Saltar al contenido

Lida (Capítulo 2º)

A unos doce-catorce días de recibir al teniente Helge Ursbach en su despacho, el coronel Meteliev recibió una llamada telefónica de su hermano informándole que su petición de contar con la camarada Lida Ilianovana entre su personal estaba aceptada y en breve, seguramente ese mismo día, recibiría la respuesta oficial a su demanda.

Y en efecto, la respuesta oficial a su petición llegó unas tres horas más tarde en forma de un radiomensaje de la jefatura de la organización GULAG(1) que empezaba reproduciendo una orden del Ministerio de Defensa por la cual Lida Ilianovna era incorporada al servicio activo integrada en los Servicios Sanitarios del Ejército Rojo como teniente médico odontólogo y asignada a la Organización GULAG. Después venía la orden de ésta Organización por la cual Lida quedaba destinada al equipo médico del campo de prisioneros que Meteliev regentaba.

De inmediato el coronel ordenó se le preparara su vehículo y unos cuarenta minutos más tarde salía por la gran portada del campo el convoy con el “todoterreno” de Meteliev más dos blindados de escolta, uno abriendo la marcha y el otro cerrándola.  

Algo más de una hora después el coronel Meteliev aparcaba ante el Hospital de Yakust y se entrevistaba con su director; no fue necesario mostrar a éste las órdenes por las que Lida Ilianovna se incorporaba a un nuevo destino pues ya allí había llegado una orden de Defensa disponiendo que la muchacha era movilizada en esa fecha como teniente médico y debía mantenerse dispuesta a incorporarse a su nuevo destino tan pronto como la autoridad militar lo demandara. Luego simplemente el director del hospital hizo que la joven doctora acudiera a su despacho para ponerse a las órdenes de su nuevo superior. Lida se presentó en el despacho, saludó militarmente a Meteliev y ambos salieron del hospital. Ya en la calle ella quiso mostrar su agradecimiento pero el coronel le cortó, ordenándole silencio en tanto no estuvieran en su despacho, sin oídos extraños escuchándoles, por lo que el viaje de vuelta lo hicieron en completo silencio para subir al despacho tan pronto estuvieron de vuelta en el campo.

Una vez a solas Meteliev y Lida, ésta se llevó la sorpresa más grande y agradable de su vida. ¡Su amado Helge Ursbach no sólo estaba vivo sino allí, en ese mismo campo! En un principio no se lo podía creer; no, no podía ser eso verdad. Algo extraño debía haberle pasado. Pensó que todo lo vivido últimamente era falso, una mala jugada de su mente. Y se dijo: “¿No estaré dormida y soñando? Sí, eso debe ser, duermo y sueño con él, con volver a verle, poder sentirle a mi lado… ¡Señor, Dios de mis padres!… ¿Por qué me haces esto? No creo en Ti pero tampoco soy tan mala….”

Entonces recordó los versos de ese poema del gran poeta español Francisco de Quevedo y Villegas, que tanto le gustaban y tantas veces leyera:

 

 “Mas desperté del dulce desconcierto

Y vi que estuve vivo con la muerte.

  Y vi…que con la vida estaba muerto

 

Sí, así era desde luego: Dormía, soñaba con él gozando de toda esa dicha; pero despertaría y volvería a sentirse vacía, muerta en vida… Entonces Lida, vencida por la tremenda tensión, la tremenda emoción que padecía, no pudo más y se desmayó.

Despertó al poco en una habitación del hospital del campo, con un médico alemán a su cabecera y el coronel Meteliev expectante a su lado. Entonces, al no reconocer dónde estaba y recordar lo que recientemente le ocurriera, las noticias que el coronel le dijera, su incredulidad al respecto, su desmayo… y se convenció de que todo era cierto, que su amor vivía y estaba allí, a pocos metros de donde ella estaba. ¡Qué dulce le pareció entonces la vida y cuanto le debía al coronel Meteliev!… Bueno, cuanto le debían los dos, Helge y ella misma. Pero no dijo nada de todo ello, sólo agradecer los cuidados que le habían dispensado y dar disculpas por las molestias causadas. El médico alemán dictaminó que el desmayo debió producirlo una linotipia debida a un incidental bajón de azúcar o de tensión. No obstante recomendó que Lida permaneciera en reposo un poco tiempo más para observar cómo evolucionaba a corto plazo y Lida se mantuvo en cama unos cuarenta minutos más, tal vez una hora, al cabo de lo cual el médico germano volvió a sacarle una muestra de sangre y a tomarle la tensión; de ésta dijo que estaba bien, que le había subido respecto a lo que antes tenía y que el nivel de azúcar en sangre a la mañana siguiente lo averiguaría tras analizar las dos muestras tomadas, al llegar a atenderla y ahora. Según él, la joven mostraba un buen estado general, tal vez algo baja de energías por lo que debería cuidar más su alimentación, pero opinó que nada más aquejaba a la joven por el momento. De manera que solicitó permiso al coronel para retirarse y abandonó el hospital.

Tan pronto el médico desapareció de la habitación Lida se incorporó, levantándose de la cama donde la tendieron al desmayarse diciéndole entonces el coronel Meteliev:

―¡Menudo sobresalto me llevé! Se impresionó usted mucho, ¿eh camarada?

―Mucho camarada coronel, mucho. Pensé que todo debía ser un sueño del que debía despertar y volver a la triste realidad. Pero al despertar aquí, en esta habitación…. ¡Supe que todo es verdad, que Helge vive y está aquí, a pocos metros de mí! ¡Qué maravillosa es ahora la vida y qué ganas de vivirla tengo! Y todo gracias a usted… ¿Me permitirá que, por ésta vez al menos, le llame querido amigo?

―¡Desde luego, querida amiga Lida Ilianovna! Esta vez y en tanto me distinga con su apreciada amistad. Tanto a usted como al teniente Ursbach les considero amigos pues ambos me caen muy bien, son excelentes personas

―¡Pues eso, muchas gracias querido amigo Iván Ivánovich Meteliev!

―No hay de qué darlas amiga mía. Pero dejémonos de esto pues se hace tarde y todavía tenemos mucho que tratar.

Seguidamente el coronel Meteliev informó a Lida que la habitación que ocupaba en el hospital desde entonces sería su vivienda, poniéndola a continuación al corriente de todo lo convenido con Helge Ursbach días atrás, con especial hincapié en la actitud que debían  mantener entre sí siempre que no estén completamente seguros de no ser vistos.

Por la mañana, poco antes del medio día, recibió el coronel Meteliev a Lida Ilianovna en su despacho, donde ya se encontraba el equipo médico, cinco doctores alemanes liderados por el comandante médico Graaf von Blücher, un eminente cirujano de Koenigsberg antes de la guerra; y un grupo de diez o doce oficiales soviéticos encabezados a su vez por un comandante, segundo en el mando del coronel Meteliev. También se hallaba allí el Comisario Político camarada Yevgeny Sergevich Kitev.  

El comandante von Blücher no le cayó nada simpático a Lida Ilianovna. Se adivinaba en él un hombre frío y distante, a pesar de su impecable cortesía. Su mirada, dura cual acero de Krup, denotaba en él uno de esos viejos aristócratas prusianos, orgullosos hasta la soberbia. Y, efectivamente, Graaf von Blücher provenía de una antigua familia de la más añeja nobleza prusiana; con una cosa a su favor: Como casi toda la aristocracia alemana, no sólo la prusiana, y el propio alto generalato alemán, nunca fue afecto al nazismo. Antes bien, tanto aristócratas como altos generales sentían un hondo desprecio hacia el Fürer Adolf Hitler, al que en privado el cerrado círculo de altos mandos militares a menudo llamaban “el cabo austriaco”. Curiosamente, uno de los pocos generales de la Werhmacht afiliado al partido Nazi fue Erwin Rommel, al que muchos generales solían llamar “El payaso del circo nazi”(2)

Tampoco le resultó agradable el camarada comisario político, típico funcionario del dispositivo represivo que la NKVD representaba, brazo ejecutor de los criminales designios del camarada Generalísimo Stalin. Lida en ese personaje vio un reptil, una repugnante serpiente venenosa, silencioso como la muerte y tan letal como colmillos de esos reptiles.

Y llegó uno de los momentos más esperados por Lida Ilianovna y Helge Ursbach al ser oficialmente presentados por el coronel Meteliev: Tras siete largos años volvían a verse. Les pareció increíble ¡Qué dulce momento cuando por breves segundos sus manos se enlazaron! ¡Qué sensaciones, con el corazón lanzado a toda velocidad y la sangre pulsando fieramente por sus venas, en sus sienes! ¡Cuantas cosas dijeron sus ojos en esos breves instantes! Y cuando se había alejado un tanto de él Lida no pudo resistir el impulso de volverle fugazmente la mirada para encontrarse con los ojos de su amado clavados en ella. Al instante se arrepintió de tal torpeza; miró rápidamente a su alrededor pero nadie se había fijado en ello. Seguidamente le fueron presentados los oficiales soviéticos a los que apenas prestó atención.

Tras concluir las presentaciones los asistentes marcharon al comedor de oficiales para comer. El coronel Meteliev se acomodó en el centro de la larga mesa comunal, según su costumbre, presidiéndola. Por indicación de Meteliev Lida tomó asiento a su derecha en tanto que al otro lado, a la izquierda del coronel, se sentó el comandante segundo jefe del campo. A la derecha de Lida Ilianovna se puso el comisario político. Al otro lado de la mesa se sentaban los cinco facultativos alemanes con el comandante von Blücher en el centro, justo frente a Meteliev y un capitán médico a cada lado de su jefe. Los restantes médicos alemanes, dos tenientes,  junto a sus capitanes de modo que Helge Ursbach ocupaba sitio frente a Lida Ilianovna un tanto a su derecha. Los restantes sitios de la mesa los ocuparon los oficiales soviéticos.

