Saltar al contenido

El vecino del fondo (2)

Con lo que yo le había dicho, eso de que no me prestaba atención, seguramente él sabía que me tenía en sus manos, y por eso una sonrisa lasciva le curvaba los labios…

-Venga, Jorgito, ponte en pelotas ya mismo, no me hagas enojar…

El tono con que dijo eso me asustó… ¿Acaso era capaz de alguna violencia si yo no le obedecía? ¡Qué susto!… y qué… bueno, me avergüenza confesarlo, pero… qué excitación al sentir que don Abelardo empezaba a dominarme…

-No, don Abelardo, no se… no se enoje, yo me… me desvisto…

-Eso está mejor, niño, quítate la ropita y muéstrame todo eso tan lindo que tienes…

Me saqué la ropa y me exhibí ante él con la cabeza gacha, mirando al piso y con las mejillas ardiendo por la vergüenza…

-Qué piernas, Jorgito, qué piernas tan lindas tienes y esa cinturita y esas caderas… -le escuché decir con voz algo enronquecida, seguramente por la calentura…

Después de unos segundos me ordenó que me diera vuelta y entonces exclamó casi gritando: -¡Qué culo, niño! ¡Qué hermoso culo tienes!

Yo a esa altura estaba súper caliente y al mismo tiempo temeroso de lo que se avecinaba; nada menos que ser violado por ese viejo que me ponía a mil…

-Bien, ahora vamos a mi cuarto, Jorgito, ahí voy a darte polla hasta por las orejas… -dijo y me sacó a la galería tomándome con fuerza por un brazo…

De tan excitado y temeroso, me temblaban las piernas mientras íbamos para el fondo y él me iba sobando las nalgas…

En un santiamén estuvimos en su cuarto donde había una cama de una plaza, junto a la cabecera una mesita de noche, un ropero, tres sillas y contra la pared de la derecha un espejo de cuerpo entero y el retrato de una mujer de apariencia antigua que imaginé había sido la esposa de don Abelardo y que seguramente había muerto dejándolo viudo…

Estaba yo mirando ese retrato cuando sentí las manos del viejo en mis nalgas, sus besos en el cuello y los hombros y una orden murmurada en mi oreja derecha: -Quítame la ropa, Jorgito…

Yo estaba ya dispuesto a hacer todo lo que me ordenara y entonces, de rodillas le saqué los zapatos y las medias, después me incorporé y le quité el pantalón gris, la camisa blanca y el calzoncillo mientras él emitía risitas: -Te tiemblan las manos, Jorgito… ¿Qué pasa? ¿Estás nervioso o caliente?… jejeje…

Me atreví a mirarlo y vi su piel de un blanco lechoso, sus pelos grises en el pecho y las pìernas… ¡Y su verga erecta!…

-Voy a empezar por esa linda boquita que tienes, niño… ¡Arrodíllate!…

-Sí, don Abelardo… -acepté ya completamente entregado a sus deseos e imaginando qué tendría yo que hacer…

Abrí la boca y él me tomó del pelo y me metió su verga con tal envión que me llegó hasta la garganta provocándome arcadas y al viejo una carcajada… Siguió divirtiéndose así unos segundos hasta que hizo retroceder la verga un poco y me ordenó que empezara a chuparla… Lo hice gozando del rico sabor que tenía ese ariete de buenas dimensiones que ocupaba casi toda mi boca… Súper caliente chupé y chupé hasta que don Abelardo empezó a jadear y a gemir más fuerte y de pronto, en medio de temblores que lo estremecían violentamente me echó varios chorros de semen caliente y espeso…

-¡Traga, putito!… ¡Traga hasta la última gota!… –me ordenó y fue tambaleante a tenderse de espaldas en la cama mientras yo tragaba y tragaba todo ese licor…

-Ven aquí, Jorgito, a mi lado… -me ordenó de pronto y obedecí… Él entonces quiso que con mis manos me ocupara de su verga y volviera a ponerla en condiciones…

-Páramela, niño, que quiero dártela por el culo… -me dijo y yo me estremecí de deseo y miedo a la vez… Pensé que eso debía doler pero estaba dispuesto a seguir adelante a pesar de todo… Me puse de costado sintiendo cuánto me calentaba tener esa verga entre las manos y sentir y ver cómo iba creciendo y poniéndose cada vez más dura hasta que estuvo lista para entrar en acción… La besé en la punta, estuve chupando unos segundos el glande y él me dejó hacer hasta que me ordenó ponerme en cuatro patas… Lo hice mirando hacia los pies de la cama, para que viera mi culo, ese culo que le pertenecía pese a mi miedo…

Por sobre mi hombro derecho vi que abría el cajón superior de la mesita de noche y sacaba un pote chiquito, lo abría y se embadurnaba la verga con una crema…

“Ay, bueno, espero que así duela menos”, pensé mientras él volvía a poner el potecito en el cajón y me ordenaba separar las piernas para arrodillarse entre ellas…

(Continuará)

Deja un comentario