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Carmeli (capítulo 2º)

Casi pasaban las 14,30 cuando corriendo bastante más que andando, iba a la concertada cita. Lo cierto es que hacía ya tiempo que Carmeli, ni bello recuerdo era ya, pues la costumbre de estar metido y metido en el trabajo había acabado por hacer desaparecer de mi mente todo cuanto fuera ajeno al quehacer de cada día, pero bastó verla para que lo que ella fuera para mí resurgiera, pero sin estridencias…

Como algo bello que un día pudo haber sido pero que, finalmente, no fue… Era una sensación, más que nada, de íntima dulzura… De ternura si cabe… Era como esos recuerdos de infancia y primera juventud, que nos enternecen, pero que sabemos no pueden repetirse, por la sendilla razón de que el pasado no regresa nunca, pues el tiempo jamás se detiene y, mucho menos, hace marcha atrás…

Ella debía estar pendiente de ver si aparecía pues apenas estuve mínimamente cerca, la vi, de pie junto a una mesa de la terraza, haciéndome señas; al instante respondí a sus señales, con lo que en un santiamén estábamos de nuevo juntos; nos cruzamos renovados besos en las mejillas y me senté, frente a ella, a la mesa.

Llegó un camarero y le pregunté su deseaba tomar algo más, estaba acabando una cerveza; la apuró de un trago y pidió se la renovaran, en tanto yo pedía otra. Charlamos, hablando cada uno de nosotros mismos. Respecto a sus preguntas de antes, le dije que de mi vida, pues sin novedad; la “mili” en su momento y, desde entonces, viajando, trabajando como un enano… Y que no; no me había casado, por lo que no había crío alguno… Añadí un bastante machista

  • Que yo sepa, al menos…

De ella supe que sí se había casado… A los tres años, más o menos, de mis “calabazas”, ejerciendo desde el anterior en un colegio de maestra, pues acabó la carrera el curso siguiente a la, para mí, fatídica Feria del “No” rotundo, contundente. Se puso novia con un compañero del mismo colegio, cinco años mayor que ella y al año se casaron… No tenía hijos; él, puede que, por ser maestro precisamente, más bien, odiaba a los niños, por lo que en su intimidad debió imponerse el laboral lema de entonces: “Trabaja, pero seguro”.

Con el tiempo la relación se fue, poco a poco, enfriando, como se enfría un café si se deja en la taza, sin nunca acabar de consumirlo Puede que la cotidianeidad, el día a día que a tantas parejas destruye… O el trajín en que él se metió cuando le destinaron a un instituto en Cartagena y tenía que hacerse, cada día, una hora de ida, Murcia-Cartagena, más el posterior regreso, al acabar las clases…

Porque ambos, seis años después de su boda, hicieron oposiciones a “profes” de Instituto y las sacaron, pero él con nota bastante baja, lo que le impidió coger plaza en Murcia, teniendo que resignarse con el campo de Cartagena. Fue, más o menos, al año de eso que empezó el enfriamiento entre ellos, que hizo crisis otros cuatro años después, cuando él le dijo que se quedaba, definitivamente, en Cartagena…

A ella, la verdad es que no le hizo mella apenas, pues la ilusión por su marido hacía ya algún tiempo que había desaparecido… La desatención de él, que en principio sí que le causó daño, con el pasar del tiempo se le fue haciendo más y más indiferente… Cuando su marido le planteó lo de dejarla, hacía ya más de un año que la relación íntima entre ellos no existía, y ella, más bien, se había habituado a prescindir de él

Así, que la separación en absoluto fue traumática; simplemente, “partieron peras”, vendiendo el piso que ambos compraran en Murcia, se repartieron las “perras” y cada uno por su lado…

Se nos hicieron más de las tres y media de la tarde y le pregunté si tenía que ir a comer a casa, diciéndome que no; le propuse entonces comer allí mismo, donde estábamos, de “tapas” de cocina, que ella me había dicho eran de “toma pan y moja”, y le pareció bien. Regamos las “tapas” con un buen tintorro de la tierra, de Jumilla, y de postre un café solo; como en mí es más inveterado que otra cosa, pedí un coñac con el café, y Carmeli me sorprendió, pues nunca la vi beber alcohol, pidiendo una copa de ponche; se lo dije y me respondió

  • Un día es un día… ¡Y no todos se reencuentra una con un viejo amigo!…

Se nos hicieron más las cinco que las cuatro y media y Carmeli, con franco gesto de disgusto me dijo

  • Lo malo de los ratos buenos es que se acaban… ¡La dura obligación me llama de nuevo!
  • Nos llama, Carmeli; nos llama… Que también yo debo volver a ella…

