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El sereno (Parte I)

Una noche que regresaba del colegio a mi casa, ciertamente un poco más tarde de lo previsto porque antes había ido a tomar una gaseosa con unas amigas, vi que un hombre estaba en la entrada de mi casa. Primero pensé que podría ser mi padre o mi hermano, aunque esta figura era mucho más corpulenta y alta que la de ellos y, al no saber de quién se trataba más aun con la calle a oscuras, me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo. Es que hace un par de meses corté con mi ex novio tras cuatro años juntos, después de aguantar meses de calvario por sus celos incontrolables y hasta amenazas de atentar contra mí. Desde entonces, más de una vez se ha aparecido en la entrada de mi casa para molestarme, ya sea cuando iba o regresaba del colegio. En fin, esa es otra historia.

Lo cierto es que estuve a punto de marcarle a mi madre por teléfono, cuando vi que Manuel -mi hermano, pude distinguir su voz- salió a darle algo a este hombre misterioso. “Bien, no puede tratarse de Juan Pablo”, pensé e inmediatamente grité ¡Manu! Mi hermano, dos años menor que yo, empezó a tomar el rol de protector desde que sucedió todo con mi ex, se podría decir que se había convertido en una especie de ángel guardián a pesar de su corta edad. Salió a buscarme y reprocharme que por qué llegaba tan tarde, que me había estado esperando en la esquina como todas las noches y nunca aparecía. Solo atiné a disculparme y explicarle que había ido a tomar algo con Ángeles y Edith, mis amigas. Por lo bajo le pregunté quién era ese señor y me dijo que era el nuevo sereno que había contratado mi familia.

Mi padre es un ex juez que hacía un tiempo estaba retirado pues le habían iniciado un jury por un caso en que, según la Justicia, había actuado mal. Desde entonces ha recibido alguna que otra amenaza aunque siempre supuse que solo se trataba de Juan Pablo intentando molestarme a mí o a mi familia. Lo cierto es que hacía un tiempo venían con la idea de tener mayor seguridad en la casa, desde colocar cámaras -más de las que ya había- y también poner un guardia. Resultando en que era ese señor que estaba en la puerta, en la oscuridad de la noche, y que tanto me había asustado. “Mucho gusto, señorita” me dijo cuando pasé por su lado. Le devolví el gesto y entramos a la casa con Manuel.

Ya dentro me esperaban más reproches por parte de mi madre y padre, por haber llegado tarde, y aunque intenté excusarme con que solo llegué un poco más tarde de lo habitual, se veían bastante enfadados conmigo. Son un poco exigentes y autoritarios, es verdad, pero tras haber pasado todo por lo que pasé con mi ex más el hecho de que me expulsaran de varios colegios y termine en uno público, nocturno y para adultos, se preocupaban bastante por mí. Yo ya tengo 18 años, repetí varios cursos y lejos estoy de ser independiente o madura, así que ellos me siguen tratando como si fuese una niña y creo que eso un poco soy.

Luego de los regaños y las caras largas, les dije que quería ir bañarme antes de cenar, pero mi madre me obligó a que primero coma lo que había preparado y que, como todas las noches, me sentara en la mesa a cenar con ellos. No me quedó de otra y la verdad es que la comida estaba riquísima, mi madre es una ‘chef’ estupenda. Todo transcurrió normal y en silencio como de costumbre, hasta que el primero en levantarse de la mesa fue mi padre, ya que al día siguiente debía tener una reunión con sus abogados y quería acostarse temprano. Le siguió mi hermano que a las 7 a.m. tendría que estar en el colegio, así que finalmente quedamos solo yo con mi madre. Algo que me ponía incómoda ya que no éramos de hablar demasiado, tanto ella como yo somos de pocas palabras.

