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EN OTRA TIERRA: AGUAS SULFUROSAS

Desayuno en el comedor del balneario. Funciona como un autoservicio.  Lleno una buena taza de café con una nube de leche. Mi programa matinal incluirá una visita al spa.

Suena mi móvil. Roberto de nuevo.

-Hola, Roberto. Te preocupas más por mí que mi familia.

-¿Has dormido bien?

-Sí. Pero tengo resaca. Anoche bebí un poco.

-¿Solo?

-Entablé conversación con el encargado de mantenimiento del hotel. Y con él estaba Chorrín?

-¿Cho… qué?

-Recuerdas que te dije que un pesado se me había pegado en el tren?Pues resulta que es amigo del encargado de mantenimiento. Y me invitaron a un coñac.

-Hummmm, haciendo amistades. Me parece imposible en ti.

-A mí también. Pero no voy a ignorar a la gente si me dirige la palabra.

Veo al encargado de mantenimiento que ha tomado una bandeja y se sirve viandas con intención de desayunar. Tiene cara de recién levantado. Me intriga. Lo encuentro peligrosamente atractivo con esa cara de “te voy a partir los morros” que la naturaleza y el tiempo le han esculpido. Y su historia del abuelo enseñándole a masturbarse me perturba.

-¿Qué vas a hacer este fin de semana? -le pregunto a Roberto sin perder de vista al encargado.

-Es el cumpleaños de James.

-¿El pérfido inglés?

-El mismo. Celebra una fiesta. Bueno, ya sabes como es él, un adepto de los cueros y demás fetichismos. Iré a ver qué tal.

-Multisexo ¿no?

-Multisexo, eso es. A mi edad ya no tengo remedio. No todos valemos para una vida tranquila y apacible como la que tú sabes llevar. En el fondo, te envidio porque no necesitas locuras para estar bien.

-Bueno, alguna locura de vez en cuando no me vendría mal.

-Vaya, esa opinión es nueva. Cuando vuelvas, hablaremos tú y yo. Y ten cuidado con el alcohol. Ya estamos en una edad en la que no es la mejor droga.

Dejo el móvil sobre la mesa.

Unto un panecillo con algo de mantequilla que me han asegurado es de los alrededores, nada de producto de supermercado.¡Ohhhh! Deliciosa. Me siento con apetito. Follar me da hambre.

-Buenos días -me saluda con su voz bronca el encargado- Le importa que me siente con usted.

-De ningún modo-respondo con la boca aún llena.

Trato de recordar su nombre… ¿Cómo me dijo que se llamaba? ¿Lobillo, Perrillo…?

-Perdone mi falta de memoria -claudico en mi intento- pero no recuerdo su…

-Lupillo. Es el mote de la familia. Mi nombre es Salvador. Pero no me llama nadie por él.

-Le ocurre lo mismo al señor Chorrín -digo escuchándome y a la vez cayendo en la cuenta de lo ridículo que suena.

-¿Duerme usted en el hotel? -prosigo con ánimo de resultar ameno.

-En temporada baja, sí; para que no se tenga que contratar a nadie más. Tengo un cuartiche con un camastro junto a la sala de calderas.

Engulle un trozo de tortilla mientras habla. Tiene los labios húmedos ¿Me dejaría comerle la polla? No lo haría por tratar de competir con sus hábitos de rey del onanismo, nada más lejos de mi intención ¿Soltará un buen chorro de leche cuando eyacule?

-¿Arregló la avería de ayer? -me intereso con amabilidad a la vez que sólo pienso en cochinadas.

-Sólo era aire en los radiadores. Los purgué y listo. Y como no hubo más problemas he dormido de un tirón toda la noche. ¿Y usted?¿Ha dormido bien?

-Muy bien, gracias.

Muy bien follado, claro. Pero no se lo confieso y bebo de mi café.

-La verdad… me dejó muy impresionado ayer esa historia de su abuelo. ¿No estaba un poquito exagerada?

Clava sus ojos crudos en los míos. No sé si se va a levantar y me va a sacudir un guantazo. Pero en sus apetecibles labios se dibuja una sonrisa que me tranquiliza. Relativamente.

