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Las confesiones de Jorgito (2)

Una vez en casa lo primero que hice fue desnudarme y sacar el vibrador de su envoltorio en la bolsita. Giré la parte roja y lo sujeté en mi mano cerrando los dedos para sentirlo vibrar. Frente al espejo me lo pasé por la cara, las mejillas, los labios y sin dejar de mirarme me lo metí en la boca después de interrumpir la vibración. Lo estuve chupando y lamiendo de rodillas, imaginando que era la verga del hombre del sex shop que estaba allí, ante mí, en pelotas, dominante, exigente y yo obedeciendo todos sus caprichos y deseos.

Por fin pude romper el hechizo y corrí hacia el baño en busca de alguna crema de mamá que me permitiera lubricar el vibrador y facilitar la penetración.

Por suerte vi en el botiquín varias cremas y sin perder tiempo, muy excitado, elegí una para manos. Me quedaba por resolver donde iba a ponerme para la primera penetración de mi corta vida y elegí la bañera. Me metí en ella y de rodillas lubriqué abundantemente el vibrador. Lo accioné, me tendí de costado y mientras me sobaba el pene, ya erecto, comencé la tarea. Me estremecí violentamente al sentir el contacto de la punta del juguete con mi orificio anal, donde también había puesto yo un poco de crema. De un primer envión logré meter un poco y gemí al sentir un dolor agudo, tan intenso que estuve a punto de suspender la acción, pero a mi miedo se le impuso el deseo, la calentura y entonces seguí adelante a pesar del dolor. Me mordí los labios y noté, cuando ya lo tenía todo adentro del culo, que el dolor iba disminuyendo hasta casi desaparecer mientras yo iniciaba los embates, los avances y retrocesos en medio de gemidos de placer, de un goce intenso que nunca fui capaz de imaginar en mis fantasías.

Así, entre el ir y venir del vibrador y el masturbarme, llegué a un orgasmo que sentí interminable y que me dejó jadeando con el chiche dentro del culo hasta que poco a poco mi respiración se fue normalizando y caí en un relajamiento tan profundo y placentero que estuve a punto de quedarme dormido.

Pero no podía darme ese lujo. Papá o mamá, por algún imprevisto, podían llegar en cualquier momento y no era cuestión de que me encontraran durmiendo en la bañera, desnudo y con un vibrador en el culo.

No sin pena me levanté, me quité el juguete, le saqué las pilas, lo lavé y volví rápidamente al living para vestirme, ya que la ropa estaba al pie del espejo. Inmediatamente después fui a mi cuarto y escondí el vibrador en uno de los cajones del placard donde tengo mis camisas.

Me encontraba con el ánimo alborotado, muy excitado ante el futuro que imaginaba. Ya estaba clarísimo que yo era gay y tendría que vivir con ese secreto, ya que muy tímido y vergonzoso como soy estaba seguro de que yo no iba a ser de ésos que salen del closet.

De pronto volví a pensar en el hombre del sex shop y me dije que él sería el primero en conocer mi secreto. Sí, mientras lavaba el vibrador resolví volver al negocio y que pasara lo que tenía que pasar. Lo dejaría avanzar –porque estaba seguro de que eso haría ese cincuentón- y yo haría y me dejaría hacer lo que él quisiera.

Después de haber probado las delicias que me había regalado el vibrador deseaba un pene de verdad y sería el del cincuentón, porque no tenía ninguna duda de que me había estado tanteando con sus insinuaciones.

Tardé dos días en juntar el coraje para volver al sex shop y al fin me presenté en el local una tarde. No había clientes, por suerte. Al verme, el hombre curvó los labios en una sonrisa mientras los ojos le brillaban.

-Hola, lindo… -me saludó cuando caminaba hacia la puerta. Escuché que echaba dos vueltas de llave.

-Volviste, querido… Me alegro… -no volvió a su sitio tras el mostrador, sino que permaneció al lado de mí. Yo sentía arder mis mejillas y trataba de controlar el temblor de mis piernas.

-Bueno, contame cómo te fue con… tu novia…

Era el momento y sin dudar dije en un murmullo, con la vista clavada en el piso: No, yo… yo no tengo… no tengo novia…

-Ay, ay, ay, lindo… ¿entonces lo compraste para vos? –lanzó él.

Tragué saliva y después de una pausa admití: -Sí, señor… para mí…

-Qué bien, lindo… ¿Y ya lo usaste?

-Sí… sí, señor…

-Vení, vamos para el fondo… -y sin más me tomó de un brazo para llevarme a la trastienda del local, un pequeño cuarto con estantes donde se acumulaba mercadería de las distintas características. Mis ojos agrandados por la fascinación vieron elementos de castigo, esposas, antifaces, máscaras, entre otros productos que aceleraron mi respiración.

Contra la pared opuesta había una cama de una plaza.

Nos sentamos en ella y me explicó que en esa cama dormía la siesta luego de cerrar el local a la una de la tarde hasta que lo reabría a las cuatro.

-Hablemos claro, querido. –dijo. –sos muy lindo… ¡muy lindo!… La verdad es que desde el primer momento en que te vi me calentaste…

-Ay, señor…

-Y ahora volviste y sé por qué volviste…

-Ay, señor… -repetí acalorado.

