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Fantasía o realidad

Llevaba todo el día trabajando. Por fin era mi última entrega. La noche era bastante calurosa, pero amenazaba tormenta y yo no paraba de pensar en llegar a casa y relajarme un poco antes de salir de marcha con los colegas. Llegué al local y me encontré a Arturo recostado sobre una de las mesas.

—¿Qué te pasa, tío?

—No sé… me encuentro fatal, me duele el estómago. Sergio, por favor, lleva tu mi entrega. Te juro q mañana o cuando quieras te hago la mitad de las tuyas si hace falta… pero es que hoy no puedo ni subirme a la moto.

Resignado y en un acto de amistad y bondad… me fui a hacer su maldita entrega. Mi sesión de relajación y la salida tendrían q posponerse un rato más.

La casa no estaba lejos, pero se me hizo interminable el camino. Quería irme a casa. La calle estaba bastante desierta. Conocía la urbanización perfectamente, pero nunca me había fijado en la enorme casa a la que tenía que entregarle la pizza.

Llame al timbre. No me abrían. Estaba empezando a cabrearme, sabía que había gente porque había luces. Llame otra vez de forma insistente y casi colérica. Nada. Tiré del manillar de la puerta del jardín. Estaba abierta. Quería irme a casa, así que decidí terminar cuanto antes y llamar directamente a la puerta de la casa. Tampoco abrían. Mosqueado y pensando ya que se trataba de alguna broma empecé a rodear la casa mirando por las ventanas. Todas las luces estaban encendidas, pero no había nadie en las habitaciones.

Por fin llegué a un ventanal que daba a un dormitorio. La luz estaba apagada pero un pequeño haz se colaba por la puerta q daba a un pasillo bien iluminado. Tumbada sobre la cama puede distinguir una preciosa silueta de mujer. Con resolución pegué tres pequeños golpes al cristal de la ventana. La mujer, sobresaltada se incorporó y me miró. Le mostré la pizza por el cristal y ella asintió. Se levantó y se dirigió a la puerta de entrada. Corrí hacia allí. Estaba bastante colorado cuando llegué. Me sentía algo avergonzado por entrar así en una propiedad privada… pero… lo prefería antes que volver al local con la pizza.

La puerta se abrió pesadamente y ante mí apareció ella. Una maravilla morena de ojos verdes, labios rojos y carnosos. Sus pechos, que pude distinguir entre su finísimo vestido de seda roja, eran voluminosos y tersos y sus traviesos pezones se dejaban ver alzándose rebeldes ante el contacto con la fría seda. Sus muslos, que dejaba ver el final del vestido, estaban bien contorneados y parecían delgados pero fuertes.

Debí pasar un par de segundos sin poder emitir palabra, pero ella no dijo nada tampoco. Su mirada cambió y empezó a escudriñar descaradamente cada palmo de mi cuerpo.

—Disculpe que la haya despertado, han pedido una pizza, ¿verdad?

—Sí, claro, es aquí. Pasa, pasa, tengo el dinero dentro.

Su voz era increíblemente sensual. Con solo aquellas palabras, medio susurradas, todo el pelo de mi cuerpo se había erizado. La seguí hasta un salón y en el recorrido pude comprobar la perfección de su culo que se bamboleaba mientras caminaba y que se resistía a permanecer tapado por el vestido.

Al llegar al salón yo estaba en un claro estado de excitación… aunque intentaba disimularlo.

—Siéntate, ahora mismo te traigo el dinero

Me senté en el sofá e intenté calmarme. Al cabo de dos minutos volvió. Hice ademán de levantarme, pero me topé con una de sus finas y cuidadas manos.

—No, tranquilo, no te levantes

Obedecí y ella se sentó a mi lado. Me embargó un profundo perfume.

—Verás… mmm… ¿puedo saber cómo te llamas?

—Sergio

—Veras, Sergio, te voy a ser muy sincera… Me gustaría que te quedases un ratito conmigo aquí. Estaba jugando un poquito cuando llegaste y se me ha ocurrido que podría apetecerte jugar conmigo.

Me volví loco. Su voz sensual me estaba hipnotizando. Mi pene volvió a su rebeldía anterior y luchaba por desprenderse de los pantalones. La mirada deseosa de esa diosa reposo sobre él.

