué lo dejé escapar entonces? Exactamente por eso, porque sabía que no se iría. Sabía que a menos que lo ignorara lo suficiente como para que otra mujer lo atrapara estaría a mis pies en cuanto lo reclamara. Y después del trabajo que me había tomado en conquistarlo no sería tan estúpida como para entregárselo gratuitamente a otra. Solo que en ese momento no estaba lista para acogerlo. Tenía que organizarme. Además quería estudiarlo y conocerlo un poco más para decidir si lo quería o no a mis pies.

Me excité cada día al observar que veía reiteradamente los videos. Fuera de eso su vida era bastante aburrida. Iba de su casa al trabajo y del trabajo a su casa y poco más. Solo activaba su teléfono para leer las noticias, escuchar radio, reproducir las grabaciones y dudar si escribirme, algo que no se si por respeto, vergüenza u otro motivo finalmente no hacía. Conociendo en cada momento su ubicación me fue fácil evitarlo y encontrarme con él una vez decidida. Su expresión al verme me convenció que había tomado la determinación correcta.

Quise jugar un poco con él y por eso no me senté a su lado. En todo momento supe que me estaba mirando. De vez en cuando lo observaba por el reflejo de la ventana y sonreía para mis adentros al verlo. Cuando el colectivo llegó a mi parada ya estaba decididamente caliente.

Me siguió otra vez en silencio, aunque me giré para sonreírle algunas veces. Me detuve antes de abrir la puerta del departamento

– Última oportunidad – dije casi en un susurro mientras jugaba nerviosa con las llaves.

– ¿para qué mi diosa? – preguntó Marcelo abrazándome por detrás e inspirando cerca de mi cuello. Su abrazo me tranquilizó. Volteé mi cabeza para verlo a los ojos.

– Para no ser mi esclavo – contesté sin pestañear.

– Ya lo soy – dijo desviando su mirada hacia el piso.

– Todavía no – respondí mientras abría la puerta y giraba todo mi cuerpo para enfrentarlo con el suyo – pero lo vas a ser muy pronto – tomé con suavidad su rostro forzándolo a mirarme y lo besé – entremos

Marcelo tardo unos segundos en seguirme. Aún algo confundido cerró la puerta. Me dirigí con dudas al sillón. Si bien había planeado mil veces la escena en mi cabeza ahora que se volvía real no estaba segura de como actuar. Los dos teníamos miedo de dar el siguiente paso, lo cual suena ridículo considerando lo que habíamos hecho la primera vez. Aquello había sido más espontaneo. No habíamos tenido tiempo de detenernos a pensar. Ahora éramos conscientes de la situación. Y eso nos paralizaba.

Se arrodilló rígido a mi lado. Me miraba alternativamente la cara y las piernas. Yo me reía nerviosa. Después de unos minutos acercó temeroso una mano a mi pantorrilla. Fue todo lo que necesité para tranquilizarme. Respiré profundo ante el contacto de su dedo con mi ropa. Acarició de arriba abajo mi pierna, cada vez con mayor seguridad. Luego de mi primer gemido quitó despacio mi zapatilla. Dio un beso sobre la media y procedió a quitarla. Inspiro el leve aroma a transpiración de mi pie y posó sus labios sobre mi empeine.

Antes de que continuara lo detuve en seco “Dame tu teléfono y después desnudate” ordené. Dejé el celular a mi lado y me acomodé a observarlo mientras se sacaba la ropa. Lo primero que hizo fue descalzarse, generándome una pequeña sonrisa. Me mordí un dedo sin quitarle los ojos de encima. Él tampoco dejó de mirarme mientras desabrochaba de a poco su camisa, su cinturón y su pantalón. Cuando terminó de desvestirse su miembro ya tenía un tamaño considerable. Se agachó de nuevo a mis pies pero otra vez lo detuve, devolviéndole su celular en este caso. “Si querés adorar mis pies transferirme toda la plata que tengas en tu cuenta. El alias es MI.DIOSA.AZUL”. Marcelo superó otra vez mis expectativas. No solo me transfirió el dinero, sino que fue más allá y me brindó los datos de acceso a su cuenta bancaria.

Lo dejé besarme y masajear mis pies unos minutos. Fue tan exquisito como la primera vez. Tenía algo de temor que el olor después del día de actividad lo ahuyentara, pero pareció calentarlo más. Yo me reía y disfrutaba recostada en el sofá. Quería acariciar su cabeza pero mis cortos brazos no lo alcanzaban y no pensaba desacomodarme para hacerlo. Cuando estuve lo suficiente excitada me levanté, dando un paso adelante por el impulso. No sé cómo lo hizo pero se reacomodó para seguir ocupándose de mis pies. Le ordené que se parara y lo rodee con mis brazos cuando lo hizo. Me acerqué a él hasta que su miembro rozó mi abdomen. Respiraba algo agitado.