Quise pagar, pero ella se opuso a ello: Estaba en su tierra y yo era su invitado, cosa que repugnaba, y no poco, a mi sentido de la caballerosidad, ya para esas fechas, 1982, un tanto trasnochada tras la incipiente “Liberación Femenina”, que sin todavía llegar a las cotas que, para bien o para mal, ha llegado, se dejaba ya sentir, y no poco. Por finales y en aras del “consenso”, tan de hoy en día, adoptamos la salomónica decisión; o, como antes se decía, hicimos “la del gallego”, pagando la cuenta a medias, a pesar de mis quejosas protestas

Y llegó el momento que, sin saber bien por qué, me puso un nudo en la garganta, cuando, tras los mutuos y, hoy día, reglamentarios besitos en las mejillas, nos dimos también la mano, para despedirnos… Y, quizás, pensaba yo, para siempre jamás… ¿Amén? (Amén=Así sea)… ¡Dios no lo quisiera!… Le retuve un momento la mano entre las mías

  • Ha sido… Ha sido… ¡Maravilloso, volver a verte Carmeli!… Maravilloso de verdad…

Y ella, no retiraba su mano d entre las mías

  • También yo me he alegrado mucho de volver a verte… Sí; ha sido bonito… Sí, maravilloso, como bien dices…

El dichoso nudo apenas si me dejaba hablar… ¡Increíble, yo quedándome mudo…sin palabras!

  • ¿Podré…podré…podrééé…voolveeer…aaa…veerteee?

Me daba miedo hablar; parecía un colegial cogido en falta, rojo como un tomate… Y, realmente, tartamudeaba casi más que hablaba. Pero ella, Carmeli, me sonreía dulcemente… No, no se reía de mi más que evidente azoramiento

  • Si tú lo quieres… Si me lo pides…

Quedamos, en ese mismo bar donde entonces estábamos para las 8,30-9 de la tarde-noche. Eran casi las cinco de la tarde cuando de nuevo me reintegré al trabajo; pero ya nada era igual que antes; mi ordenamiento de prioridades había sufrido un verdadero cataclismo. La tarde fue un desastre, sin dar pie con bola; se me escaparon las más gordas y a las seis y media apenas si aguantaba ya, pero es que a las siete no podía más. Le di por “ahí” al “curro”, y como si en ello me fuera la vida, corrí al teléfono público más próximo que encontré.

A mi pedido, ella me había dado tanto su teléfono particular, el de su casa, como el del instituto donde daba clases y a éste último llamé; por fin se puso ella y la dije que ya estaba libre; que a su entera disposición me tenía desde ya, respondiéndome que también ella acababa entonces las clases; que la esperara donde quedáramos, que en minutos estaría conmigo

Pasamos lo que quedaba de tarde… ¡Y yo qué sé cómo la pasamos!… Lo único que recuerdo es que estaba en la gloria, con ella a mi lado y yo, casi más tartamudo que otra cosa, más balbuciente que un crío, soltando “paridas” por mi boca a diestro y siniestro, sin parar, sin descanso… Y ella riéndose en mi cara… Pero estoy seguro de que no era de mí, sino conmigo, que es muy distinto… En un momento dado, me clavó la puntilla al decirme

  • Toñito, estás rejuvenecido… Muy, muy rejuvenecido… Tanto, que casi pareces un crío…

¡Rayos y truenos!… ¡Me estaba diciendo, en mi bonita cara, que parecía un crío!… ¡Dita sea la pena negra, que sin duda era la mía en lo concerniente a esa bella que me tenía más que sorbido el seso… Si es que de eso quedaba aún algo entre mis meninges, que empezaba a dudarlo

Y la muy puñetera, riéndose a todo reír, a mandíbula batiente, mientras yo me decía ”Trágame tierra”… Pero la tierra no me tragó, cuál era su obligación porque, ya se sabe, la tierra es la mar de suya y cuando a ella recurrimos, suele mandarnos, con las súplicas, al “Maestro Armero “… Aunque, eso sí, enrojecí hasta la punta de las orejas… Por fin cenamos, pero cenamos, dos platos, con postre y todo, en un verdadero restaurante cercano a la orilla del Segura, porque, ahora que me acuerdo mejor, estuvimos, parte del tiempo al menos, hasta que nos entró hambre y nos salimos de allí, en el Huerto de los Cipreses, podría decirse que dentro todavía del Jardín Botánico, del que era como una prolongación más o menos reciente

La dejé en su casa, no tan cercana a donde cenamos, por cierto, casi una hora larga de caminata que a mí se me fue en un suspiro, despidiéndonos con los formales besitos en las mejillas al llegar a su portal, tras ella abrir la puerta. Se separó de mí y desapareció tras la puerta que, por efecto del muelle interior, se fue cerrando detrás de ella