—¿Debo intuir que eso es un sí?

La miré sin poder emitir palabra. Cada vez estaba más y más cerca y sentía el calor que empezaba a subirme y a dominar todo mi cuerpo.

Dulcemente colocó una mano sobre mi rodilla y empezó a juguetear con sus dedos por mi muslo. Mi erección era más que notable, pero ya no podía ocultarla. Rápida y ágilmente ella se arrodilló en el suelo entre mis piernas. Me miró desafiante y empezó a besarme mínimamente el interior de mis muslos. Avanzó sin prisas hacia mi pene, que deseaba salir de su prisión de tela. Ella me desabrochó el pantalón sin apenas rozarme y mi pene salió, por fin libre. Sus labios se entreabrieron provocativos… Su boca se acercaba y sentí su calor directamente sobre la punta, deseosa de adentrarse en todas y cada una de sus cavidades.

Despacio comenzó a lamerme. Mi deseo aumentaba cada vez más y el tamaño de mi pene estaba al máximo. Con un movimiento brusco, pero no doloroso metió toda mi polla en su boca. Entera. Cogió mis manos y se las puso en la cabeza. Agarré su pelo y la guie con fuerza y decisión. Y sentí que me recorría una intensa sensación de placer, mientras ella metía y sacaba ansiosamente mi pene de su boca. A la vez que su lengua jugueteaba con la punta sin descanso. Sentí que me sobrevenía un orgasmo tremendo, y sin poder evitarlo por más tiempo empecé a correrme deprisa y descontroladamente y me derramé entero en esa preciosa boca. Ella lujuriosa tragó hasta mi última gota.

Con el corazón aun latiéndome fuertemente me derrumbé de nuevo en el sofá. Oí el crujir de una llave en la cerradura de la entrada y asustado por la posible presencia de un novio o marido celoso miré a mi compañera de juegos. Ella, todavía arrodillada me devolvió una mirada picara y despreocupada.

—¡Vaya! Veo que has empezado a cenar sin mí, ¿eh?

Miré rápidamente a la puerta del salón y descubrí a una preciosa rubia despampanante. Era delgada y tenía unos pechos más pequeños, pero igual de sensuales y turgentes que mi otra compañera. Vestía un atrevido mono negro de cuero con escote que llegaba a enseñar la aureola de uno de sus pezones y unos zapatos de tacones de aguja también negros.

—¡Oh! ¡Vaya! Parece que he llegado en el momento más oportuno

—Sí, querida, como siempre… solo le he puesto a punto. Se llama Sergio y es extremadamente agradable.

Ante mi sorpresa comenzaron a besarse. La rubia se acercó a mí y se sentó a mi lado. Susurrándome al oído me saludo y comenzó a besarme el cuello dulcemente.

—Sabes muy bien, Sergio, ¿no quieres quedarte un ratito más con nosotras? Acabo de llegar y no me parecería justo que te fueses ahora, pequeño.

Su voz se tornaba cada vez más infantil mientras decía esto. Yo, solo pude asentir con la cabeza.

Se levantó y se acercó a la morena que estaba tumbada en la mesa del comedor insinuante. Yo también me levanté y me acerqué a ellas.

—Siéntate en esta silla, querido, ¡y disfruta de un buen espectáculo! ¡Por cierto, no te hemos ofrecido nada de beber! ¿Un Whisky?

Aunque yo no solía beber a esas horas, la situación requería un buen lingotazo, así que acepté. Una vez con la copa en una mesita cercana y sentado en mi improvisada butaca empecé a disfrutar de mi show. Cada una de las chicas se puso a un lado de mi asiento. Se acariciaban los pechos entre sí por encima de sus trajes y se alternaban sentándose sobre mis rodillas y moviendo sus magníficos traseros haciendo que mi pene volviese a ponerse en acción. La morena volvió a tumbarse encima de la mesa. Me levanté (ya más confiado y tranquilo) y me acerqué a ella. Cuidadosamente le bajé los tirantes y liberé sus sugerentes pechos. Comencé a besarla el cuello y a lamerle y mordisquearle los pezones, mientras la boca de la rubia hacia estragos sobre mi pene, chupándolo sin tregua.

