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En el primer concierto

Álvaro no cabía en sí de gozo. A sus diecinueve años por fin iba a ir a su primer concierto. Aunque llevaba años soñando con poder ir a un concierto en vivo la suerte no le había sonreído nunca. Por temas económicos o falta de tiempo ningún año había conseguido ir. El otro gran problema es que a ninguno de sus amigos le gustaba el estilo de música que a él le gustaba. La única vez que consiguió que escuchasen a uno de sus grupos no logró que pasasen de la segunda canción del álbum.

De haber podido escaquearse del trabajo sabía que su hermano le habría acompañado, pero su jefe no había podido darle el día libre y contra eso nada había que hacer. Intentando que la perspectiva de tener que ir solo no le desanimase repasó nervioso la ropa que había elegido. Los pantalones de cuero ajustados eran sus favoritos, le remarcaban las formas de sus nalgas y le hacían un culo fantástico. La camiseta estaba por estrenar, de su grupo favorito: Odin’s Executioners. Acariciando el extraño logo serigrafiado con la mano sonrió al pensar en el concierto que le esperaba. Su hermano le había dicho que los conciertos de black metal siempre eran brutales y que probablemente no aguantaría, pero pensaba demostrarle lo contrario.

Consultando la hora en su smartphone decidió que ya era momento de vestirse. Eligiendo un tanga negro para que no se marcase nada por debajo de sus ajustadísimos pantalones de cuero consiguió embutirse en ellos. La camiseta le quedaba demasiado larga, le tapaba incluso las nalgas, por lo que se la pilló con la cintura del pantalón. Su hermano le había prestado su primera cazadora de cuero. La había terminado por descartar debido a que se le había quedado pequeña, aunque había visto su buena ración de conciertos y festivales. Cubierta de chapas, pinchos metálicos procedentes de pulseras rotas y raspaduras, transmitía un aire auténtico que sus nuevas ropas no tenían. Le hubiese encantado tener unas buenas botas de puntera metálica, pero se tuvo que conformar con sus viejas deportivas.

Mirándose al espejo se aplastó el largo pelo rubio con un poco de agua y comprobó por donde le llegaba ya, contorsionando el cuerpo para mirarse la espalda. Ya le bajaba de los omóplatos. En general pensaba que su estilo de vestir, adoptado recientemente, le daba un aire más rudo a pesar de su cara algo aniñada todavía: una mezcla del hombre que llegaría a ser y el adolescente que empezaba a dejar atrás. Sumamente orgulloso contempló su imagen en el espejo y, juzgando que le faltaban accesorios, entró en el cuarto de su hermano mayor a ver qué podía coger prestado.

Cinco años mayor que él, Alberto le había introducido a la música metal casi desde que era un niño. Normalmente no tenía permiso para entrar en su dormitorio cuando él no estaba en casa, pero sabiendo la excitación de su hermano le había dado permiso para entrar si necesitaba cualquier cosa. Algo nervioso rebuscó por el desordenado montón de trastos que abarrotaban el escritorio de Alberto hasta que encontró dos pesadas pulseras de pinchos. Le estaban algo grandes y bailaban en sus muñecas, pero al verse con ellas puestas decidió que no importaba demasiado. Cogió su teléfono y la cartera y se marchó al concierto.

A pesar de que llegó al local donde se daría el concierto con casi cinco horas de adelanto ya vio a unas cuantas personas haciendo cola. Se colocó detrás de ellos, algo intimidado al notar que tenían la edad de su hermano y que además nadie venía solo. Por fortuna se había traído baterías portátiles, por lo que intentó ignorar la sensación de marginación y el aburrimiento de la espera a base de juegos en el móvil. Conforme avanzaba el tiempo la cola se hacía más y más larga y aumentaba el bullicio. Hubo unas cuantas carreras cuando se corrió el rumor de que la banda había llegado, pero decidió que no merecía la pena perder su puesto en la cola por un rumor que podía o no ser cierto. Una hora antes de que empezase el concierto abrieron las puertas.

