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Memorias inolvidables (Capítulo 13): Miguel y Sebastián

Miguel y Sebastián estuvieron un tiempo viéndose, saliendo juntos, incluso pronto comenzaron a ir a sus respectivas casas, para conversar, esperarse y para otras cosas, como alguna celebración de cumpleaños en que acudían amigos, ellos se iban haciendo imprescindibles para ellos mismos. Hasta que llegó el momento en que se esperaban para todo. Miguel acudía a casa de Sebastián para ir a clases o para hacer cualquier cosa. Todo el día estaban pendientes uno del otro.

Cierto día conversaron que, igual que habían hecho con los amigos, quizá había llegado la oportunidad de comentar su situación y estado de ánimo en sus propias casas a fin de que les dejaran la libertad de manifestarse como lo que ellos consideraban que ya eran, enamorados, novios, prometidos, comprometidos, como quiera que se diga en todos los continentes de nuestro mundo. Así se veían ellos, inseparables, imprescindibles, eternamente amantes… Esta libertad les permitiría entrar en sus respectivas habitaciones sin ser molestados, a fin de mantener la intimidad, incluso pernoctar aunque estuviera la familia, no emprender un viaje el uno sin el otro, con lo que contarían las dos familias a partir de la declaración, y otras cosas más. Lo que no contaban ellos es que quizá no les importaba que fueran amigos y muy amigos, pero tener pareja del mismo sexo no pensaron que la familia se extrañaría, porque a ellos les pareció cosa normal.

Hizo el primer intento Sebastián. Estaba toda su familia en casa comentando cosas más o menos divertidas. Sebastián tenía dos hermanas y un hermano mayores que él, Nuria, Lizbeth y Rafael — para todos Rafa—, y tres hermanos menores, Julio era un año menor y dos y medio eran los mellizos Porfiria y Calixto, que eran chica y chico. En la reunión familiar, cada quien contaba cosas graciosas, uno lo del día que murió la abuela, otro del colegio y así uno tras otro iba contando cosas con las que todos se rieron. Sebastián guardaba silencio ante todo esto y no siempre le provocaba risa como la anécdota de la muerte de su abuela en la que salieron tres o cuatro ratones de la cama donde habían puesto a la abuela, esperando que llegara el ataúd. Todos reían cuando contaban la persecución de los ratones. A Sebastián no le hizo gracia y no se rió porque era el preferido de su abuela y tenía ese día del entierro mucha pena y pensó que era una broma de mal gusto que habían hecho sus hermanos y sus primos para asustar a las mujeres. Tampoco le estaba haciendo mucha gracia a su madre, la hija de la difunta, porque eso supuso un mal agüero familiar. Pero Sebastián entre tanta risa esperó el momento más adecuado, que no llegaba. Su padre tuvo el infortunio de decirle:

— Sebas, Sebas, pareces estar absorto, ¿no cuentas nada?

Sebastián no se reía y tampoco hablaba. No contestó a su padre, pero este insistió:

— Cuéntanos algo, Sebastián, anímate, cuenta…

Los hermanos comenzaron a decirle:

— Cuenta algo, que tú sabes contar las cosas…; cuenta, cuenta, —decían uno y otro.

Entonces Sebastián comenzó a sudar y dijo:

— Sí, os contaré.

Los hermanos le vitorearon con «bravo», «cuenta» y otros vítores.

— Bueno…, yo quería deciros algo que no es para que os riáis, sino para que lo sepáis.

— Venga ya, Sebas, comienza de una puta vez, —dijo Rafa, que era el más malhablado de todos los hermanos.

— Bueno, tampoco es tan fácil —decía Sebastián— pero os diré; yo, pues yo, es que yo soy…, yo gay, sí, gay, eso, yo soy gay…

Silencio. Hasta las moscas se quedaron paradas sobre las paredes de la casa al escuchar tal afirmación. Esperó un rato y continuó:

— Igual no os gusta lo que acabo de decir, pero lo repito, soy gay, lo tengo claro, sois mi familia y os lo tenía que decir. Hala, ¡ya está!