Eso, el vernos a diario, se repitió en los dos o tres días siguientes, en que acabé la capital; a partir de ahí, las estancias juntos se redujeron a la tarde del sábado y el domingo todo el día hasta acabar de trabajar el resto que de Murcia me quedaba por hacer, poca cosa, Cartagena más la parte de la Manga, Torre Pacheco, San Javier, Santiago de la Rivera y San Pedro del Pinatar, más la zona de Alicante que también hacía, desde la capital, hacia el sur, otras tres semanas más o menos, aunque al final resultaron cuatro fines de semana, cuatro tardes de sábado y cuatro domingos; en total, once días juntos, en los que yo estuve en las nubes

Y de nuevo nos separamos; pero, desde que nos reencontramos, la vida cambió por entero para mí; casi parecíamos novios, aunque nada de eso habláramos; aunque nada íntimo mediara entre nosotros… Excepto una cosa que hará sonreír al lector/a, por su casi infantilidad; que la primera tarde de sábado que pasamos juntos, en un momento dado, mientras pasábamos por los jardines de Floridablanca, me atreví a tomarla de la mano… Ella me miró, me sonrió, y, ¡oh milagro de milagros y portentos!, no me la retiró… No rechazó aquella caricia que más bien era una chiquillada… Una niñería, pero que para mí fue todo un mundo, recién descubierto

En fin, que yo la escribía noche sí, noche también, después de cumplimentar lo que de oficina tuviere pendiente, pedidos que pasar al formulario para enviarlos al correspondiente representado, cartas, ya a las firmas, ya a clientes… En fin, todo eso, intrínseco al trabajo, y ella me respondía casi en la misma medida. Le volvía a decir que la quería, que la adoraba, y ella seguía sin querérselo creer, riéndose de lo que le decía con cualquier salida de banco, cualquier cuchufleta… Pero en plan sano, que conste… Sin reírse, propiamente, de mí, sino de lo que le decía, en un juego casi erótico que tan bien dominaban las damiselas de bastante antaño

Así, habían ido pasando algo más de dos meses desde que saliera de su tierra murciana, pues era ya Julio apenas entrado, cuando me sorprendió con una propuesta la mar de peregrina: Que ese mes de Agosto no nos viéramos en Murcia, sino en el pueblo, yendo a recibir a la virgen patrona en los confines del pueblo y pasáramos ya allí hasta que acabaran la Feria y fiestas del pueblo.

A mí mucha gracia, la verdad, no me hacía eso de volver por allá. Mi padre había muerto dos años  atrás y mi madre estaba en Albacete, en la Residencia de la Seguridad Social donde mis padres estuvieron los últimos años, donde mi padre muriera, de manera que la ancestral casa familiar del pueblo era ya más de mi hermana que de nadie… Cierto que, indudablemente, yo allí seguía teniendo mi sitio, pero ya no era lo mismo que antaño fue… Por ejemplo, ya era más de mi cuñado que mía esa casa… Y mi hermana tenía, a esas alturas, familia larga, pues a su marido le había ya dado cuatro hijos y a mí los mismos sobrinos, algunos ya mayorcitos, como los dos mayores, Domingo y Mayte, dieciséis-diecisiete y catorce, más doce el siguiente, Gerardo, y unos diez el benjamín, Javier, por mal nombre el “Chiqui”… En fin, mucha gente allí para colarme yo de rondón, se mire como quiera mirarse

Pero ya se sabe, el hombre propone pero quién dispone es la mujer, de modo que Carmeli, toda melosa, eso sí, pero firme como una roca, erre que erre con que quería volver por allí, recordar viejos tiempos y tal, con lo que, qué narices iba a hacer yo, sino decir “amén” a su sacrosanta voluntad

Sería apenas entrado Agosto cuando ella me dijo que la correspondencia se la dirigiera ya al pueblo, no a Murcia, pues ya salía hacia allá. Por suerte, su tío, el confitero del pueblo de toda la vida, todavía vivía, aunque, lógico, ya jubilado, con lo que la confitería, que seguía en servicio, estaba ya regentada por otras personas.