-Bueno, cuando hay auditorio siempre pongo algo de más para que la anécdota resulte sabrosa. Ya me entiende.

-Pero la anécdota existió.

-No le quepa duda. Y no una vez, que fueron varias. Mi abuelo era muy celoso de que si él enseñaba lo que fuera, terminase bien aprendido.

Mira hacia los lados asegurándose de que nadie nos escucha y añade:

-Mi abuelo no me dio el aprobado hasta que no le supe hacer una paja a su gusto.

Mis sentidos sufren una sacudida con lo que escucho.

-¿Su abuelo le obligó a masturbarle?

-Ya ve. Cada vez que recuerdo el grosor y el peso de su tranca en mi mano, sus cojones subiendo y bajando con mis sacudidas… se me pone tiesa. Esa ha sido su herencia.

Se mete un trozo de jamón en la boca y lo mastica sin dejar de mirarme.

-¿Y sólo le masturbó?¿No hubo otra clase de…“contacto”?

Lupillo adopta una expresión hostil. Se le han hinchado las venas de las sienes. Algo no va bien.

-¿Le agradaría que le dijera que sí, que hubo más?

Sus pupilas se encienden con una luz rabiosa. Ya no me cabe duda: he metido la pata.

-No,no. No me he expresado bien -me defiendo azorado.

-¿Quiere que le cuente todo lo que ocurrió entre mi abuelo y un servidor?

-Yo sólo trataba de saber… de saber si usted sufrió alguna clase de violencia…

-¿Usted la sufrió?-me interroga directo-¿Quién fue?¿Un familiar?¿Un amigo algo mayor?¿Un profesor?¿Un sacerdote?¿Un entrenador?

¡Por todos los santos, no sé que he hecho! Lo que parecía un agradable desayuno se ha convertido en una situación de lo más desagradable ¡Pero qué idiota soy!

-Creo que le he molestado con mis preguntas -me disculpo- Lo siento.

Lupillo me mira de nuevo con su rostro de hombre capaz de lo peor. Y de repente suelta una carcajada.

-Tranquilícese, amigo -me dice poniendo una mano en uno de mis hombros- Sé que no lo hace con mala intención. Y le diré que a lo más que llegué con mi abuelo es a machacársela. Ahora, se la meneaba tan bien que el muy salido me venía a buscar a casa y se me llevaba con cualquier pretexto. Y cuando estábamos a solas, se sacaba su buena chorra y me decía “venga, Salvador, atízame uno de esos pajotes que tan feliz me hacen y después yo te atizo otro a ti, que así te crecerá la minga”. Y yo se la cogía, se la cascaba con la punta bien ensalivada para que mi mano se deslizase mucho mejor. Y mi abuelo se moría de gusto. Le daba fuerte o suave según le veía la expresión. Hasta que  ya no podía más y me soltaba un chorretón de leche que siempre se me estrellaba en la cara. Imagínese, mi carita de zagalillo manchada de tibia lefa: los ojitos, la naricilla, los labios…

Lupillo se relame como colofón de lo que me cuenta.

Y yo lo imagino. Y siento mi polla pidiendo guerra.

-Claro que tanto trajín con el manubrio tuvo una mala consecuencia -añade.

-¿Qué pasó?

-Mi pobre abuelo sufrió un colapso y se me quedó sin vida mientras yo le sacudía un pajote antológico. Fue soltar la lefa y quedarse así, con los ojos abiertos y sin aliento -e imita la pose del difunto- Figúrese qué trago, yo con la cara manchada de leche y mi abuelo sin vida delante mío.

Quedo espantado con lo que oigo. Mi rostro refleja el mayor de los horrores.

-Lo… lo siento -balbuceo sinceramente apesadumbrado.

Pero Lupillo rompe en otra carcajada tan sonora que nos convertimos en el centro de atención de todos los huéspedes que aún desayunan.

Tardo unos segundos en darme cuenta. Por fin comprendo: he sido víctima de una tomadura de pelo.

-Es usted un… Ha logrado engañarme por completo.

-Me lo ha puesto a huevo -contesta Lupillo  carcajeándose todavía.