Para sacar un tema de conversación, le comenté que me había dado miedo el señor que estaba en la puerta. “Francisco -me dijo-, es un viejito inofensivo. No sé qué tanta seguridad nos podrá dar pero eso ya es cosa de tu padre”. Acto seguido me dijo que también iría a acostarse porque estaba cansada, que mañana se levantaría a lavar la vajilla. Tras un beso en la mejilla y un buenas noches, me pidió que no me quedara despierta hasta deshoras y que luego apagara todas las luces. Luego de eso fui al living y prendí la tele para despejarme un poco, hasta que encontré una serie en Netflix. Al rato vibró mi celular y era un mensaje de Ángeles, que seguía contándome su historia sobre su enamorado de siempre, con el que hacía poco habían empezado a salir. “Me mandó una foto sin ropa, Ro, me morí muerta”, me dijo entusiasmada a lo que yo le pregunté sin rodeos si se le veía el pene. Me contestó que sí, que parecía enorme y que no veía la hora de tirarse encima suyo y montarle como si no hubiera un mañana. Me reí y le dije que seguiríamos hablando el día siguiente, que estaba con sueño, aunque lo cierto es que me había quedado pensando en ese pene enorme. Ni siquiera lo había visto, pero igual una sensación de calor me empezó a recorrer el cuerpo, desde los pechos hasta mi sexo.

Inmediatamente apagué la tele, me levanté del sofá y me fui al baño para darme una ducha fría, después de todo la incipiente calentura y el clima cálido lo ameritaban. Mientras me bañaba, me sobaba los pechos y lentamente fui bajando mis manos hasta mi coñito que ya estaba bastante mojado. Como pude me agarré de los azulejos mientras me retorcía acariciando mi sexo, introduciendo uno, dos, hasta tres dedos… Pero a pesar de mis intentos no logré acabar, por lo que me puse un poco de mal humor. Salí de la ducha, me puse una toalla y fui a mi cuarto para alistarme en la cama, no sin antes ponerme la pijama -en realidad un conjunto de seda, mini short y una pequeña blusa. Antes de acostarme bajé nuevamente a la cocina para ir a buscar un vaso de agua, como todas las noches, cuando sentí que tocaron la puerta. Pegué un sobresalto del susto hasta que escuché un “disculpe, soy Francisco”. Allí mismo me compuse y fui a atenderle.

Al abrir la puerta me encontré con este hombre al que por primera vez le veía bien el rostro. Tal vez tendría unos 60 años, piel morena, bigote y pelos canosos. Era corpulento y más alto de lo que pensaba, al menos más de una cabeza me sacaría. “Disculpe la molestia, señorita. Vi que encendieron la luz y me atreví a golpear la puerta para pedirle una botella de agua fría”, dijo el hombre. “Sí, cómo no” le respondí y fui a buscar una botella de la heladera, en tanto que a través del espejo del vestíbulo vi cómo este señor clavó su mirada en mi culo. ‘Viejo verde’ pensé, y luego de darle lo que me había pedido, me dio las gracias y buenas noches y yo cerré la puerta. Un tanto desconcertada por lo que había pasado, aunque ciertamente con asco y mal humor luego de que el viejo me mirara el ojete. ¡Podría ser su hija, su nieta! Sin dudas le contaría a mi madre al otro día. Fui a mi cuarto y me acosté.

“De pronto estaba en la sala, solo con la luz del televisor prendida, recordando el pene enorme del novio de mi amiga. Me vi desnuda, sobando mis tetas y metiéndome dedos en el coño sin parar cuando de repente veo una figura detrás de mí, del sillón. Incliné mi cabeza hacia atrás y me encontré con una verga enorme ante mis ojos, mirando un poco más arriba vi la cara del viejo Francisco, el sereno, con una sonrisa lasciva y un tanto perturbadora. Intenté gritar pero la voz no me salía, estaba espantada, sobre todo cuando este señor se paró frente a mí, desnudo, lleno de vellos canosos, y agarró una de mis manos para envolverla en su pene. Mis manos, tan pequeñas, delicadas, tomando la verga de este viejo decrépito que gemía mientras me obligaba a masturbarlo, diciéndome que le encantaba mi culo y mis tetas enormes. Sentía miedo y asco, aunque pasé del terror a sentirme muy excitada, como pocas veces, como nunca; tanto así que lo masturbaba con una mano y con la otra empecé a tocarme yo, con tal vehemencia que no había experimentado antes. El hombre allí al ver mi calentura, se abalanzó sobre mí e intentó meter ese gran pene en mi coñito, yo trataba de gritar, gemir, quería sacarlo y a la vez no, hasta que finalmente me penetró”.