Pues bien, digo que, al vivir todavía su tío, Carmeli fue a su casa a vivir mientras estuvo en el pueblo. Según mi hermana me dijera, ella, que nunca había sido especialmente amiga suya, se conocían, claro está, pero del simple saludo, el “Hola”, “Hola”, raramente habían pasado, pues entonces se esforzó por frecuentarla, y eso fue lo que en una carta mi hermana me decía: “¿Sabes que Carmeli ha vuelto por aquí?… Y, además, nos hemos hecho la mar de amigas ella y yo”… A mí aquello me hizo gracia, y hasta me intrigó bastante el hecho de que el amor de mis amores hubiera, de pronto, mostrado interés en intimar con mi hermana

Por fin, el 25 de Agosto, a eso de las tres de la madrugada, arribé por fin a ese pueblo tras veintidós años de estar ausente de él. Como era costumbre, la comida del mediodía del 28, día de la Virgen, no fue tal, sino una comilona que me río yo de las famosas y quijotescas “Bodas de Camacho”, pues tradicional es juntarnos un montón de primos por parte de mi familia paterna, en mi casa, o ya, más propiamente, de mi hermana. La comida empezaba  por unos gazpachos manchegos(2), hechos en casa, por mi hermana, con la ayuda de más de una y más de dos primas, que están para chuparse los dedos, para proseguir con un pisto manchego, elaboración de mi primo Juan, hijo de una hermana de mi padre, que vive en Valdepeñas, no en el pueblo, una olla de no sé cuántos litros repleta de pisto(3), amén de cuanto traen las demás primas, de sangre o “putativas”, como se decía una prima mía, Pili, la mujer de uno de mis primos, Pepe, al que siempre decíamos “El de Francia”, por haber emigrado a tal país de muy joven, por no decir de crío, ya que lo hizo a los dieciséis, arriba, abajo, cruzando de “extranjis” la frontera hacia mediados de los cuarenta, pues me llevaba diez-doce años lo menos. En fin, un festín en verdad pantagruélico

Por la mañana, nada más levantarme y mientras desayunaba en la cocina mientras ella hacía no sé qué, le rogué a mi hermana que invitara a Carmeli a comer al día siguiente, el de la Virgen, con nosotros; me miró un momento, extrañada, hasta que, sonriendo burlona, me soltó

  • No estarás volviendo a las andadas con ella…

Yo, más colorado que el ya más que manido tomate, no respondí nada al respecto. Por finales sí que estuvo comiendo con nosotros, trayendo una especialidad murciana, unos “paparajotes”, dulce de repostería huertana, que normalmente se hace empapando bien una hoja de limonero en la masa y así, bien cubierta de masa adherida por ambas caras, se mete la hoja en la sartén hasta que la masa está dorada; pero, como es lógico, allí las hojas de limonero brillan por su ausencia, por lo que se limitó a hacer la masa, freírla en trocitos pequeños, alargados, y, finalmente, espolvoreados con azúcar y canela.

Lograr que viniera con nosotros fue de todo menos fácil, pero, finalmente, logramos convencerla; parte importante en el empeño tuvo mi prima Raquel, una casamentera de tomo y lomo, que tenía más que olido el “pastel”, y qué no haría ella por su primico “Atoito mono, Atoito rico”, como de críos me decía…

A eso de las siete de la tarde, después de que no pocos comensales, yo entre ellos, durmieran siesta, ya en las camas de casa, ya en sofás o, los aborígenes con casa propia en el pueblo, en sus casas, salimos todos a la calle para bajar, calle Mayor adelante, rumbo al camino de la Virgen, al final mismo de la calle Mayor, de donde salía o rendía, según se mirara. Por cierto, que a la altura de la casa del tío de Carmeli, ella se nos unió, aunque emparejándose abiertamente conmigo… Eso sí, sin tocarnos ni un pelo de la ropa; simplemente, caminando los dos juntos pero…“manitas quietas, que luego van al pan”

Ese día fue el primero que, tras un montón de años, volví a vibrar con la entrada de la Virgen a su pueblo… La Virgen que “Hace siete siglos vino a nuestra tierra para ser de ella, y de su contorno, amparo, consuelo, refugio y solaz. Maravilla que el hombre pregona; orgullo y blasón de esta noble ciudad”, cual reza su himno… Volví a casi llorar con la “carrera”, cuando, tras entrar en la calle Mayor desde su camino, al final de la misma, la Santa Madre “ve”, por primera vez desde el pasado año, a su Santísimo Hijo en la cruz, el Santo Cristo de los Ángeles, el segundo emblema religioso del pueblo, porque el primerísimo, sin duda, es la Virgen(4)  

Pasaron los días desde ese 26 de Agosto hasta el 4 de Septiembre, día en que la “novena” a la Virgen finaliza en una misa solemne, por la mañana, y empiezan las Fiestas anuales, la Feria del lugar. Carmeli asistió todos y cada uno de los días al vespertino rezo de la novena en la iglesia de la Trinidad, pero yo más bien no; soy católico casi a machamartillo, dentro de lo que cabe, claro, pues soy casi alérgico a entrar en una iglesia y, desde luego, de fanático nada tengo y me sé más que bien los muchísimos desaguisados que la Santa, Católica y Apostólica Iglesia ha cometido a lo largo de la Historia, de los que, tal vez, lo de la Inquisición no sea lo más grave, sino lo del “mantenello y no enmendallo”, crasa muestra de soberbia y más que escasa humildad

