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¿Te acuerdas de aquella noche?

Me desperté a las once de la mañana. Para mi sorpresa, vi que no llevaba puesto pijama, ni sujetador ni bragas: estaba completamente desnuda. Cerré los ojos, reposé bien la cabeza sobre la almohada y traté de hacer memoria, una especie de reinicio. Las imágenes comenzaron a pasar por mi cabeza; al principio, como una película absurda y desordenada, después, coherente. Abrí los ojos.

Observé que sobre la mesita de noche estaba mi móvil, y sobre éste mi sujetador; también estaban allí mis bragas, semicolgadas del reborde de la mesita, pareciendo que hubiesen sido arrojadas con precipitación. Me incorporé.

Así, sentada, fuera de la protección del tibio edredón, mis grandes tetas cayeron grávidas encima de mi barriga; me las miré, desplazando la carne de un lado a otro, y no vi ninguna marca de chupetón o mordisco: suspiré aliviada. Bajé más el edredón.

Mi ancha cintura se curvó, hasta que se visibilizaron los pliegues de la dermis rellena, y eché un ojo a mis caderas: nada, sin marcas. Luego le tocó el turno a mi chocho, y ahí sí pude ver las señales.

Los labios de mi vagina estaban algo abiertos y rezumaban un líquido lechoso que enseguida identifiqué con el semen. “Mierda, se me olvidó ponerle el condón”, maldecí. Aunque en cierto modo me daba igual porque hacía años que era estéril, desde mi primer parto, y el hombre con el que me había acostado parecía rebosante de salud. Por cierto, ¿se había ido?

Me estiracé con los brazos en alto y haciendo vibrar mis cuerdas vocales en mi garganta, un sonido chirriante como el de un violín en manos inexpertas, revolví mi larga cabellera ondulada con mis dedos y quedé tal que una sirena varada en una playa.

Era fin de semana, no tenía que cuidar de mi hijo pues teníamos, su padre y yo, la custodia compartida. Salí desnuda de la cama y me puse un jersey ancho que encontré plegado en el respaldo de una silla y mis pantuflas. Acto seguido, abrí la puerta del dormitorio y me adentré por el pasillo hacia la cocina. Preparé café y tostadas y los llevé en una bandeja hasta el saloncito donde la posé en la mesa baja de centro; me retrepé en el mullido sofá y comencé a sorber y masticar: encendí el televisor mientras lo hacía. Las noticias, aburridas; los debates, repetitivos; las películas, antiguas. “Bah”, mascullé, y la apagué, “entonces, anoche, me acosté con el guitarrista del grupo que tocaba en el pub, sí, busqué el acercamiento y él quedó prendado de mis tetas, la verdad es que se me salían del escote, qué malvada soy, ningún hombre podría resistirse… me lo traje a la casa, me desabrochó la blusa y el sujetador en cuanto entramos, y me estuvo chupando las tetas durante bastante tiempo, sorbiendo mi calor, me moría de gusto viendo sus labios resbalando en mis pezones, viendo mi abultada carne acariciada por sus dientes, me excité tanto que, de repente, lo cogí de una mano y me lo llevé al dormitorio, allí comencé a desnudarlo sobre la cama, qué gracioso, se dejaba hacer como un niño chico, vi que tenía la polla muy empinada… me quité la falda, las bragas y me tumbé junto a él, después se subió en mi cuerpo y me metió su polla con delicadeza, con mucha, me penetraba poco a poco, eso hizo que tuviese mi primer orgasmo, grité, apreté con mis manos su culo contra mi pubis, entonces comenzó a follarme acompasadamente, con ritmo, ja, se notaba que llevaba la música en las venas, empecé a notar como su pene se volvía de acero en el interior de mi vagina, le dije que más rápido, más fuerte, él obedeció, tuve mi segundo orgasmo, y él, el suyo, se corrió dando un alarido… creo que después se quedó dormido sobre mí, yo, desde luego, me debí dormir tras los espasmos y después… desperté, esta mañana”, recordé.

Sonó el timbre de la puerta. ¿Quién podría ser? Dado que sólo llevaba encima el ancho jersey rojo, opté por estirarlo hacia abajo lo más posible para tapar mi chocho. Me levanté del sofá y abrí la puerta. ¡Cuál fue mi sorpresa al encontrarme al guitarrista! Lo invité a pasar; esta vez portaba su guitarra, no como anoche que la dejó en el pub. Nos volvimos a sentar en el sofá. Yo observaba su larga barba descuidada, sus labios carnosos resaltados por la pelambre negra de su bigote, su cabello de rastas… Me lo comía con los ojos. Comenzó a decirme que había sentido algo especial conmigo la noche pasada, que yo era distinta a otras mujeres con las que se había acostado. Me preguntó mi nombre, ya que ni nos los dijimos cuando nos conocimos en el pub, y luego ni nos acordamos, con el trajín del amor urgente. “Pamela”, le dije; “Rodrigo”, me dijo. También me dijo que, en el trayecto de ir a recoger su guitarra y volver, había compuesto una canción para mí, que yo le inspiraba grandes ideas. Bueno, le creí, a medias, ¿qué no diría este hombre por poder volver a follarme? En fin, le dije que me la cantara. Abrazó su guitarra, dio unos acordes, entonó la voz y comenzó una balada:

