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Emilio (El rufián – 2ª parte y regreso a San José)

Se acercó con todos los artilugios que encontró en el cajón y se lo pasó muy bien disfrutando de LuisMi, según marcaba Pepe. Pero no podía dejar de mirar a Emilio, que tumbado, balanceaba la cabeza completamente abandonado al placer que le producía sentir a Santiago entrando y saliendo de él.

Mirando al cielo, y con una expresión de felicidad en el rostro, que no dejaba lugar a dudas, se lo estaba pasando en grande.

Mientras tanto, LuisMi movía el culo pidiendo más caña con esos dildos. Pero, el capi, sin poder contenerse por mas tiempo, se acercó a Emilio, y engulló su rabo con verdadero entusiasmo; y poco a poco, mientras Santi le atizaba con toda su dulzura en el ojete, empezó a desbocarse y a gemir sin ningún control; provocando que, a partir de ahí, todos entraran en una especie de trance.

Entre las sombras de una noche, que empezaba a caer lentamente, se entregaron al desenfreno mas absoluto. Hasta que, el capi, en un momento de lucidez, se despegó de Emilio; y entró en la cabina para encender la luces.

Después, se quedó mirándolos durante un buen rato… y terminó haciéndose cargo de la embarcación y poniéndola rumbo al puerto deportivo de Aguadulce. De vuelta a casa.

En media hora, mas o menos, ya estaban aparcando en el sitio que tenían reservado para el yate. Y Dani convenció a LuisMi, para que le acompañara a encargar la cena.

Entre Pepe y Santiago mantuvieron al chico calentito; acariciándole aquí y allí…

– ¿Qué tal, niño?, ¿estás a gusto?

– ¡Genial, Pepe!…

– ¿y tú, Santi?

– ¡Calentorro, Pepe! ¡Muy calentorro!…

Emilio cogió a Santiago por la cintura, y se abrazó a él; y le dio un beso, mirando a Pepe, que no le quitaba la vista de encima. Esperando la cena, dejó que le manosearan, mientras hablaban de si quedarse a pasar la noche, o volver a S. José, porque a Pepe no le gustaba coger la lancha por la noche.

Y cuando Dany y LuisMi aparecieron, Pepe no pudo evitar abrir la boca…

– ¿Y la cena?

Dani, le miró y…

– Cenaremos en el apartamento de LuisMi. Le hemos encargado la cena a Alberto.

– Y nos la subirá Juan Antonio, dijo LuisMi; dándole un codazo a Pepe.

– ¿Sii?… pues, creo que eso me gusta, ¡mira!…

Cuando, por fin, decidieron abandonar el yate. Fueron a casa de LuisMi, que tenía un apartamento, con ático, en el mismo edificio en el que estaba el restaurante.

Y a las 23:10, llamaron a la puerta.

Enseguida salió el anfitrión…

– ¡No sabes cuánto me alegro de verte, Juansi!, ¿cuándo llegaste?

– El lunes pasado, Sr…

– ¡Ah!… ¡qué bien!

– Me ha pedido Alberto que les suba la cena; y en este carrito les traigo algunas cosas… lo que falta lo trae Eugenio, en otro carro. Ya sabe que el jefe le aprecia mucho, D. Luis. A Vd. y a toda su familia…

… ¡por cierto!, ¿qué tal están?…

– Muy bien ¡claro!… pero, ¡pasa!, ¡pasa!, no te quedes ahí…

El camarero empujó la mesita, con ruedas, en la que llevaba parte de la cena y entró en el salón…

Por la otra puerta; secándose la cabeza y gastándose bromas, aparecían Emilio, Pepe y Santiago, que se encontraron, cara a cara, con un camarero impecablemente vestido, guapísimo, de unos treinta años, moreno, con el pelo ondulado y un porte de machote, que quitaba el hipo.

Pepe, ya le conocía.

– ¡Hombre, Juansi!, ¿qué tal?

– ¡Muy bien, Sr.! … y ¿Ud.?

– Muy bien, ¡gracias!…

Mira, voy a presentarte a unos amigos…

Este de aquí es Emilio…

– ¡Hola!, ¡encantado!… y se quedó mirándolo sin parpadear

– ¡Buenas noches!, señor… ¡un placer!