Excitado le quité el vestido y descubrí un pequeño tanguita rojo que envolvía el que iba a ser uno de mis tesoros de esa noche. Algo alocado, lo rasgué con fuerza y dejé ante mi vista un jugoso coñito depilado y suave. Sin pensarlo comencé a lamerlo. Mi morena comenzó a estremecerse. Sus gemidos se hicieron cada vez más fuertes, lo cual me impulsaba a seguir chupándola más y más mientras, metía y sacaba mis dedos por su húmeda vagina. La rubia con su boca ocupada gemía fuertemente también. No lo podía aguantar más, pero esta vez decidí llevarme a la morena conmigo en el orgasmo y aumenté la velocidad de mi lengua y de mis dedos. Con un grito de placer, sentí como me corrí en la boca de la rubia que aceptaba mi leche sedienta, mientras la morena se venía en la mía llenándome con sus jugos.

Me repuse con un trago de Whisky. La rubia era la que estaba ahora sobre la mesa del comedor, mientras que la morena le comía todo. Decidí regodearme un poco en la visión poco común de dos mujeres jugando y dándose placer entre sí.

—Sergio, querido, vamos al dormitorio, allí estaremos más cómodos.

La habitación, con una enorme cama en el centro, contenía multitud de juguetes sexuales en varias estanterías. La morena me miró insinuante y me preguntó cuál prefería que utilizase. Divertido, observé detenidamente aquellos objetos. Descubrí dos que me parecieron especialmente interesantes: un tanga con una polla que le sobresalía y una barra con dos penes en sus extremos. Ambas sonrieron complacidas por mi elección y sin mediar palabra la morena se puso el curioso tanga. La rubia, cerró las piernas súbitamente. Y comenzaron una lucha ficticia en la que mi morena trataba de penetrar a la rubia. Era realmente excitante, y la morena consiguió su propósito. Vi como bruscamente penetraba a su compañera mientras ésta ahogaba un gemido intenso de placer. Con calculadas embestidas la morena iba llevando a la rubia al orgasmo mientras los pechos de ambas se movían y se rozaban entre sí.

Mi pene, erecto de nuevo, suplicaba participar nuevamente en los juegos. Me acerqué al culo de la morena que se movía en un compás caliente. Con mi lengua lamí su coño, que volvía a estar bien lubricado. Pero, esta vez su culo me llamaba más la atención y me dedique a dilatarlo para que recibiese a mi miembro deseoso. Con fuerza lo clavé en su culo y pude escuchar un grito de dolor. Paré bruscamente.

—No pares, sigue, sigue.

Volví a obedecer. Mi pene aprisionado en su trasero salía y entraba proporcionándome un intenso placer mientras mis dos compañeras excitadas gemían y se derramaban una detrás de la otra en maravillosos y sonoros orgasmos. Llené toda la cavidad con mi leche, pero seguía sin estar satisfecho.

La rubia alcanzó el siguiente juguete, la barra. Curioso, volví a sepárame un poco de ellas para que empezasen el siguiente juego. Ambas colocaron cada extremo de la barra en la entrada de sus enrojecidas vaginas. Unieron los pies después, y comenzaron a hacer movimientos como si remasen con las piernas. La barra, con sus pollitas a cada lado entraba y salía suavemente de las vaginas de ambas. Decidí volver a participar. Me coloqué sobre la rubia y practicamos un estupendo 69, mientras con uno de mis brazos movía la barra a mi antojo provocando fuertes embestidas a ambas seguidas de suaves movimientos.

Nos derrumbamos todos sobre la cama. Estábamos desnudos y sudorosos, pero… ellas eran mías, y no podía permitir dejar pasar cualquier oportunidad. Penetré a la morena de lado, mientras la rubia nos acariciaba mimosa. Las coloqué a cuatro patas y empecé a penetrarlas alternativamente. Luego me serví de mi mano para penetrar a la morena, mientras con el pene penetraba a la rubia. Me venía el orgasmo, esta vez de forma más intensa. Ambas se dieron la vuelta y abrieron las bocas deseosas de tragarse mi leche. Me corrí en sus bocas, mientras veía como mi semen las bañaba enteras.

Exhausto me desplomé sobre los mullidos cojines que adornaban la enorme cama. Desperté al cabo de varias horas por unos gritos infantiles. Estaba vestido con mi ropa, tumbado al lado de mi moto en el parque cercano al local…

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