Así que Lida Ilianovna y Helge Ursbach podrían charlar abiertamente  en comidas y cenas, aunque de momento mantendrían la prudencia de no ser asiduos al conversar entre ellos; mejor aparentar que poco a poco surgía entre ellos una cierta amistad.

Por la tarde, una vez finalizada la comida, Lida Ilianovna entró por vez primera en la consulta de odontología del hospital; lo primero que hizo fue comprobar el equipo e instrumental disponible: Todo penoso, muy penoso, obsoleto y en extremo escaso. Aquello más parecía la consulta de un dentista de los años 30 y no de las mejor instaladas aún para entonces: El sillón de pacientes no era más que un anticuado butacón de madera de gran respaldo y con el instrumental sólo podrían practicarse extracciones dentarias, diría que ni tan siquiera un simple empaste.

Por todo ello, Lida procedió a elaborar una relación de todo lo necesario para poner la consulta al día, relación que sometió a la aprobación del coronel Meteliev que al momento firmó y remitió a la jefatura GULAG.

A continuación la joven odontóloga estableció el turno de trabajo a seguir desde entonces, incluyendo tres horas extras voluntarias cada día para atender pacientes de medicina general. Este incremento de trabajo se debió a una solicitud que, durante la reciente comida, hizo el comandante von Blücher al coronel Meteliev rogando la ayuda de Lida Ilianovna Selenko al equipo de médicos alemanes sobrepasados por la cantidad de pacientes que a diario atendían (para obtener el título de doctora en Medicina Odontológica debió cursar antes Medicina General) De manera que Lida incrementó su jornada de siete horas, establecida por la Constitución de la URSS de 1936 como máxima para todos los trabajadores soviéticos, en otras tres horas más, una por la mañana, de doce a 13 horas, y dos por la tarde, de 14,30 a 16,30 horas, acabando por tanto el día a las 19,30 horas.

Este exceso de trabajo Lida lo recibió con gusto pues multiplicaba los momentos que podría estar cerca de su médico alemán y las ocasiones de estar juntos sin despertar sospechas nefandas.

El domingo siguiente a la llegada de Lida Ilianovna al campo de prisioneros Helge Ursbach empezó su actividad de reeducación política respecto a sus compañeros de cautiverio. Y lo hizo con éxito regular, pues por de pronto los poco más de doce-catorce asistentes que lograba congregar en sus charlas el camarada comisario político se convirtieron en algo más del medio centenar. Al domingo siguiente, metido ya de lleno en su papel de “Apóstol del Marxismo-Leninismo”, los asistentes al acto eran del orden de cien. Y cinco domingos después, a mes y medio más o menos del inicio de su “apostolado”, Ursbach congregaba ya a varios cientos de asistentes a sus “prédicas” bolcheviques, con incluso seis o siete oficiales alemanes entre ellos uno de los cuales era un capitán del equipo médico, para disgusto de von Blücher y gozo del camarada comisario político Yevgeny Sergievich Kitev, que apenas podía creerse tamaña ventura. Porque más de una veintena de prisioneros alemanes, casi todos de tropa aunque también con cuatro suboficiales, habían visto la luz del comunismo “libertador” de la clase trabajadora y empezado su instrucción proletaria tanto por el camarada comisario político como por el teniente Ursbach, al que los soviéticos ya llamaban “camarada teniente Ursbach” como si fuera uno de ellos.

Con lo que los informes que el camarada Yevgeny Sergievich enviaba a sus superiores referidos al “camarada Helge Ursbach” no podían ser mejores, ensalzando hasta lo más alto su absoluta entrega al marxismo-leninismo y la gran labor que a esa causa venía realizando entre sus camaradas. Estos informes habían calado hasta en las altas esferas del Comisariado Político, que había puesto al corriente de ello a la cúpula del poder, el Soviet Supremo, incluso al Camarada Generalísimo Stalin y a la jefatura del Partido Comunista Alemán (KPD), cuyos dirigentes seguían muy de cerca el proceso de adhesión del oficial médico alemán.

A lo largo de este mes y medio la relación entre Lida Ilianovna y Helge Ursbach no podía ir mejor, por más que paso a paso. Con entera libertad mostraban que les unía una buena amistad, lo que facilitaba una relación más íntima y frecuente, ocupando su conversación casi todo el tiempo de comidas y cenas y las sobremesas que solían seguir a los ágapes, aunque manteniendo la necesaria prudencia: Nadie podía imaginar, por la forma de relacionarse, que entre ellos existiera algo más que la buena amistad.

¡Pero cuanto les costaba mantener esta prudencia! No tocarse en ningún momento, no poderse besar con la pasión que desearían ni, sobre todo, no entregarse uno al otro con el ardor que sentían, cada día más intenso.

Esa forma de relacionarse empezaba a convertirse en pura tortura, sobre todo para el pobre Ursbach que, como hombre, soportaba esa situación mucho peor que Lida, pues como mujer era más consciente y prudente.

Desde que empezara diciembre el trabajo en el hospital del campo aumentó notablemente pues las hipotermias y principios de congelación abundaron por las temperaturas de -40º  y a veces más bajas. Aunque sin punto de comparación con los demás campos de trabajo donde los penados eran explotados hasta morir en muchas ocasiones.

En el campo que Meteliev regentaba a esos extremos no se llegaba. Para empezar la alimentación era mejor y en invierno se aumentaba, con lo que la resistencia de los hombres mejoraba; además había buenas herramientas, sierras y tronzadores a mano con algunas motosierras accionadas con petróleo; el hacha, herramienta esencial en el GULAG, se usaba sólo donde era lo más idóneo. Estas medidas resultaban más efectivas logrando mayor productividad que en casi todos los demás centros de trabajo del GULAG.

Por otra parte a los primeros síntomas de hipotermia o congelación los prisioneros iban al hospital reemplazados por otros, pues no eran llevados todos desde un principio a trabajar sino que al menos un tercio quedaba en reserva, de forma que el trabajo se mantenía durante las 10-12 horas diarias con lo que la productividad apenas si bajaba.

Así llegó el día más festivo del año en la URSS, la festividad de Año Nuevo. La festividad no llegó a la población reclusa en general, sólo se beneficiaron de ella los oficiales médicos que vivían fuera del recinto interior del campo, de donde el resto de los prisioneros no podía salir si no era para trabajar, y compartían el comedor de los oficiales soviéticos. Esto no obstante ese día el trabajo se redujo, de forma  que sobre las cinco de la tarde regresaron de los bosques las brigadas de trabajo, en lugar de regresar a las 19,30 como de común ocurría en invierno.

La cena servida en el comedor de oficiales fue suntuosa y bien regada de bebidas alcohólicas, que se renovaban al agotarse y hasta bien avanzada la madrugada. También en los barracones de suboficiales y tropa soviética se sirvió un menú más sabroso y abundante de lo común, con prodigalidad de vodka, única bebida que se les distribuyó.

En cambio, en los barracones de los prisioneros alemanes el menú de esa noche fue semejante al de cualquier otro día, mejor elaborado tal vez y algo más abundante. Incluso se dispuso de algo de vodka, nada excesivo desde luego, pero al menos les permitió compartir algún brindis que otro por el Año Nuevo.

En el comedor de oficiales soviéticos la cena transcurrió con mucha alegría. Se bebió abundantemente y se comió casi más profusamente aún. A las 12 de la noche la radio transmitió las doce campanadas desde Moscú y al instante se brindó con exótico champagne. Poco después de la media noche Helge Ursbach, pertrechado con dos o tres botellas de vodka, salió del comedor y se encaminó al recinto interior del campo dirigiéndose a uno de los barracones de oficiales donde dejó el vodka. Estuvo allí un rato, brindando junto a sus camaradas oficiales. También allí reinaba la alegría y las tres botellas que Ursbach llevara se agotaron en poco tiempo. Al rato, acabada la bebida y tras entonar varias viejas canciones de marcha alemanas, “Alte Kamaraden” (Viejos Camaradas) “Preussens Gloria” (Glorias Prusianas) y las inevitables “Erika”, “Anna Catherine” y “Rosemarie”,  Helge Ursbach se despidió para volver al comedor de oficiales soviéticos. La velada resultó muy agradable al oficial médico. ¡Cuantos recuerdos vinieron a él de tiempo atrás, el teniente Bauer que mandara su vieja 4ª Compañía, su excelente amigo Peter Heslih y tantos otros antiguos camaradas! ¿Qué habrá sido de ellos? Desde su captura en Novo Slóvoda nada más supo de esos viejos camaradas.

Sumido en estos recuerdos y empapado en el alegre ambiente vivido minutos antes, no se percató de que un grupo de hombres, cinco o seis al menos, se le echaban encima por sorpresa e inmediatamente, sin  siquiera Ursbach enterarse de nada, le inmovilizaron, encapucharon y arrojaron al suelo. Al encapucharle y lanzarle al suelo Ursbach perdió el gorro de piel de zorro y estilo ruso que de inmediato los atacantes le pusieron sobre la capucha; pero también le medio metieron un puño en la boca, de forma que la piel de la capucha, introducida un tanto en la boca, servía de mordaza. Seguidamente le arrastraron al angosto callejón abierto entre ambos barracones de oficiales y le golpearon a placer durante un rato. La agresión duró escasos seis u ocho minutos al cabo de los cuales le arrastraron hacia la extensa explanada que se abría entre los barracones de oficiales y suboficiales por un lado y los barracones de la tropa por otro, frente por frente unos de otros.