La emoción embargó a Álvaro mientras enseñaba la entrada al gorila que custodiaba el acceso. La sala era pequeña, más pequeña de lo que había esperado, con una galería superior, una minúscula barra de bar y el escenario como tal. Su hermano ya le había avisado de ello, pero verlo en vivo era diferente. Consiguió llegar a la barrera de vallas metálicas que delimitaba el foso y aferrándose con fuerza al metal se comió con los ojos el escenario, impaciente. Era tal su nerviosismo que apenas podía parar quieto, dando saltos en el sitio. Ni siquiera se percató de la inmensa mole que se situó a su lado, mirándole divertido.

–Eres novato ¿eh? –hasta su vozarrón profundo y grave hacía juego con su apariencia.

Álvaro se giró sobresaltado y sintió que se le abrían los ojos de par en par. El hombre que tenía a su lado alcanzaba los dos metros de alto, quizá en parte gracias a las pesadas botazas de cuero y punta metálica que llevaba. Vestido de cuero negro de pies a cabeza, su torso en exceso musculado parecía llenar por completo la ceñida cazadora de cuero que vestía, desgastada y despellejada en más de un punto. Pesados brazaletes de pinchos ascendían de la muñeca hasta el codo y su larguísima cabellera negra oscilaba por debajo de las nalgas. Sus ojos negros eran fríos y calculadores y en la barba ya presentaba alguna que otra cana que no le desmerecía en absoluto.

–Es mi primer concierto –contestó algo apocado.

Fijándose mejor en el gigante que tenía a su lado se percató de que la única nota de color estaba en su muñeca, en una pequeña pulsera con la bandera arcoíris que quedaba casi oculta por los brazaletes de pinchos. Más tranquilo relajó la postura y le dirigió una tímida sonrisa.

–Se nota. ¿No ha venido tu hermano contigo? –ante la cara de sorpresa del jovencito, el hombrón se echó a reír con franqueza antes de proseguir–: Soy amigo de Albertito desde que era un enano como tú o antes, tenéis los mismos ojos y el mismo pelo. Sois los dos únicos rubiales que hay por aquí. Yo soy Héctor, supongo que si tu hermano te ha contado algo de mi ya sabrás quién soy.

Con cierta timidez se puso los largos mechones rubios detrás de las orejas. Iba a responder cuando un brutal empujón le incrustó en las barreras de contención del foso. Héctor se encaró con los que estaban armando alboroto y a un solo gesto suyo las cosas se calmaron. Cogiendo a Álvaro del codo le arrastró hasta colocarle delante de él, actuando a modo de muro humano. Aún algo dolorido el joven se percató de la inmensa diferencia de altura, posiblemente no tendría problemas en mirar por encima de su cabeza y así se sentía más protegido.

–¿Estás bien? Te has llevado un buen golpe.

Su enorme manaza le palpó con delicadeza el estómago al tiempo que le acercaba algo más a él. Sus ojos negros le estudiaron con cierta curiosidad. Casi como tentándole bajó un poco la mano, hasta situarla por poco sobre el pubis. Una media sonrisa asomó a su rostro, casi codiciosa.

–Estoy bien, gracias por apartarme, no sabía que se pondría así incluso antes del concierto.

–Sí, estos conciertos cerrados pueden ser bastante salvajes, y una vez que se apagan las luces no hay nada que hacer, nadie puede verte, ni ver lo que haces –añadió con doble sentido palpando la entrepierna de Álvaro que se mordió los labios con fuerza para no delatarse–. ¿Tu hermano no ha venido?

–No –respondió mientras negaba con la cabeza– tenía trabajo que hacer. No ha podido cogerse el día libre.

–Bueno, peor para él, pero yo cuidaré bien de su hermanito, si su hermanito quiere, claro está.

Por si el doble sentido que impregnaba cada una de sus palabras no fuera suficiente, la manaza de su entrepierna le dio un ligero apretón al tiempo que le sobaba con más ganas, siempre de forma disimulada. Dando un rápido vistazo a su alrededor se percató que nadie les prestaba atención, la mayoría bebía o charlaba animadamente con sus amigos y el inmenso corpachón de Héctor ofrecía una cobertura perfecta. Sonriendo aliviado al convencerse de que tenían cuanta privacidad podrían tener dadas las circunstancias, acarició el gran bulto que empezaba a marcarse en los pantalones de cuero del gigante.

–El hermanito quiere –respondió de forma traviesa mientras sus manos recorrían arriba y abajo un bulto más que grande.