Le mantuve la mirada unos segundos, observando divertida su creciente nerviosismo. Le sonreí y solicité que me sacara la remera. Su pene dio otro brinco al ver mis pequeños senos, con mis pezoncitos ya totalmente duros. Lo tomé con suavidad de su barbilla y lo besé acercándome a él hasta rozar nuestros pechos. Gimió en mi boca pero no se separó de mi. Al alejar nuestros labios pude notar sus ganas de chupar mis tetitas y le permití hacerlo. Acompañé su descenso por mi cuerpo con una mano en su cabeza. Bajaba despacio lamiendo cada centímetro de mi piel. Al llegar a destino se introdujo todo mi pecho derecho en su boca. Sin dejar aire entre mi cuerpo y sus labios chupó y lamió enfocándose principalmente en el pezón. Yo acariciaba su cabeza y gemía con los ojos cerrados.

Mucho antes de lo que imaginé se alejó unos milímetros de mí y continuó su camino descendente. Se detuvo en mi ombligo, tomó la cadenita entre dos de sus dedos y me miró suplicante. Lo atraje hacia mi como única respuesta. El contacto de su lengua con esa zona de mi cuerpo me resultó extrañamente placentero. Ahí si se tomó todo el tiempo que esperaba. Mis gemidos fueron aumentando poco a poco su intensidad. No sé bien cuanto tiempo después lo apretaba con mis dos manos contra mí.

“Seguí bajando” alcancé a susurrarle guturalmente. Cuando se separó de mi emití un largo gemido. Antes de que prosiguiera nuestras miradas se encontraron y nos sonreímos el uno al otro. Al llegar a mi cintura levantó otra vez la vista. Alcé mi ceja sin quitarle los ojos de encima. Acercó nervioso sus manos a mi pantalón y desabrochó con esfuerzo y torpeza el botón. Ahora era él quien no apartaba sus ojos de los míos mientras bajaba el cierre.

Su pene saltó otra vez al descubrir mi bombachita floreada. Había dudado si ponerme ropa interior más sexi. Su involuntaria reacción me confirmó que lo excitaba la humillación de ser sometido por alguien mucho más joven que él. Bajó mi pantalón esmerándose en no tocarme. Lo retiró con cuidado y en cuanto terminó de sacarlo se lanzó poseído a mi entrepierna. Sólo me dio un mordisco, lo que de todas formas casi me lleva al orgasmo, antes de alejarse de ella con su cabeza levantada buscando mi rostro. Sonreí mientras movía mi cráneo afirmativamente. A pesar de sus notorias ganas de verme completamente desnuda se comportó con cuidado. Tomó la última prenda que tenía puesta con dos dedos de cada mano y la hizo transitar despacio por mis muslos. Cuando alcanzaron mis rodillas se acercó a mi cuerpo sin soltarse. A los pocos milímetros de mi vagina empezó a soplar.

Estaba a punto de rozarme con su lengua cuando utilizando toda mi fuerza de voluntad lo detuve, fingiendo un convencimiento que no tenía. Me miró suplicante nuevamente. Acaricié su cara y comencé a hablarle

– Para poder adorar mi zona más íntima tenés que ser completamente mío – dije en forma pausada.

– Ya lo soy mi diosa – contestó de la manera que imaginé que lo haría.

– No. Todavía no lo sos – le sonreí – Una parte tuya todavía le pertenece a tu esposa – quiso desviar la mirada pero se lo impedí – tenés que dejarla para entregarte a mi.

Marcelo tragó saliva. Ese era el último paso y no sabía si ya estaba preparado para darlo. Esperaba que complacerme oralmente fuera suficiente motivación, pero no estaba segura que lo fuera. Dudó algunos segundos, que se me hicieron eternos. Después me miró a los ojos y me preguntó si me molestaría mostrar mi sexo, olvidándose que ya lo había hecho. Mi alivio, mi alegría, pero sobre todo la curiosidad por lo que había planeado me hicieron decirle que no. Me pidió que comenzara a filmarlo con su teléfono

– Hola querida – dijo mirando a la cámara – esta es la conchita de mi diosa – me senté y abrí de piernas y luego enfoqué mi vagina mientras me la abría con dos dedos – ella no me va a dejar adorarla hasta que no sea totalmente suyo – volví a apuntar hacia él – Así que te voy a dejar. Tengo que hacerlo para poder servir a mi diosa como merece. Ahora le pertenezco. No te lo tomes mal. Los dos sabíamos que nuestro matrimonio ya no tenía futuro – En ese momento se quitó la alianza. Una idea perversa cruzó por mi mente al verlo.