Bien, pues a lo que iba; comenzaron, como digo, las Fiestas, y con ellas los nocturnos bailes con orquestina en la “pista” del casino… La misma donde veintidós años antes tan rotundas “calabazas” me arreara… La misma donde, como entonces, volvíamos a bailar los dos cada noche… Sólo que un tanto más “agarraditos” que “In Illo Témpore”, pero mucho cuidado, sin pasarme un pelo, pues las chavalas de antes, y Carmeli diría que todavía era más de aquél entonces que del actual hogaño, a veces tenían la mano más larga que un día sin pan, y tampoco era plan de arriesgarme a que el alma de mis entretelas me soltara un “sopapo” de los de a kilo

Así llegó una noche, la del día 6 exactamente, en la que vaya usted a saber por qué, pues nos “arrimamos” pelín más que otras veces; y como lo unos lleva a lo otro, mi boquita volvió a constituirse en buzón de correos, pues me lie a “largar” como un descosido, con lo de “Te quiero; te sigo queriendo, y no como antes, sino más… Mucho, muchísimo más”… O lo de “Amor mío… Vida mía… Cielo mío”… vamos, un montón de chorradas cortadas por el mismo patrón…

Mas, cosa la mar de enjundiosa…no se me rió… Ni me protestó con lo de “estás más loco que una chiva”… Ni muchísimo menos… Simplemente, como quien no quiere la cosa, me echó ambos brazos al cuello y se me apretó lo que no está en los escritos… Y yo, pues qué podía hacer más que estrechármela más si cabe y emprenderla a besos en su cuello, allá, detrás de la orejita, casi al momento sustituidos por cariñosos lametones donde antes la besaba, extendidos a la adyacente orejita cuyo lóbulo acabé mordisqueando levemente, pero sin pausa ni tregua

Abandoné el homenaje rendido a su cuello, a su divina orejita, para pasar a querer mirarme en sus límpidos ojos oscuros, profundos, bellos, como lo era todo en ella… Para mí, al menos… Mi mano izquierda soltó su derecha y mi diestra dejó de apretar hacia mí su espalda, para las dos, al unísono, subir en busca de su rostro. Ella, infalible, adivinó lo que quería hacer, y sus labios se tornaron trémulos mientras su cuerpo empezó a temblequear, cual hoja tremolante al viento.

Mis manos tomaron entre ellas el rostro de la mujer, alzándolo hacia mí, adecuando sus labios a la caricia de los míos que al momento irían en busca de los suyos… Lo tremulante de sus labios se acentuó visiblemente, mientras su cuerpo temblaba más y más y las palpitaciones de su corazón se empezaban a desbocar… Cerró los ojos, pero entreabrió los labios, en muda sumisión a lo que yo deseaba… A lo que ella también anhelaba… Tanto o más incluso que yo…

Y, por fin, nuestros labios se juntaron… Levemente… Suavemente… Amorosamente… En un rapto de amor, de cariño inmenso… Pero, enteramente huero de morbo; de insanos deseos… Allí, en ese o esos besos, esa o esas caricias, no había más que amor; amor sublime entre ese hombre que yo soy y la mujer que Carmeli también es… Cariño pleno, total… Pero todo se andaría, porque el amor sin su expresión sexual es como jardín sin flores… Tierra, más bien, baldía

Así, a Carmeli le faltó tiempo para entrar en acción, buscando lo que en esos momentos más deseaba… Sus manos, desde que yo abandonara su derecha, parecían yermas… Inútiles… La derecha, colgando semi muerta, la izquierda agarrada todavía a mi hombro diestro, pero sin nada que hacer. Hasta que las dos encontraron objetivo común en que emplearse cuando, a la par, subieron hacia arriba, haciendo que los brazos buscaran mi cuello para rodearle… Para abrazarse a él, firme… casi fieramente…

Su cuerpo se apretó contra el mío como lapa a la roca que la sustenta, estrellando sus senos contra mi pecho, como si quisiera fundirse a mí en un solo ser, en tanto su pubis se pegaba al mío con ansioso anhelo de que también nuestros sexos se hicieran uno solo… Entonces, como por arte de magia, mis manos se independizaron de mí mismo, cobrando vida propia… Voluntad propia cuando, sin que, prácticamente, mi cerebro dispusiera nada, se dirigieron una a un seno de Carmeli, abarcándoselo de una sola vez, estrujándoselo un poquitín, aunque más delicadamente que otra cosa… Acariciándolo, al tiempo que el dedo pulgar intentaba buscar y acariciar el pezón a través del vestido…del sujetador…