Me siento íntimamente humillado y ridiculizado. Pero callo y finjo que no me importa. Como he hecho tantas veces que he escuchado a mis espaldas la palabra “maricón”.

Decido cambiar de tercio. Pongo cara de ser un verdadero estúpido y le planteo una cuestión.

-Para serle sincero, lo que más me sorprende es la facilidad con la que abordan temas de sexo entre ustedes.

-Aquí es de lo más normal. Todos conocemos pormenores de los demás. Y es importante ¿No cree?

Me habla crecido. Se siente superior a mí.

-No pongo en duda su importancia -objeto sumiso- Pero no deja de sorprenderme porque no es muy habitual.

-Particularidades de este valle.

-¿Quiere decirme que usted conoce aspectos de la vida sexual de, por ejemplo, el camarero que está atendiendo las mesas?

Señalo al orejudo empleado que la noche anterior atendía el bar en el salón de juegos.

-¿De Soplillo? Naturalmente ¿Y quién no? Le pasó algo muy gracioso con una novia que tuvo a los veinte años. La chica se ennovió con él pero al poco le hizo saber que dudaba de si le gustaba más cómo le saciaba el coño Soplillo o su anterior novio. Y que eso la tenía muy indecisa. Entonces Soplillo le dijo… Pero mejor que se lo cuente él ¡Soplillo, acércate! -grita.

El camarero se vuelve y acude a la llamada. Yo me quiero esconder bajo la mesa.

-Este huésped no se cree lo que te pasó con aquella novia tuya…

-Pero si yo no he dicho ni palabra…

-Se le nota a la legua que no me cree.

El camarero orejudo me mira con reproche ¿Qué puedo hacer?

-¿Y por qué me iba a inventar un asunto como ésssse? -Me interroga muy serio y molesto. Después se dirige a Lupillo:

-¿Qué le hassss contado?

-Casi nada.

-Pues la hembra, que era morenita y con carrrrnecitas blandas, me dice que no sabe si le follo mejor yo o su antiguo novvvvviooooo.

Arrastra las palabras. Las siento como lengüetazos sucios sobre mis mejillas. -Y que tiene dudddddassss. Entonces le digo:quedemos los tres  y ves quien es el que más te conviene en cosa carrrrnallll.Jejejejeje…

Estos dos están conchabados y me enfrento a una nueva tomadura de pelo.

-Y quedaron -se une al inquietante camarero el no menos inquietante Lupillo.

-En el pajar de Pascualín, el tuerto.

Me imagino el pajar del tal Pascualín como un lugar lúgubre de aroma enmohecido sembrado de inmundicias.

-Nos ponemos en faena y empiezo yo con el forrrrniiiiicio. Me empleo a fondo con la muy cerda.

¡Se le acaban de mover las orejas!¿No tendré delante a un mutante?

-Y ella se coooooorre a gusto y, oye, yo también. Que tener uno mirando me daba más ganas.

Jadea como si acabara de follarse a la pobre chica.Y se ríe por lo bajo de una manera vil y soez.

-Entonces le llega el turno al otrrrroooo.

Y me mira como si yo fuese ese otrrrroooo.

-Yo le echo un vistazo a la polla para ver que todo está bien, no fuera un tema de dimensiones, osea, que el otrrrroooo la tuviera como un assssnoooo.

Se vuelve a reír de idéntica manera. Lupillo no me quita ojo de encima con expresión de perro de presa.

-Pero no, la tenía como la tenemos la media de los mortales ¡Essssso sí -exclama acercándome el rostro más de lo que yo deseo- bo-ni-taaaa y muyyyy rectaaaa, que yo me desvío algo hacia la zurda.

-Eso es porque te la has machacao mucho con la izquierda -le reprocha el encargado de mantenimiento.

-Te repito que yyyyyyo no me la machaco con la izquierda.

-Te digo que sí.

-¡Y yo te digo que noooooo!

Los dos hombres se miran desafiantes.

A mí me cae una gota de sudor a causa de la tensión.

-Te digo que es cosa de nacimiento y ya estttttttá -zanja el camarero.

-No vamos a discutir ahora. Sigue contando lo tuyo. Pero quiero ver cómo te la machacas, quiero ver lo mal que lo haces, y entonces… entonces veremos quién tiene razón.