– Poneme el anillo – dije sin dudarlo y extendiéndole mi mano. Lo colocó en mi pulgar, que era el único dedo del que había chance que no se cayera – Besalo y sometete totalmente a mi.

Besó el anillo que hasta hacía instantes lo unía a otra mirándome a los ojos, atando su destino al mío. Ya siendo formalmente de mi propiedad se abalanzó hacia mi entrepierna. Yo seguía grabándolo. A pesar de suponer lo humillante que sería para su esposa verlo, la excitación de refregarle en la cara que le había robado a su hombre era más fuerte. Primero dio una larga lamida recorriendo mi sexo. Después se dedicó a lamerme y chuparme en forma lenta y profunda. Yo me acomodé en el sofá con mi piernas bien abiertas, los ojos cerrados y la mano acariciando su cabeza. Me pregunté si su ya ex mujer había disfrutado y apreciado la pericia y la devoción con la que realizaba sexo oral o si yo era la primera que gozaba de esas atenciones. Concluí que en cualquiera de los casos ella había sido una idiota, ya sea por no aprovecharlo o por ni siquiera haberlo descubierto.

El placer que estaba sintiendo se amplificaba al saber que ya estaba totalmente a mis pies y que su ex se estaba dando cuenta de lo que había despreciado. Ajeno a mis pensamientos, Marcelo seguía ocupándose de mi. A medida que mis gritos se intensificaban le dedicaba más tiempo a mi clítoris. Cuando lo apretó despacio entre sus dientes exploté en uno de los orgasmos más potentes de los que tengo memoria. En ese momento pegó sus labios a los míos y llevó su lengua lo más dentro de mi que le fue posible, alargando mi clímax con sus movimientos. Dejé de filmarlo y lo apreté fuerte contra mí con mis dos manos mientras no paraba de gemir.

Lo liberé creo que uno o dos minutos después. Otra vez continuó dándome placer recorriendo con besitos cortos el exterior de mi vagina. Yo gemía y me reía suavemente, mientras mis manos acariciaban su cara y su cabeza o apretaban mis pechos. Un gemido mas largo, producto tanto del placer como de la sorpresa, escapó de mis labios cuando me rozó con la punta de un dedo. Recorrió con este todo el contorno de mi sexo mientras me soplaba la parte superior del mismo. Al notar que era bien recibido lo introdujo dentro de mi, provocándome un nuevo grito de placer. Dejó el dedo en mi interior y levantó su mirada buscando mi aprobación. Asentí mientras mordía mi labio inferior. Acercó su lengua a mi piel al tiempo que empezaba a meter y sacar su dedo de mi cuerpo. Un escalofrío me recorrió entera cuando con su dedo alcanzó la máxima profundidad que le era posible en el mismo instante que su lengua rozó mi clítoris. Repitió el proceso aumentando de a poco la velocidad de su penetración y separando cada vez menos su boca de mi. Me puse de pie agarrándome de su cabeza y ya no le permití alejarse. No podía parar de gemir y gritar. En ese momento me metió un segundo dedo e imprimió a sus movimientos la mayor velocidad que era capaz de darle. Empecé a mover mi cadera al ritmo de sus dedos. Prácticamente estaba convulsionando. Me detuve cuando me llegó el orgasmo. Marcelo, comprendiendo la situación dejó quietos sus dedos y se dedicó solamente a chupar mi clítoris, haciendo que mi gozo sea mucho más largo.

Me desplomé en el sillón en cuanto terminé de correrme. Un último gemido salió de mi boca cuando sus dedos escaparon de mi. Respiraba agitada y no podía articular palabras. Solo sonreía y decía “guau”. Marcelo se acomodó entre mis piernas y empezó a besarme los muslos. Yo lo acariciaba y me reía. Mi respiración se fue normalizando de a poco y con ella retomé mi capacidad para hablar. Las atenciones de mi flamante adquisición iban de mis muslos a mis pies. Ya nuevamente en dominio de mi misma le ordené que enviara el mensaje. Estaba jadeando pero notoriamente feliz. Me recosté en el sofá y cerré los ojos, disfrutando de sus atenciones.

