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Emilio (A la mañana siguiente)

A las 14:05, como todos los jueves, Emilín salió del instituto para ir a comer a casa de su tío Lázaro; y nada más llegar, su tío le miró de arriba a abajo y le hizo girar sobre sí mismo.

– ¿Hoy también te has peleado?

El chaval le miró avergonzado y dejando su mochila en el suelo asintió con la cabeza.

– ¡Joder!, Emi, que ya no eres un crío…

… ¡a ver!, inclínate un poco que quiero ver esa culera…

¡Madre, mía!, si hasta te has te los has roto…

… ¡en el patio! ¿Verdad?

Llamó a Ángel, que todavía estaba en el estudio, y le pidió que se pasara por la farmacia a comprar Betadine y algunas gasas.

– Si, son para Emilín… ¡por lo visto, se vuelto a pelear! Pero nada grave, solo rasguños…

– ¡Vale! Estoy ahí en cinco minutos.

Emilio se había quitado los pantalones, mientras Lázaro hablaba con su novio; y al salir de la cocina, se lo encontró en calzoncillos.

– A ver ¡acércate!

Lázaro se sentó en un sillón y le pidió que apoyara la pierna en su rodilla.

– ¿Te duele?

– Un poquito

– ¡No es nada!, no te preocupes. Ahora cuando llegue Ángel lo desinfecto ¿vale?…

… ¡a ver, date la vuelta!

En el muslo, muy cerca del culo, tenía otro raspón bastante considerable; y le subió la pernera del calzoncillo para poder verlo bien…

– Este duele un pelín mas ¿no?…

– ¡Mas o menos!, dijo el chico… pero, no mucho, tío.

Se oyeron las llaves de Ángel que abría la puerta y…

– ¡A ver ese chaval!

– ¡Hola!, tío Ángel; y lo abrazó…

– ¿Que te ha pasado?

– Un idiota, que me tiene harto, y nos hemos cascáo en el patio.

– Y ¿qué tal?…

– Le he puesto un ojo morado…

– ¡Bien hecho!, nene…

– ¡Joder, Angel! Encima anímale ¡coño!…

… ¿has traído las gasas?

– ¡Si!, ¡toma!… y le dio una bolsita con todo lo que había comprado en la farmacia.

Lázaro tenía buena mano para estas cosas; y después de limpiarle las heridas las cubrió con Betadine y le pidió que se quedara un ratito en calzoncillos.

– Quédate ahí sentado hasta que se sequé ¿vale?

Luego entró en la cocina y empezó a preparar la mesa para comer.

– ¡Me encantan tus espaguetis!, tío.

– ¡Y tú, a mí!, le contestó Lázaro.

Atento al reloj, como todos los jueves, nada más terminar de comer, empezó a ponerse los pantalones sin llamar mucho la atención.

– ¿No te quedas con nosotros, esta tarde?, dijo Ángel

– ¡No, tío!, prefiero irme a casa a jugar con la play…

– ¿A qué hora llega tu madre?

– ¡No sé!… alrededor de las nueve…

Les dio un beso a cada uno, y cogió su mochila para marcharse.

Cuando salió a la calle, fue hasta la parada del autobús, y se sentó en el banco que había pegado a la pared; y esperó un ratito.

Enseguida se acercó un señor con bigote y muy buena apariencia; y se sentó junto él.

– ¿Hoy no viene Adolfo?, dijo…

– ¡No sé!… ¿por qué no iba a venir?… ¡no me ha dicho nada!…

– ¿Esperamos, entonces?

– ¡Si, claro!… no puede tardar mucho.

Justo enfrente, estaba aparcando un taxi para dejar a un cliente; y de casualidad, D. Severino, miró en esa dirección, y lo vio.

– ¡Ahí está!, le dijo; y cruzaron al otro lado de la plaza.

– Ha sido mi mujer, que me ha entretenido un poco… ¡lo siento!

Entraron en un portal que había junto al Estanco, y subieron al primer piso.

Enseguida D. Severino, le echó mano al culo

– ¡Tienes rotos los pantalones!, chaval.

– Si, ¡ya lo sé! Me he peleado esta mañana…

Adolfo había extendido una manta en el amplio sofá; y se acercó a ellos, que todavía estaban en el vestíbulo.

– ¡Pasad!, ¡coño!

Esos dos cabrones llevaban follándoselo casi dos meses, todos los jueves; y Emilio cada vez estaba más enganchado.

Le daban por el culo, a saco… durante un par de horas o tres, y disfrutaban de su cuerpo, sin límite.

