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De cuando me atreví con un trío (Capítulo IV)

La empresa en que trabajo me volvió a cambiar de país, y al poco tiempo de instalarme, debí viajar con un pequeño grupo de profesionales a una hermosa ciudad al sur de ese país. Trabajamos toda la semana concentradamente, y al llegar el viernes, decidimos reunirnos a cenar todos juntos en el restaurante del hotel donde alojábamos, para celebrar el buen trabajo realizado. Luego de terminar la cena, con aperitivo, vino y bajativo, partió cada uno a su habitación a preparar el equipaje, para tomar el vuelo de retorno al día siguiente.

Después de dejar todo preparado, me tendí en la cama, pero estaba inquieto, por lo que decidí bajar al bar a ver si encontraba alguien interesante. Felizmente, en el bar no estaba ninguno de mis colegas, y como buen viernes en la noche, había bastante gente, casi todos hombres. Pero por más que observaba, sentí que no pasaba nada. Sin proponérmelo, escuché la conversación de los dos tipos que estaban arrimados a la barra a mi lado. Uno le comentaba al otro, en un tono de escandalizado, que a un par de cuadras del hotel había un parque muy bonito, que en el día era el punto de encuentro de muchas familias, parejas, deportistas, etc., pero que las noches se convertía en un lupanar de homosexuales y travestis. ¡Cómo es posible que lo permitan!

Por supuesto, me picó la curiosidad, y en cuanto terminé mi trago, me dirigí raudo al mencionado parque. Efectivamente, transitando por ahí, vi a varios travestis, parejas de gay y afeminados, unos caminando, otros sentados en los escaños. Me di una vuelta exploratoria, y a pesar que el ambiente me excitaba, tampoco encontraba a nadie que me atrajera.

Entonces, decidí cruzar a una calle transversal que desembocaba frente al parque, escasamente iluminada, en la que esperaba tener mejor suerte. Caminaba sin prisa, observando hacia todos lados, cuando noté que a mis espaldas un auto viraba en la esquina y enfilaba por la calle lentamente. Me dije “este tipo está buscando algo, ojalá que se fije en mi”, y bajé el ritmo de mis pasos, como dando a entender que también andaba a la búsqueda de algo.

Expectante, vi que el auto se detenía un poco delante de mí y cuando llegué a la altura de la ventana, un tipo sentado en el puesto de acompañante se dirigió a mí.

– Hola amigo, cómo estás. ¿En qué plan andas?

– Nada en especial, no soy de aquí, me mencionaron este parque y salí a dar una vuelta.

– Nosotros somos de acá, y conocemos bien esta zona, sabemos lo que se viene a buscar por estos lados. ¿Te interesaría ir con nosotros? Tenemos un apartamento de solteros cerca de aquí.

El chofer insistió en la invitación. Me llamó la atención el abordaje directo. Observé a ambos tipos, que me sonreían maliciosamente, y que me trataban de convencer de buen tono. Tendrían unos 35 a 40 años, de buen aspecto, se veían bien cuidados, y hablaban correctamente. La vida nos trae sorpresas cuando menos lo esperas, y esta vez me sorprendí a mí mismo aceptando la invitación de estos dos hombres que me parecieron simpáticos y agradables. Nunca lo había hecho antes.

El acompañante se bajó del auto, y me ofreció su asiento, mientras él se acomodaba en el asiento de atrás. En cuanto me subí, el chofer acarició la parte interna de mi muslo, y me dijo “no te preocupes, lo vamos a pasar muy bien”. Acto seguido, arrancó el auto y efectivamente, un poco más adelante se detuvo frente a un edificio, nos bajamos y nos dirigimos a la puerta. Entramos al ascensor, e inmediatamente el chofer se puso a mi espalda, me abrazó por la cintura y refregó su pelvis contra mis nalgas, mientras el otro se ponía al frente y me estampaba un soberano beso, justo cuando el ascensor se detenía.

Entramos al departamento, y mis anfitriones me ofrecieron un whisky, para relajarme. Me senté en el sofá, con uno de ellos a cada lado, y entre caricias y sorbos, hablamos de las delicias del sexo entre hombres. Me dijeron que alquilaban ese departamento para sus escapadas, pues sus mujeres acostumbraban a juntarse con amigas, a “descuerar” a sus conocidos y conocidas. Después de terminar nuestro trago, me invitaron a pasar al dormitorio, donde empezaron a quitarse la ropa, siguiendo yo su ejemplo.

Los tipos se veían físicamente muy bien, levemente velludos, y mientras uno tenía una poronga bien cabezona, como una callampa, el otro la tenía más gruesa, pero no monstruosa. Yo soy moreno, muy lampiño. Los únicos pelos en mi cuerpo se agrupan en mi pubis, los que mantengo bien cuidados, recortados, y me afeito la base del pene y las bolas, desde que una amiga en mi juventud me reclamó por los pelos que se le quedan en la boca cuando me hacía un oral.