– Tenemos que mmmm hablar de algunas reglas – comencé a decirle con tono pausado y sin abandonar mi posición – pensá bien cada respuesta, va a ser la única vez que voy a considerar tu opinión. Si estás de acuerdo con lo que propongo vas a aceptarlo besando uno de mis pies – Tomó mi pierna derecha y besó mi empeine – mmmm así. Si lo que planteo excede tus límites vas a decirme – sus labios empezaron a subir por mi pantorrilla – ummm hasta donde estás dispuesto a llegar y yo voy a decidir – comenzó a acariciarme los muslos y aumentó la intensidad de sus besos – pará – le dije riéndome – que voy a excitarme de nuevo.

– Entonces me ocuparé otra vez de darle placer mi diosa

– Tentador. Pero estamos hablando de algo serio y quiero prestarle toda mi atención – dejó de besarme y se arrodilló entre mis piernas mirándome a los ojos – para poder después disfrutar sin distracciones de tu adoración, ¿no te parece mejor eso?

– Si mi diosa.

– Muy bien. Como te estaba diciendo, hoy voy a escucharte pero la última palabra será la mía – me agarró con suavidad mi pie izquierdo y posó sus labios en este – me alegra que lo aceptes, pero esto no estaba sujeto a discusión – dije sonriéndole para que notara que no estaba enojada.

– Lo sé mi diosa. Solo quería agradecerle que tuviera en cuenta mis opiniones.

– Muy bien. Pero espero que a partir de ahora seas más claro con tus intenciones.

– Si mi diosa – besó de nuevo mi pie – muchas gracias – sonreí.

– Así está mejor.

Las reglas que había pensado eran bastante simples y estaba casi convencida de que las aceptaría todas, pero quería que las cosas fueran claras desde el principio: Acatar todas mis órdenes, adorar cada parte de mi cuerpo como lo hacía con mis pies y mi vagina, llamarme “mi diosa” y tratarme de usted y hacerse cargo de las compras y tareas domésticas (estas normas fueron aceptadas sin que siquiera pestañee). Solo yo lo iba a hacer acabar y me comprometí a hacerlo una vez por semana si se portaba bien, aunque podría hacerlo una vez más si se esforzaba y me rogaba por ello. Además debía entregarme todo su dinero para que yo lo administrara, teniendo que pedirme cada día que le diera algo de plata para sus gastos diarios (pensé que estos últimos puntos le generarían dudas, pero solo debimos acordar el monto que le entregaría diariamente) y la pauta definitivamente más conflictiva: Quería que siguiera mirando mujeres en el colectivo, aún cuando viajara conmigo y que, de ser posible, las fotografiara o en su defecto me las describiera. Esto era un pequeño capricho. Sabía que le incomodaría hacerlo y que su torpeza se vería amplificada por este motivo. Quería ver si su entrega y adoración eran suficiente para hacer algo que obviamente le molestaba y quería que se incomodara por mí. Al principio se opuso a esta regla, pero al ver mi determinación por que la cumpliera no le quedó más remedio que aceptarla. Ver su cambio de actitud al someterse a mi decisión, expresado por el hecho de besar mis dos pies, hizo que volviera a excitarme.

– Muy bien – dije entre risas – Esa era la última norma que quería discutir – Empezó a besar y lamer mi empeine al oírme – mmmm que bueno que estés tan mmmm motivado – continué mientras acariciaba su cabeza – pero acordate que debés mostrar la misma adoración a todo mi cuerpo – dejó de besarme para mirar a mis ojos – vamos mejor a la cama. Voy a estar más cómoda – Me levanté y me dirigí a la habitación. Hizo ademán de incorporarse pero lo detuve – vos a cuatro patas.

Me siguió gateando hasta mi cuarto. Me subí a la cama y estiré una mano en su dirección. La tomó con suavidad, besó la parte superior y después se dedicó a lamer mis dedos. Prosiguió besando de mi muñeca hasta mi codo para rehacer el camino lamiendo mi brazo. Repitió el proceso siguiendo con sus besos hasta mi hombro y luego sin dudarlo ni mostrar nada de asco lamió mi axila, provocándome una larga risita. Siguió descendiendo por el costado de mi cuerpo hasta llegar a mis muslos. Hizo lo mismo con mi otro brazo y al concluir se dedicó a mi vagina.

Le permití saborearme hasta que sentí mi orgasmo acercarse. Aún faltaba su premio mayor y si acababa no podría dárselo. Le ordené acostarse boca arriba y saqué un preservativo de abajo de la almohada. Se lo coloqué sin dejar de mirarlo. Acomodé la entrada de mi conchita a milímetros de su punta.

– En ocasiones especiales – dije sin dejarme caer – voy a permitirte meter tu pene dentro de mi.

– Gracias mi diosa – dijo agitado.