Tan pronto el grupo humano de atacantes y atacado se acercó al rectángulo despejado quedó atrapado en la luz de los reflectores que hicieron saltar las alarmas del campo. En un segundo los agresores dejaron caer al suelo el cuerpo de Ursbach y en instantes desaparecieron entre las angostas callejas que separaban los barracones de oficiales. Las ametralladoras de las torres rompieron a disparar pero, por suerte para el médico alemán, el fuego se dirigió alto, buscando las figuras que corrían para ponerse a salvo y no contra el cuerpo caído en tierra, boca abajo e inmóvil.

En minutos el recinto fue invadido por la guardia de retén, doce o quince soldados con un sargento y un teniente a su mando salidos del pequeño barracón que al efecto estaba junto al portón de entrada al recinto.

El teniente se dirigió al cuerpo caído en el suelo y le puso boca arriba, reconociendo en él al “camarada teniente Ursbach”. Al momento requirió la presencia de los sanitarios soviéticos para que evacuaran al maltrecho Helge Ursbach al hospital del campo.

Al tiempo el sargento y los soldados marcharon en busca de los agresores lanzando cortas ráfagas con sus AK47, pero sin ningún resultado pues el grupo agresor había desapareciendo quien sabe dónde, aunque sin duda en los barracones de oficiales o suboficiales.

La noticia de la agresión al teniente Ursbach se propagó de inmediato por todo el campo de prisioneros, aunque al comedor de oficiales sería casi donde primero llegaría pues al instante el coronel Meteliev recibió la novedad telefónicamente. De inmediato el coronel ordenó que los prisioneros alemanes formaran por brigadas de trabajo con sus mandos al frente y permanecieran así hasta nueva orden.

Antes de que Meteliev colgara el teléfono, apenas lo descolgó y dijo las primeras palabras “¡Pero qué dices! Que el teniente Ursbach…” Lida Ilianovna, como proyectada por un resorte, saltó de la silla y a paso rápido marchó hacia la salida del restaurante de oficiales para dirigirse al hospital. Pero no fue ella quien primero se puso en pié. Tan pronto el coronel soviético tomara el teléfono y antes de pronunciar el nombre del teniente médico, el comandante von Blücher saltó de su asiento y a grandes zancadas salió del comedor rumbo al hospital. Casi de inmediato también partieron al hospital un médico alemán, el capitán que regularmente asistía a los mítines que el teniente Ursbach departía en ese mismo comedor, la estancia más amplia del campo de Meteliev, y un teniente soviético, Pavel Basilievich Marchenko, que tenía cierta amistad con el teniente Ursbach. Al poco, también el coronel Meteliev salió hacia el hospital.

Cuando el coronel abandonó el comedor ya se había ausentado el comandante segundo jefe militar del campo de prisioneros en dirección al recinto interior donde formaba la población reclusa, con precisas instrucciones de Meteliev.

Al quedarse solos los restantes oficiales soviéticos y los dos médicos alemanes, un capitán y un teniente, el salón quedó en profundo silencio. La tensión en el ambiente era evidente, con los alemanes bastante incómodos ante las hostiles miradas de los soviéticos. La agresión a Ursbach había vuelto a abrir la brecha entre ambos grupos, alemanes y soviéticos, que la paciencia y tacto de Meteliev cerrara hacía tiempo. Pero esa tensión se fue diluyendo desde que un teniente soviético se levantara apurando el vaso de vodka que ante sí tenía y, tomando una botella del mismo licor dijera.

―Camaradas aquí ya no hay nada que hacer, luego me voy a mi cuarto a seguir celebrando el Año Nuevo.

Dicho esto, y con la botella de vodka en la mano abandonó la habitación. Casi de inmediato sus compañeros le siguieron, pertrechados también con botellas de licor; y los alemanes, respirando aliviados, hicieron lo propio, aunque con menos provisión alcohólica que los oficiales rusos.

Cuando Lida Ilianovna, el comandante von Blücher y el capitán médico alemán llegaban al hospital también arribaba allí la ambulancia que portaba a Helge Ursbach. Lida abrió la puerta y guió a los camilleros que llevaban al maltrecho alemán hasta una sala de curas donde lo depositaron en la mesa clínica. A continuación Lida Ilianovna dijo a los camilleros.

―Camaradas ustedes deberán quedarse aquí, en la sala de espera, pues llevarán luego al paciente a una habitación. Pero, por favor, digan a los camaradas de la ambulancia que se retiren a sus puestos habituales.

Los sanitarios soviéticos saludaron militarmente a la teniente Selenkaia y se retiraron de la sala de curas

Cuando los sanitarios se marcharon, dijo el comandante von Blücher a Lida Ilianovna.

―Gracias por su ayuda teniente Selenko, pero ya puede usted retirarse. El capitán Müller y yo somos suficientes para atender al teniente Ursbach.

―¡Ni lo piense comandante! Yo me quedo aquí.

El rostro de Lida estaba hierático, frío, sin mostrar emoción alguna, pero su mirada expresaba una firmeza absoluta. El comandante von Blücher quedó un momento pensativo, miró a Lida Ilianovna por unos segundos y dijo.

―De acuerdo teniente Selenko; entre usted y yo atenderemos al paciente. Capitán Müller retírese por favor.

―A las órdenes de usted, mi comandante.

El capitán Müller se puso firmes con un fuerte taconazo, dio media vuelta y salió del hospital en busca de su barracón-vivienda.

Para entonces ya se encontraban también en la sala de curas  el coronel Meteliev y el teniente Marchenko, preocupados ante el lastimoso estado que presentaba Ursbach.

De inmediato von Blücher y Lida Ilianovna iniciaron la exploración clínica de Ursbach, rayos X incluidos. El resultado de la exploración no fue muy negativo: Desde luego el paciente había recibido una tremenda paliza, pero de muchos puñetazos y pocas patadas: En fin, bastantes magulladuras, la nariz y ambas cejas rotas, la mandíbula inferior dislocada y alguna fisura en la tibia de la pierna izquierda. Vamos, nada que 30-40 días de escayola y descanso no cure. 

Estas noticias disiparon la intranquilidad del coronel Meteliev y del teniente Marchenko, aunque entonces la rabia de éste explotó:

―¡Malditos asesinos fascistas! ¡Debimos colgarlos a todos! Pero se van a enterar, ahora mismo voy a su cubil y veremos si no les saco a los culpables.

Meteliev, con toda tranquilidad, dijo al teniente.

―Marchenko, si los hubiéramos matado a todos, también estaría muerto su amigo Ursbach. Cálmese. Sí, vaya usted al recinto interior con gente de refuerzo al retén de vigilancia. Póngase a las órdenes del comandante Lischenko; él tiene instrucciones mías al respecto de lo que hay que hacer.

―A sus órdenes camarada coronel.

El teniente Marchenko saludó al coronel Meteliev, lanzó un saludo a su amigo alemán, una breve mirada a Lida Ilianovna y salió del hospital.

A continuación Meteliev se volvió a Ursbach, le expresó su satisfacción por haber salido mejor parado de la agresión de lo que temía y también abandonó el hospital.

A todo esto, tanto von Blücher como Lida Ilianovna habían procedido a reparar las magulladuras de Helge Ursbach, escayolarle nariz y pierna y reducir la mandíbula dislocada, lo que hizo viera las estrellas de dolor.

Una vez hecho todo esto  los sanitarios soviéticos le trasladaron a una de las habitaciones libres, tras lo cual Lida les despidió definitivamente. Cuando ambos, Lida y von Blücher quedaron a solas con Ursbach, ella, con mirada llameante se dirigió al comandante médico alemán.

―¿Esta es la civilización que ustedes decían defender? ¡Sí, desde luego, la civilización asesina del nazismo fascista! ¡La que aún, a pesar de los años de prisión, siguen asumiendo! ¡La de la agresión cobarde, a traición, y a uno de los suyos precisamente! ¡Son ustedes despreciables!

Von Blücher no respondió a Lida Ilianovna, se limitó a mirarla y sostener la mirada de odio de la mujer; pero en sus ojos, aunque parecían tan fríos como siempre, asomó una sombra curiosa, algo que no se podía definir bien: ¿Un destello de comprensión hacia Lida? Helge Ursbach intervino entonces.

―Basta Lida, déjalo. Cálmate, por favor, y déjanos solos al comandante y a mí. Ya ves que no estoy tan mal. Saldré de esto en poco tiempo, no te excites ni te preocupes de nada.

―Lo que tú digas, Helge.

A todo esto, desde que Ursbach empezara a hablar, la expresión de von Blücher había variado. Su natural gesto, frío y distante, se trocó en franco interés. Observaba a ambos jóvenes atenta y alternativamente. Al cabo afloró a su boca una sonrisa burlona, un tanto pícara, casi cariñosa, digamos que como sonreímos al sorprender a un niño en una travesura.