Su padre había agachado la cabeza y la escondía entre sus manos, a su madre se le escaparon unas lágrimas, las chicas estaban muy sorprendidas, aunque no extrañadas, los chicos menores, aunque sabía de qué se trataba pensaban que eso no iba con ellos ni con su familia, que eso pasa en otras casas, pero en la suya era la primera vez que ocurría y ahí debía de haber un error. No se lo acababan de creer.

Calixto, que siempre hablaba por peteneras, no tenía el juicio de la conversación y solía meter la pata con más frecuencia de lo que era de desear, dijo:

— El mundo está loco, unos nacemos con una mujer sin desearlo ni pedirlo y otros, que tienen amigas y mujeres a su alrededor, no las quieren ni para metérselas en la cama.

Su padre levantó la cara y les mostró su rostro lloroso, congestionado y desesperado y dijo muy severamente y levantando la voz:

— ¡No digas tonterías, Cali, que lo que ocurre es una mayor desgracia para la familia!

— ¿Qué pensarán nuestros vecinos cuando lo sepan, ¡ay, Dios mío!, ¿qué pecado ha cometido una para que la trates así? ¿Y los amigos? ¡Qué vergüenza, Señor, qué vergüenza!, —decía llorosa su madre.

Sebastián callaba para no provocar más, pero ya sabía que eso no iba a quedar ahí. Su hermana Nuria dijo:

— Mamá, yo no creo que sea una vergüenza para nadie, cada uno es como es, y si Sebas ha descubierto que es homosexual, yo lo tengo por hermano sea como sea. Si los demás sienten vergüenza de nosotros porque nuestro hermano es homosexual, tenemos que arroparlo porque es hermano nuestro e hijo vuestro y los demás no son más que vecinos y conocidos, nuestra sangre corre por las venas de Sebas.

— Ah, a ver si resulta que tú eres lesbiana, ¿será por eso que no tienes novio?, —dijo Rafa.

— Eres un idiota, eso sí que es una vergüenza, no sabes decir otras cosas y te crees muy hombre y siempre persiguiendo a las chicas del Colegio y ahora de la Universidad y todas te dan calabaza porque no eres suficientemente hombre, sino un presumido, —replicó Nuria.

— Sí; en eso tiene razón, Nuria; ¿sabes, Rafa?, tú las persigues y no te hacen caso, por el contrario a Sebas lo persiguen y él solo conversa con ellas, pero no las busca, —dijo Julio.

— Cállate, mocoso, ¿tú que sabes de cosas de hombres?, —dijo Rafa

— Más que tú, imbécil, que solo sirves para perseguir chicas y recibir sus calabazas, como aquella vez que…, «estaba diciendo Julio

— ¡¡Cállate, te digo, joder!! —espetó Rafa.

— Claro, cállate tú —iba señalando con la mano a cada uno—, cállate tú, cállate tú, y al final —dijo mirando a Rafa— el único que puedes hablar eres tú, Rafa, nadie más; puedes ser lo que quieras y como quieras, porque para ti los demás no tenemos ningún derecho, eso no es así, —decía hablando muy quedita Lizbeth que siempre hablaba para que le oyera quien estuviera a su lado— yo pediría a Julio que cuente, lo que ocurrió.

Se levantó Rafa haciendo ademán de irse y Julio dijo:

— Voy a contarlo igual, Rafa, aunque te vayas; si no fueras tan cobarde, te quedarías, escucharías y podríamos discutirlo, pero lo voy a contar tal como fue…

— Quédate sentado, Rafa, escucha lo que dicen tus hermanos como ellos te han escuchado a ti —dijo su padre—, mientras la madre lloraba sin gemir, solo de dolor.

Las hermanas le decían a Julio que contara y él se dispuso a contarlo:

— Sí, lo cuento; nadie quería salir contigo, te lo habían dicho mil veces, pero tú presumías de muy hombre y llegaste donde estaban todas y dijiste: «la que no tenga miedo que se venga conmigo», abriste tu bragueta y sacaste tu pollita que no es más larga que el pico de un pajarito…, quizá exagero, pero eso te dijo Luciano, ¿no? «¿cómo va a irse contigo una chica de estas, si tienes una pollita como el pico de un pajarito?».