Parecía que iba a responderle algo, pero las luces se apagaron en ese mismo momento. Toda la sala quedó a oscuras salvo las luces rojas que iluminaban el escenario y un par de focos amarillos para garantizar una mínima visibilidad. Por los altavoces empezaron a atronar los primeros acordes mientras las manos de Héctor aprovechaban la oscuridad para colarse por el estrecho pantalón del joven y acariciarle directamente sobre el tanga. Álvaro ahogó un gemido que de todas formas nadie escuchó, pues el grupo ya había salido a escena y empezaba el concierto. La música cruda y visceral retumbaba y la marea de gente de dentro de la sala se movía enloquecida, empujándoles y zarandeándoles hacia delante. Ambos acabaron pegados, lo que dio a Héctor la ocasión perfecta para frotarse contra las nalgas firmes y prietas de Álvaro que gemía más, agarrado a la valla.

–¿Tanga? –comentó haciéndose oír por encima de la música, inclinado totalmente contra el jovencito y palpando las nalgas y el pene del chico a través de la tela–. Me encanta cuando las putillas lo ponéis fácil.

Álvaro sintió un tirón en la ropa y un pequeño chasquido cuando Héctor rompió el tanga con insultante facilidad. El joven notó como sacaba la prenda por detrás y se la guardaba en el bolsillo, hundiendo de nuevo la manaza dentro del pantalón, forzando a sus nalgas a separarse para poder alcanzar su ano. Su atención oscilaba como un péndulo: del escenario donde actuaba su banda favorita al manoseo que estaba recibiendo. Cuando se acostumbraba a sentir las manos de Héctor hurgando entre sus nalgas y podía centrarse en la música este volvía a distraerle a fuerza de jugar con su pene o ano, que poco a poco se iba dilatando a pesar de que aún no había decidido penetrarle.

Decidido a ganar la batalla por la atención del joven Héctor introdujo un dedo en el ano de Álvaro, quien soltó un agudo grito que pasó totalmente desapercibido entre el maremágnum general. A su espalda Héctor sonrió satisfecho y le bajó los pantalones hasta que tuvo todo el culo del muchacho a su disposición. Las verjas de hierro le ocultaban por delante y su tamaño bastaba para ocultarle por detrás, lo que sumado a la escasa luz le daban la confianza suficiente como para poder tocarle a su antojo, moviendo el dedo dentro y fuera y añadiendo pronto un segundo que se unió al primero en la nada difícil tarea de estimular la próstata del joven.

Con pericia comenzó a masturbar al chico que se aferró como pudo a la valla de delante. Aparentemente estaba embebido en el concierto, pero en realidad toda su atención se centraba en las manos de Héctor, que le masturbaba sin tregua. Su manaza abarcaba sin problemas el pene de Álvaro, de diecisiete centímetros. Retiraba el prepucio y le volvía a subir para descubrir y cubrir el glande y estimular el frenillo. Cuando la erección le impidió hacerlo bajó la mano por todo el tronco. Ahuecándola ligeramente aferró los testículos y les masajeo mientras seguía frotando el pene con la palma abierta. Con la otra mano no cesaba de penetrar el estrecho ano de Álvaro. Sus gemidos, aunque elevados, ni siquiera conseguían ser oídos debido al potente volumen.

Héctor soltó el pene y los testículos del chico quien se relajó ligeramente. No sabía lo que planeaba, pero la tregua le permitió recomponerse y respirar hondo un par de veces. Por su parte, el gigante aprovechó para soltar su pantalón y bajar la cremallera. Su pene iba acorde a su tamaño, pues era grande, grueso y muy venoso. Cogiendo la mano de Álvaro le dobló el brazo hacia atrás para que pudiese masturbarle mientras él volvía a aferrar el pene del chico, masturbándole más deprisa. Esta vez apretó más la mano, casi hasta el punto de resultar incómodo, pero siempre controlado para que aumentase las sensaciones. Quería exprimirle, quería que gritase de placer.

Álvaro mientras frotaba el inmenso pene arriba y abajo. Tan grueso que apenas conseguía abarcarlo completo con la mano. A pesar de lo incómodo de la posición pronto encontró un ritmo cómodo donde podía masturbar al gigantón a su antojo. Aprovechándose de su parcial desnudez colocó el inmenso pene entre sus nalgas y le refrotó entre ellas mientras intentaba alcanzar los grandes testículos con la mano. Cuando lo consiguió ya no hubo sorpresa alguna al palpar su gran tamaño, se lo esperaba. Les masajeó, les acarició y les apretó mientras movía ligeramente las caderas para seguir masturbando a Héctor, quien gemía roncamente en su oído a pesar de que muchas veces dejaba de escucharle debido al volumen infernal.