Lida seguía mirando a von Brücher con innegable odio, escupió  hacia donde éste se encontraba y marchó hacia la puerta. Entonces von Blücher se acercó a Lida Ilianovna diciendo: 

―Permítame un momento teniente Selenko. Sus diatribas no me han ofendido. Antes bien me agradó ver cómo defiende a mi oficial. Pero he visto algo preocupante: Están ustedes jugando con fuego y si el juego se descubre en ciertas instancias a usted, Lida Ilianovna, le iría muy mal, podría incluso costarle la vida. Aprecio en usted, amén de su gran hermosura, a una mujer digna, fuerte y leal; le pido sepa guardarse. Y en especial del teniente Marchenko. Desconfíe de él, sé que va detrás de usted y un hombre despechado puede resultar muy peligroso.

Con esto von Blücher se despidió de la odontóloga bajando la cabeza ceremoniosamente, como en otro tiempo hiciera a las damas alemanas.   

Al escucharle Lida quedó confusa. ¡El odiado comandante que tan seco y soberbio, hasta cruel, le parecía, resultaba que no era así! Se sintió desarmada por sus palabras, pues entendió que ese hombre no mentía, la apreciaba sinceramente. Le miró agradecida, aún y cuando siguiera sin entender cómo tal personaje se hubiera implicado en la agresión a su amado Helge, pues de ello seguía estando segura: Von Blücher, por lo menos, estaba al corriente de cuanto se preparaba contra Helge Ursbach. Pero prefirió olvidar eso de momento. Como bien le dijera su amado, éste había resultado bastante bien parado y la agresión, al final, podría incluso serles beneficiosa.

De modo que, dirigiéndose al comandante alemán con gesto franco y afable dijo:

―Me ha sorprendido usted,… mi comandante (aquí, a propósito, usó la típica cortesía militar alemana) Le creía de otra manera, hasta cruel, y francamente hoy llegué a odiarle. Pero veo que estaba equivocada, por lo que retiro cuanto antes le dije y le pido perdón. Deseo además, si me lo permite, ofrecerle mi amistad.

―Amiga Lida Ilianovna, como ve con gusto acepto su amistad; en cuanto al perdón, huelga, no ha lugar a ello. Que la vida la trate bien, Lida Ilianovna Selenko.

Seguidamente Lida se despidió de Helge Ursbach con un “Hasta ahora Helge” y salió de la habitación.

Al quedarse solos rompió el silencio el teniente Ursbach.

―Mi comandante, con todo respeto solicito permiso para hablar con libertad.

―Adelante Ursbach, diga lo que desee.

―Mi comandante, soy consciente de que la agresión de hoy es una advertencia a mi reciente actitud. Sé que es consecuente al fallo del Tribunal de Honor al que me han sometido mis camaradas oficiales. Y estoy seguro de que usted no es ajeno a ese Tribunal. Por mi parte, acepto y comprendo todo en aras a la disciplina que es preciso mantener, pero deseo aclarar que cuanto se haga por “reformarme”, agresiones incluidas, será baldío. Mi decisión de ser un buen comunista y “apóstol del bolchevismo” entre quien quiera escucharme es firme y para que ceje en ello tendrán que matarme.

―Lamento oírle amigo Ursbach, aunque no me sorprende. Lida Ilianovna es una mujer por la que uno llegaría a sacrificar hasta la vida: Carácter fuerte y a la par delicado cuando así debe ser, resuelta y firme en la adversidad y de una entrega y lealtad al ser que ama sin igual. Es, sin duda, prototipo de la mujer ideal, tiene cuanto el hombre más exigente pueda demandar. Pero teniente, para nosotros, soldados alemanes, hay otras cosas no ya importantes, sino sagradas: Su deber y lealtad para con sus camaradas, no sólo oficiales sino antes bien hacia los soldados cuyo mando y cuidado nos confió la patria. Pero sobre todo está el deber y lealtad hacia la Patria Alemana a la que juramos defender hasta la muerte. Faltar a esos deberes patrios, teniente Ursbach, al final solo le acarreará desazón, incongruencia consigo mismo. Su conciencia nunca se lo perdonaría y nunca le dejará vivir en paz. Sé bien que la actitud de que en estos últimos meses hace gala no es más que pura fachada; usted de bolchevique no tiene nada y tras su comedia comunistoide sólo está su amor por esa mujer, un amor que al final les llevará a ambos a la destrucción moral. A la larga su conciencia le martirizará Ursbach y los remordimientos les hará a los dos, Lida y usted, la vida insoportable pues vivir junto a usted llegará a ser inaguantable. Hágame caso teniente: Sacrifique ese amor en el Altar de la Patria y acabarán ganando los dos, Lida y usted.

―Mi comandante pienso que se equivoca en sus apreciaciones. Esa Patria Alemana a la que invoca…. ¡No existe! ¡La Alemania que conocimos, a la que juramos lealtad hasta morir y dejamos atrás para combatir se desvaneció, se hundió entre las bombas, la muerte y el horror de sus ciudadanos!… La destrucción de sus edificios, sus obras de arte…. Su cultura en definitiva  ¿Qué es hoy Alemania? Dos estados enfrentados entre sí, dos  títeres al servicio de los dos grandes vencedores de la guerra que perdimos. Dos estados que separan a los alemanes como pueblo, surgidos por la decisión de soviéticos y americanos para utilizarnos en su tablero político por la supremacía del uno frente al otro. Luego ¿Cuál es esa “Patria” que invoca? ¡Ninguna, no existe! No hay ninguna Alemania libre de decidir soberanamente, por sí misma, su destino. Así, nuestro deber y lealtad debe ser para el Pueblo Alemán, las gentes alemanas. Para con nosotros mismos, nuestros seres queridos, familiares, amigos… y, cómo no, nuestros camaradas cautivos, oficiales, suboficiales y tropa, como parte inseparable del Pueblo Alemán. Y nuestro mayor deber hacia ese Pueblo es regresar allá, con los demás alemanes, para trabajar junto a ellos por una Alemania económicamente fuerte, única forma en que volveremos a tener una Patria Alemana libre y soberana.

Calló un segundo, para recuperar el aliento que, en su oral visceralidad, había ido perdiendo… Y el comandante von Blücher, aunque mirándole de hito en hito, se mantuvo en silencio, dejándole que prosiguiera en su discurso hasta el final

―Hasta aquí he respondido a cuanto me dijera respecto al deber y lealtad para con la “Patria”. Ahora quiero decirles, a usted y mis camaradas, mi particular idea de mi deber y lealtad hoy día: Sólo se la reconozco a la persona que me sostiene el ánimo cada día, que cada mañana hace que me levante con ganas de vivir sólo por volverla a ver, pues simplemente con verla soy feliz y me siento contento. Es decir, para con Lida Ilianovna. Ahora, si me lo  permite, quisiera estar solo y descansar.

―Perfectamente Ursbach, le dejo para que descanse.

Von Blücher se llegó hasta la puerta, tomó el pomo para abrir, titubeó un momento, y volvió la vista a Ursbach diciendo:

―Teniente en sus palabras hay mucha verdad. Intentaré que nuestros oficiales lo entiendan. Pero no le garantizo nada, ya sabe usted cómo son estas cosas…

Diciendo esto el comandante alemán salió de la habitación y del hospital hacia su alojamiento.

———————

El aspecto disciplinario derivado de la agresión al teniente Ursbach al final tuvo una rápida solución. Aunque el coronel Meteliev iba que echaba chispas, por lo enfurecido, cuando llegó al recinto interior del campo resultó aplacado, poco a poco, por quien menos se podría imaginar: El camarada comisario político.

Desde que tuvo noticia de la agresión al “camarada Helge Ursbach”, el pobre Yevgeny Sergevich Kitev estaba que no vivía. El programa de reeducación político-social de los “criminales fascistas” que tan buenos resultados estaba dando, se encontraba a punto de ir al traste, y con él las firmes esperanzas de prosperar en el escalafón. ¡Hasta  comisario político de una brigada, tal vez una división, se veía! Y todo eso podía irse a la “merde” si el coronel Meteliev no trataba con el debido tacto el asunto de la agresión. ¡No señor, no lo permitiría!

Luego, tan pronto vio entrar al coronel Meteliev en el recinto interior se fue a él a exponer sus temores: Que la situación era crítica pues ojos muy interesados les observaban desde instancias muy altas, gratamente impresionados por el éxito que se estaba logrando en la reeducación de los “criminales” alemanes, por lo que todo lo hasta entonces conseguido podría perderse, con los perjuicios que para ellos dos, responsables militar y político del campo, seguro acarrearían. Yevgeny Sergevich atacó a fondo al coronel, logrando “amansarle” al cabo de un tiempo, con lo que el conflicto entró en proceso de solución.

El 4 de enero de 1951 se firmó, en el despacho del coronel Meteliev, un compromiso entre éste y los oficiales alemanes, representados por su miembro de mayor rango, el teniente coronel de Infantería Ludwig von Lebnitz, por el cual los oficiales se comprometían a trabajar en los bosques cual simples soldados hasta tanto Helge Ursbach no fuere dado de alta y se reincorporara a su quehacer médico. Además, y durante ese mismo tiempo, las raciones de comida de los oficiales se reducirían a la mitad.

A que la propuesta del coronel fuera aceptada por el grupo de oficiales alemanes no fue ajeno el hecho de que Meteliev, desde el mismo día uno de enero dispusiera que las raciones de comida de todos los “criminales” alemanes, desde von Lebnitz hasta el último soldado, se quedaran en la mitad y que von Blücher, haciendo suyo el razonamiento de Ursbach, insistiera en que su primer deber, como oficiales, era hacer que todos sus hombres, y ellos mismos, pudieran volver a sus casas, con los suyos, y en el mejor estado posible.