— ¡¡No fue así!! —gritó Rafa enfurecido.

— ¿No? ¿No fue así? ¿Cómo fue?, ¿dinos tú cómo fue? —silencio y luego prosiguió— ¿Has visto alguna vez la polla de Sebas? Es por lo menos siete veces u ocho más larga que la tuya y más gruesa…

— Basta, por favor, basta; aquí no entran en juego nuestras pollas, ni quien tiene éxito con las mujeres, yo soy gay y ya está, ¿qué le voy a hacer si soy gay? ¿Me desespero y me suicido? ¿Eso tengo que hacer? ¿Es eso lo que queréis que haga para no sentir vergüenza? Soy así, soy gay, tengo la polla larga, los ojos verdes, dicen que soy guapo, que soy inteligente…, no presumo de nada, pero no me avergüenzo de nada, lo que soy y tengo me lo habéis dado vosotros, papá y mamá; por Dios y por favor, soy vuestro hijo, no os avergoncéis de lo que me habéis dado y transmitido. Por lo que más queráis, no me digáis que no soy vuestro; papá, por favor, soy tu hijo, fruto de una vez que amaste a mamá; yo no sé por qué las cosas son así, pero yo soy así, me gustan los chicos, me gustan los hombres… ¿Tendré que daros la culpa de eso? No; os agradezco mi vida como quiera que sea; ¿podéis hacer lo mismo vosotros, ya que me habéis dado lo que soy y tengo?

Se levantó Lizbeth y se fue a abrazar a su hermano Sebastián, siguió Nuria y luego Porfiria. Se levantó Julio y abrazó a su hermano diciendo:

— Sebastián, lo que seas me da lo mismo, quien seas es lo que me importa y quien eres es lo que amo, mi hermano. El que siente vergüenza soy yo porque en mi casa podamos tener esta discusión. Para mí serás siempre mi hermano.

Los padres de Sebastián, al escuchar las palabras de Julio, se levantaron para abrazar también a su hijo. Sebastián no tuvo valor para decir a sus padres y hermanos quien era el amor de su vida y dejó que de momento transcurrieran los días hasta que se hiciera en el seno de su familia un clima más favorable para hablar de los proyectos de su corazón.

***** ***** *****

No mucho más tarde, a los pocos días, Miguel tuvo un desagradable encuentro familiar. En su casa ya sabían de su homosexualidad y la «soportaban» —esta es la palabra que expresa con exactitud la posición familiar, cada uno en sus distintos grados—. No había problema notorio a resaltar. Pero cuando se enteraron que el amigo de Miguel, Sebastián, era también homosexual como Miguel, pensaron lo que era justo y legítimo pensar, que eran algo así como novios o queridos. Destapó lo que cada uno sabía en lo narrado de sus pensamientos, que Miguel es el novio o enamorado de ese chico Sebastian con el que va a todas partes en la moto.

Es el caso que Sebastián había hecho unos trabajos para un vecino y este le pagó comprándole la moto y esperando los servicios de Sebastián como pago del resto del capital invertido en la moto. Esto es algo que sabía Miguel y que no había más remedio que soportarlo, porque el vecino que lo había contratado para que le pintara la casa al principio, acabó para requerirle favores sexuales. Cuando Sebastián se hizo ya íntimo de Miguel le contó que tenía tales y tales obligaciones que acabarían antes de un año y ya no renovaría. Como las obligaciones contratadas, aunque sean de palabra, hay que cumplirlas, Miguel se ofreció a ayudar en esto a Sebastian, lo que por amor no consintió el propio Sebastian con estas palabras:

— De este asunto no hablamos más, yo me comprometí y yo lo he de sufrir, no es agradable el sujeto, te quiero a ti solo para mí y cuando me libere seré todo tuyo.