De encontrarnos en el Salvaje Oeste, seguro que desenfundaban sus pistolas, o sus pollas, o lo que ssssssea.

-Pues a lo que iba -engancha de nuevo Soplillo- Que llega mi rival, pone a la que aúnnnn era mi novia a cuatro patas y zásssss, seee laaaa me-teeee.

Con tal descripción, me parece que he sido yo el que se la ha me-ti-dooooo.

-Y yo me dije: voy a incomodar a éste y así el accccto le saldrá peor y ella me elegirá a mí. Y cogí y me le pegué a la espalda.

Para ilustrar el momento se coloca contra las espaldas del encargado, que no deja de medir mis reacciones, y le agarra de los hombros como si se trataran de las caderas de su rival en la anécdota.

-Yyyyyyo vigilaba la evolución del coito, todo para molestarrrr.

Soplillo mira por encima de los hombros de Lupillo imitando lo que supuestamente hizo en el pajar de Pascualín, el tuerto. Y se restriega a conciencia contra las espaldas de aquél.

-Pero con el trajiiiiín, el cipote se me empezó a empinar otra vez, ssssí, otra vezzzz.

El encargado se sonríe vicioso.

-Y mi cipote,otra vez ti-e-ssssso, se fue a meteeeer… en el cuuuulo del rivalllll.

Doy un respingo. Me siento como si me la acabara de meter a mí.

Los dos empleados del balneario estallan en carcajadas que resultan incluso molestas. Algún comensal que otro pone cara de disgusto.

-¡Me parece imposible lo que cuenta! -exclamo.

-Por mis muertos que es como se lo cuento -me responde repentinamente furioso.

-¿Y qué hizo? -le planteo como un desafío.

-Follarrrrrle, eso es lo que hice.

-¡Como debe ser!-le apoya Lupillo.

-Y me lo estuve follannnnndo mientras el otro se la hincaba en el coño a la zorra de mi novia -me dice alterado- Y la tonta de ella no se enteró de nadddda. Y me volví a correr en el ojete de él. Y cuando le escupí mi leche en su puto culo, le dio tanto gusto que él también se corrió.

Me estoy poniendo malo. Es infecto lo que me cuenta. Y si no lo es, él sí que es infecto. Y está babeando con su relato.

-Pero lo mejor de todo es que la tonnnnta de mi novia -sigue contando- me llamó a parte para decirme que volvía con el otro porque se la trajinaba con mássss ganas que yooooo ¿Qué le parece?

-¿No le dijo lo que había ocurrido? -planteo agobiado.

-¡Nunca! -contesta con las grandes orejas rojas de ira. Ya se llevaría la sorpresa cuando el otro se la trincase sin una polla metiiiiiiiida en el culo.

-Pero ahora viene lo mejor -apunta Lupillo.

Los ojos de Soplillo bailan en sus órbitas del placer que le produce recordar la conclusión de la historia.

-Pues que mi rival se me presentó una tarde para decirme… si no se podía repetir lo de esa vez, pero los dossss soooolooooossss.

Y abre la boca con golosa hambre de bajeza.

-¿Y usted… qué hizo?

-Pensé… abrirle en canal con una faca. Pero me dije: he aquí la hora de la venganza, una larga y gustosa vengannnnnzaaaaa.

Se queda en suspenso y con los ojos cerrados, como transido.

-¿Y? -le apremio.

-Cada semana me lo follo por lo menos dos veces, o tres. Y cuando me corro en su repugnante agujero mierdoso, le digo al oído: anda y toma esto para que se lo des a la zorra de tu mujer de mi parrrrrte. Jejejejejejeje.

Le requieren desde una mesa y nos deja.

Tengo las vísceras revueltas. Y me siento confusamente violento tras la narración del suceso. Da igual que sea cierto o no. Ha sido su manera de contarlo, tan…

-Discúlpeme, tengo hora en el spa -le comunico al encargado de mantenimiento mientras me levanto de la mesa completamente alterado.

-¿Spa? Eso es para mariquitas.

Me vuelvo airado.

-Seguro que es mi sitio.