Por otra parte, tan pronto Meteliev se separó de Yevgeny Sergevich se dirigió al comandante Lischenko informándole que desde ese momento, por su seguridad, el teniente Ursbach pasaba a residir, permanentemente, en el hospital del campo, en la propia habitación que ocupaba ahora.

La premonición de von Blüger a Lida Ilianovna respecto al teniente Marchenko se hizo realidad en los primeros días de Enero. Ya en la comida especial que se celebró en el restaurante de oficiales a cuenta del día de Año Nuevo de 1951 el oficial ruso, aprovechando que su amigo Ursbach no estaba para monopolizar a la doctora, empezó a dar especial conversación a la muchacha y desde ese momento trató de acaparar la atención de Lida Ilianovna siempre que le era posible. Por las noches, después de cenar, acompañaba a Lida Ilianovna en sus paseos nocturnos y ella lo aceptaba pues antes hacía lo propio con Helge Ursbach. ¡La dichosa precaución que debían mantener ambos, Helge y ella! Así, una de esas noches, Marchenko intentó “tomar al asalto la plaza sitiada” y allí se encontró con una resistencia por entero inesperada, pues Lida le dejó bien sentado que no le interesaba relación íntima alguna con hombres. La sorpresa del teniente fue mayúscula; no se podía creer que una hembra se resistiera a sus bien probados encantos masculinos, luego sólo una explicación encontró al asunto: Sin duda, la bella odontóloga era lesbiana… ¡Qué lástima! Y así lo propagó por todo el campo, lo que evitó a Lida ser objetivo de nuevos “tenorios” inoportunos. 

La recuperación de Helge Ursbach fue bastante rápida. A los cinco o seis días el baldamiento general, los dolores repartidos por todo su cuerpo a causa de la tremenda paliza recibida empezaron a ceder. Incluso la sensación de postración, de decaimiento anímico en que la agresión de sus camaradas, a los que sinceramente apreciaba, le sumiera fue desapareciendo poco a poco a lo largo de los días y se empezó a sentir mejor, la alegría de la vida volvió a su espíritu. A esta mejoría la presencia de su amada odontóloga no fue ajena en absoluto: Aunque con menos asiduidad de lo que deseaba, la muchacha pasaba junto a él la mayor parte de tiempo posible, el que sus deberes médicos le dejaban pues a esas alturas su cometido profesional tenía bastante más que ver con la Medina General que con su especialidad odontológica, y el trabajo en el hospital creció notoriamente a partir de la madrugada de Año Nuevo por las consecuencias que la larga exposición de los prisioneros alemanes a la intemperie de aquella noche, con casi -50º, provocara. Hasta mediados de mes, el trabajo hospitalario y ambulante en los barracones de los prisioneros fue incesante.

Tras cinco días de descanso absoluto guardado en cama, Ursbach inició los “pinitos” para levantarse de la cama y dar los primeros pasos ayudado por un par de muletas. En un principio sus “paseos” por los pasillos apenas llegaban a la media hora, al cabo de lo cual volvía rendido a la cama, pero poco a poco fue afianzándose más y más. Convenía recuperar la movilidad de la pierna sana tras cinco o seis días de inmovilidad y lograr seguridad en el uso de las muletas, adminículo del que dependería en tanto no le sostuviera completamente la pierna herida al andar. Ahora sabía lo penoso que era cargar con todo el peso del cuerpo colgado de ambas muletas, con la pierna escayolada pesándole toneladas, así le parecía. Resultaba todo ello un esfuerzo enorme que los músculos de sus brazos se negaban a asumir y precisaba una gran fuerza de voluntad para saltar al suelo, cosa que con tesón lograba, no sólo cada día sino varias veces a diario.

Entre tanto, el día 7 de enero se presentó en el hospital el teniente coronel von Lebnitz para interesarse por el paciente. Tras un rato de trato en extremo convencional llegó un momento en que jefe y oficial quedaron a solas en la habitación, momento que von Lebnitz aprovechó para presentar a Helge Ursbach, en nombre de sus compañeros oficiales, excusas por la agresión sufrida y asegurarle que no se preocupara en el futuro por cosas de ese cariz, que no se volverían a producir. Admitía el jefe alemán que algunos de los oficiales no se avenían a estas excusas, pero todos renunciaban a nuevas medidas disciplinarias contra él.  En fin, que el teniente médico sintió entonces que sus relaciones con sus apreciados camaradas podrían volver a ser normales.

El 18 de enero se dio de alta a los últimos pacientes que quedaban en el hospital afectados por lo ocurrido en la madrugada del día uno. Y el 31, tras 30 días de escayola y ante la buena mejoría de Ursbach, se liberó su pierna del yeso que la aprisionaba. Entonces empezó un nuevo suplicio para él, pues recuperar su maltrecha pierna le costó “sudor y lágrimas”, como suele decirse; pero se aplicó al “tajo” con su proverbial empeño y tesón, aguantando firmemente el dolor y cansancio que ello le generaba. Unos ocho-diez días después tanto von Blüger como Lida Ilianovna estuvieron de acuerdo en que Ursbach estaba muy recuperado: Andaba bastante bien sobre sus dos piernas con el sólo apoyo de una muleta e incluso llevaba un par de días ayudando dos o tres horas en las consultas, pues decía que así calmaba mejor sus nervios. Calculaban además que en no más allá de una semana se le podría conceder el alta definitiva con lo que se reincorporaría a su labor profesional. Así que von Blüger decidió que, tras retirar a Ursbach los servicios de la cena, el sanitario que desde el día primero de enero pernoctaba en el hospital marchara a su barracón.

De modo que, tras consumir Ursbach su cena, el sanitario abandonó el hospital en simultáneo con von Blüger y Lida Ilianovna al encaminarse éstos al comedor de oficiales para a su vez cenar. Tras la cena, como tenía por costumbre, Lida paseó un rato acompañada de von Blüger, única persona que ya se prestaba a ello. Y tras el paseo, algo más corto que otras veces, Lida se volvió al hospital para dormir….

Lida Ilianovna alcanzó la puerta del hospital sobre las 22,40- 22,50 y al notar Helge Ursbach que la mujer se disponía a abrir la puerta introduciendo la llave, corrió hacia la puerta para ayudar a Lida a correr los pesados cerrojos y poner en su sitio la enorme tranca de madera que condenaba la puerta por el interior, según venía haciendo ya unos días al llegar la doctora y mientras el sanitario que habitualmente allí pernoctaba cerraba las pesadas contraventanas de maciza madera. Pero esa noche era la primera que quedarían solos los dos en el amplio edificio.

Cuando Lida abrió la puerta se encontró de bruces con su ser más querido. Se miraron unos segundos, frente a frente uno del otro, hasta que los dos se fundieron en un apasionado beso, boca sobre boca, lengua junto a lengua. Pero lo más importante, corazón junto a corazón en perfecta comunión de amor sincero….leal y eterno. Libres también, sin tenerse que esconder de nadie, con esa naturalidad que tienen las cosas más normales, más naturales del comportamiento humano.

Así permanecieron unos cortos minutos al cabo de los cuales, unidos por sus manos, fueron a cerrar las contraventanas que antes cerrara el sanitario. También en ello invirtieron otros cuantos minutos, más, muchos más que antes cuando se besaban, pero lo hicieron los dos juntos, al unísono, cerrando cada uno una hoja de contraventana y sin perderse ni un segundo de vista, con la mirada fija en los ojos del otro en esa perpetua comunión de amor.

Una vez cerradas todas las contraventanas quedaron aislados; no ya del resto del campo de prisioneros sino del mundo entero. Se sentían a salvo de todo y de todos, pues el universo se reducía al propio hospital y todo cuanto le fuera ajeno no existía. Ellos dos, Helge y Lida, eran los únicos seres de ese universo privado cual nuevos Adán y Eva.

Entonces Lida se acercó aún más a su amado, le rodeó el cuello con sus brazos y unió, de nuevo, su boca a la de él. Luego deshizo ligeramente el abrazo para acariciar levemente la nuca del hombre con sus uñas y hundir después sus dedos en el ensortijado, dorado cabello de su amado. Volvió a enroscar los brazos en torno al cuello de Ursbach, se apretó aún más a él aplastando prácticamente sus senos contra el pecho masculino, acercó sus labios al oído de él diciéndole muy quedo pero muy insinuantemente:

―Cariño, ¿dónde prefieres que durmamos, en tu habitación o en la mía?

Helge Ursbach estaba entonces en el cielo; no, en el cielo no: En el limbo, pues era incapaz de articular palabra, de pensar siquiera. Todo en él era vivir, disfrutar el momento abandonándose a la dulce realidad de su adorada Lida Ilianovna sin pensar en nada más, sin preocuparse de otra cosa que no fuera sentir, más contra él que junto a él, ese adorado cuerpo de mujer.

Pero Lida insistió y entonces Helge salió de su ensoñación.

―Donde tú decidas mi amor, siempre lo que tú desees.

―Entonces en tu habitación pues aquí, en Rusia, la mujer sigue a su hombre, a su marido. Donde él esté ella estará, lo que él sea ella será

Unidos por la cintura ambos dos, enfilaron juntos el largo pasillo para llegar a sus habitaciones situadas una frente a otra al inicio del pasillo.

―¿Recuerdas la primera vez que nos besamos? Lo que no sabes es que aquella fue la primera vez que puse mi boca, mi lengua en un beso. Tampoco sabes que cuando esta noche me desnude para ti será la primera vez que para un hombre me desnude y que cuando tus manos, tus labios acaricien esta noche mi cuerpo desnudo….. serás también el primero que lo haga….