La otra mano, por su parte, había bajado en querencia del delicioso culito… O culazo, según se mire, de la mujer… Sabroso, ofreciendo carne que acariciar a la amorosa mano del hombre, pero vacuo de antiestético esplendor… Más duro que flojindango, más alto que caído…

Carmeli, por unos segundos, aceptó aquellas caricias que, seamos fieles a la verdad, la estaban electrizando como hacía casi siglos que así no se sentía… Como hasta pudiera ser la primera vez que tan feliz y dichosa se sentía, con tan solo unas más bien sucintas caricias, pues todavía la sensibilidad de su piel, cada vez más y más en toda su intensa capacidad sensitiva… Pero enseguida se rehízo y, aunque con suavidad, sin violencia, me apartó de ella 

  • No Antonio; eso no… Todavía no… Luego… Cuando, ante Dios, sea tu mujer…

Si me acabaran de echar un cubo de agua helada encima, más perplejo no me quedo

  • Pero, por Dios, Carmeli… ¿A qué viene esto ahora?… ¿Te has olvidado de que la Iglesia no admite el divorcio?… ¿Qué, para la Iglesia, sigues casada con aquél gilipollas con quién te casaste?… ¿Qué, por la Iglesia, no podremos casarnos nunca?… ¿A qué juegas?…mecachis en la mar…
  • Cariño, sabes mucho de Historia… más de una lección, y más de dos podrías darme en la materia, a pesar de mi Magisterio, a pesar de mi título de Profesora de Instituto… De profesora de Bachillerato… Pero tienes poca memoria… O poca perspicacia… A veces, Toñito de mi alma, se te escapan las más gordas… Vamos a ver… ¿Es que no recuerdas lo que era el “Matrimonio Clandestino”?

Claro que lo recordaba… Antiguamente, allá por entre el Alto y Bajo Medievo, siglos XI al XIII… Y hasta, incluso, inicios del XVI, cuando en Trento la Iglesia se “cuadra” más que en serio, erradicándose la costumbre. Era cuando un hombre y una mujer querían casarse, pero públicamente no podían hacerlo por, por ejemplo, ser primos, unión, entonces, incestuosa… O él ser clérigo sometido al celibato… Entonces, la pareja acudía a una iglesia, se postraba ante el altar y, ante Dios, como Sumo Sacerdote, se intercambiaban los votos matrimoniales. Luego, tranquilamente, se iban al “catre” a consumar su amor, y a la paz de Dios, hermano, pues hasta la Iglesia daba válida la unión ante Dios, al haber recurrido a Él, directamente, la pareja(5)

Carmeli continuó 

  • Pero Dios está en todas partes, no sólo en las iglesias… Está aquí, entre nosotros, ahora mismo… Y en la calle… Y en las casas; hasta en la de mis tíos… Y en las habitaciones de las casas… Hasta en las de la casa de mis tíos… Hasta en la habitación donde duermo… Y en la misma cama donde duermo… Que, por cierto, no es muy ancha, pero, seguro que los dos cabríamos estupendamente…

Y aquí, ya sí que yo me quedé a cuadros… Si no me equivocaba, ella se me estaba ofreciendo con toda claridad, invitándome a pasar la noche con ella… ¡En su mismísima cama!… ¡Dios, Dios, Dios!… No podía creerlo… No podía ser cierto todo eso…

  • ¿Me estás diciendo que?…
  • Sí; eso mismo; lo que estás pensando…
  • Y… Y… ¿Qué narices hacemos todavía tú y yo aquí?

Carmeli se echó a reír a mandíbula batiente

  • Vaya rico… Empezaba a pensar que nunca captarías idea tan sencilla… Que me iba a tener que lanzar sobre ti para que lo entendieras de una vez

Siguió riendo alegre, pero me agarró de una mano y empezó a tirar de mí, para que saliéramos de la “pista”; cruzamos, corriendo los dos, la plaza Mayor y la emprendimos, sin dejar de correr, calle mayor abajo… Riendo los dos, más alegres que “chupillas”, unas veces ella delante, tirando de mí; otras, yo delante, tirando de ella… Otras nos parábamos para besarnos… Para comernos las boquitas más que nada, en morreos de impresión…

Llegamos a la puerta de la casa de sus tíos y Carmeli me impuso moderación, silencio, para que “los viejos” no se despertaran y armaran la de Dios al ver cómo nos metíamos juntos en su cuarto… Sin casarnos, claro…En fin, mañana, con todo ya “consumado”, Dios diría, pero esa noche no, por favor… A mí me hizo gracia los de “los viejos”, pero, realmente, lo eran…

De manera que, la mar de modositos, entramos en la casa y corrimos a la habitación donde ella dormía… No había acabado de cerrar la puerta tras de nosotros, cuando empezó a desnudarse, mandando la ropa a hacer gárgaras, regándola por todo el santo suelo y urgiéndome a mí para que hiciera lo propio que ella…

