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El paciente

Siempre fui un médico respetuoso, tranquilo y profesional. Me gusta que en mi consultorio el paciente se sienta a gusto, escuchado, y se lleve el mejor diagnóstico y tratamiento, por lo cual nunca dejo que mis gustos o deseos se interpongan en mi trabajo. O casi nunca.

Soy médico geriatra, especialista en tercera edad.

Mi nombre es Nicolás, soy de Capital Federal, Argentina, tengo 38 años, y desde hace aproximadamente 6 años mi vida sexual es con hombres. Soy un hombre agradable, de buena presencia física, alto de 1.80 cm, 78 kg, morocho de pelo corto, lindas facciones.

En el momento de esta historia (año 2016), yo atendía en un policonsultorio en Belgrano, atendiendo pacientes con patologías crónicas.

En ese entonces conocí a Osvaldo, un paciente muy agradable, que venía periódicamente a hacerse los chequeos y controles de su edad. Tenía 68 años, era divorciado, y estaba de novio con una señora algunos años menor que el. Físicamente no era un hombre atractivo en absoluto, estatura de aproximadamente 1.68, pelo que escaseaba, canoso totalmente, y una incipiente obesidad que siempre le recriminaba en mi rol de médico. Fumaba bastante a pesar de sus antecedentes cardiacos, lo que nos llevaba a largas charlas sobre lo poco beneficioso que para él era ese hábito.

Fuimos de a poco teniendo mucha confianza entre los dos. Nos convertimos de médico-paciente en buenos conocidos y hasta alguna que otra confidencia me contaba. Le gustaba hacer gala de su poder a la hora de estar con mujeres, y si bien era difícil creer que por su físico tuviera éxito, lo compensaba con su charla, su gracia y su presencia. Me contó que alguna que otra vez era infiel a su novia, y de a poco empezó a deslizar algunos gustos sexuales. Yo si bien no me quería prender en detalles, me reía ante sus ocurrencias y le recomendaba siempre el uso del preservativo. No pasó mucho para que Osvaldo me comentara su casi obsesión por el sexo anal, a lo que él consideraba como esencial en toda relación. Él sospechaba de mis gustos sexuales, pero todo era implícito, nada de mí lo aclaró o lo desmintió.

Sus visitas, que al comienzo eran semestrales, pasaron a ser bimestrales, siempre con algún pretexto, y nuestra pasión por las charlas fue en aumento. Nos encantaba hablar de muchas cosas, fútbol, cine, aunque nuestra gran distancia era la política. Él era un gran crítico de la gestión del ex presidente Macri, mientras que yo, como lo había votado, en aquel momento lo defendía de sus ataques constantes.

Una tarde su nombre apareció en la lista de pacientes, y supuse que como siempre sería algún pretexto para alguna charla, pero al entrar me comentó que había conseguido el turno ese mismo día, porque lo aquejaba un fuerte dolor testicular. Debido a la posibilidad de un diagnóstico severo, enseguida lo hice desvestir para descartar una torsión testicular, una de las patologías de urgencia más graves. Afortunadamente no era más que una epididimitis, que se trata con antibióticos. Tengo que aclarar que a la hora de revisar genitales, lo hago muy profesionalmente, solo yendo a lo que es el problema, sin mirar con ojos de lujuria. Sin embargo no pude dejar de percatar el gran tamaño testicular, me sorprendió pero por supuesto ningún comentario salió de mi boca.

El episodio pasó, su patología curó sin problemas, pero un mes después apareció en mi consultorio para agradecerme la atención, y felicitarme por el diagnóstico y tratamiento. Grande fue mi sorpresa cuando al salir del consultorio, mi secretaria me entrega una carta dejada justamente por Osvaldo. La misma, era muy corta, pero por demás clara. Decía textualmente:

“Doc, estoy loco por vos. Te invito a cenar hoy a la noche. Si no llegas a venir entenderé perfectamente. Te espero a las 22.00 h en el Restaurante x, dirección…”

Mil cosas pasaron por mi cabeza. Desde la sorpresa total, la vergüenza, el pensar que indicios me había dado previamente, y finalmente el no tener idea de que hacer.

Nunca me había atraído Osvaldo físicamente, pero es cierto también que su aura de hombre sexual, su seguridad y por qué no, su edad también me atraían. También pensé que no debería el sentirse decepcionado así después de todo y que al menos ir a comer se podría aceptar

Mientras me cambiaba esa noche después de mi ducha, no sabía que pensar, que iba a decir, ni que ponerme. Decidí ir con pantalón de vestir, camisa lisa sobria y zapatos.

No puedo describir su cara de felicidad al verme llegar. Vino rápidamente y antes que él emitiera palabra le dije: – “Osvaldo, vengo a cenar nomás. No esperes más que eso”

– ” si Doc, muchas gracias por haber venido, me das una alegría enorme”

La cena fue muy linda. Hablamos largo y tendido, me hizo olvidar sus verdaderas intenciones. Comimos riquísimo, tomamos un vino de primera, a lo que el agregó dos whiskys. No me dejó pagar nada y me hizo sentir muy bien. Se deshizo de elogios (ya con las cartas sobre la mesa) hacia mi, mi físico, mi inteligencia, y si bien yo sabía que era todo con segunda intención, no dejé de sentirme realmente bien conmigo mismo.