Miguel sabía que cada vez que Sebastián iba a la casa del vecino era para ser follado a lo bruto y sádicamente, porque era golpeado si no satisfacía los deseos del hombre. Esas noches Miguel no podía dormir pensando en Sebastián y lo que sufría. Cuando Sebastián lo llamaba que ya había salido de la casa del vecino, Miguel que se había masturbado durante ese tiempo dos o tres veces, conciliaba el sueño. A la mañana siguiente lo que deseaba era encontrarse con Sebastián para saber in visu que su amor estaba indemne. Sebastián le enseñaba las marcas producidas por su vecino en el cuerpo. Miguel entonces besaba las heridas o las señales de la fusta y se convertía en el consuelo de Sebastián.

Cuando su madre se puso a hablar del tal Sebastián, amigo de su hijo y que todo el mundo sabía que era un maricón y que se ofrecía a los vecinos y que era un vicioso y una retahíla de cosas falsas que las malas lenguas siempre añaden, destacó que lo peor era la vergüenza para la familia porque lo sabía todo el mundo.

— Si se enteran que es tu amigo o novio o no sé qué, fíjate la vergüenza para nosotros, que todo el mundo sepa que tengo un hijo maricón, sería la vergüenza de mis amigas, que son tan castas y recatadas…, —dijo su madre delante de toda la familia.

— Mamá, cállate, tus amigas lo saben precisamente porque tú, mi madre, se lo has contado a todas y a cada una…; además, para que se conduelan contigo, has inventado un montón de mentiras y me has puesta un montón de novios que «son un quebradero de cabeza para ti». Eso les dices y… ¿temes ahora una supuesta vergüenza porque has descubierto que Sebastian es mi novio? Antes has denigrado a tu hijo ante tus amigas y todo el mundo habla de mí y de mis hermanos por tu culpa, y ¿ahora temes la vergüenza que tú misma te pones? Denigrando a Sebastian, es a mí a quien denigras. Nadie tiene por qué saber dónde inclino mis amores, ¿acaso me dedico a hurgar en las demás familias para saber quiénes y cómo son sus novios o novias? Ya está bien, mamá, por respeto a mi padre y a mis hermanos vivo en esta casa, pero tú para mí, dime ¿qué vales ya?

Miguel salió de su casa y fue a buscar a Sebastián. Subieron en la moto y se dieron un paseo a un lugar solitario donde había hierba y se tumbaron abrazados para pasar las respectivas situaciones por las que atravesaban en sus familias y los últimos rumores del barrio.

Se miraron primero tristes, luego comenzaron a darse cuenta que se tenían ellos a sí mismos como el mayor de los consuelos y se sonrieron. Se besaron, un rato largo estuvieron besándose y revolcándose por la hierba con su ropa. Sebastián se dio cuenta que la camisa de color celeste de Miguel se había manchado del jugo de la hierba rota y aplastada y comenzó a quitarle despacio toda la ropa. Miguel secundó a Sebastian y al poco tiempo quedaron desnudos y besándose muy cariñosamente.

La pasión invadió sus corazones y sus pollas crecieron, se pusieron duras y tenían una erección descomunal. ¡Lo que hace el sufrimiento! Sebastián tomó la iniciativa y quería sentarse encima de Miguel para meterse la polla de su amigo en su culo. Pero Miguel le dijo:

— Tienes más necesidad de desahogarte y para eso también está el amor. Penétrame y ámame hasta que olvides tus penas y sufrimientos.

Como cuando dos corazones se aman plenamente no cabe la discusión, así lo hicieron, se dieron la vuelta y Sebastián quedó tumbado en el suelo con su polla mirando al cielo y Miguel sesentó, lentamente pero sin pausas sobre el pubis y el pliegue inguinal. Se sintió la polla de Sebastián en todo su esplendor ocupando su cavidad anal y de pronto se sintió el hombre más feliz de su vida. Sebastián inició sus movimientos y Miguel lo propicio elevándose y volviendo a bajar. Se miraban con lujuria y la lascivia llenaba sus deseos pero el amor entre ellos supero los demás efectos y se sentían felices sabiéndose el uno del otro.