Me desperté exaltada y agarré mi celular para ver la hora, eran las tres y media de la madrugada. Sentí que estaba totalmente empapada, había mojado por completo el short. Así que me levanté, retiré las sábanas y me saqué el pijama, quedando solo con la blusa puesta. Me asomé luego por la ventana que daba a la calle y ahí lo vi a ese señor, estoico, mirando atento a sus lados, comprometido con su trabajo. ¿Cómo podía ser que ese mismo viejo se había metido en mis sueños y excitarme de esta manera? Quería sentir asco, lo juro, pero no podía, seguía imaginándolo sobre mí, jadeando y a punto de hacerme suya. ¿Será que me quedé pensando en la verga del novio de Ángeles? Una verga que por cierto jamás vi pero sí la cara del señor… ¿Qué clase de juego perverso y caliente estaba tramando mi inconsciente? Preguntas y más preguntas se me venían a la mente, hasta que por fin, a eso de las cinco, volví a dormirme.

Después de tan bizarra noche, el día siguiente no sería normal. Me levanté cerca de las tres de la tarde, no había nadie en casa más que mi padre, que se ofreció llevarme al colegio ya que también él tenía que salir. Ya en el auto nos pusimos a conversar hasta que en un momento me contó que mi madre le había dicho que le tuve miedo al sereno. De pronto me puse roja como un tomate con el solo hecho de que mencionara al viejo, pues aún no dejaban de pasar por mi mente las imágenes de la noche anterior, de ese sueño húmedo tan vívido que tuve con Francisco. Nerviosa porque mi padre denote mi cara colorada, en seco le respondí que ya había pasado, que por suerte estaba Manu y que me alegraba que haya seguridad en la casa. “Es un poco grande, sí, pero el hombre tiene experiencia. Era vigilante en una empresa de seguridad hasta que se jubiló hace unos cinco años”, me dijo mi padre. ¡¿Es decir que el viejo tiene 70?! Me calenté con un viejo de 70 años, no lo podía creer…

Ya en el instituto traté de despejarme pero no había caso, seguía pensando en lo que me dijo mi padre: el sereno tiene 70 años, apenas unos pocos años menos que mis abuelos, y ¡yo me calenté con un señor mayor! Tuve intenciones de contárselo a Ángeles en el recreo pero no tuve el coraje, mi amiga pensaría que soy una asquerosa, rara o cosas así. Ella por su lado, me dijo que me notaba en las nubes, callada, así que preguntó si me había pasado algo a lo que yo le respondí que no. Que solo estaba cansada porque me había dormido tarde luego de mirar series toda la noche. No sé bien si habrá tragado el cuento, pero de seguro no se imaginaría que el sueño que tuve con un señor mayor que bien podría ser mi abuelo, me había dejado tan excitada. Es más, ¿por qué habría de imaginarse siquiera que me masturbé y terminé así de empapada? Por suerte pude esquivar bien el tema y no me hizo más preguntas. Luego de unas dos horas en el colegio, nos avisaron que saldríamos más temprano porque había faltado una profe. Ángeles me dijo que fuéramos hasta la facultad donde estudia Edith para volver a tomar algo con ella, sin embargo le dije que estaba cansada y que necesitaba ir a dormir antes de cenar. “Ok, nos vemos mañana entonces”, me dijo, dio la vuelta y se fue.

