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De cómo me convirtieron en una putita (4)

La ventana de esa habitación daba a la calle y tras la ventana había un balcón en el cual todas las tardes ella se apostaba para espiar el movimiento de la vecindad.

Tenía unos setenta años, de estatura pequeña y andar algo encorvado. El sentirme en poder de una mujer así me excitaba mucho, aunque en realidad me excitaba ser dominado por cualquier persona de edad como ella, como don Natalio y como el veterinario y que esas personas hicieron conmigo lo que quisieran. Me sentía ya no sólo gay sino totalmente sumiso.

En ese momento mi curiosidad era qué quería doña Lola de mí. La vieja se sentó a mi lado y luego de mirarme un rato me dijo:

-Vos no me viste, pero yo estaba en el balcón cuando ese viejo te agarró de un brazo y te metió de prepo en su casa. Así que te imaginarás que ni se te ocurra negarme lo que hacen cada vez que lo visitás.

Yo empecé a ponerme colorado de vergüenza mientras la escuchaba en silencio y ella siguió: -Yo estoy grande para ocuparme de la casa, me cuesta, así que vos vas a ayudarme tres veces por semana un par de horas, me hacés limpieza general y yo después la mantengo.

-Pero… -objeté tímidamente.

-No, no, no, mocoso. Nada de pero, ¿o querés que les cuente a tus papás que lo visitás a don Natalio y lo que hacen ahí? ¿Querés que les cuente que tienen un hijo puto?

-¡Nooooooooo!

-Bueno, entonces sos mi sirvienta y se acabó.

-¡¿Su sirvienta?! ¡No soy una chica! –protesté aunque interiormente convertirme en la doméstica de la vieja me excitaba… ¡y mucho!

Mis mejillas ardían cuando doña Lola me dijo: -Calmate, ricura, o ya mismo voy a tu casa para hablar con tus papis.

La tensión era tanta que casi me largo a llorar, pero pude controlarme.

-No, no, doña Lola… Por favor…

-Bueno, todo arreglado entonces. Te espero mañana a las dos de la tarde. –y sin darme ninguna posibilidad de negarme me acompañó hasta la puerta y nos despedimos.

Perra de don Natalio y del veterinario y sirvienta de doña Lola, pensé, ¡Dios mío, qué degradación! Y era justamente esa degradación lo que me daba un intenso placer morboso.

Al día siguiente mi dueño me llamó para convocarme en su casa a las siete de la tarde.

Cuando llegué ahí estaba también el señor Álvaro y enseguida me excité sabiendo que iba a comerme dos penes.

-Tengo que comentarle algo, don Natalio. –dije después de quitarme la ropa mientras el viejo me ponía el collar y el veterinario me sobaba las nalgas y me hacía sentir en ellas su pene semiduro.

-Contá, perrita. –me animó don Natalio.

Le hablé de doña Lola y lo que quería de mí y a mi dueño eso lo preocupó: -¿Estás seguro de que no va a hablar de lo que sabe?

-No va a contar nada, don Natalio, ella lo que quiere es extorsionarme y que yo sea su… su sirvienta…

-¡Perra y sirvienta! ¡sos una putita completa! –me humilló el señor Álvaro y ambos hombres estallaron en carcajadas que hicieron que mis mejillas ardieran de vergüenza.

-¡Sí, tiene razón, amigo! ¡¿Y qué se hace con una putita?!

-¡Se la coge!

Y me cogieron, claro que me cogieron. Primero mi dueño por la boca y el veterinario por el culo y después de un descanso fue el señor Álvaro quien me usó la boca y don Natalio el culo. ¡Qué manera de cogerme! ¡Qué manera de llenarme de leche! ¡Qué manera de gozar!

Me dejaron muy caliente y cuando pedí permiso para masturbarme don Natalio me dijo después de reírse al verme con mi pito erecto: -Primero vas a comer, perrita. –y fue en busca de los cuencos y las galletas.

Trajo el recipiente de la bebida lleno de agua, puso algunas galletas en el otro cuenco y después de depositar ambos en el piso me dijo: -A lo tuyo, perrita puta.

Me colocó en cuatro patas ante los cuencos y me puse a comer y beber hasta vaciar los recipientes mientras ellos reían y hablaban obscenamente de mi cuerpo y yo me sentía cada vez más putita.

Al día siguiente me presenté a las dos de la tarde en lo de doña Lola.

-Ah, muy bien, sos puntual, me gusta eso.

-Sí, doña Lola, me gusta cumplir…

-Bueno, veremos si cumplís como sirvienta. –me dijo esbozando una sonrisa maliciosa. Después me llevó a la cocina, donde me explicó la tarea que yo debía hacer:

-Barré el living, el dormitorio y la cocina; pasale blend a los muebles y frotalos bien para que brillen, limpiá el baño, el piso, la bañera, el lavatorio y el inodoro; pasale un trapo con agua y lavandina a todos los pisos de cerámica. En esa alacena de la derecha tenés todos los productos y al cotado de la nevera están el escobillón y la escoba. ¿Alguna pregunta?

-Por… por ahora no, doña Lola… Después si tengo alguna duda le consulto…

-Bien, y cuidadito con flojear o cometer errores, ¿oíste?

-S… sí, doña Lola… ¿Puedo… puedo preguntarle algo?

-Preguntá. –me autorizó ella.

-¿Cómo prefiere que la llame, doña Lola o señora?

-Ah, veo que estás muy bien educadito… ¿fue ese viejo?

Me puse colorado y contesté: -Me gusta ser educado… ¿Va a decirme cómo tengo que llamarla? –insistí motivado por mi condición de sumiso.

-Llamame doña Lola, nomás… Y ahora movete, vamos, que tenés mucho que hacer…

Hice toda la tarea con ella apareciendo cada tanto para controlarme y terminé dos horas más tarde, muy cansado.

-Sos una buena sirvientita. –me dijo al despedirme y me excitó que me llamara de esa manera. –Hoy es viernes, así que venite el lunes a la misma hora.

-Sí, doña Lola, lo que usted diga… Hasta el lunes… -y me fui a mi casa agitado por sensaciones muy fuertes, tan fuertes que tuve que masturbarme.

Así es mi vida desde hace tres meses. Soy la perra putita de don Natalio y del señor Álvaro y la sirvienta de doña Lola, que últimamente me hace trabajar desnudo. La primera vez que me ordenó desvestirme quedé paralizado por la sorpresa.

-Vamos, desnúdate de una buena vez. –me apuró ella.

-Es que… es que me da…me da vergüenza, doña Lola…

-Dejate de pavadas y obedeceme, mocoso, ¡vamos! –por último le obedecí mientras ella me miraba fijamente.

Me excita muchísimo esto de hacer las tareas domésticas desnudo y alienta mi esperanza de que doña Lola me haga algo… No sé… ¡algo!…

Que me domine esta vieja de setenta años me produce un morbo intenso, raro, oscuro. Para la próxima vez tengo pensado cometer algún error, romper algo, por ejemplo, a ver cómo reacciona ella. ¡Ay, si me pegara!… Me caliento de sólo pensarlo.

(continuará)

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