¡Qué manera de comerle el culo!… y de follárselo. A veces, le tenían, más de una hora, aguantando una buena follada, mientras le comían la polla, sin darle la más mínima tregua. Se lo fajaban a sus anchas… y luego lo dejaban en la parada del autobús.

El chico dejaba que esos dos caballeros hicieran con el lo que quisieran, desde aquel día… de regreso a casa.

Fue un martes. El de la segunda semana. Al comienzo del curso. Cogió el autobús para volver a casa al medio día, como todos los días, y se quedó atrás en un rincón. Aunque, poco a poco, logró colocarse detrás de uno de los asientos traseros, para poder apoyar los brazos; y así, ir más cómodo. Después de la primera parada la cosa se puso imposible. No cabía nadie más. Y fue entonces cuando Emilio lo notó. El señor de atrás se le había arrimado; y se la había puesto entre las nalgas. Sintió muchísima vergüenza y no se atrevió, ni siquiera a mirarle. Sin embargo, le gustaba esa sensación; y se puso muy cachondo.

A los dos, o, tres minutos de restregársela al chico, sin poder evitarlo, por culpa del traqueteo del autobús, y viendo que el chico no decía nada. D. Severino se atrevió a rodearle con las manos; y cogiéndolo por la cintura, se lo pegó bien pegado.

Con esa calentura y con el rabo entre las nalgas del chico, estuvieron durante buena parte del trayecto, hasta que se lanzó a desabrocharle los pantalones grises, de tergal, que formaban parte del uniforme del colegio; y aflojándoselos, le metió las manos para sobarle y disfrutar de sus intimidades. Poco a poco, consiguió de él, que abriera las piernas para poder acariciarle el ojete y meterle los dedos hasta el fondo.

– ¡Mmmmmmm!, que culito más rico, tiene este nene, pensaba Severino…

En la siguiente parada se produjeron algunos desplazamientos, y fue entonces, cuando apareció Adolfo junto a ellos. Se colocó a su lado, y se quedó mirándolos descaradamente; con una sonrisa de cabrón, como pocas veces había visto Emilio.

Se acercó a los dos y les dijo al oído.

– Tengo un local muy cerca de la próxima parada… ¿hace?

– ¿Quieres, que vayamos con él?, le dijo Severino…

Y Emilio, que llevaba una calentura tremenda, y el olor de ese señor metido en el alma, escuchó la puerta, que se abría de un portazo y a Dolores, muy animada que gritaba…

– ¡DESPIERTA, PEREZOSO! QUE YA SON LAS 12:00…

– ¡Ufff! ¡Que calor!…

… ¡TATA! CIERRA LA PUERTA DEL PATIO, ¡JODER!

– ¡VENGA!, QUE NOS VAMOS A LA PLAYA…

Marcos, que estaba en el porche regando sus plantas, entró y…

– ¿Tú también?…

– ¿Es que no mas oído?…

– ¿Y la comida?…

– ¡Ah!, ¿eso es lo que a ti te preocupa?…

– ¡No, mujer!, pero…

– Nos ha invitáo a comer mi hermana Mercedes; que me la he encontráo en la farmacia. Por lo visto van a hacer una barbacoa para comer; y he quedáo con ella, ahora, en la playa…

– ¡Ah!, bueno… ¡es que, como no has dicho na!

– ¡Acaba de decírmelo!…

… a mí me viene mu bien, porque hoy hace mucha calor; y ya hace más de una semana que no me acercó a la playa a mojarme, ni siquiera un poquito.

– ¡Ah!, pos mu bien…

Dolores volvió a la habitación de Emilio, y se lo encontró en el pasillo con el cepillo de dientes en la mano.

– ¡Venga, hijo!, que quiero llegar a tiempo de darme un baño…

– ¡Vale!, tata. ¡No te preocupes!, que yo estoy en un pis-pas…

Marcos, ya esperaba en el porche; con el bañador puesto y un par de sillas plegables en la mano.

– ¡Mira!, le dijo a Emilio. Ahí te he dejáo la sombrilla…

Y con los bártulos propios de un día de playa Dolores se los llevó a la playa, a los dos.

En cuanto los vio aparecer Mercedes, empezó a mover el brazo y a llamar a su hermana

– ¡NIÑA!… ¡DOLORES!, QUE ESTAMOS AQUÍ…

Se habían colocado en una esquina, junto a unas rocas, y habían reservado un buen sitio para ellos.

– ¡Ojuu!, vaya un diíta ¡eh!, dijo Dolores, nada más llegar…

… ¡que calor!

– ¡Hola!, Emilín. ¡Que no te había visto desde que has llegáo!, dijo Mercedes, acercándose a Emilio y dándole un par de besos.