Desde aquella noche han pasado ya treinta años y casi uno más… Y también desde entonces, a intervalos de diez meses más bien escasos el primero y entre once y trece los otros dos, fueron llegando los tres frutos que nuestro amor nos ha dado, pues yo, en absoluto aborrezco a los niños, sino que los considero una bendición y Carmeli pues no digamos… Fueron niño-niña-niño, un Antonio P… IIIº, Una Carmeli IIª y un Manolo que es un verdadero golfo… En el buen sentido, de que tiene una “labia” y un “aquél” para las “nenas” de padre y muy señor mío

Ahora, y desde hace ya diez años, Carmeli y yo volvemos a estar solos, pues los pajarillos fueron volando del nido según alcanzaban los dieciocho-diecinueve años; es decir, que otra vez yo viviendo para ella y ella para mí… Como cuando empezamos… Y, como al principio, seguimos amándonos día sí, día casi que también… Noche sí, noche, a veces, que también… Y es que Carmeli me sigue poniendo a mil tan pronto la siento cerca… Tan pronto nos rozamos… Y cuando nos metemos en la cama, la repera ya…

Y hasta aquí mi historia con Carmeli… O, tal vez, lo que pudo haber sido; lo bellísimo que pudo haber sido todo…. Pero que nunca fue… ¿Para bien?… ¿Para mal?… ¡Pues, cualquiera sabe!…

 

F I N   D E L    R E L A T O

 

NOTAS AL TEXTO

2.- El único parecido con el andaluz, el nombre, pues el manchego es, en palabras de un andaluz, viajante con el que coincidí, junto con otros compañeros de Albacete, una vez en una más posada que pensión de Hellín, y el “patrón”, a petición nuestra, de las “manchegos”, nos hizo unos gazpachos para comer; el pobre andaluz iba alicaído toda la mañana, ante la perspectiva de un gazpacho de su tierra por toda comida, pero cuando acabamos de comer decía: “Ezto no é un gazpasho; ezto é una “jartá” e comé”… La materia prima básica de este “gazpacho” es pan ácimo, sin levadura, tortas muy finas que llamamos “de pastor”, por ser el pan que, antiguamente, hacían los pastores de la tierra en hornos artesanales, hechos con piedras. Esta “torta” se desmenuza, vertiéndola en un caldo resultante de sofreír ajo, tomate, pimiento verde, caza, perdiz más conejo de monte, aunque puede sustituirse con pollo y trozos de jamón serrano; hecho el refrito se le añaden uno o más codillos de jamón, y se vierte agua, según lo grandes que se quieran los gazpachos, una “jartá”, mayormente. Se cuece hasta que el caldo empieza a reducir y se le vierte entonces la torta de pastor; se deja cocer todo hasta que la torta esté más que tierna y a comer. Lo típico, es poner la sartén o utensilio donde los gazpachos se hayan hecho, en el suelo y el centro del corro que los comensales hacen a su alrededor, los cuales se van sirviendo, pero siempre dentro de su propio “rodal, es decir, la superficie más próxima a su sitio, y usando como plato un buen trozo de torta… Pero en casa éramos más civilizados, sentaditos todos en dos, a veces hasta tres mesas, chiquillos aparte, pues llegamos a juntarnos hasta más de cincuenta primitos-primitas, con sus respectivas “medias naranjas”, niños etc., y cada uno con su platito correspondiente… “Reenganches”, a discreción, según existencias…

3.- Tomate y pimiento verde, en trozos, a partes iguales; ajo sal y un pellizco de azúcar para quitar la acidez al tomate, todo ello frito a fuego lento en aceite de oliva hasta macerarse por completo el tomate… Y pare usted de contar; esos añadidos, calabacín y demás, sobran al pisto manchego y lo único que hacen es desvirtuar el sabor del tomate y el pimiento 

