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Fui iniciado por un médico (4)

-¿Estás solita?…

-Sí… sí, doctor, estoy… estoy solo…

-Bueno, venite para acá ya mismo que tengo un regalito para vos…

-¿Un… un regalito?

-Sí, un regalito para tu lindo culo…

-Bueno, ya… ya voy para allá… -dije y salí poco menos que volando para su casa e imaginan que ese regalito sería su verga… Pero me esperaba una sorpresa…

Cuando llegué lo primero que hizo fue ordenarme que me desnudara; él llevaba una bata de seda azul y debajo lo que parecía ser un pijama blanco. Estábamos en el living del departamento, un séptimo piso a la calle en el barrio de Caballito. El cortinado ocultaba el ventanal que daba al balcón. Había una mesa principal con varias sillas a su alrededor, un sofá grande con una mesa ratona delante y en las paredes varios cuadros. El ambiente estaba todo cubierto por una mullida alfombra color verde claro.

Me miró desnudarme y después se me acercó, me puso de espaldas a él, me rodeó la cintura con sus brazos, me besó en la nuca y en los hombros con besos lentos y húmedos y sentí que la verga se le iba poniendo dura en contacto con mis nalgas.

Repentinamente se apartó dejándome muy caliente y me dijo: -Voy a darte tu regalo, Jorgito… -y sacó de un bolsillo de su bata un llavero. Lo exhibió ante mí tomándolo por la argolla entre sus dedos pulgar e índice de la mano derecha y vi que se trataba de un llavero con la forma de una pelota de rugby, de unos dos centímetros y medio de diámetro por seis de largo.

-No entiendo, doctor, yo… yo ya tengo un llavero…-dije confundido…

-Éste no es para llevar llaves, putito, sino para que te lo metas en el culo cada vez que yo te lo ordene y lo lleves ahí por el tiempo que yo decida… A partir de ahora lo vas a llevar encima junto con un pote de vaselina, ¿entendido, Jorgito?

Yo miraba el llavero sin poder salir de mi asombro ante ese hombre que empezaba a mostrarse cada vez más perverso y por eso a excitarme cada vez más… Me imagine con el llavero en el culo en el colegio, viajando en colectivo, cenando con mis padres…

-¿Qué… qué está haciendo de mí, doctor? –pregunté angustiado y al mismo tiempo ardiendo de morbosa calentura

Él emitió una risita y dijo: -Yo no hago más que mostrarte lo que realmente sos, Jorgito, y que vos mantuviste escondido, por miedo, claro… Pero yo te lo muestro y ahora no tenés vuelta atrás… ¿Me equivoco, nene?… Porque si me equivoco te podés vestir y te vas…

-¡No!… Dije casi gritando ante la aterradora posibilidad de volver a mi falsa vida anterior…

-Bien, muy bien, putito… Entonces obediencia ciega, docilidad absoluta, sumisión total… Ésta es la regla, Jorgito… ¿Estás de acuerdo o preferís renunciar?

-No, renunciar no… Estoy… estoy de acuerdo, doctor…

-Muy bien, eso me alegra, putito, pero hay algo más, a partir de ahora ya no vas a llamarme doctor sino mi Señor, porque eso soy, nene, tu Señor, tu dueño, tu autoridad suprema…

-¿Qué… qué quiere decir eso, doctor?… Pregunté inquieto… Él me cruzó la cara de una bofetada y mientras yo me llevaba una mano a la mejilla me dijo: Soy tu dueño, Jorgito, tu autoridad suprema, el dueño de toda tu personita, de tu mente, de tu cuerpo, de tus actos, de tu voluntad, de tu vida… ¿Está claro?

-Sí… Sí, … sí, mi Señor, pero me asusta un poco…- dije sintiéndome muy raro, confundido, con miedo y también más caliente que nunca…

-Muy bien, tomá el llavero, ponelo en la mochila y en cuanto te vayas comprás la vaselina en la farmacia de la esquina… Y ya sabés, putito, el celular siempre prendido…

Guardé el llavero en la mochila y él entonces me ordenó que me pusiera en cuatro patas: -Como un perrito, porque eso sos, un perrito

Me sentía humillado, con miedo y muy caliente, todo al mismo tiempo mientras me ponía en cuatro patas y él reía…

Pensé que hacía sólo un par de días yo era un chico común y corriente, muy tímido, introvertido, sin amigos, apenas dos compañeros de escuela con los que a veces íbamos al cine y a comer pizza, y ahora era un gay, un putito, como él me llamaba, un perrito sumiso que en cuatro patas y con la cabeza gacha, clamaba en silencio por la verga de ese hombre perverso que se había adueñado de mí…

Lo vi quitarse la bata y después el pijama y el bóxer, para exhibirse ante mí con esa verga ya casi totalmente erecta… Chasquó los dedos y me dijo: -Vamos, perrito, acá, vení con tu Señor…

Y fui hasta él desplazándome con las manos y las rodillas, ansioso de comerme esa verga…

Cuando estuve ante él me dijo: -Hacé que se ponga bien dura, perrito, ponete de rodillas y usá las patitas…

Obedecí sintiendo que mis mejillas ardían. Agarré la verga con una mano y los huevos con la otra y estuve a punto de caer por un fuerte estremecimiento que me sacudió entero…

Tengo que admitir que le hice una muy buena mamada… Empecé lamiéndole esos huevos hinchados, seguramente llenos de semen, y después de sentir temblar y gemir a Mi Señor me dediqué a la verga, que estaba deliciosamente dura… Pasé mi lengua una y otra vez por toda su extensión y cuando llegaba al glande, que palpitaba, lo metía en mi boca para degustar su sabor durante un rato… Después volvía a los huevos y subía otra vez hasta la cima para finalmente chupar y chupar con la verga bien metida en mi boca… Y por último, el goce total con esos varios chorros de semen espeso y abundante que tragué mientras sentía los estremecimientos y el jadeo de MI Señor que me tenía tomado del pelo y repetía, sofocado: -Tragá, Jorgito… ¡Tragá todo!… ¡Todo!…

(Continuará)

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