-Pero hay un problema, lindo… Sos menor, debés tener quince años o dieciséis a lo sumo y yo no quiero problemas con menores…

Ya dije que no represento la edad que tengo y él, como todo el mundo, me tomaba por un menor.

-No soy menor, señor, tengo dieciocho… -dije resueltamente dispuesto a salvar el último obstáculo que me separaba de mi primera experiencia homosexual.

-Estás bromeando, nene…

-No, señor, tengo dieciocho, se lo juro…

-Mostrame tu carnet de identidad, y no me salgas con el cuento de que no lo tenés acá…

Entonces saqué mi documento del bolsillo trasero del pantalón y se lo extendí.

Lo miró con el rostro iluminado por el entusiasmo, me lo devolvió y rodeándome los hombros con su brazo derecho me atrajo hacia él. Empezó a besarme suavemente las mejillas, los labios, las orejas mientras repetía en un susurro:

-Tranquilito… tranquilito, lindo…

Yo no estaba tranquilo, no podía estarlo. Al revés, me agitaban una emoción nueva e incontrolable y una calentura extrema.

-Sacate la ropita, lindo… -los diminutivos que él empleaba me calentaban todavía más… “tranquilito”… “ropita”… Eran, no sé, como afrodisíacos… Me tenía totalmente en sus manos, podría hacer lo que quisiera conmigo…

Le obedecí y me saqué la ropa mientras de pie ante él veía por el rabillo del ojo cómo me miraba hasta que empezó a desvestirse también. Ya sin ropas los dos vi su verga bien erecta, palpitante… En medio de mi fascinación me di cuenta de que el tamaño era como el del vibrador y eso me dio la tranquilidad de saber qué tipo de dolor iba a tener que aguantar al principio de la penetración.

Era muy velludo y eso me gustó, me excitó esa pelambre gris en el pecho, los brazos y las piernas que sentí cuando me abrazó estrechándome contra él y besándome otra vez en la cara, los labios, el cuello y los hombros en tanto yo temblaba. Era un muñeco en sus brazos, un muñeco abrasado entero por la calentura y el deseo de esa verga que sentía contra lo alto de mis muslos.

Empecé a jadear justo en el momento en que él presionada con sus manos sobre mis hombros. Supe qué quería y me arrodillé.

-Abrí la boquita, lindo… -me pidió y yo la abrí para recibir su verga y empezar a chuparla y a lamerla guiado por el recuerdo de mis prácticas con el vibrador.

¡Qué hermoso sabor esa verga!… ¡Qué linda textura en su rigidez!… En un momento, presa yo de las fuertes emociones eróticas, me saqué la verga de la boca y le rogué: -Su leche, señor… quiero tragar su leche…

-Volvé a chupar, lindo…

-Sí, señor… ¡Síiiii! –y seguí chupando y lamiendo hasta que momentos después mi boca se inundó de semen en medio de los gemidos, jadeos y hasta rugidos del hombre que me acariciaba el pelo, los hombros y la cara con manos crispadas.

Fue tal la intensidad del momento que los dos caímos al suelo mientras yo tragaba el semen hasta la última gota.

Nos echamos en la cama de espaldas, uno pegado al otro, resoplando agotados. Nos adormecimos un tiempo que no puedo calcular hasta que él reaccionó primero y después de darme un beso en los labios y mordisquearlos un poco se incorporó y me dijo, imperativo:

-Ahora en cuatro patas, lindo, que te la voy a dar por el culo…

Me refregué los ojos con los dedos de ambas manos y me coloqué en posición sobre la cama.

Cuando sentí el contacto del glande con mi orificio anal me asustó la falta de lubricación. Se lo dije y me tranquilizó:

-No te preocupes, lindo… La bañé en saliva, te va a entrar bien…

Y me entró después de algunos embates, primero unos centímetros haciéndome gemir de dolor y después toda, hasta que sentí los huevos contra mis nalgas. Seguí gimiendo y jadeando de dolor hasta que por fin el sufrimiento se fue reduciendo y dejando su lugar al goce, ese goce intenso e indescriptible que yo había conocido gracias al vibrador.

Él aferraba mis caderas con sus manos y jadeaba, jadeaba cada vez más fuerte hasta que explotó en el orgasmo y me llenó el culo de leche para después caer resoplando sobre mi espalda y los dos nos derrumbamos boca abajo en la cama.

Cuando ya vestidos miré mi reloj vi que había pasado una hora y media desde mi llegada al local. Una hora y media en el Paraíso.

Él le quitó la llave a la puerta y volvió hacia mí. Tomó mi cara entre sus manos y me dijo:

-Gocé como un loco… ¿A vos te gustó, lindo?…

-Mucho, señor… ¡mucho!…

-Dame el número de tu celular, quiero que sigamos en contacto… -y sacó del bolsillo trasero de su pantalón una pequeña agenda y un bolígrafo.

-Yo también quiero eso, señor… le dije después de darle el número

-Bien, lindo… ¡Muy bien!…

Y nos despedimos junto a la puerta del local con un beso que unió durante varios segundos nuestras lenguas.

Dos días después iba yo a tener una sorpresa que me conmocionó.

 

(continuará)

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