-¿Por qué? ¿Porque se ha pasado la noche con la polla de Chorrín en el culo?

De repente me abandonan las fuerzas. Me invade una irremediable sensación de vulnerabilidad.

-No me ha dicho nada. Pero conozco a ese hijo de puta. Y sé de lo que es capaz por tenerla en caliente.

¿De qué va este tío? Primero me insulta y después me ofrece “su comprensión” ¿A qué juega?

-Yo iba a darme un baño en una piscina especial de aguas de sulfuro. Eso sí que es para tíos de verdad. La tenemos cerrada al público porque la están arreglando ¿Quiere acompañarme?

Ya no se ríe ni se burla. Y no cesa de mirarme.

-Lo cura todo, hasta el mal humor.

Se levanta. Me muestra su anatomía de macho maduro embutida en su sempiterno mono de faena. Está claro que ssbe el deseo que me despierta.

-Sígame.

Sin defensas en mi mente, voy tras él.

 

 

Entramos en un recinto que está bajo tierra. Huele apestosamente a azufre.

-Al principio cuesta soportar el olor -dice Lupillo- Pero en cuanto te acostumbras, todo son beneficios: la piel, los huesos, los pulmones… incluso recomiendan echarse un buen trago.

Su voz,pese a que tan sólo susurra, resuena en el recinto de paredes de piedra desnuda.

Acciona un interruptor. Florecen unas lámparas en los laterales de una cubeta en la que como mucho cabrán seis personas. El agua desprende vapor.

-Se alimenta de una fuente termal. Quieren modernizar la instalación porque la gente se siente intimidada por la roca. Y agrandarán la poza.

-Le quitarán todo su misterio.

Lupillo se acerca al borde de la poza y comienza a desabrocharse el mono de faena. Le observo expectante.

-¡Joder, esta puta cremallera! -grita.

Mis ojos y los suyos se encuentran.

-¡Ayúdeme!

Avanzo despacio hasta él. El calor que sube de la poza y el olor a azufre me sofocan.

Pongo las manos en la cremallera, ya casi a la altura del ombligo. Su carne cubierta de vello transpira bajo la prenda de trabajo.

Veo que un hilo se ha cruzado en el camino de la cremallera y eso la ha atascado. Maniobro hacia arriba y el hilo queda suelto. Meto la mano para apartar el hilo del trayecto descendente. Es inevitable que toque su piel.

Sé que me está mirando. Sé que esto sólo ha sido una estratagema.

Tiro de la cremallera y logro que descienda del todo, hasta su entrepierna.

Se le marca la polla. Y el muy cabrón ha echado las caderas hacia adelante para que mi mano la roce.

-Ya está arreglado.

-Desnúdame.

Su voz bronca me traspasa. Levanto los ojos hacia su rostro. Sus facciones de tipo cabreado me intimidan y me capturan. Y hace mucho calor, demasiado calor. Y huele terriblemente.

Le saco los brazos del mono, recibo el aroma de sus sobacos sudados…

-¿Quiere tocarme?

Es una pregunta innecesaria. Pretende acorralarme en mi deseo. Puede que para después golpearme tan duramente que me descomponga como una figurilla de frágil cristal.

Bajo mis manos por su pecho… tocándole. Tropiezo con los pezones. A su rostro asoma una sonrisa burlona, o puede que de desprecio. No sé bien. No puedo pensar con claridad, sólo respirar en este ambiente hostil y dejarme invadir por la peste.

Sigo hacia el vientre.

-¿A qué espera? No pare.

Le bajo los pantalones. Y debo agacharme para ello… humillarme frente a su cuerpo. Y descalzarle; y sacarle los calcetines de un blanco sucio y algún agujero en el talón. Los aprieto entre mis manos. Quedará su olor a pies en ellas. Olor sobre olor.

-Los calzoncillos -dice mirándome desde arriba- Estoy esperando.

Los tomo desde abajo y tiro con cuidado. El vello de su pelvis asoma, después la grosura de la verga. Me detengo. Creo que me estoy mareando. No sé si voy a vomitar.

-Siga -me ordena con un ligero toque en mi cabeza de cabellos grisáceos.