Héctor rasgó el envase del preservativo con sus dedazos y separándose un poco del joven, que se esmeraba por mantenerle al límite, se le colocó con la destreza que solo puede dar la práctica. Se masturbó ligeramente para comprobar que estuviese bien colocado y se volvió a pegar a Álvaro que intentaba mirar por encima del hombro y a la vez perderse cuanto menos pudiese del concierto. A su alrededor la gente gritaba, enronquecía coreando las agresivas canciones, se movía al ritmo de la música, agitaba las largas melenas o incluso peleaba enfervorecida, pero eso a ellos les traía sin cuidado, estaban en su burbuja de placer y excitación por estar haciéndolo en público.

–Voy a metértela, agárrate a donde puedas –se rio Héctor en el oído del joven que se apresuró a agarrarse a la verja.

Apoyando el glande contra el ano ahora ligeramente dilatado de Álvaro, Héctor dio un primer empujón. Su gran tamaño dificultaba la penetración de una y hacía tiempo que había aprendido que debía contenerse al principio, pero estaba tan excitado que agarrando las estrechas caderas del joven volvió a empujar, logrando entrar hasta la mitad. Álvaro temblaba a medias por la excitación y a medias por la sensación de Héctor entrando en él. Aunque le había preparado ligeramente no bastaba y sentía una leve incomodidad mientras su ano se acostumbraba al tamaño. El gigantón había notado la tensión y se mantenía quieto, sosteniéndole para que no se separase, pero sin moverse. Poco a poco sintió como se relajaba y empujó nuevamente, esta vez introduciéndose hasta el final a pesar de la ligera molestia que sentía el joven.

Le abrazó más estrechamente, dejando que se acostumbrase a su gran tamaño. En cuanto notó que le aceptaba mejor empezó a moverse con una increíble fuerza que arrojó a Álvaro contra las verjas. Sus nudillos se pusieron blancos de la fuerza ejercida para sujetarse y no pudo evitar una mirada a su alrededor para cerciorarse de que nadie se fijaba en ellos. Pronto las embestidas de Héctor adoptaron el mismo ritmo que el de la gente que se movía hacia delante contagiada del ritmo frenético de la música. Un modo de disimular lo que en realidad hacía.

Su enorme pene se abría camino dentro del estrecho esfínter de Álvaro que no paraba de gemir e incluso gritar. Jamás había experimentado nada semejante. No podía creerse que se estuviese dejando follar en público y además por semejante bestia. Héctor llevó una mano hasta el pene del chico para encontrar que no podía parar de soltar líquido preseminal. Complacido y con una sonrisa engreída aceleró más los empellones. La verja de hierro se clavaba en el vientre plano de Álvaro, constriñéndole contra Héctor que aprovechaba para pegarse más, dejando que la multitud le empujase para poder embestirle con más fuerza incluso. Entraba y salía de Álvaro totalmente enloquecido, preocupándose tan solo de que con cada empellón su ano quedase bien lleno y abierto.

Podía notar al joven tensándose, esta vez por un motivo bien distinto a la incomodidad inicial. Con cierta curiosidad sujetó las muñecas del chico que ni siquiera se dio cuenta. Sus ojos estaban clavados en el escenario, pero toda su atención se centraba en las sensaciones de su cuerpo que se catapultaba hacia un orgasmo. Arqueando la espalda inconscientemente dejó que llegase. No le hizo falta ni siquiera tocarse para alcanzarlo pues el ritmo frenético de Héctor, quien casi taladraba su interior, sumado a la excitación por estar algo prohibido bastó para conseguir un orgasmo intenso, que le recorrió el cuerpo irradiando desde el pene hasta la cabeza.