Ambos tipos se extasiaron con mi cuerpo. Me acariciaban de pies a cabeza, congratulándose por haberme invitado. “Que piel más suave tienes, pareces una adolescente” “Eres lo más rico que nos ha tocado” decían entre otras exclamaciones de placer. Yo, por supuesto, estaba terriblemente excitado.

El tipo del callampón me invitó a mamárselo, lo que hice sin dudar, saboreando esos jugos pre seminales que mojaban su glande, mientras el otro se entretenía acariciando mis nalgas, mi espalda y mis muslos. Al cabo de un rato, retiró su pene de mi boca, y sacó del cajón del velador unos condones y un tubo de lubricante. Se calzó el condón y cambió de lado con su compañero. Estando yo de vientre en la cama, empezó a lubricar mi ojete, un tanto sorprendido por encontrarlo tan apretado cuando me insertó sus dos dedos embadurnados. “Parece que este culito ha sido poco transitado”, dijo con una sonrisa. “Hace mucho tiempo que no me dan. También soy casado y mis oportunidades son escasas” le dijo yo. “Suerte la nuestra y la tuya, porque te podrás desquitar de todo el tiempo que has estado inactivo”.

Para qué voy a mentir. Cuando me clavó esa cabezota, un “¡hooommmm!! surgió de lo profundo de mi pecho, deseando que pasara luego por mis anillos anales y se acomodara más al fondo. Ambos se rieron de buena gana y comenzó el delicioso bombeo, como un pistón que se abre paso en mi cilindro. El que estaba ahora al frente puso su verga gruesa en mi boca, ahogando mis quejidos. Pronto pasó esa primera sensación, y empecé a gozar como loco. A veces retiraba su pene de mi boca para escuchar mis gemidos, los que al parecer lo excitaban mucho. Así estuve un buen rato, siendo culeado por ese hombre maravilloso, hasta que finalmente se dejó caer sobre mi espalda, y haciendo sonar mis nalgas con sus embates, se vino estremecido con varios empellones deliciosos. Luego me lo sacó, se irguió, retiró su condón y se fue al baño, mientras yo apretaba mi culo para que se cerrara.

El otro cogió otro condón, tomó mis piernas y me viró de espaldas a la cama. Me dijo “quiero ver cómo goza tu cara de putito con mi tranca”. Levantó mis piernas, se acomodó entre ellas y se puso el condón. Apunto su glande a la entrada de mi culo y empezó a introducirlo lentamente. En seguida sentí que mis esfínteres, aunque aún lubricados, se resistían al embate, pero inútilmente. Su polla fue penetrando inmisericorde, apretadamente, mientras yo echaba mi cabeza hacia atrás con los ojos cerrados y mis manos se agarraban convulsivamente de la sábana. Se detuvo un poco con la polla entera en mi culo y se inclinó sobre mi rostro para premiarme con un beso bien lengüeteado. “¿Cómo lo estás sintiendo? ¿Está rico? ¿Te dolió mucho?” preguntaba.

Me repuse rápidamente y le respondí con una sonrisa de satisfacción. “Está delicioso, me costó un poco, pero ya me siento en el cielo”. “Ahora te voy a llevar al paraíso” me dijo sonriendo. Puso mis piernas dobladas a sus costados y me empezó a coger apoyado en mis rodillas. Después se inclinó apoyado en sus brazos, y yo crucé mis piernas sobre su espalda, siguiendo el ritmo de su mete y saca. El otro amigo, que ya había salido hacía rato del baño, se divertía viéndonos coger tan deliciosamente. Después de un rato interminable, él se irguió más y cogió mi pene con una mano, empezando a masturbarme, lubricado por mi líquido pre seminal. No demoré mucho en venirme, expulsando mi leche por sobre mi vientre y mi pecho, que él se encargó de esparcir dejándome todo embadurnado en mi propio semen.

Luego levanto mis dos piernas juntas delante de él, las abrazó y besando mis pantorrillas aceleró su vaivén hasta que arqueándose hacia atrás, se corrió con varias embestidas maravillosas. Si no hubiera sido por el condón, seguro que inundaba mi culo completamente. Se retiró sujetando el condón con una mano y se fue al baño, haciéndome una seña de “bieeen” con la otra. Después fui yo. Me tuve que duchar para sacar todo el semen de mi cuerpo y el lubricante de mi culo, sintiéndolo súper sensible después de ser tan friccionado por ambas vergas.

Cuando salí, ellos ya estaban casi vestidos, y me ofrecieron amablemente dejarme donde yo quisiera, a lo que aproveché para pedirles que me dejaran en la puerta de mi hotel. Al entrar en la recepción, me parecía que el personal y los pocos pasajeros que transitaban por ahí, se daban cuenta que venía recién culeado. Subí a mi habitación y me tendí desnudo en la cama, quedándome profundamente dormido, hasta que la campanilla del despertador me trajo de nuevo al mundo cotidiano.

Otras veces busqué repetir la experiencia en otros lugares, pero nunca más tuve la suerte de encontrar dos tipos con los cuales atreverme. Tal vez por eso, esta experiencia fue tan inolvidable.

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