4.- A la Virgen, al ser llevada al pueblo, se le dan tres “carreras”; la primera, en plena carretera, cuando por vez primera se vislumbra el pueblo a lo lejos; la segunda, nada más entrar en la calle Mayor desde el Camino de la Virgen, por el que la suben desde el pie del montículo que asienta la población hasta su cima y por ende, el pueblo en sí; allí la espera el segundo icono religioso del lugar, el Santo Cristo de los Ángeles, crucificado, a cuya vista se produce esta segunda “carrera”. Y la tercera es ya en la iglesia parroquial por excelencia, la de la Santísima Trinidad, templo gótico del siglo XIII, de soberbia factura, al entrar la Virgen en la iglesia. Las “carreras son tal cosa en sí misma, pues los porteadores de las andas echan, literalmente, a correr, con la Virgen en volandas, tambaleándose en su altar y hornacina de acá para allá, dando tumbos a “tutiplén” haciendo sonar a todo trapo las campanillas que rodean la cúpula de la hornacina; pero es que cuando la Virgen llega al lugar a que debe llegar, los porteadores vuelven a echar a correr, ahora hacia atrás, para volver a repetir la “jugada” por segunda vez, siguiendo a paso normal, en procesión, una vez esta repetición de la carrera ha acabado. Las “carreras”, simbolizan el júbilo de la Virgen; primero, al ver a “su” pueblo; segundo, al ver a su Santo Hijo, esperándola a la entrada del pueblo, podría decirse; y en tercer lugar, al entrar en su iglesia. Cuando la Madre y el Hijo se encuentran, hay otro detalle muy, muy cordial, y es que se “besan”, al volver a reunirse, por fin, tras de un año de separación. Al efecto, los porteadores de ambas imágenes, las inclinan, hasta que los dos rostros se juntan… La verdad, es algo sumamente emotivo para cuantos tenemos mucho que ver con ese pueblo que, realmente, es ciudad, “La muy noble y muy leal Ciudad de…, cabeza de Extremadura y llave de toda España”, reza en su lema, recuerdo de cuando la localidad era tierra de frontera entre moros y cristianos, por su muy estratégica situación, paso obligado entre el Al-Ándalus musulmán y las cristianas mesetas castellanas… El autor, Hanibal, se proclama profundamente cristiano y católico, aunque más cristiano que católico, y a buen entendedor pocas palabras bastan, pero en absoluto fanático, frecuentando la iglesia, sacramentos y demás, muy de tarde en tarde; pero sus maternas raíces están allí, y estos actos le son más que entrañables; cuando los veía, hace casi cuente años que falto de allí, se me ponía un nudo en la garganta de mucho cuidado. Hace unos minutos, a fin de refrescar la memoria, he visto unos videos de la entrada de la Virgen, las “carreras”, el “beso” Madre e Hijo… Y ese nudo se me ha vuelto a poner de corbata… ¡Qué queréis, soy así; sensible a las emociones!… De palo, pragmático, francamente no, sino visceral; muy, muy sentimental; muy, muy vehemente… ¡Qué le voy a hacer si soy así!…

5.- Esta práctica tenía raíces muy antiguas, de los primeros tiempos del cristianismo, ya que en un principio el matrimonio no estaba ritualizado entre los primeros cristianos. Se remitían a lo expresado en el Génesis, invocado por Jesús en los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, “Abandonará el hombre a su padre y a su madre para ir con su mujer, y se unirán los dos en una sola carne… Lo que Dios ha unido, no lo separa el hombre”. Efectivamente, las citas Evangélicas, la palabra de Dios, no hablan de ceremonias previas, ni de sacerdotes, sólo ese “Y se unirán los dos en una sola carne”, para, casi de inmediato, añadir “Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”… Lo esencial, pues, en los Evangelios, es la “unión en una sola carne”… Pero es que esos primeros cristianos eran, realmente, muy pocos, y con una fe en Cristo-Jesús muy poco común; hasta llegaban a arrostrar la propia muerte antes que ser infieles a Cristo… Pero luego, eso no pudo ya mantenerse; la Cristiandad proliferó y la fe, lógico, se resintió, con lo que se hizo necesario encorsetar a la ya ingente comunidad cristiana con leyes, rituales, normas… Es lo que sucede en sociedades numerosas, que la convivencia hay que reglamentarla con leyes y ritos… Este fenómeno es tan antiguo como la Civilización misma, de modo que desde siempre existen las leyes y los ritos

 

6.- Onirismo, según Wikipedia, es: El onirismo ( griego “sueño” y “doctrina”) es una actividad mental que se manifiesta en un síndrome de confusión que está especialmente caracterizado por alucinaciones que pueden indicar una disociación parcial o completa con la consciencia o la realidad. Y ante esto me digo. ¿No estaré un tanto mal de la chaveta?… Y concluyo en que sí; debo estarlo, por todavía creer en el amor romántico y duradero, en la absoluta fidelidad a la pareja…En todo eso que permite que la pareja envejezca junta, hasta la muerte… Por todavía creer en aquello de que “Too er mundo é gueno”… Por creer aún en la bondad humana, en el sentido del HONOR, que hace  mantener la palabra a quien pese… En el sentido del deber… De lo que debe hacerse y lo que no, por mucho que nos apetezca hacerlo… Por todavía creer en la CABALLEROSIDAD del hombre… En el respeto a todo el mundo… Rn que las personas sólo valen lo que tienen o lo que se les pueda sacar… Desde luego, no es que deba estar un tanto mal de la chaveta, sino que estoy para que me encierren en un frenopático, más bien….

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