Todo transcurrió en silencio, se podía escuchar el vuelo de las aves junto los esforzados silencios y suaves gemidos que no se podían suspender. Se querían para ellos, no para los demás. Solo los gestos de sus rostros, sus sonrisas, los silenciosos suspiros y el suave toque de sus manos con el cuerpo propio o del amigo eran un complemento del amor que sentían cada uno por su amante. Tanta intensidad en el amor, se olvidaron de todo lo demás y les sobrevino a la vez los dos el orgasmo con sus insostenibles movimientos, Miguel llenó el pecho y la cara de Sebastian con su esperma, algo cayó también en el abdomen de su amado, mientras su amad llenó sus entrañas con el dulce néctar que supero en todo al de los dioses.

Se agachó Miguel a besar a Sebastian y teniendo el pene de su amante en su interior volvieron a reanudar sus esfuerzos amatorios y obtuvieron el suave candor de Cupido en sus propios corazones. No acabaron ahí porque Sebastian exigió ser penetrado por Miguel y lo hicieron tras recuperar sus fuerzas físicas y sexuales, pues no tenían ningún cansancio síquico sino una renovada fuerza de amarse sin cesar.

Sebastián se puso de medio lado, flexionando la pierna que queda en la parte superior, aunque ambos desconocían lo que estaban haciendo, se sentían muy cómodos. Miguel inició lo penetración desde atrás introduciendo su erecta polla en la abertura anal de Sebastián de modo vertical, no horizontalmente, como en ocasiones anteriores. Les producía una sensación de roce distinta a la que habían utilizado al introducir el pene. Miguel dominaba el ritmo y la intensidad de la fricción, mientras Sebastián podía relajarse mejor por estar tumbado, que es lo que buscaba Miguel, que Sebastián se sintiera bien. Cuando se bastáis daba muertas de cansancio sosteniendo su pierna, Miguel colocó su pierna superior sobra de de Sebastián para mantener mejor su estabilidad.

Como tardaba en venir la eyaculación, no tenía prisa para ellos mientras Miguel controlaba la acción ejecutándola muy suavemente, sacó la polla del culo de Sebastian y enderezando a este para situarlo de lado pero más cómodo sobre la hierba, Miguel, puesto de rodillas con sus piernas semiabiertas, sobre una pierna de del Sebastián mientras sujetaba la otra pierna colocada en su hombro. Otra vez había hecho Miguel lo que sin saber cómo se llamaba había leído en alguna parte; a todos los efectos le produjo una sentida e intensa estimulación del ano de Sebastián y permitía una profunda penetración. El placer que sentían es exquisito cuando Miguel alternaba sus embestidas cambiando el ángulo de penetración. Sebastián quedaba clavado a su amante, apoyado sobre la hierba, y Miguel dirigía todo el movimiento de su expresión amorosa hacia Sebastián. De vez en cuando Sebastián bajaba su pierna del hombro de Miguel, dejándola solamente doblada, estrechando así el ano para sentir mayor sensación.

Por fin llegó la eyaculación que agradecieron primero con satisfacción correspondiendo con movimientos corporales a los espasmos y al concluirán una sonrisa como si jamás hubieran tenido el más mínimo problema, se besaron y se tendieron en el suelo con los brazos abiertos. Allí les pasaron las horas, diciéndose cosas que produce el lenguaje del amor, tanto en el cuerpo con en las palabras. Sabían amarse, querían amarse y pase lo que pase el corazón del uno y del otro, aunque sea la distancia de la eternidad estaría juntos deseándose y amándose a fin de ser uno para para el otro. Allí se prometieron mirándose la los ojos, amor perpetuo. Ambos se sentían muy lejos del resto del mundo y muy próximos el uno del otro, como si tuvieran un solo corazón pues se ponían sus manos en el pecho de su amante y sentían palpitar los corazones al mismo tiempo con el mismo ritmo, el ritmo de su felicidad.

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