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El hermano de mi mejor amigo (Parte II)

Pero volvamos unos meses atrás…

Es octubre y, sin sabes cómo, Nacho y yo nos hemos aficionado a jugar al dominó. Nunca me había fijado en el juego hasta que empecé a jugar porqué él lo hacía. Últimamente, siempre que voy a casa de Roberto, me paso la tarde jugando con Nacho, y es entonces cuando empieza el ritual que me eleva el pulso, que hace que me tiemblen las manos y que me quede sin respiración.

Nos sentamos en la pequeña mesa redonda que tiene, uno enfrente del otro. Él coge la caja del dominó y tira las fichas por la mesa. “Dios, ¿cómo puede ser tan guapo?” pienso mientras lo miro todo concentrado. Me retengo el impulso de morderme el labio, no sea que me vea… Empezamos a jugar y no puedo dejar de mirarlo, esos ojos verdes y brillantes, el pelo negro intenso que tiene y ese flequillo algo alocado que lleva me dejan sin respiración. Mientras coloca una ficha no me puedo resistir a mirarle los labios, húmedos y carnosos, “me muero por besarlos” pienso. Entonces un escalofrío me recorre todo el cuerpo y yo intento disimularlo como puedo.

Terminamos la partida, giramos las fichas y empiezo a mezclar las fichas. Entonces, sin avisar, se pone él también a mezclar y no dejamos de rozarnos las manos. Cada vez que me toca noto como todo mi cuerpo se pone tenso, me vuelven loco los roces de esas manos algo ásperas pero calientes. Tras mezclar, empezamos una nueva partida.

Yo tengo las piernas algo estiradas, me llegan los pies a la pata central de la mesa. Sin saber ni cómo ni por qué, de repente siento como su pie toca el mío, suave y disimuladamente. “No me lo puedo creer”. Noto como el pulso se me acelera, incluso siento un pequeño pinchazo en el pecho. “No se habrá dado cuenta, será un accidente, no te emociones”. Me lo repito una y otra vez, sin dejar de sentir su zapato junto al mío.

Por más que lo intento, no puedo dejar de pensar que es algo intencionado, así que me levanto para ir al baño y cuando me vuelvo a sentar soy yo el que busca su pie. “Ay madre Adri, estás loco”. Muevo el pie todo lo despacio que puedo, buscando un toque sutil con el suyo. Siento como todo mi cuerpo se mantiene en tensión. De repente, lo encuentro. Siento su pie y, por fin, descanso. “¿Se habrá dado cuenta?”, me pregunto pensando en lo que podríamos llegar a tener algún día.

Pasado un rato, Nacho se mueve un poco en la silla y al hacerlo mueve el pie. “Mierda”. Pasan un par de segundos hasta que siento su pie de nuevo junto al mío. “¡Oh Dios! ¡Lo ha vuelto a hacer!”, no me lo puedo creer, ¿de verdad es consciente de lo que está haciendo?

Pasan unas cuantas partidas más llenas de roces, mis miradas furtivas y de toques debajo de la mesa y entonces llega el momento de cenar.

Estamos los tres solos, sentados en la misma mesa donde hace un rato estábamos jugando. Como ya vengo haciendo desde hace un tiempo, intento sentarme a su lado y lo consigo. No puedo dejar de pensar en él, cada vez que le tengo que hablar me tiemblan la voz y las manos, pero intento disimularlo.

Nos sentamos a cenar; se sienta a mi lado, “Bien, lo he conseguido”.

No puedo dejar de darle vueltas a lo que ha pasado mientras jugábamos. “¿Lo habrá hecho consciente? ¿Me lo habrá parecido a mí? ¿De verdad le puedo gustar, o es solo mi imaginación?”. No puedo aguantar las dudas así que me decido a dar un paso más. Disimuladamente bajo la mirada hasta debajo de la mesa y veo que mi rodilla y la suya están bastante cerca. “Definitivamente, estoy loco”, respiro hondo y me decido a mover lentamente mi pierna hasta rozar la suya. Intento seguir la conversación y disimular mientras me concentro en acercarme suavemente.

Entonces, lo siento. El vello de su pierna empieza a rozar el de la mía y puedo sentir como se me para el mundo. Se me empieza a agitar la respiración. La adrenalina, el gusto de estar cerca suyo, el miedo… Se me mezcla todo y me produce una sensación indescriptible. Me ahogo y me derrito a partes iguales solo por ese simple roce. Hasta que, sin previo aviso, inclina su pierna y nuestras rodillas se tocan definitivamente. No puedo más. Necesito girarme y lanzarme a su boca, pero no puedo, su hermano está delante y si me precipito no solo podría perder su amistad, sino que supondría que toda mi familia y la suya se enteraran de que soy gay y eso me podría traer graves problemas.

Respiro aliviado, ha acercado la pierna, y disfruto del resto de la cena.

Al final llega el momento de irme a mi casa. Nos despedimos chocando la mano y yo se la aprieto todo lo que puedo, intentando alargar al máximo ese momento de contacto físico mientras no le quito la mirada a esos ojos verdes que me matan. Finalmente, me suelta y me voy a casa flotando en una nube.

Pasó todo el invierno así pero, en un abrir y cerrar de ojos, llegó el verano y, con la subida de temperaturas, se calentó la cosa.

CONTINUARÁ.

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