– ¡Hola, tita!, ¿cómo estás?

– ¡Mu bien!, hijo… ¿y tú?

– ¡Bien, también!

– ¡Si!, dijo Dolores… pero, que ha venío con mu pocos días, niña…

Enseguida se acercó Benito, que no daba crédito, absolutamente impresionado.

– ¡Hola! Emilín, ¿cómo estás?

– ¡Bien, tito!… ¿y tú?

– No tan bien como tú, ¡eh!… pero se hace lo que se puede ¡jajaja!

– ¡Jajaja!

En eso, aparecieron Álvaro, con su mujer y la hija, con la nieta.

– ¡Ya era hora!, dijo Benito

– Emilio saludó a todos y la hija de Alvaro, acompañada de su madre y Dolores se acercaron a la orilla, para colocar esas sillitas tan bajas que tanto les gustan…

Se sentaron y metieron los pies en el agua; y siguieron con su cháchara, mientras vigilaban a la nieta (que es un trasto) jugando con un cubo y una pala, justo donde rompen las olas.

– ¡Bueno!, ya veo que os conocéis, dijo Benito, mirando a Álvaro y refiriéndose a Emilio

– ¡Si!, nos conocimos el primer día… hace tres, o cuatro, ¿no?, le preguntó a Emilio

– Si, estuve con ellos toda la mañana, el primer día… justo allí, dijo señalando el lugar en el que se pusieron ese día.

– Si, pero…

– ¡Chssssssss!, calla… no se vaya a enterar mi abuelo; y Emilio se metió en el agua y avanzó hasta donde le llegaba el agua al pecho. Se los llevó con él, con una mueca bastante elocuente.

– Así podemos hablar más tranquilos ¿no?, dijo mirando a Álvaro.

– Benito, se quedó con cara de -“no me entero de ná”-, pero entró en el agua, y los siguió… y cuando estaban todos con el agua a la altura del pecho, más o menos, Emilio se explicó.

– Es que después de estar con todos en la playa, al media día…

– ¿Con todos?, dijo Benito

– Pues, estaban… Álvaro (dijo, mirándole), Pepe y Santiago ¿no?…

– ¡Àh!, bueno, ¡vale!… sigue, sigue…

– Pues, eso… que estuve con ellos cuando llegué. Tenía ganas de darme un baño en la playa y me los encontré aquí.

– Si, pero luego quedamos en tomar una copa en casa de Pepe… y allí también estuvimos con él, ¿verdá?…

Benito le miró con los ojos muy abiertos y le dijo…

– Pero, ¿a ti te va la marcha?

– ¡Está riquísimo!, dijo Álvaro, que le echó la mano culo…

… y conscientes de que el agua dificultaba la visión de sus cuerpos, y viendo que no tenían a nadie cerca de ellos, Álvaro y Benito empezaron a meterle mano y a arrimarle el rabo.

Emilio, como de costumbre, se dejó hacer; y se quitó el bañador en atención a ellos.

Benito estaba exultante de alegría; y era clara su intención de enchufársela en cuanto pudiera, viendo que el chico se ofrecía encantado para que se lo follaran allí mismo. Álvaro, se la había agarrado y se la meneaba lentamente, mientras Benito empezaba a estrenar ese soberbio culo. Y mientras tanto, hablaban entre ellos, disimulando, para que no se notara nada, pero quedaron en irse al taller de Benito después de comer a celebrarlo a lo grande.

Cuando Benito, por fin, dejó su huella en el interior de ese culo, se dio cuenta de que la lancha de Pepe estaba entrando en el puerto deportivo y…

– ¿Habéis visto a Pepe? ¡Acaba de llegar!…

Le dio una palmadita en el culo a Emilio y dijo…

– ¡Vamos!… y salieron del agua.

Benito iba supercontento…

– ¡Vaya!, parece que te ha sentáo bien el baño ¿no?, dijo Mercedes

– ¿Que?… ¿tenéis hambre?, dijo Dolores…

Marcos, que estaba tumbado debajo de la sombrilla, dijo…

– ¡Pos no estaría mal que no fuéramos ya!, que luego con la barbacoa comemos a las tantas…

– ¡Si, niña!, vámonos ya que son las 14:00.

Y Dolores empezó a recoger…

Mari Ángeles, la hija de Rosa, tuvo que convencer a la niña, que no quería salir del agua, y Nuri, que estaba jugando con un niño, tampoco quería dejar de jugar; así que, costó un poco arrancar… pero, al final, todos a casa de Benito a hacer una barbacoa.

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