Luego giró un poco la cabeza…

– Y, este es Santiago…

– ¡Hola!, ¡buenas noches!…

– ¡Señor!…

– Y bueno, ¿qué?… no sabía que estabas aquí. Pensaba que ya no vendrías este año.

– ¡Si, claro que sí!, ¡cómo no! Tengo que ayudar en casa, D. José…

– Bueno, pues…

… la verdad, es que estoy muy contento de verte por aquí. Y espero que subas luego. Hoy tenemos fiesta… ¡solo para hombres, eh!; y mirando a Santi y a Emilio, soltaron una carcajada

– ¡JAJAJAJA!

Juan Antonio también participó de la risotada…

– Ya sabe, que si puedo subo… pero, tengo un nuevo compañero, y no sé… aún, no sé cómo respira…

En eso que sonó el timbre de la puerta.

– ¡Deja, deja!, que voy yo, le dijo a LuisMi; y abrió la puerta…

Pepe, se quedó mudo y estático (admirando el paisaje)…

– ¿Es la casa de D. Luis?

– ¡PASA, EUGENIO!, dijo Juansi, dándole una voz…

– ¿Me permite, Sr.?… y Pepe reaccionó

– ¡Si, si!… ¡claro!, ¡por supuesto!… ¡pasa!, ¡pasa!…

Y según pasaba el apuesto jovencito, empujando el carrito, Pepe aprovechó para hacerle una radiografía de última generación, y exclamó:

– ¡Mamma mía!…

Los dos camareros dejaron las fuentes con el marisco, los platos de pescaitos, los de jamón, tres botellas de Oporto, cervezas y zumos varios en una mesita que estaba, tenuemente iluminada, a la entrada de la terraza; y colocaron un par de cestitas de pan, protegidas con un paño blanco, sobre el pequeño frigorífico que había, situado a la salida del salón, junto a un gran cactus, a la derecha.

Luego, atendieron la petición de LuisMi; que quería hablar con ellos, en la cocina…

Todos sabían que el Oporto era, preferentemente, para los brindis y el marisco. Pero fueron colocándose alrededor de la mesita… y por petición del dueño de la casa, esperaron unos minutos disfrutando de un magnifico cielo estrellado y de una excelente temperatura.

Emilio, que había vuelto a ponerse esos minúsculos pantalones de running, se apoyó en la barandilla que daba a la fachada principal, y exclamó.

– ¡No se ve la luna!, ¡joder!…

Y se quedó callado…

Dani (el capi) se acercó a él con un platito de jamón y una cerveza en la mano…

– Desde esta parte, nunca se ve…

Emilio cogió un poquito de jamón y se lo echó a la boca

– ¿A ti tampoco te va el marisco, verdad?… ¿quieres una cerveza?

– La verdad es que sí.

Y alargó la mano

– ¡Creí que solo habían traído zumos!… ¡jajaja!

Daní le acompañó, mientras comían algo, y luego fue a dejar el plato en la mesita y volvió con él. Le paso la mano por la espalda y…

– ¿Te apetece un masaje?…

… soy un verdadero experto y pareces cansado.

Emilio, no dijo ni si, ni no, pero Daní entró a por una toalla y salió dispuesto a dárselo.

– ¡Anda, ven!, ¡túmbate boca abajo! (indicándole la toalla que había colocado en una de las tumbonas, que tenían cerca).

Pero, oyeron la voz de LuisMi, pidiéndoles que se acercaran a la mesita para iniciar un brindis…

Santiago, ya había empezado con las cigalas, y tuvo que limpiarse las manos, para coger la copa que le ofrecía Pepe.

– ¡POR NOSOTROS!, dijo LuisMi…

– ¡¡POR NOSOTROS!! al unísono…

Pepe, que se había sentado en un cómodo sillón de mimbre, lo acercó a la mesita y empezó a prepararse un buey de mar, con el oporto sobrante de la primera botella, y Dani y Emilio volvieron a la barandilla, llevándose un plato de pescaitos y otra copita de oporto.

Luego, el capi entró a por el aceite con aloe vera, que siempre llevaba en su bolso, y regresó con Emilio.

– ¿Cuál quieres?, ¿el de mango, o el de piña? Había cogido un par de zumos del frigo.