Con un grito ahogado se corrió con más fuerza de la que hubiese creído capaz. Ni siquiera escuchó la carcajada complacida del gigante que ahora sí soltó sus muñecas. Aferrando la chaqueta de cuero del joven, aunque en realidad le hubiese gustado agarrarle por esa rubia melena y forzarle a mirarle, aceleró más el ritmo. Sus abultados músculos se hincharon debido a la presión y a la fuerza que ejercía mientras se lamentaba interiormente por no haber podido verle terminar sin manos. La idea le excitaba y le espoleaba, le daba fuerzas para seguir penetrando incansable el ano del joven que empezaba a resentirse a pesar del lubricante del condón. Apretando más la tela en el puño se dejó ir también, terminando con dos fuertes embestidas y un jadeo de placer.

Álvaro sintió como se retiraba y supo que había terminado también. Con un jadeo y las manos temblorosas soltó por fin la valla metálica y se apoyó contra ella, buscando recuperar el aire. Como en un sueño se subió de nuevo los pantalones y por el rabillo del ojo vio que Héctor hacía lo mismo con la cremallera del suyo. No vio dónde tiró el condón, pero no le importó demasiado. Sin mediar palabra el hombrón se puso a su lado, todavía escudándole de la multitud, aunque el concierto estaba ya en los últimos bises. Se había perdido casi su totalidad por ese polvo rápido e intenso, pero si era sincero consigo mismo tenía que reconocer que había merecido la pena.

En silencio se centró en disfrutar de las últimas canciones. El grupo ni siquiera se molestó en despedirse después del bis. Fieles a su estética se fueron despacio con caras de enfado y actitud taciturna. Álvaro estaba a punto de irse cuando el hombretón le sostuvo por el codo y le indicó con disimulo la salida trasera. Esquivando a la gente Héctor le sacó casi a rastras por la salida de detrás, que daba a un callejón todavía tranquilo y en silencio.

–Oye, sé que te has perdido casi todo el concierto –comentó inclinándose contra el muchacho.

–Sí, pero no te preocupes. Ha sido una pasada, nunca había follado así en público.

El hombrón se rio y se recostó en la pared. Con su inmensa estatura dominaba completamente al jovencito. Le recordaba a su hermano cuando le conoció y por su mente comenzaron a cruzar ciertas ideas. Con una sonrisa ladina le tendió el teléfono y le indicó que metiese su número.

–Tengo dos regalos para ti, ya que te he impedido ver el concierto. El primero es que te invito al siguiente concierto, es en tres días. Yo te pago la entrada si estás libre y si quieres te llevo en coche. Así es más fácil que después podamos centrarnos en el concierto.

No se le pasó por alto el doble sentido de su frase. Álvaro dudó un momento. Quizá debiera consultar primero a su hermano a ver qué opinión tenía de Héctor, pero lo cierto es que estaba satisfecho con lo que habían hecho. La ligera molestia que le había quedado en el ano comenzaba a disiparse y tenía ganas de repetir, aunque prefiriese otro tipo de espacio esta vez.

–En tres días estoy libre. Me parece bien que me lleves.

–Perfecto. El segundo regalo… Resulta que conozco al bajista –señaló con el pulgar a la puerta que quedaba a sus espaldas antes de continuar–: Si te parece bien, puedo llamarle para que te deje pasar dentro en el próximo concierto, ya sabes, un pase de backstage.

–¿De verdad harías eso? –preguntó sinceramente impresionado– ¡Muchísimas gracias, sería algo increíble!

La sonrisa ladina de Héctor se ensanchó algo más y le palmeó la espalda con afecto genuino. Le dio un último apretón en le hombro y despidiéndose con un gesto se largó, dejando a Álvaro entusiasmado y casi en una nube. El joven se encaminó a su casa, repasando en su cabeza lo poco que había visto del concierto. Cuando recordó cómo le había manejado Héctor a su antojo, manoseándole y taladrando su ano, una importante erección volvió a hacer aparición en sus pantalones. Con una sonrisa bobalicona apretó el paso. Se moría de ganas por contarle a su hermano lo bien que se lo había pasado, aunque primero volvería a masturbarse en casa pensando en su primer concierto.

Nota de ShatteredGlassW:

Gracias a todos por haber leído este primer relato corto que subo. Espero que os haya gustado y le hayáis disfrutado. El grupo que figura en el relato es completamente ficticio, pero si os interesa ese tipo de música podéis dejar un comentario y os recomendaré un par de bandas que a mi me gustan mucho dentro del black metal. Si tenéis comentarios o sugerencias y queréis comunicaros de una forma más personal conmigo podéis hacerlo a través de mi correo electrónico: [email protected]

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