Saltar al contenido

En la sala ¡Con mi madre en casa!

Alejandro y yo llevamos ya poco más de 4 años de relación en los que hemos vivido grandes momentos, muchas aventuras y una que otra fantasía sexual cumplida, como la que ahora les contaré.

Era viernes por la noche y yo había llegado de la universidad bastante agotada, así que cuando mi novio me envió un whatsapp preguntándome qué se me antojaba hacer, yo le contesté que sólo quería pasar un rato juntos, que podíamos pedir algo para comer a domicilio y quedarnos en casa hablando de nuestros días, contándonos cualquier cosa y riéndonos como solíamos hacerlo cuando recién nos hicimos novios. No sé si por complacerme o porque también él estaba cansado, me dijo que le gustaba mucho ese plan, que en unos minutos llegaba a mi casa.

Aunque por mi mente no pasaba nada más que lo acordado, soy de las que piensa que se debe mantener la llama encendida, con o sin sexo. Así que me coloqué una mini falda y una blusa de tiras, ambas cosas bastante ajustadas, lo que resaltaba mi figura. Tengo una cintura pequeña, caderas anchas, un gran trasero y piernas gruesas, pero muy definidas. Así que imaginarán cómo me quedaba ese atuendo.

Sin más, Ale llegó y parece que venía ya algo calentón, porque al verme su expresión sólo dejaba algo en evidencia: quería hacerme el amor en ese instante. No demoró en decirme que estaba hermosa, que me deseaba y que me haría el amor de mil maneras de no estar mi madre en casa. En repetidas ocasiones me pedía favores, como que le diera algo de tomar, que colocara su teléfono a cargar o que le alcanzara cualquier cosa que se le ocurriera. Yo sabía que lo hacía para verme y me encantaba ese juego, así que de vez en cuando dejaba caer alguna cosa para agacharme delante de él y mostrarle un poco el hilo que llevaba y tanto le gustaba. Notar cómo me miraba con tanto morbo me hacía sentir tan deseada que sin darme cuenta ya estaba muy mojada y excitada. Entre besos y caricias, las ganas aumentaban y veía como su enorme pito iba poniéndose cada vez más duro. 

Ale quiso evadir un poco la situación contándome algo que le había pasado en la mañana, pero yo ni podía escucharlo. Mi mente sólo pensaba en que quería que me metiera su pito una y otra vez. Así que lo interrumpí con un salvaje beso en los labios, seguido de chupetones en el cuello. De repente le dije al oído “cogeme ya, aquí”. No puedo describirles su expresión, pero imaginarán lo excitado que estaba mi hombre. En segundos su pito volvió a estar duro como roca. Sin dejarlo ni reaccionar, me senté de espaldas encima de él y movía mi culo de un lado a otro, sintiendo ese trozo enorme rozarme. Él me besaba el cuello, masajeaba mis tetas, tocaba mi cuerpo, por mis caderas, mis muslos…

Me volteé y lo besé en los labios, el cuello y poco a poco fui bajando hasta llegar a su pantalón. Lo desabroché y su pito saltó de golpe. Lo tomé entre mis manos, lo besaba, lo lamía, le daba chupetitos y lo masturbaba. No tuve que esforzarme mucho con eso, por lo duro que ya estaba, pero demoré un poco ahí porque me encantaba ver su rostro inundado de placer. Yo estaba muy excitada y él lo notó, porque hasta ese momento nunca lo había visto disfrutar tanto. Su cara estaba roja como tomate, me miraba a los ojos y a ratos cerraba sus ojos de placer, mordiéndose los labios.

Yo ya no aguantaba las ganas y eso tenía que ser rápido, si no quería que mi madre bajara y nos cortara el momento, así que me incorporé, me levanté la falta, me corrí el hilo a un lado y me senté de espaldas sobre ese pito tan grande y duro. Cada vez que caía en él, mi placer aumentaba, estaba extasiada, veía el firmamento completo. Ale pasaba sus manos hacia adelante para tocar mis tetas y mi cuerpo, yo colocaba mis manos sobre las de él haciendo cada vez más presión y me movía como una puta, de arriba a abajo y en círculos. 

De repente, Alejandro me levantó y salvajemente me tiró al sofá, abrió mis piernas y empezó a penetrarme, primero tanteando y luego más rápido con cada embestida. Yo estaba tan excitada que salió un gran gemido, por lo que Ale metió sus dedos en mi boca y con la otra mano tocaba mis senos, mientras yo masajeaba mi clítoris. Con cada embestida me retorcía de placer. Me corrí tantas veces que no pude contarlas, los orgasmos eran uno tras otro, cada vez más fuertes. La cara de Alejandro lo decía todo, él estaba igual de extasiado que yo. Cuando parecía que ya iba a correrme, Ale me pidió que esperara un poco, que ya él iba a venirse. Yo estaba que agonizaba. Era la tortura más placentera de mi vida. Me retorcía, clavaba mis uñas en sus muslos y finalmente él se vino dentro de mí y mis jugos corrieron. Pude sentir esa mezcla caliente dentro de mí y ver la cara de mi hombre al llegarse fue una experiencia majestuosa. Él se quedó adentro de mí, unos minutos y yo no quería que saliera nunca. Sentíamos nuestra respiración agitada, nos sumergimos en un abrazo, un beso de enamorados y finalmente nos incorporamos. 

Después de eso, Ale estaba más cariñoso que nunca, no lo podía creer y me miraba con más amor que nunca. Pasamos el resto de la noche hablando de otras cosas, riéndonos como tontos de cualquier cosa, viendo vídeos, comimos y hasta nos tomamos un par de fotos. Quien las viera, jamás iba a imaginar que antes de esas fotografías nos habíamos dado tanto placer en la sala de mi casa ¡Con mi madre en casa!

Deja un comentario