―¡No me digas  que!….

―Sí Helge, mi amor, soy doncella, me conservé así para ti. Te he esperado desde mi adolescencia, al hombre que amara…como a ti te amo, para entregarme a él en cuerpo y alma.

Helge no dijo nada; siguieron caminando un momento antes de que Lida volviera a hablar.

―Tú…. tú… no me has esperado a mí, ¿verdad?

El siguió en silencio unos momentos antes de contestar.

―No…no Lida…; a mi primera mujer la conocí hace ya bastantes años. Creo que yo tendría unos 16…. Era una vulgar ramera, lo normal por aquel entonces… Después vinieron otras,… algunas no eran prostitutas, pues no se me daba del todo mal. Pero nada serio, te lo juro, sólo  a ti he amarado en la vida.

―No jures. No porque no te crea; pero tengo entendido que sólo se le jura a Dios y yo soy bolchevique, comunista, luego atea. (A los ojos y labios de la mujer asomó una sonrisa, o más bien una mueca de dolor) Todos los hombres sois iguales, también los rusos: Pocos son los que conocen su primera mujer en la noche nupcial. Os enamoráis, amáis y deseáis a la mujer elegida, pero también deseáis a las demás mujeres, no importa si las amáis o no…. (Lanzó un hondo suspiro y prosiguió, pero con algo más de alegría) En fin, más vale ser la última que no la primera. (Aquí la sonrisa se hizo francamente risueña y los ojos le chispearon alegres, burlones y pícaros, todo a un tiempo) ¡Porque yo seré la última que desees en tu vida Helge, no te quepa duda! ¡Conocerás cómo aman las mujeres alemanas pero no sabes lo que es una mujer rusa cuando de verdad ama a su hombre! ¡No es una hembra, es una fiera, una leona, una tigresa en celo…. y a su hombre le convierte en tigre para ella!

Esto último Lida lo dijo segura. Sus ojos brillaban como ascuas reflejándose en ellos una increíble decisión; y su rostro estaba no ya arrebolado sino rojo y no de ira o furor sino de pasión  incontenible.

Ambos estaban ya frente a sus habitaciones respectivas y se detuvieron. Lida volvió a besar a Helge para decirle después.

―Espérame unos momentos en tu cuarto que enseguida estoy contigo. Ah, y no te preocupes que no estoy en mi época fértil; hace dos o tres días quedó atrás.

Helge Ursbach marchó a su habitación mientras Lida lo hacía a la suya.

Pensando en ella entró en el cuarto: ¡Qué pedazo de mujer era! ¡Qué energía desprendía al tiempo que toda la dulzura del mundo! ¡Era la mujer perfecta, la que cualquier hombre soñaría! ¡Y era suya! No creía en la inmensa suerte que tenía. Y… ¿se la merecía? No estaba seguro de ello, pero sí de que siempre haría lo necesario para merecerla.

Se desnudó, se puso un pijama y se sentó en la cama fumando un pitillo.

No llevaría más de cinco o seis minutos esperando cuando ella entró: Venía envuelta en una bata de zorro ártico, impolutamente nívea. Al entrar, Lida estaba enteramente arrebolada, con las mejillas muy rojas. Se apreciaba lo nerviosa que estaba. Cuando avanzó hacia la cama empezó a morderse el labio inferior, denotando que su nerviosismo iba a más; hizo ademán de desprenderse de la bata, pero se detuvo indecisa. Helge fue consciente de que a la muchacha la perdía el pudor, le costaba mostrarse desnuda ante él, pues desde luego desnuda por entero estaba, lo había apreciado al abrir ella levemente la bata. Caballeroso y solícito para con la muchacha, Ursbach hizo ademán de apagar la luz, pero Lida se lo impidió.

―¡No, no apagues, enciende la luz! Quiero que me disfrutes por entero, también mi desnudez. ¿Crees que no me fijé, allá junto al Donetz, al conocernos, en la forma que mirabas el triangulito oscuro de mi pubis? ¡Te lo comías con la vista amor!

No es que Lida hubiera vencido su pudor ante la desnudez, no, ni mucho menos; sus nervios iban en aumento y el calor en sus mejillas se hacía casi inaguantable, pero su amor por el ser querido, su deseo de complacerle le dio la audacia necesaria. Se despojó de la bata con seguridad y fue acercándose al hombre lentamente, contoneándose, irradiando un erotismo del que se creía incapaz. Cuando estuvo a medio metro de él, tal vez más cerca incluso, se detuvo y con el rostro arrebolado, el pecho subiendo y bajando a ritmo frenético pero feliz por lo hecho, desafiante incluso, dijo:

―¿Te gusta lo que ves?

―Me encanta.

Helge alargó sus manos atrapando las de Lida atrayéndola hacia él. Lida se dejó llevar hasta la cama, se sentó y tras desprenderse de las zapatillas se metió en la cama mientras decía:

―Anda tonto, métete en la cama. ¿O quieres que pase más vergüenza aún?

El no respondió pero entró también en la cama. Entonces fue Lida Ilianovna quien apagó la luz y se arrebujó junto a su amado. Luego le besó con ternura y, llevándose a los senos las manos de él, dijo:

―Acaríciame Helge.

Helge Ursbach siguió en silencio, pero sus manos y labios al instante acariciaron esos senos tanto tiempo soñados para de inmediato con los labios atrapar los pezones, dulces como la miel y duros como piedras. Los rodeó con firmeza, succionándolos con suavidad y energía al mismo tiempo. Lida se encontró trasportada a un mundo mágico, pleno de placer y felicidad. En esos momentos amaba a su hombre como jamás pensó amar a nadie.

Ella intentó apretar contra sus senos los labios de Helge, pero él se libró para con manos y boca recorrer la topografía del cuerpo femenino: Vientre, pubis, muslos y piernas, llegando a los dedos de los pies en un viaje de caricias y besos. Al final Helge inició el viaje de vuelta hasta los muslos de Lida. Para entonces la mujer temblaba como una hoja con el cuerpo sacudido por incesantes espasmos de placer, gimiendo, jadeando sin parar. Así, cuando él acariciaba su pubis, Lida le abrió las piernas cuanto podía y con las manos empujó las nalgas masculinas tirando de él hacia sí misma mientras adelantaba caderas y pubis al encuentro de la virilidad de ese ser querido musitando en su oído:

―¡Penétrame Helge!… ¡Hazme mujer…tu mujer! ¡Por favor entra en mí…te he esperado tanto, tanto tiempo, Helge querido….!

Entonces Lida y Helge iniciaron el primer asalto de ese su primer combate amoroso. Durante ese primer asalto Lida conoció el dolor consecuente al desgarro y destrucción de su doncellez, pero también el mundo de placenteras sensaciones que el amor conyugal conlleva. La muchacha se sumergió en un mar de delicias nunca antes conocidas que alcanzó su clímax cuando notó el vendaval de placeres que en el fondo de su intimidad más femenina se formaba para enseguida avanzar arrollador hacia la entrada de esa intimidad taponada entonces por la virilidad de su hombre. Y supo que en breve iba a tener el primer orgasmo de su vida. Desde hacía rato Lida venía gimiendo y jadeando, abrazada fuertemente al cuerpo amado, pero el estallido de gozo que todo su cuerpo disfrutó cuando aquel vendaval rompió fue único. Se apretó aún más contra el cuerpo de Ursbach, sus piernas presionaron fieramente los muslos del hombre estrechando hasta el infinito la unión de ambos pubis en tanto su boca y dedos se enclavijaban, salvajes, en las mejillas, cuello, hombros y espalda masculinas mordiendo y hundiendo las uñas en carne y piel donde quedaron evidentes huellas de su apasionamiento. Al tiempo los gemidos y jadeos de la mujer arreciaron acompañados no ya de gritos sino alaridos. De su boca salían palabras entrecortadas, casi ininteligibles, que expresaban la dicha de esos momentos.

Ver así a Lida, por entero entregada, enardeció a Helge hasta niveles  desconocidos para él. Empezó también a gemir y jadear, dedicando arrebatadas palabras de amor a la mujer amada en tanto el ritmo de su pubis y caderas crecía hasta hacerse frenético. ¡Qué gozada de experiencia estaba siendo aquello para ambos! Y la naturaleza siguió su curso haciendo que el hombre también explotara en espasmos de ensueño que vaciaron su germen de vida dentro de ella.

Lida acababa de estallar en un primer y maravilloso orgasmo, pero al sentirse invadida por la masculina semilla de su amado fue consciente de que el divino vendaval de amor renacía, más arrollador que nunca para romper a los pocos segundos en acusados espasmos de supremo gozo, simultáneos a los que vaciaban a su hombre.  

El cenit de Lida fue más prolongado que el de Helge por lo que éste, siempre gentil y rendido para con ella, aguantó lo suficiente para que la mujer acabara sus espasmos con la adecuada satisfacción. Después se derrumbó agotado sobre el cuerpo adorado; Lida le recibió amorosa, entre besos y caricias, mientras intentaba recuperarse de su propio y feliz agotamiento. Al poco, Helge intentó salirse del cuerpo femenino pero ella se lo impidió cerrando más sus piernas y pidiéndole, muy quedo, que todavía no la abandonara.