– ¡Prefiero el mango!…

Terminó con la copa de oporto y dejó la botellita de zumo en el suelo. Se dejó caer en la tumbona y esperó las manos de Dani, colocándose lo más cómodamente que pudo…

Santiago, estaba muy cansado, y por eso, se colocó de espaldas a ellos, cogiendo una tumbona para tumbarse y descansar mirando al cielo.

– Hoy las estrellas no son tantas (pensó)

Sin embargo, tanto Pepe como LuisMi, tenían marcha de sobra, y aprovechaban el descanso para ponerse ciegos…

Ya era la 01:00; y esos chicos no habían subido.

A Pepe, el rubiales le había impresionado tremendamente. Con esa cara de golfillo y ese cuerpazo… y ese culito tan aparente, que parecía insinuarse cuando lo movía, al andar, le tenía en el bote.

Se lo comentó a LuisMi, que le entendió enseguida, y le dijo…

– ¡Tranqui, cuñáo!, que esa va ser la guinda de este pastel. A mí también me ha puesto muy burro ese mocoso con cara de jefe.

Mientras, al fondo, junto a la barandilla, Dani aprovechaba cada movimiento de sus manos y presionaba sobre ciertos músculos, para conseguir que Emilio se relajara…

No podía evitar el deseo de poseerlo. Y por eso, a veces, inconscientemente, se le iban las manos bajo la tela…

Giró la cabeza, para ver que hacían Pepe y LuisMi; y los vio comer mariscos, sin reparar en ellos lo más mínimo. Seguramente desde allí no se les veía, pensó acertadamente…

Y entonces se acercó a Emilio y le dijo al oído…

– ¡Voy a quitarte esto! ¿Vale?

… y esperó un ratito para ver como reaccionaba.

– ¡Bueno!, ¿a qué esperas?, dijo Emilio, girando la cabeza y mirándole…

No se había dormido…

– ¡Qué bien!, pensó Dani… y suspiró.

Le quitó el pantaloncito, poco a poco, y acercó la nariz… respiró profundamente… y disfrutó de su aroma, una y otra vez… y luego, le dijo:

– ¡Qué bien hueles!, nene. Me gustaría comerte, poquito a poco…

Y separándole las nalgas, le abrió el culo, para empezar a pasarle la lengua con mucho mimo…

– ¡Ahy!… ¡joder!, que bien lo haces, cabrón… ¡ahy!…

– ¡Que rico estás!… ¡cómo me gustas!…

Y así, lamiéndole… como si no hubiera nada más… estuvo disfrutándolo… hasta que Emilio necesitó darse la vuelta (por pura comodidad).

Entonces el capi, posó las manos sobre su pecho, y lo acarició repetidas veces, mientras, lo miraba embelesado. Le besó, reiteradamente, alrededor del ombligo, y le cogió de los huevos, para meterle la mano entre las piernas y recorrer su hendidura, con el índice, una y otra vez…

– ¡Que rico estás, cabrón!, volvió a decir…

Luego, se colocó entre sus piernas, con la intención de comerle la polla, a sus anchas, en esa oscuridad cómplice, que le ayudaba a disfrutar del chico sin que nadie le molestara, pero oyó sonar el timbre de la puerta y paró…

LuisMi se levantó, dando un salto, y dejó su sillón de mimbre, raudo y veloz, para ir a abrir la puerta.

Miró el reloj y ya eran las 01:47…

– ¡Pasad!, ¡pasad! No estábamos seguros de sí vendríais a la fiesta. ¡Que tarde!, ¿no?

– ¡Si!… es que había muchas cosas que dejar preparadas para mañana…

– ¡Bueno, da igual!, ya estáis aquí… os aseguro que más de uno, va a ponerse muy contento…

Pepe, también se había levantado para recibirlos.

– ¡Pasad!, ¡pasad!… y si os apetece comer algo, todavía queda marisco… y, en fin, todo está a vuestra disposición.

Y señalando al frigorífico, que estaba junto al cactus, dijo:

– Todavía quedan zumos y algunas cervezas. La botella de oporto, nos gustaría dejarla para hacer un brindis luego…

– ¡No, gracias!, ya hemos cenado… dijo el mayor (Juansi).

– ¡Como queráis!, dijo LuisMi…

– No sabéis como me alegro de que os hayáis decidido a subir…

– ¿Queréis ducharos?