Me sobrepongo y continúo el lento desprendimiento. Asoma por fin toda la verga.   Está descapullada. Y es verdaderamente suculenta y gorda. No me podré resistir si me pide que me la trague. Así me muera.

Pero Lupillo espera simplemente a que le quite los gayumbos y no hace nada más. Se da la vuelta y me muestra la generosidad de su bien formado culo de hombre maduro.

Trago saliva.

No sé qué prefiero de él, si su delantera o sus cuartos traseros.

Le veo entrar en la poza por una breve pendiente. El vapor lo envuelve. Parece un espejismo.

Lanza una exclamación de placer.

-No pierda el tiempo. Entre en el agua.

Me quito el chandal con que me había vestido para estar más cómodo a la hora de visitar el spa. Tengo la chorra medio dura. No sé qué opinará Lupillo. Pero a estas alturas, ya no creo que importe demasiado.

Camino también por la suave pendiente y dejo que el vapor me engulla. Al contacto con el agua siento como si me bañara en la sopa. Y no dejo de sudar.

Veo a Lupillo tendido boca abajo en la pendiente. El culo le sobresale del agua. Quisiera tocarlo, quisiera acariciarlo y comérselo…

¡El culo de todos esos hombres que ya tienen sus años y que caminan por el mundo exhibiendo la rotundidad una anatomía cargada de experiencia y que espera atenciones verdaderas, paciencia en su exploración, auténtico deleite en cada toque…!¡Ay!

Lupillo vuelve la cara y me mira. Parece que ha adivinado lo que estoy pensando.

-Este es mi sitio favorito -me dice- Y nunca viene nadie.

-Con este olor, no me extraña.

-Me excita este olor.

Se da la vuelta. No me oculta lo empalmado que está. Además las luces laterales iluminan con nitidez nuestros cuerpos sumergidos.

Se toca el sexo con descaro, como si le importase una mierda mi presencia. E inicia una de sus masturbaciones catalogadas como de magistrales.

En mi fuero interno, me dan ganas de acercarme a él y darle un par de tortazos y recriminarle su exhibicionismo. Y decirle a modo de amonestación:¿Su abuelo de usted no le enseñó que es de mala educación pajearse delante de otros sin ofrecerles primero? Porque creo yo que lo natural sería sacarse la chorra y dirigirse a los presentes con un escueto “¿Gustáis?” Y si los demás declinan la invitación, entonces es uno muy libre de atacar él solo aquello a lo que se disponía.

Analizo lo que acabo de pensar. Me parece que respirar azufre no me está sentando bien.

Repentinamente una de las luminarias colapsa y nos quedamos en semipenumbra.

Si el lugar ya imponía de por sí, ahora asusta.

-Es una señal -dice Lupillo sin dejar de mirar la lámpara que ya no alumbra.

-¿Una señal de qué?

-Sé que aquí hay una presencia.

La piel se me eriza. Las tonterías paranormales no me hacen gracia. Ninguna.

-Explíquese.

-Hay un ser aquí que me llama, puede que alguna clase de espíritu de las profundidades.

-¿Un demonio?

-¡No lo sé! -se revuelve alterado hacia mí- Creo que he sido yo quien lo ha convocado con mis pajotes.

¡Lo que me faltaba, un onanista clarividente!

-Es un ser vicioso, muy vicioso. Te susurra al oído pensamientos de los deseos más oscuros. Y yo lo he visto.

Lupillo baja los párpados y se señala la sien.

-Lo he visto aquí, al cerrar los ojos mientras me hundo en este agua sulfurosa. Lo he visto surgir de un oscuro rincón, ansioso por compartir sus ganas de pecado con algún mortal, y trae su pollón completamente empalmado, como un garrote plantado entre sus muslos enormes.

La descripción me alimenta un algo desconocido en mi interior.

-Es un ser que nunca tiene suficiente, que vive de la leche que mama o que le dejan dentro del ojete. Y se presenta aquí, porque ha olido la presencia de un mortal.

Lupillo se me va acercando mientras me comparte su visión.