– Deberás ganártelo cada vez y para que se repita debes hacerte una vasectomía. No pienso volver a coger con vos con preservativo, ¿estás de acuerdo?

– Si mi diosa – a pesar de sus ganas de penetrarme esperaba quieto que yo lo hiciera.

– Rogame – dije acercando nuestros sexos aún más y comenzando a moverme cuidándome de no tocarlo.

– Por favor mi diosa

– ¿Por favor qué?

– Por favor permita que mi pene también se entregue a usted.

– Tu pene – dije agarrándolo – ya me pertenece. Intentá otra cosa y ni se te ocurra correrte hasta que te lo ordene.

– Ufff. Permítame que todo mi cuerpo la adore y le de placer.

– Mejor – dije bajando sobre él.

– Ahhh – me quedé quieta esperando que continuara convenciéndome

– Decime que te gusta de mi – sus ojos iban de los míos a mi ombligo.

– Me atrae todo de usted.

– ¿Todo?

– Si, es perfecta – empecé a moverme despacio

– ¿No te gustaría que mis tetas fueran más grandes?

– No mi diosa – Aumenté mi velocidad – me encanta todo su cuerpo

– ¿Y de mi personalidad? – acerqué un dedo a sus labios

– Me fascina ser suyo – me tomó con suavidad de mi muñeca y lamió mi dedo – estar a sus pies. Me excita saber que la doblo en edad y que es apenas poco más que una nena – gemí al oírlo – que tiene bombachas de flores – sus palabras estaban calentándome más que lo que estábamos haciendo – y que con una sonrisa y un movimiento de su ceja – apoyé mis dos manos en su pecho – me hizo su esclavo

– Ahh – empecé a moverme a toda velocidad y a los pocos segundos me estaba corriendo. Antes de que se terminara mi clímax le dije que podía acabar. Sentir su corrida a través del condón alargó algo mi placer.

Nos quedamos mirándonos abrazados unos minutos. Después le dije que a partir de ese momento viviría en mi casa. Le obligue a que me dijera en serio que era lo que más le gustaba de mi cuerpo y me confesó que eran mis ojos, mi ombligo y mis piernas.

Aprendió rápido a bañarme, depilarme, teñirme y pintarme las uñas. Nunca dejó de adorarme. No por buscar que lo premiara (que algunas veces lo hice), sino por el simple hecho de complacerme.

Los primeros viajes en colectivo se le hicieron incómodos. De a poco fui enseñándole a quienes debía mirar y como debía hacerlo. Me colocaba detrás suyo, para poder observarlo sin que él me viera. Luego de un tiempo algunas mujeres empezaron a devolverle las miradas e incluso intentaron seducirlo. Su torpeza y timidez solían aparecer en esos momentos y era algo que nunca dejó de atraerme. Casi siempre lo dejaba defenderse solo. Le había ordenado que las dejara avanzar un poco y cuando parecían estar seguras y lanzaban el anzuelo decirles que ya tenía dueña. De todas formas si la situación lo desbordaba salía en su ayuda y en esos casos lo castigaba al llegar a casa.

Otras veces, sobre todo cuando cerca nuestro había personas mayores, me sentaba a su lado y le pedía que me masajeara los pies. A pesar de su vergüenza siempre se excitaba al hacerlo. Su rubor aumentaba si alguna persona en el bus hacía comentarios disimulados sobre lo que hacíamos, así como aumentaba nuestra calentura. Esos días apenas podía llegar a casa y desesperada lo tumbaba en el piso y ponía mi sexo en su boca. Me comía la concha con ansias y me desahogaba en forma rápida pero muy intensa. Era muy estimulante saber que después de ese masaje cariñoso tendría, sin que nadie a nuestro alrededor pudiera saberlo, su lengua dentro mío dándome infinito placer. En esos momentos su pene, encerrado aún en sus pantalones, mostraba su mayor tamaño. Solía acariciarlo sobre la ropa, deteniéndome antes de que se corriera. Con la respiración entrecortada me rogaba que lo dejara acabar, lo que ocasionalmente concedía luego de que yo hubiera alcanzado al menos otro clímax y haberlo torturado unos minutos.

Buscábamos siempre, cada uno en su rol, excitar y complacer al otro. Le hice conocer todos sus límites, pudiendo ampliarlo en algunos casos e intentándolo sin éxito en otros. Nos llevamos a conocer mutuamente niveles de placer que no creíamos posible alcanzar. Fuimos muy felices durante 15 años. Hace un mes tuvo un paro cardíaco y falleció. Desde entonces me encuentro perdida. No hago más que recordarlo. Quizás escribir estas palabras alivie mi dolor y me ayude a superar su partida.

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