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El vecino del fondo (4)

Eso hizo varias veces, cuando me encontraba limpiando el baño, mientras barría el dormitorio, el baño, me tocaba el culo y se reía, burlón, aunque también elogiaba mi trabajo y me prometía premiarme con una buena culeada que yo estaba anhelando, porque esos toqueteos me tenían muy excitado –Y si sigues esmerándote, también te daré a tomar el biberón, Jorgito… -me prometió y eso me dio ánimo para seguir con mi trabajo de mucama.

La verdad es que ese rol de sirvienta empezaba a calentarme mucho y me daba cuenta de que era un camino que no tenía vuelta atrás.

Por fin terminé con toda la tarea y lo último que hice fue pasarle lustre a los muebles del dormitorio, trabajo que el viejo interrumpió varias veces abrazándome por la cintura y apretándome de espaldas contra él para que yo notara lo dura que tenía la polla.

-Perfecto, niño, eres una buena mucamita y mereces el premio que voy a darte… -dijo y sin más me echó sobre la cama para después empezar a desvestirse… Yo lo miraba a la espera de deleitarme contemplando su pija… ¡Ay, que delicia es verla erecta!… Creo que debe medir unos veinte centímetros de largo y es bastante gruesota, por eso cuando me la está metiendo me duele un montón, pero cuando ya está toda adentro el dolor se va y empieza ese placer que me tiene loco y completamente en manos de este viejo que me encanta por lo pervertido…

Él no dejaba de mirarme mientras se sacaba la ropa y de pronto sonó el timbre…

-¡Ay, donde Abelardo!… –exclamé alarmado…

-¡Coño! ¡Olvidé que venía Fantoni por la renta!…

-¡Ay, es cierto, a mí me llamó para avisarme y también me olvidé!

-Ve a recibirlo mientras me visto, ¡corre, corre!… –me ordenó y salté de la cama: -Me pongo algo encima y le abro…

-Le abrirás así, en pelotas como estás… -me dijo y yo temblé de la cabeza a los pies, horrorizado… -¡Ay, no, don Abelardo! ¡no me haga eso! ¡por favor, no! –le rogué y él entonces quitó el cinto del pantalón, lo dobló en dos y me amenazó con dureza: -¡Ve a abrirle ya o te juro que te dejaré al culo hirviendo a cintarazos!

Salí de la habitación angustiado, preguntándome por qué don Abelardo me mandaba a recibir desnudo al señor Ernesto, y en el camino hacia la puerta de calle se me ocurrió la solución…

Entreabrí la cancel y asomando sólo mi cara saludé al dueño de la casa: -Hola, don Ernesto, ya le abro… Un minuto, por favor…

-Hola, Jorgito, te espero…

Me puse un jean y una camisa con los botones desabrochados, para no tardar mucho y le abrí la puerta de calle a don Ernesto…

Me adelanté hasta el comedor, le di el sobre con el dinero, que papá había guardado en el cajón del aparador y él me entregó el recibo…

-Bueno, voy al fondo a ver a Abelardo… ¿Tu papis, bien?

-Sí, gracias, don Ernesto, están de vacaciones en Córdoba…

-Ah, que bien, bueno, nos vemos, Jorgito… -y deslizó un comentario que me asombró: -Estás muy lindo…

-gra… gracias, don Ernesto… -dije balbuceando y algo sorprendido después de tragar saliva y él se fue para el fondo…

Entonces tomé conciencia del riesgo que corría al haber desobedecido a don Abelardo y quedé a la espera de las consecuencias…

Minutos después, a través de la ventana del dormitorio, que da al jardín, los vi despedirse con un apretón de manos y un momento después don Abelardo irrumpía en el comedor, como si hubiera adivinado que yo estaba allí…

-¡Grandísimo desobediente! ¡ahora verás! –y después de esa amenaza me agarró del pelo y así me llevó hasta su dormitorio, donde me dio un par de bofetadas que me hicieron caer al piso con los ojos llenos de lágrimas…

-Pe… perdón, don Abelardo, no… no lo voy a hacer más… se lo juro, ¡se lo juro!…

-Claro que no lo harás más… –me dijo con el rostro crispado mientras se quitaba el cinturón…

-¡Desnúdate! –bramó y le obedecí temblando de miedo mientras él doblaba en dos el cinto y lo empuñaba con firmeza…

-¡A la cama! –y cuando estuve ahí dobló en dos la almohada y me ordenó que me tendiera boca abajo con el vientre apoyado en ella…

¡Qué paliza me dio!… El cinto quemaba al restallar en mis tiernas e indefensas nalgas y yo gritaba, rogaba inútilmente y me movía tratando de esquivar los azotes pero él me amenazaba y entonces yo entendía que resistirme iba a ser peor… En determinado momento me puse a llorar sin ningún resultado, porque siguió pegándome y me dijo mordiendo las palabras: -Ya verás como te ha quedado el culo, niño desobediente… ¡Rojo como un tomate lo tienes!…

Seguí llorando y no paré de hacerlo mientras él dio por terminada la zurra, me tomó de un brazo y me llevó hasta el espejo, ante el cual me paró de espaldas… El culo me ardía a más no poder y me obligó a mirármelo por sobre un hombro…

¡Ay, no quieran saber cómo me lo había dejado esa tunda!… Rojísimo y con algunas líneas un poco violáceas…

-¿Volverás a desobedecerme, niño?…

-No… No, don Abelardo… ¡le juro que no!… –le aseguré entre sollozos y sintiendo que bien merecida tenía yo esa paliza…

-Vale, y ahora voy a darte polla, porque pegarte me ha puesto cachondo… -dijo poniendo en evidencia su lado perverso…

Me violó en cuatro patas sobre la cama, y fue una compensación por el sufrimiento padecido por esa paliza… Después, con el culo lleno de leche y él descansando de espaldas, me acordé de lo que me había dicho don Ernesto: -¿Puedo contarle algo, don Abelardo?…

-Cuenta…

– Don Ernesto me… me dijo que… que estoy muy lindo…

-¿De veras?… Mmmmhhhhhh, qué interesante… ¿Te había dicho alguna vez algo parecido?

-No, don Abelardo, nunca…

Le conté esto a don Abelardo con la esperanza de sumar al dueño de la casa, que es del tipo de hombre que me calienta… Debe tener unos sesenta años, de estatura media, delgado, siempre bien vestido… ¡Y le parezco un lindo chico!…

-Voy a llamarlo por teléfono y veré cómo hago para que hablemos de ti… -dijo don Abelardo y sentí que crecía mi esperanza de poder tragarme una nueva verga… Después de una pausa le dije: -Don Abelardo, ¿puedo pedirle algo?

-Dime… -me autorizó…

-¿Me deja que… que lo llame yo?…

Él puso cara de asombro: -¿Tú?… ¿Y por qué, niño?…

-Porque… me… podría insinuarme, don Abelardo… No sé, decirle que, que me gustó que me dijera que estoy lindo… Y a ver cómo reacciona él…

Don Abelardo curvó sus labios en una sonrisa lasciva y me dijo: -No es mala idea, Jorgito… -y me anotó en un papel el número de teléfono de don Ernesto… -A ver si consigues esa otra polla…

¡Ay, estoy cada vez más putito!…

(continuará)

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