– No, no hace falta, dijo Eugenio. Venimos preparados para la orgía, ¿verdá, Juansi?

– Si, ¡genio!… ¡por supuesto!…

Y todos se echaron a reír… ¡JAJAJA!

Inmediatamente Pepe le cogió por la cintura; y lo sacó a la terraza, en volandas, con el rabo entre las nalgas y apretando…

– ¡Que rico culo tienes!, nene. ¿Me lo prestas un ratito?

Esos pantalones de camarero, tenían la tela muy fina y Eugenio sintió la dureza de Pepe entre las piernas.

Ese abuelo se había apoderado de él, rodeándolo con sus brazos; y no dejaba de besarle en el cuello, mientras se la restregaba por todos lados, pensaba…

– ¡Me encantas, nene!… ¿qué te gusta?… ¿follar?, o, ¿qué te follen?… o, ¿prefieres el bibe?

– ¡Dame caña, abuelo!, que es lo mío…

Juansi se había quitado la camisa, y LuisMi, boquiabierto, miraba ese impresionante pecho. El torso, en general, que era soberbio. Por eso enganchó a él, chupándole y mordisqueando esos llamativos pezones. Mientras, con el máximo cuidado y disimulando, le empujaba suavemente para que se tumbara en una tumbona que había a su lado.

Cuando lo consiguió, le aflojó la cinturilla del pantalón, le bajó la bragueta y deslizó el fino pantalón hacia abajo.

Después, acercó la cara a su entrepierna y atrapó el rabo, todavía cubierto con la fina tela de los calzoncillos, con los dientes… y apretó un poquito, mirándole a los ojos. Luego, subió hasta la boca y saboreó sus labios dejando ver su gran excitación.

Juansi, era un tío guapo, a más no poder, y lo mismo que Emilio (en su barrio), traía de cabeza a media Almería.

A Pepe y a LuisMi, también les tenía locos; aunque ya se lo habían trajinado más de una vez…

Pero, en la cabeza de Juansi, esta noche, las cosas eran diferentes. Porque, si se había animado a subir, fue por volver a ver a Emilio. Y miraba a un lado y a otro, buscándolo. Mientras, se dejaba hacer por LuisMi, y observaba lo bien que se lo pasaban Pepe y Eugenio. Pero oyó gemidos que venían del fondo… y vio las siluetas de Emilio Y Dani, que follaban a saco, pero no podía ver con claridad…

Y procuró estar atento.

LuisMi estaba disfrutando de sus bajos, encantado… y él, dispuesto a dejarse trajinar a fondo y permitirle que hiciera todo lo que quisiera… y más. Sin embargo, no dejaría de estar pendiente de la oscuridad que ocultaba la barandilla; porque deseaba ser el causante de esos gemidos tan sentidos.

Dani se levantó y salió de esa oscuridad, que había sido su cómplice… y se acercó a Pepe y al rubiales (Eugenio), al que le dio un azote en el culo; y exclamó:

– ¡Guau!, qué bonito. ¿Puedo?, preguntándole a Pepe…

Y Juansi se quedó mirando fijamente a ese que no podía ver con claridad…

– ¿Dónde vas?, le preguntó LuisMi, agarrándole por la cintura para que no se le escapara.

Juansi, que se había puesto en pie, miraba insistentemente la silueta de Emilio…

Y Emilio, que descansaba, después del tremendo meneo que le había dado Dani, le vio… e intuyó el sentimiento que tenía por él, y se levantó para que pudiera verlo mejor.

Juansi, por fin, pudo verlo bien… y reconociéndolo, volvió a sorprenderse, por su belleza, a pesar del cansancio que reflejaba su rostro. Se acercó y le abrazó… y se quedó un rato en silencio, sintiendo su cuerpo desnudo. Tras unos minutos, que le parecieron nada, levantó la cara para mirarle a los ojos y le dejó claro que deseaba su compañía.

Pero, Emilio tuvo que hacer un dribbling más, y disculparse con él, como tantas veces había hecho; a pesar de que le sintió muy adentro. Pero no tuvo más remedio…

– Estoy muy cansado, Juansi, ¡de verdad!… ¡lo siento!…

Santiago se había quedado dormido en la tumbona, y solo pensó en regresar a San José.

