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A su disposición (I)

Esa tarde estaba más hermosa que siempre. No llevaba maquillaje pero se podía apreciar que se había dado un baño poco antes de yo llegar, porque su rostro lucía muy vivo. Llevaba un vestido negro ajustado a su esbelto cuerpo. El contraste con la blancura de su piel resultaba muy atractivo. Sus hombros y brazos estaban descubiertos y sus piernas se veían de mitad de muslo hacia abajo.

Me invitó a sentarme y me ofreció una copa de vino. Brindamos mientras hablábamos de asuntos sin importancia. “Hoy tú eres mi juguete”, me dijo. La miré fijamente y ella sostuvo mi mirada sonriendo. “¿No puedo negarme?” pregunté con algún nerviosismo que disimulé. “¿Cuándo has visto a un juguete negarse”. Seguía mirándome y sus labios gruesos sonreían encerrando una boca pequeña. Sus ojos brillaban. “¿Cómo es el asunto, entonces?” “Los juguetes no preguntan”. Decidí no hablar. Tras unos segundos, sin quitar sus ojos de los míos y sin dejar de esbozar esa segura sonrisa, “así está mejor”, me dijo. Llenó las copas de nuevo y, al alzar la suya, me invitó a brindar. Bebí un sorbo largo para ver si me ayudaba, pues la situación me generaba una leve zozobra. Sin embargo, no lo dejé notar.

Ana María y yo habíamos hablado de pasada sobre algunos juegos sexuales pero si entrar en detalles ni manifestar los caprichos o fantasías de cada uno. Sin embargo, después de que todo hubo ocurrido, pensé que ella había intuido algunas cosas y otras simplemente las experimentó. El hecho es que brindó de nuevo y terminamos el vino de nuestras copas. Había estado sentada frente a mí, de manera que podía ver la oscuridad que nacía allí donde comenzaba sus vestido. Eso, por supuesto, me tenía en una emoción expectante, dada la situación que me proponía.

Se levantó, vino hacia mí y me tomó de la mano. Me llevó a un cuarto que usualmente estaba desocupado pero esta vez había en él una camilla. Recordé que algunas veces venía una chica a hacerle sesiones de spa a domicilio. La habitación era cálida, tal vez porque el sol daba sobre una de sus paredes. Ana María se acercó, me dio un beso profundo y húmedo, muy apasionado. Mientras lo hacía acarició mi pecho por encima de la camisa. Yo intenté abrazarla. “¿Cuándo has visto a un juguete abrazando?”. Sin otra alternativa, dejé que ella hiciera lo que quisiera. Estaba entendiendo su juego. Mientras me besaba desabotonó mi camisa y acarició mi pecho. Se detuvo en mis pezones. Yo me estremecí. Tras quitarme la camisa acarició mi espalda, mi pecho y mi vientre. Pasó una mano por una de mis nalgas y luego la llevó encima de mi bulto que ya se había endurecido. Se arrodilló y me quitó los zapatos y los calcetines. Enseguida me quitó el pantalón y el bóxer, y mi verga saltó apuntando hacia ella. Ana María la miró. Rápidamente tomó una cámara que había preparado para el efecto y me tomó una foto. Yo permanecí inmóvil.

Se alejó un instante y baló la cremallera de su vestido. Mis ojos no se apartaban de su cuerpo. Pero, entonces, fue al armario y trajo un trozo de tela negra y me vendó. La sensación de mi desnudez y de la vulnerabilidad que tenía ante ella, con mi erección campante y su mirada sin restricción, me excitó más y ella pudo notarlo. Escuché de nuevo el obturador la la cámara. Tras un momento, escuché el sonido de ella despojándose del vestido. La imaginé, imaginé su cuerpo desnudo emergiendo de la tela. Por lo que parecía, no traía nada más encima porque, enseguida volvió a mí y sentí sus manos en mi cuello, sus uñas delicadas en mi espalda. Acarició de nuevo mi pecho. Una de sus manos recorrió de abajo a arriba mis huevas y mi verga con delicadeza. Un espasmo de sangre hizo saltar mi verga. Repitió el movimiento y yo dejé escapar un fuerte suspiro. Entonces su mano apretó mi verga y la pajeó lentamente mientras me besaba. Sus labios buscaron ambos costados de mi cuello, su lengua recorrió algunos centímetros en mi piel. Mientras tanto, su mano seguía masturbándome con mucha suavidad y lentitud.

Pude percibir cuando se paró a mi lado y sentí sus tetas a lado y lado de mi brazo. Su mano izquierda me pajeaba mientras la derecha caminaba por mi espalda y mi cintura. Sus labios y su lengua jugaban en mi cuello, y sus tetas golpeaban suavemente mi brazo. Bajó su mano derecha a mi cintura y luego a mis nalgas. La paja no se detenía pero era tan lenta que no apresuraba mi urgencia. De repente sus dedos acariciaron la línea divisoria de mis nalgas. Sentí erizarse mi piel y un leve temblor sacudió mi cuerpo. Buscó mi perineo y recorrió de allí hasta cerca de mi ano. En ese momento apretó mi verga por la base y jugó con la otra mano sintiendo cómo mi dureza se incrementaba involuntariamente.

Ana María se detuvo y me haló de la verga para que yo diera un par de pasos. Me guio y me tendió sobre la camilla. Esta, contrario a lo que yo pensé, era firme. Entonces escuché dos o tres veces el obturador. Yo estaba a su merced no solo para que dispusiera de mi cuerpo sino para que le tomara fotos con toda libertad, con descaro. Una vez en la camilla, sus manos me acariciaron de nuevo pero esta vez no tardaron en concentrarse en mi verga. De repente, sentí que esta era tragada por una humedad cálida. No pude evitar un fuerte gemido. Ahora era su lengua la que jugaba con mi carne recta. Recorría desde la base de las huevas y ascendía por el tronco hasta el glande grueso. Volvía a tragar profundamente, con mucha delicadeza y sin prisa. Entonces se apartó. Aquello era una tortura. ¿Qué haría ahora? En ese momento sentí que juntaba mis manos por encima de mi cabeza y las ataba con una cuerda o algo así. Volvió a pajearme y a mamarme la verga. De nuevo se retiró y esta vez fue para atar mis tobillos separados a lado y lado de la cama.

Tomó otro par de fotos. Luego se acercó y subió a la camilla. Se sentó en mi cara y estregó su humedad contra ella. Se movía de adelanta hacia atrás y en círculos. Yo extendía mi lengua para que ella obtuviera el placer que buscaba. Por un momento saltó sobre mi cara repetidamente. Después se inclinó y volvió a mamarme la verga. Ella gemía y yo resoplaba. En ese momento escuché una foto más. Me sobresalté pero la mamada que estaba dando me hizo olvidar pronto el asunto o no darle importancia.

(Continuará)

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