De camino a mi casa en el bus me puse a escuchar música, algo tenía que hacer para no pensar en el viejo. Tras unos veinte minutos de viaje, por fin llegué a mi casa, donde en la puerta me encontré con Francisco que también parecía que recién llegaba. Nos saludamos y entré para la casa, e inmediatamente me llegó un mensaje de mi madre diciéndome que habían salido a una cena con amigos y que Manuel se había ido a lo de un compañero de colegio. “No llegaremos tarde pero igual te dejé la cena lista en el microondas”, decía un último mensaje. No bien entré a la casa, sentí una extraña sensación que me erizaba el cuerpo: saber que estaba sola, con el viejo a sólo unos pocos metros de mí, que podría venir y tomarme firme con sus manos toscas, abrazarme por detrás y que me recorra el cuerpo con su boca humedecida… Pero, ¿en qué estaba pensando? De nuevo la calentura se había apoderado de mí, como si ya no estuviese en mis cabales y en todo lo que podía pensar era cómo ese señor me hacía suya, tal como estuvo a punto de hacerlo en ese sueño. “Rosario, tenés que tranquilizarte” pensé hacia mis adentros, así que decidí ir a darme un baño, aunque también quería recostarme un rato, lo que sea para dejar de pensar en lo que venía pensando. Subí a mi cuarto, me despojé de la camisa y el corpiño, y me eché en la cama así, solo con mis medias y la falda del uniforme, contemplando el techo blanco muy propicio para reproducir una y otra vez las mismas imágenes que rondaban por mi mente.

“Por algún motivo no había agua en el baño del piso superior, así que bajé a la sala para usar la ducha del toilette de visitas. Mientras me bañaba, advertí una sombra en el tragaluz, como si alguien estuviera observándome desnuda. Por un momento me paralicé, pero nuevamente esa sensación de calor en mis zonas más bajas se apoderaron de mi persona, así que fui deslizando suavemente mis manos por todo mi cuerpo, lentamente acariciaba mi culo para que, quién sea que estuviera tras esa pequeña ventana mirándome, se deleitara con cada parte de mí. De forma muy sigilosa pero sugerente, giré apenas la mirada para ver quién era el voyeur que me observaba y ahí estaba, era él: Francisco. Alcancé a ver sus ojos pervertidos y su sonrisa lasciva, la misma sonrisa que puso al poner mis manos en su miembro, la misma mirada que posó en mi culo aquella noche en el vestíbulo.

No me pude contener, con los ojos cerrados y simulando enjuagarme el cabello, me puse de frente al tragaluz para exhibir mis grandes pechos apenas cubiertos de espuma, y dejando al descubierto mi sexo que inmediatamente fue presa de mis dedos inquietos. Podía imaginar a Francisco, tras aquella pared, abriéndose paso hacia su miembro, masturbándose frenéticamente mientras me veía, mientras veía cómo la dulce niña de la casa se tomaba un baño y estaba allí, desnuda y exhibiéndose ante él. Le escuchaba jadear, gemir, su respiración y su aliento empañando el vidrio de aquella ventana. Hasta que abrí mis ojos, lo miré fijamente, le sonreí y juro que fue en ese momento que escuché al viejo soltar un último gemido… Había eyaculado y yo, yo supe que ese orgasmo era mío, y que pronto esa blanca espesura emulsionaría mi cuerpo entero.”

Un golpe en la puerta y un aviso de “Ro, ya llegué”, me puso en alerta. Era Manu, avisándome que recién llegaba de la casa de su amigo, y no, no fue la puerta del baño de visitas la que golpeó, fue la de mi cuarto. No estaba en la ducha, estaba en mi cuarto, en mi cama, con la tanga nuevamente empapada, con mis dedos envolviendo mis pezones firmes, y supe entonces que todo esto había sido otro sueño. Yo estaba en mi cuarto y Francisco allí, en la entrada de la casa, con sus ojos lejos de mi cuerpo y un orgasmo distante e inexistente que jamás me regaló. Aunque esperaba, muy dentro mío, que esos sueños y esa fantasía, pronto, algún día, se hicieran realidad.

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