Le despertó…

– ¡Vamos, Santi!, despierta, que nos vamos…

… y se vistió.

– Habrá taxis a estas horas? preguntó…

Pero se dio cuenta de que no llevaba dinero encima.

– ¡Yo os llevo!, no os preocupéis, dijo Juansi. Tengo que pasar por Almeria, a dejar a Eugenio, y no me importa acercaros a San José. Mañana descanso.

El trío formado por Pepe, Eugenio y Dani, que estaban en pleno apogeo, los miraban y no daban crédito. ¡Se van en lo mejor de la fiesta!, decía Eugenio…

– ¡Pues yo me quedó!, Juansi… ¿vale?

Juansi, también se vistió; y se acercó a la puerta de la calle, desde donde los esperó.

Emilio, cogió del brazo a Santiago; y despidiéndose de todos, salieron de la casa de LuisMi.

– ¡Que lo paséis bien!, ¿vale?

Cuando llegaron abajo, a unos diez metros a la derecha, estaba aparcado el Toyota de Juansi. Y con Santiago sentado en la parte de atrás, salieron hacia Almería.

Eran las 03:18.

No tardaron mucho en cruzar Almería… y ya en la carretera que llevaba a San José, charlaban amenamente, a pesar del cansancio. Al entrar en el pueblo, Juansi aparcó frente de la Farmacia, sin pretenderlo; y según se despedían y le agradecían el servicio, Santiago se dio cuenta de que alguien bajaba paseando tranquilamente en dirección a ellos.

– ¡Que tarde han cerrado hoy los del chiringuito!, ¿no?… dijo Santiago, mirando por el cristal. El que viene por ahí es Cesar.

– ¿Si?…

Levantó la vista y…

– ¡Si, si!… dijo Juansi

Abrió su puerta y esperó…

– ¡Hey, hey, hey!, ¡oiga!… ¿dónde va Vd., a estas horas?

– ¡Coño!, Juansi… ¿y tú por aquí?

– ¡Pues, mira!, que he venido a traer a los Sres.

Y entonces Cesar reconoció a Emilio y a Santiago.

– ¡Buenas noches!

– ¡Hola, Cesar!, dijo Santiago…

– ¡Hola!

– ¿Que tarde habéis cerrado hoy?, ¿no?

– ¡La verdá es que si!; y miró el reloj… pero fue hace ya más una hora. Ahora vengo de darme un bañito en la playa, que esta noche hace calor…

– Si, ¡ya lo creo!… más que en Aguadulce ¡eh!, dijo Juansi.

– ¡Oye! Se me está ocurriendo, que podíamos acercarnos a la playa de Mónsul… a ver amanecer… ¿te apetece?…

Juansi se quedó pensándolo… y

– ¡Si!, me voy a quedar a ver el amanecer en la playa de Mónsul, que mañana descanso…

… ¡a ver!, tengo un par de batidos, una botella de whisky y un paquete de Malboro… entonces, ¿nos vamos?…

– ¡Venga!, que tengo ganas de darme otro bañito.

Se acoplaron en el Toyota; y después de despedirse, por la ventanilla, arrancaron y se alejaron hasta que se perdieron en el horizonte.

– ¡Bueno, niño!… a ver que le cuento yo a esta ahora, dijo Santi, refiriéndose a su mujer. Porque seguro que está esperándome despierta.

– Todavía no es muy tarde, Santi…

– ¡Bueno!, ya veremos… ¡hasta mañana!

– ¡Hasta mañana!

Santiago, giro a la izquierda, y Emilio subió hasta llegar a la esquina. La luz del porche estaba encendida y su abuelo estaba tumbado en la hamaca.

Seguro que se ha quedado dormido, pensó…

– ¡Abuelo!, despierta… que ya son las cuatro, largas…

Marcos lo oyó; y abrió los ojos… se incorporó un poco y…

– ¡Si, es que se ha estropeáo el ventilador, y no hay quien pare ahí dentro!, niño… no sé cómo esta mujer puede dormir.

Emilio se dio una ducha y volvió a salir al porche…

– ¡Anda!, ¡venga! Date una buena ducha, como yo; y verás como así puedes dormir… ¡que ya son las cuatro y cuarto!, abuelo!… y estoy cansáo…

Entró en la casa, y pasando a su habitación, se dejó caer encima de la cama.

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