Cuando la cena terminó, me pidió ir a caminar un poco, a lo cual respondí que debía irme ya que al día siguiente mi jornada en consultorio empezaba muy temprano. Me insistió mucho, me dijo que le dejara el honor de caminar, y que deseaba que la gente pensara que él era mi hombre. Ese comentario me generó un escalofrío enorme, prendió en mi algo que no supe explicar. Nos imaginé en una situación sexual y no pude dejar de excitarme.

Acepté su propuesta y caminamos mucho. Fuimos por el barrio de Belgrano, caminando lentamente y discutiendo, como siempre, de política, aunque en términos distendidos. A las cuadras me pidió si podía tomarme de la mano, solo en juego aclaró, y termine aceptando, solo para seguir con el juego. Era ya pasada la una de la mañana, cuando le dije que era ya muy tarde y que ahí si me iba. Osvaldo se puso enfrente de mí, estando yo entre él y la pared, y en ese momento se puso a decirme todo lo que sentía. Evidentemente el alcohol jugaba su parte, ya que me dijo de todo, que soñaba conmigo, que se masturbaba todos los días pensando en mi, que me quería hacer la cola como nada en el planeta. Sin dejarme acotar me tiró la boca en una búsqueda desesperada por besarme. Y lo logró. Nos besamos a la vista de los pocos que esperaban el colectivo a esas horas de la noche. Fue una breve escena, en la que él, una vez que se dio cuenta mi aceptación, dirigió sus manos a mi cola con desesperación. Casi sin esperar ni disfrutar la situación, me llevo de la mano a un Hotel Alojamiento que estaba a pocas cuadras, una vez que puso en el buscador de internet hoteles cercanos. Mi cabeza era un torbellino, estaba muy excitado de la situación, del morbo, y hasta se me cruzaba por la cabeza que al otro día debería despertarme temprano.

El maldito buscador nos llevó a un telo de mala muerte. Increíble que en Belgrano haya aún hoteles de tan mala calidad. Entramos, y ante la mirada del conserje del hotel, terminé de excitarme. Me miró con cara de desprecio, no creyendo que vaya a tener sexo con Osvaldo.

Entramos a la habitación y se me vino con todo. Desesperado, me sacó la camisa, rompiendo varios botones, me bajó el pantalón, y procedió a sacarse su chomba. Me miró fijo y me dijo:

– “Bajame los pantalones ya”

Me arrodillé, bajé el pantalón y el bóxer, y mientras me preguntaba si el podría mantener una buena erección a pesar de su edad, tuve la respuesta en mi cara. Salió su pene despedido hacia adelante como un resorte. De tamaño normal, con muchísimo vello, y sus colgantes y enormes testículos.

Me lo metí sin que me pida en la boca, arrodillado y mirándolo a los ojos. No pasaron dos minutos cuando me pidió penetrarme.

– ” no aguanto más, te la voy a poner o acabo”

Me puse en 4, pero él me pidió cogerme contra la pared. Me paré, me puse de espaldas mientras él se ponía el forro, y lo dejé hacer. Se arrodilló ante mi cola, me la chupó por un breve tiempo, y me colocó bastante gel (que por suerte habíamos conseguido en conserjería).

Apuntó su pene hacía mi ano y empujó mientas yo miraba la pared y me concentraba en el conocido dolor inicial. Mientas entraba, él hablaba poco, se escuchaba solo nuestra respiración acelerada y los latidos de los corazones a mil. Entró de a poco, lo hizo con conciencia sin hacerme doler mucho, y cuando empezó con el bombeo, mis gemidos fueron demasiado para él y acabó al poco de iniciar. No duró más que 1 minuto de bombeo enérgico.

Se fue a acostar en la cama y cayó muy agitado. Yo, con deseo latente y mucha calentura, si bien no lo desanimé estaba en llamas por dentro.

No dijo nada de su performance, y nos pusimos a hablar de cualquier cosa, el extasiado del polvo. A los 30 minutos, empecé a acariciarlo y me llevé su muy fláccido pene a mi boca, en un esfuerzo sobrehumano por levantarlo nuevamente. Increíblemente en mi boca empecé a sentir luego de unos 10 minutos que empezaba a ponerse rígido nuevamente, y 15 minutos después estaba en 4 patas, esperando que mi hombre me dé el placer que yo había pensado. Esta vez el polvo fue increíble, hablado, y prolongado.

– ” senti mi pija K doctora”!!

– ” Ahhhgghh”

– ” te rompe bien la cola un k puta”!!

Yo no podía más que gemir y gemir. Me dio mucho rigor, y descargo todo su deseo acumulado en mi. Tuvo el descaro de aprovecharse de mi calentura y, apenas antes de acabar, sacar su pene, sacarse el forro y apuntar a mi cara. Terminé acabado con su semen en mi cara y mi pelo. Aunque feliz.

Por supuesto volví a verme con Osvaldo varias veces, a escondidas de su novia y cultivamos una muy linda relación.

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