“Llega el atardecer

Sé que te veré

Sé que te veré

Al atardecer

A un parque iremos a hablar

Y quizá

A algo más

Te quiero besar”

Yo me derretía oyendo esos versos cantados con tan dulce voz. Él continuó su tema hasta que nos miramos y, magnetizados, nuestros labios se juntaron. Él dejó la guitarra en el suelo y sostuvo mi cabeza con ambas manos mientras con los pulgares acariciaba mis pómulos, y apretó más sus labios en los míos para poder penetrar con su lengua hacia mis encías y mi paladar. Qué gusto que te besen de esta manera; mis pezones se endurecían más y más; mi chocho se mojaba, y hacia éste acercó sus dedos Rodrigo, acariciándolo. No me pude resistir. Empujé su torso hacia el respaldo y comencé a desabrocharle el cinturón y los pantalones. Metí mi mano en su entrepierna y extraje su polla empalmada. Doblé mi cintura y comencé a chupársela con mi lengua, entreteniéndome en la corona de su capullo unos minutos antes de engullirlo.

Poco a poco, empecé a dar vaivenes más enérgicos sobre su polla, oyendo la respiración de Rodrigo acelerarse y sus quejidos de placer. Sentí su mano izquierda sobre mi espalda y como iba retirando mi jersey, como la tela iba resbalando sobre mi lomo hasta quedar completamente desnudo; sentí las palmas de sus manos en mis colgantes pechos, sus dedos jugueteando con mis aureolas, apretándolas y acariciándolas; sentí como luego las apartó y alargando el brazo bajo mi torso y mi vientre alcanzó mi chocho con sus dedos; sentí como introdujo dos de ellos y me masturbaba. Mi corazón parecía salirse de mi pecho, mi asfixia me producía un placer inigualable: mamaba su polla y gemía a la vez. La cosa terminó bien: tuve el orgasmo cuando él ya eyaculaba en mi boca, su pegajoso chorro de esperma llegó al cielo de mi boca y me lo tragué; después relamí su glande hinchado y amoratado hasta dejarlo limpio. Alcé la cabeza y miré su cara: jamás me sentí así de enamorada.

Rodrigo y yo pasamos la tarde del domingo abrazados en el sofá, viendo películas, bajo una manta, desnudos, dedicándonos caricias. Al dar las siete, le expliqué a Rodrigo que debía ir al punto de encuentro a recoger a mi hijo; le dije también que si quería, podía quedarse a esperarme, pero no quiso, así que se vistió, me dio un largo y dulce beso en los labios y me pidió el teléfono. Se lo di gustosa porque eso significaba que ¡pronto lo podría volver a ver!

Rodrigo me llamó la tarde del viernes siguiente: yo ya había soltado a mi hijo; me propuso ir a verlo actuar con su grupo en el pub donde nos conocimos; me dijo también que tenía una sorpresa preparada para mí: eso me produjo una gran alegría. Así que me vestí para la ocasión tan escotada como solía, con una blusa con los dos botones de arriba sueltos, y una falda larga; para calzarme escogí unas sandalias de tiras con ataduras en la pantorrilla. Iba a estar divina.

Llegué al pub, entré y me senté en un taburete junto a la barra, muy cerca del escenario. Rodrigo estaba afinando la guitarra; cuando terminó, miró a la concurrencia y me vio. Me envió un beso con una mano que devolví. Qué alegre me encontraba. El amor que sentía por Rodrigo era irrefrenable. Oí su voz por el micrófono. Saludó al público allí reunido; después dijo: “Hoy, quiero dedicar una canción a una chica muy especial, se llama Pamela y está ahí.” A la vez que me señaló, un foco me iluminó. Debí ponerme coloradísima de vergüenza. Entonces sonó un arpegio y luego, con un acompañamiento, bajo y batería, de reggae ligero, su voz:

“Te acuerdas de aquella noche

En la que te conocí

Te acuerdas de aquella noche

Estoy seguro que sí”

Se me puso la carne de gallina.

Han pasado meses, y ahora, Rodrigo y yo vivimos juntos. Justo hace pocos minutos hemos estado follando. Me he puesto a horcajadas sobre él y lo he poseído. El aullaba a cada embiste mío sobre su polla, literalmente, aullaba; de vez en cuando levantaba la cabeza de la almohada y mordía mis tetas que se bamboleaban como campanas, esos eran los únicos lances en que guardaba silencio, entretanto yo sentía su acerado miembro en mi interior y me afanaba en obtener mi orgasmo. Al final, ambos explotamos y caímos rendidos. Sshh, ahora duerme. No sabe que estoy escribiendo una historia sobre nosotros, es un secreto que guardo igual que él me guarda el de sus canciones. Saco mi moleskine y anoto y redacto. A fin de cuentas, ese es mi trabajo, el de redactora en un periódico. No se lo digáis: me falta poco para completar una novela.

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