-Y la tiene completamente dura, cruzada por un montón de venas de sangre casi negra.  Y se mete en el agua, y se acerca. Y me habla. Y me pregunta si ya me he atizado un pajote o si quiere que me lo haga él. Porque él es sabio, él sabe cómo sujetarte el cipote y matarte de gusto, él sabe cómo tocarte para que tus cojones fabriquen tanta leche de una vez como la que has soltado en toda tu vida.

La mano de Lupillo ha cogido mi polla. Me siento terriblemente excitado.

-El me pone condiciones si quiero que siga arrastándome hacia un placer desconocido. El quiere toda la lefa que fabrique. Me tengo que comprometer a dársela porque es lo que le alimenta, es lo que le da la vida. Y me exige que sea donde él me dicte. Y entonces yo le digo que estoy dispuesto, que por el gusto que me da, lo que me pida.

-¿Y entonces? -le pregunto con una fiebre de deseo ácida y visceral quemándome por dentro.

-Entonces él se da la vuelta, se pone la punta de mi pijo en el culo y se lo traga sin la menor prisa, porque le gusta mucho lo que siente cuando le traspasan el ojete. Y gime como un perro rabioso, o como una alimaña herida que puede revolverse contra ti y saltarte a la yugular. Sí, porque follarse a un ser como ése tiene su peligro:puedes terminar despedazado, alimento para escarabajos y ratas.

Lupillo se da lentamente la vuelta, estoy contra sus espaldas, los pelos del sobaco le asoman bajo los brazos. Se ha acuclillado en la pendiente de la poza u se ha colocado mi pijo vibrante de ganas, a las puertas de su trasero.

-Empuja -me ordena con una voz que le desconocía hasta ese momento.

Tengo la punta de mi excitado miembro contra su carne. Vuelve el rostro hacia mí. Tiene una expresión extraña, verdaderamente lobuna. Abre la boca y me muestra los dientes.

-Empuja o serás mío -insiste.

Con una rara mezcla de las pulsiones más bajas y el temor a ser despedazado por ese hombre, clavo mi polla en su culoPero sí los hay. Y a lo de un golpe.

Lupillo se quiere revolver contra mí cuando lo poseo. Pero no se lo consiento.

-¡Hijo de puta, me estás follando! -se queja chapoteando en el agua.

El vapor se acrecienta, la peste azufrosa se dispara. Y yo me follo a Lupillo cada vez con más ímpetu, sin preocuparme si le gusta o le desagrada. No hay marcha atrás. O él o yo.

-Toma polla, cerdo maniaco -me escucho decirle.

Le sumerjo la cabeza en el agua. Le obligo a que beba unos buenos tragos del beneficioso elemento.

Y me lo follo a saco. Un culo como el suyo, un verdadero culo de lujo, de tío maduro, de hombre-hombre.

Le meto tal caña que no sé si acabaré partiéndole por la mitad. No puedo parar. Y me agarro a él como si yo fuera un pulpo de muchos brazos e ingentes ventosas.

Le atrapo la polla que está absolutamente dura. Y sentir su dureza me excita aún más ¡Pero qué bueno que está este hijo de puta!

Finalmente, tanto ajetreo en las aguas le pasan factura al encargado de mantenimiento que termina rendido a mi tozuda insistencia en no sacársela del culo. Y ya me deja que me lo tire a un ritmo más calmado en el que puedo disfrutar de su piel y de su sexo que acaricio sin cesar de encularle.

Le escucho gemir con cada envestida que le chuto, noto en mi mano el pegajoso preseminal que le suelta el pijo. Le levanto un brazo y me como los pelos de su sobaco, y le meto tal chupada a uno de sus pezones que  suelta un improperio por el dolor.

-¡Cabrón animal! -me insulta.

Pero de su polla termina manado un chorrazo de lefa que ensucia el agua.

-Córrete ya -me suplica.

-Cuando se me ponga en los cojones -le respondo.

Pero no tardo ni un minuto más que él en descargarme. Y lo hago dentro de su culo. Sí, cumpliendo los deseos del misterioso ser que habita esa caverna. Porque quiero que esta especie de demonio lúbrico e insaciable vuelva lo antes posible a pedirme otra ración de leche, tan necesaria para su supervivencia.

 

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