Durante quince, veinte, tal vez más minutos siguió el íntimo intercambio de besos y caricias hasta que, con susto, Helge se apercibió que las caderas de Lida volvían a moverse en un lento vaivén. Asustado de verdad ante su todavía agotamiento protestó.

―¡Lida que no podré, todavía no me he recuperado!

―¡No te preocupes mi amor, te recuperarás, ya lo verás! Te lo dije antes, la mujer rusa, amando a su hombre, puede ser una tigresa capaz de convertir en tigre a su amado.

¡La tigresa preconizada por Lida aquella misma noche acababa de aparecer! Y Lida tuvo razón: Helge superó el agotamiento del primer asalto del combate cuerpo a cuerpo y llevó a buen fin el segundo… también el tercero…. y no se sabe bien hasta cuántos. En verdad que, como Lida Ilianovna pronosticara, Helge Ursbach resultó ser una verdadera fiera, un tigre de aquellas gélidas tierras, un tigre siberiano: Fuerte, duro, temible e indomable.

Aunque ese primer combate amoroso en el futuro se repitiera con regular asiduidad, aquella primera noche que ambos amantes disfrutaron juntos, para los dos se hizo inolvidable por el resto de sus vidas.

——————

Los años han pasado desde aquella inolvidable noche. El campo de prisioneros junto al Lena, Yakutia, hasta Siberia, quedaron atrás, reducidos a algo nebuloso y lejano en las mentes de Helge Ursbach y Lida Ilianovna.

Ella fue quien primero abandonó el campo de prisioneros para ocupar el nuevo destino solicitado: Berlín Este, como oficial médico odontólogo del Grupo de Fuerzas Soviéticas en Alemania. Once meses más tarde, mayo de 1952, también llegó al Berlín Este, repatriado, el teniente médico Helge Ursbach. Reclutado enseguida para la recién creada Policía Popular Acuartelada, rápidamente fue incorporado a la misma. Allí, en Berlín Este, “casualmente” se encontraron los antiguos “conocidos” del campo de prisioneros junto al Lena que, también por “casualidad”, intimaron en una profunda amistad que les llevó a vivir juntos como pareja y a que Lida diera a luz una niña, una Lida Ursbach, en septiembre de 1953. Para esas fechas hacía ya meses que el “padrecito” Stalin falleciera y en la URSS parecían correr otros “vientos” políticos, digamos que algo más “frescos”. La ocasión le pareció propicia a la pareja, Helge y Lida, para casarse con lo que solicitaron los necesarios permisos tanto al mando del Grupo de Fuerzas Soviéticas como al Ministerio del Interior de la RDA, permisos que al fin llegaron pero que se hicieron esperar por aquello de la impenitente burocracia del funcionariado, más aún el de la URSS con sus inveterados informes, investigaciones y demás, por lo que la boda debió posponerse hasta 1955. Pero no obstante iban aventajados, pues para cuando por fin Lida fue la señora Ursbach ya había dado a luz su segundo hijo, otro Helge Ursbach.

En 1956 la RDA creó el Ejército Nacional Popular con lo que se disolvió la Policía Popular Acuartelada, embrión que fue del recién nacido Ejército y en el que sus efectivos se integraron, con Ursbach ascendido a capitán médico.

Ocho años más tarde Helge Ursbach, ya comandante y con tres hijos el matrimonio que formó con Lida (desde la boda Lida Ilianovna Ursbach, no Lida Ilianovna Selenko), fue destinado al Ministerio para la Seguridad del Estado, la Stasi, la temida policía política del régimen germano-oriental.

Desde aquel momento Helge Ursbach dejaba de ser médico para convertirse en policía al acecho de disidentes, desertores y, cómo no, médico oficial de selecciones deportivas que viajaran al extranjero por cualesquiera motivos pero agente oficioso cuya misión era vigilar a los deportistas e impedir, por cualquier medio, su evasión al país anfitrión.

Así llegó 1968 y con él los XIX Juegos Olímpicos celebrados en Méjico del 12 al 27 de Octubre. Al comandante Helge Ursbach le fue confiada la “atención” al equipo femenino de natación y él solicitó a la superioridad se permitiera a su esposa e hijos acompañarle, pues deseaban disfrutar de un viaje turístico a tan exóticas tierras, solicitud que rápidamente le fue atendida.

A poco de aceptarse el viaje turístico de la familia Ursbach a México 68, el comandante Ursbach recibió una invitación para viajar a Méjico el día 8 de Octubre en un avión militar que trasladaría al país de los aztecas un grupo de personajes del Régimen y sus familias para asistir a los Juegos Olímpicos, con lo que al atardecer del 8 de Octubre estaba toda la familia Ursbach en el Aeropuerto Berlín Schönefen, despegando hacia Méjico DF sobre las 21 horas.

Hacia las 03 horas del día 9 el avión, con sus distinguidos pasajeros, tomaba tierra en el Aeropuerto Internacional “Benito Juárez” de la gran urbe que es la capital mejicana, aunque tras casi trece horas de viaje. Esta incongruencia horaria, seis únicas horas de diferencia respecto a la de salida en vez de las trece reales de vuelo, se debe a los diferentes husos horarios de ambas capitales, la mejicana y la alemana. En realidad, las tres de la madrugada que entonces eran en Méjico DF correspondían a las diez de la mañana que eran en ese momento en Berlín, y las 21 horas del despegue del avión en Berlín correspondían a las 14 horas que en aquellos momentos eran en Ciudad Méjico.

Al pié del avión, esperando a los egregios pasajeros se encontraba el Embajador de la RDA con su secretario de Embajada más diversos funcionarios de la misma, y un autobús para llevar a los viajeros hasta el hotel que el Ministerio de Exteriores germano-oriental les había reservado.

Tras la calurosa bienvenida con que el embajador les recibió, éste se puso a disposición de sus eminentes huéspedes, ofreciéndoles cuanto fuera preciso para hacer su visita  lo más agradable posible. De inmediato todos ellos estuvieron de acuerdo en disponer de un automóvil para sus diarios desplazamientos por la ciudad, la mayoría prefiriéndolos con shofer, aunque Helge Ursbach y otos dos viajeros prefirieron conducir ellos mismos sus vehículos. El embajador accedió de buen grado a todo ello, asegurando que por la mañana tendrían los autos a su disposición ante el hotel, pero incluyendo la asistencia de un guía turístico a los tres huéspedes que preferían conducir ellos mismos, para su “comodidad” por supuesto, y que a cada familia le asignaría la escolta de otros dos funcionarios de la embajada para su seguridad, que les seguirían en sendos automóviles cada vez que usaran los autos cedidos, y les acompañarían también siempre que decidieran deambular a pié por las calles de la ciudad. No hubo la menor objeción a nada de eso por parte de los “turistas” que, agotados por el largo viaje, subieron rápidamente al autobús partiendo enseguida en busca de las cómodas habitaciones.

A la mañana siguiente la familia Hursbach despertó pronto. Bueno, los más jóvenes, Lida, Helge e Iván Hursbach,  fueron los que despertaron pronto y ya no dejaron dormir a sus padres, impacientes como estaban por verlo y conocerlo todo. De manera que tanto ese día como el siguiente estuvieron todos ellos callejeando tanto en automóvil como a pié por la ciudad, viendo monumentos, algún museo y, sobre todo, comprando; desde ropa hasta mil y una chucherías diversas, unas muy baratas otras en cambio bastante caras.

Al otro día, 11 de octubre y tercero de su estancia en Méjico, Helge padre tuvo que asistir al entrenamiento del equipo de natación, último antes de las competiciones, dada su condición de médico oficial del equipo, por lo que sólo pudo acompañar a su esposa e hijos desde mediada la tarde.

El 12, día de la solemne inauguración de los XIX Juegos Olímpicos, todos los turistas que llegaran en la madrugada del día 9 asistieron con todo entusiasmo al espectáculo, vibrando y aplaudiendo a rabiar a sus representantes, la bandera y los atletas germano orientales, extendiéndose las celebraciones hasta bastante tarde.

El día 13 para el equipo de gimnasia era de descanso, por lo que Ursbach y su familia de mañana salieron a pasear en automóvil por la ciudad. Desde muy pronto el “guía turístico” estaba desconcertado: A los miembros de la familia Ursbach, casi desde que subieron al vehículo, les veía nerviosos a todas luces y eso el funcionario no lo entendía, y cuando él no entendía una cosa se ponía también nervioso. Algo le decía en su interior que se mantuviera muy atento, pues su instinto de policía experimentado le avisaba que se avecinaba algo peligroso. Lo que veía en aquellas personas le prevenía de un intento de fuga, de deserción al capitalismo, pero eso no era posible, ¡en el comandante Helge Ursbach y en la camarada capitán médico Lida Ilianovna, heroína de la Unión Soviética no, en modo alguno! Su servicio era de simple rutina, por seguir la norma habitual cuando cualquier ciudadano de la RDA salía del país. Además, su comportamiento había sido hasta el momento de lo más normal, incluso habían salido sin equipaje alguno, dejando en el hotel las costosas compras realizadas. ¡A qué hacerlas si planeaban huir! Ítem más, iban sin más ropa que lo puesto…. No, no era posible…

Tan perplejo iba el pobre “guía” que por un momento perdió la atención sobre Helge Ursbach y no se enteró de que éste enfilaba la avenida donde se ubicaba la embajada de los EEUU. Cuando se dio cuenta de las cosas era demasiado tarde: En un momento Ursbach dio un violento volantazo torciendo casi en ángulo recto sobre la puerta de la embajada americana y, derribando la barrera de entrada, se precipitaba en su interior dando un tremendo frenazo al encontrarse dentro del jardín de entrada al edificio. Entonces fue cuando el pobre hombre reparó en lo que ocurría: Desenfundó en el acto su arma pero para entonces Ursbach ya se encontraba fuera del vehículo, del que prácticamente se había arrojado por la portezuela de conducción, lanzándose al suelo mientras a gritos pedía asilo político. Y otro tanto hacían Lida y sus hijos, lanzándose también al suelo por las portezuelas posteriores reclamando asilo político a su vez.

De modo que los dos disparos dirigidos al comandante Helge Ursbach sólo acertaron en el suelo del jardín mientras el “guía”, sólo en el auto, se vio encañonado por dos de los marines de servicio entonces en la embajada y conminado a soltar el arma. Lentamente el guía, abatido, la dejó caer levantando las manos a continuación.

Lo primero que los funcionarios americanos hicieron, una vez que la familia Ursbach estuvo a buen recaudo dentro de la embajada, fue interrogar al comandante de la Stasi fugado a occidente, para en el mismo día despachar a toda la familia a Washington para allí ser Ursbach interrogado más a fondo.

Lo curioso fue que, una vez desarmado el guía y cuando éste empezó a “coscarse” del peligro que corría al volver a su embajada, también optó por desertar, con lo que a su vez solicitó también él asilo político, sin importarle en lo más mínimo la posterior suerte de su familia. De sobra sabía que su esposa era el agente puesto por la Stasi para vigilarle, pues él mismo era el agente que debía vigilar a su mujer.

———————–

En Junio de 1969 la pareja Helge Ursbach y Lida Ilianovna con sus hijos volvieron a Alemania, a la capital federal Bonn, con pasaporte de la RFA tras de que el gobierno alemán occidental les concediera la nacionalidad estando aún en los Estados Unidos. La noticia de la deserción del comandante Helge Ursbach a Occidente dio la vuelta al mundo saliendo en todos los medios de comunicación, lo que les dio seguridad respecto a las medidas represivas que contra ellos tomaran los servicios secretos germano-orientales o soviéticos, pues sería demasiado evidente su implicación en la suerte que ellos corrieran. De todas formas, la policía de Alemania Occidental tomó medidas, protegiendo durante años la seguridad de la familia.

Las noticias de la huida dio al doctor Graaf von Blücher, por entonces un acreditado cirujano del Berlín Oeste, la forma de localizar a su antiguo subordinado. Le telefoneó ofreciéndole un sitio en su equipo pero Helge prefirió declinar el ofrecimiento: Mejor vivir en la recoleta ciudad que era Bonn que en la populosa antigua capital alemana; se abriría camino aquí, en Bonn, como médico, incluso como cirujano, y viviría bien con su familia. Von Blücher respetó la voluntad de su colega y también amigo y desistió de insistir. Sabía de su valía profesional y no le cabía duda de que Ursbach saldría adelante logrando sus propósitos. Esto no obstante intervino ante un cirujano de Bonn que, en unos días, buscó a Helge presentándole a la dirección de un hospital de la ciudad para que cuanto antes empezara a ejercer, cosa que, desde luego, Ursbach aceptó y agradeció.

Y, efectivamente, Helge Ursbach logró salir adelante, justificando la confianza que en él pusiera su antiguo superior von Blücher, y llegando a ser un cotizado médico cirujano de la ciudad de Bonn.

El tiempo siguió transcurriendo, y en las navidades de 1973 la hija mayor de Helge y Lida se les casó con 20 años casi recién cumplidos.

La noche del día en que su hija se casó fue un tanto difícil para la pareja. Nunca hasta entonces se había separado nadie de la familia y la ausencia definitiva de la hija les afectó bastante, a pesar de saber que se casaba con un buen hombre que sinceramente la amaba, médico también e hijo de médico, un colega y buen amigo del cabeza de familia, y que con asiduidad les visitaría. Pero eso no anulaba el hecho de la separación: Las frecuentes visitas de su hija no serían lo mismo que tenerla cada día en casa. Lida se dio cuenta del estado de su marido y con esa dulzura y cariño con que siempre le trataba le consoló acariciándole, besándole como sólo ella sabía hacerlo y Helge empezó a encontrarse más animado, la pesadumbre fue desapareciendo al admitir que, como ella le decía, lo de la pequeña Lida Ursbach era la ley de la vida: Antes o después los polluelos abandonarían el nido donde nacieron para crear su propio nido. Y era bueno que eso sucediera, pues así luego tendrían la alegría de acunar a sus nietos. ¡Los nietos! Qué viejo se sintió Helge ante este pensamiento.

En tales elucubraciones estaba cuando la voz de Lida se impuso a sus pensamientos.

―Esta es la noche de nuestra pequeña Lida, la noche en que será mujer, la mujer de Wolgans Lübek… ¡y es tan niña todavía!

―Quien sabe Lida… Los tiempos han cambiado mucho y la sociedad diría que más aún…. Las chicas no son como antes… Puede que la pequeña Lida no sea tan niña e inocente como crees…. Eso sería lo normal hoy día…que en ese aspecto, ella y Wolgans se conozcan ya…de bastante atrás quizás. ¡Llevan casi dos años de relaciones¡

―Te equivocas Helge, ella llega esta noche a Wolgans como yo llegué a ti la primera vez que dormimos juntos.

―¿Y eso cómo lo sabes, por qué estás tan segura?

―(Lida soltó una risita traviesa) ¡Porque ayer me lo confesó ella misma! Sí Helge, nuestra Lida es muy niña todavía. Ayer me llamó a su cuarto: Estaba muy nerviosa, mejor dicho, asustada; quiere mucho, muchísimo a Wolgans y esperaba esta noche con mucha ilusión, pero al tiempo le asustaba. Le dije que no se preocupara, que confiara en Wolgans; él la quiere mucho y sabría ser cariñoso y delicado con ella en esos momentos, tal y como su padre lo fue conmigo. Que no pensara en nada más que en amar y desear a su hombre, a su marido, y en que él la amaba también a ella y por tanto la deseaba. Así, todo iría bien y esa noche terminaría por ser inolvidable para los dos.

Por unos minutos la pareja quedó en silencio hasta que, de nuevo Lida rompió a hablar.

―Y puede que el año próximo nos hagan abuelos…. ¡Helge, abuelos!… ¡Qué vieja soy ya, 51 años y 52 en nada….! (Se volvió hacia su marido y prosiguió) ¿Te sigo gustando Helge, todavía te parezco atractiva? ¡Estoy vieja, sé que estoy vieja, que no soy la chica de 22 años que conociste ni la mujer de 29 con que dormiste aquella nuestra primera noche juntos! Mis senos están caídos y ya no son firmes, mi piel….

Lida no pudo seguir hablando. Helge la había tomado de la cintura atrayéndola hacia él y con un beso le cerró la boca, para responder luego.

―¡Lida, eres la mujer más maravillosa del mundo, la más bella, la más atractiva!… ¡En modo alguno estas vieja, sigues siendo la hembra más apasionada del mundo, mi tigresa!  ¡Para mí lo eres todo y sin ti no sería nada! ¡Te adoro y contigo soy el más feliz de los hombres! ¡Ni se te ocurra volver a pensar así!

A su vez Lida, mientras él la atraía más y más contra sí mismo, se estrechaba contra Helge hasta casi asfixiarse mutuamente. Le besaba, le acariciaba, al tiempo que el hombre hacía lo propio con ella.

―¿De verdad me sigues viendo atractiva, te sigo gustando? ¿Sigo siendo tu tigresa?

―No te quepa duda. ¡Me tienes loco por ti y siempre me tendrás rendido a ti, a tu ser, a tu alma de mujer excepcional!… ¡Y a tu cuerpo, que para mí es divino, maravilloso! Te lo juro Lida: ¡Eres una mujer de belleza realmente espléndida, única!

―¡Helge eres un sol! Y digo…. ¿Por qué no nos callamos y hacemos el amor, cariño mío?

―(Riendo) ¡Nunca dejará de sorprenderme tu aguda sabiduría!

Y los dos rompieron a reír alegres, felices y satisfechos por estar juntos, juntos hasta que Dios quisiera

 

FIN

 

 

NOTAS AL TEXTO

1. GULAG  es  el  acrónimo de “Dirección General de Campos de Trabajo”. Este organismo dependía del Ministerio del Interior soviético y estaba dirigido por la policía política del Estado, en su tiempo la NKVD después la MVD

1.1. NKVD  no era sino el acrónimo de “Comité Nacional para la Seguridad del Estado”, un organismo del Ministerio del Interior que controlaba y dirigía todos los servicios de policía de la URSS, y que entre 1938 (aproximadamente) y 1946 por sí misma, con sus propias siglas, desempeñó directamente todos los servicios de policía. En ese año 1946, volvió a desdoblarse en diferentes estamentos policiales, correspondiendo las siglas MVD a los servicios de contraespionaje.

2. Verdad como la vida misma… En efecto, Rommel, por entonces, no disfrutaba de amistades ningunas entre el alto generalato alemán, precisamente por su acendrado nazismo… Pero fue una de las víctimas del régimen tras la fallida “Operación Valquiria” y, hoy día, es celebrado como un anti-nazi, cuando en absoluto lo era… Realmente, fue una víctima inocente de aquél momento, pues ni idea tenía siquiera de lo que se tramaba contra Hitler; sencillamente, sus compañeros generales no se fiaban de él…

Deja un comentario