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Sexo en la vieja hidroeléctrica -5- un día más tarde

El policía de la Rural deambula por el interior de la vieja hidroeléctrica. Va de un rincón a otro de la ruina buscando pistas del suceso contado por el administrativo. Muestra signos de fatiga después de más de una hora sin encontrar nada significativo.

Resignado, se sienta en unos escalones de lo que fuera la sala principal del recinto cuyo techo se ha desprendido por completo. Mira al cielo despejado y ve a una rapaz persiguiendo a una paloma torcaz.

Se oye el eco de unos pasos. Al cabo, el administrativo hace acto de presencia.

-¡Ah, es usted! Creía que ya no vendría.

-Le suponía en compañía de Chuck Norris y Bruce Lee, dos hombres esenciales en la lucha contra el crimen. No puedo imaginar mejor equipo como apoyo en su investigación.

-Se han quedado en casa. Me ha sido imposible que abandonasen la ficción del dvd.

-No sabe cómo lo siento.

El agente sonríe mientras juguetea con su gorra reglamentaria.

-¿Sigue enfadado?

-¿No me diga que se me nota? Disculpe por mi poca habilidad en el disimulo.

-Está bien. Admito que he jugado con usted y que le he despertado unas equívocas esperanzas con mi actitud.

-Me ha seducido.

-Tampoco exagere.

-Ha coqueteado conmigo. Me prometió contrapartidas. Y sus toqueteos en su sexo no dejaban lugar a dudas

-¡Soy culpable, lo confieso! Y lo siento.

-No lo siente. Lo dice pero…

-No puedo darle lo que quiere. Soy un hombre casado y con familia. Eso es todo lo que puedo decir.

El administrativo mira el reloj.

-Tengo algunas cosas que hacer en casa.

-¿Sabe que su maldición tuvo efectos?

-¿Qué maldición?

-Eso de que las mandíbulas de mi esposa se cerraran como las de un caimán. Me disuadió.

-No le creía tan impresionable.

-Me acordé del caso del militar yanki que sufrió amputación por su esposa. ¿Lo recuerda?

-Vagamente.

-Ya ve; ahora estamos igual: yo le he fastidiado sus citas con su contacto y usted me ha chafado el sexo oral con mi parienta.

El agente no ve la manera de retomar la complicidad con el empleado.

-¿Ya no quiere ayudarme? -pregunta directo.

En su mirada se intuye preocupación.

El administrativo se le acerca con las manos en los bolsillos. Sostiene su mirada y al poco, habla:

-Supongo que soy un ser débil y que si no le ayudo acabaré con sentimiento de culpa.

-Gracias.

-¿Comenzamos lo que sea que necesite? Atardece y quiero regresar a casa lo antes posible.

-Como usted quiera.

¿Dónde cree que pudo suceder el asesinato? He examinado parte de lo queda en pie de este edificio, pero es complicado dar con vestigios después de tantos años.

-Se me ocurre -dice el administrativo – que tal vez la víctima y mi contacto mantuvieran sus encuentros en el mismo punto que los mantiene conmigo. Bueno, mantenía.

-¿Por qué razón?

-Es un rincón escondido. Nadie te ve. Solo te encontraría quien supiera que estás en él.

El agente piensa por unos segundos en la hipótesis.

-¿Dónde está ese rincón?

-¿No lo recuerda? Haga memoria; nos espió.

-Exageré -responde el policía con semblante de circunstancias.

-No comprendo.

-Le seguí un día, sí, pero no vi nada de sus relaciones sexuales. Me quedé fuera unos minutos y me fui.

-Y me mintió con el fin de que yo creyese que le excitaba.

-Más o menos.

Se siente un silencio incómodo.

-Sígame. Le llevaré hasta el sitio.

Los dos se mueven entre cascotes y escombros.

-Supongo que su opinión sobre mí es cada vez peor.

-Supone bien.

Tenga cuidado, aquí hay un agujero. Aunque no sé por qué le aviso.

-Veo que se mueve bien entre los escombros. No anda flojo de piernas. Me gusta la gente de piernas recias.

-¿Trata de piropearme?

-Si lo he hecho, ha sido sin querer, se lo juro.

-Mire, no es necesario que continúe con la farsa. Le ayudaré a cambio de nada. Bueno, no; a cambio de nada, no. Le ayudaré a cambio de un poco de sinceridad ¿Qué le parece?

El agente asiente.

Por fin llegan a un rincón escondido tras una pared. La techumbre todavía se mantiene en el sitio.

-Es aquí.

-Muy oculto.

El policía observa el lugar con detenimiento. Ve unas manchas sobre unos ladrillos caídos.

-Son manchas de esperma, y son mías -informa el administrativo.

-Suyas y de su contacto, imagino.

-Solo mías. El esperma de mi contacto se queda conmigo.

Los dos hombres cruzan una mirada.

-No me mire así. Usted ya lo sabe; lo hemos hablado.

-Cierto, pero…

-Será mejor que le deje hacer su trabajo. Yo me vuelvo al pueblo.

-Pero, hombre, ya que está aquí podría ayudarme a reconstruir los hechos. Le juro que no tardaremos.

-Eso debería de pedírselo a mi contacto.

-Aún no sé si ha contado la verdad. No me puedo fiar.

De verdad, no tardaremos. Se lo pido por favor.

El administrativo empieza a sospechar que le resulta más fácil enfrentarse al policía altanero que a esa versión contrita que tiene delante.

-De acuerdo.

El agente se mueve despacio por la rinconada buscando cualquier prueba de la versión de crimen con la que cuenta.

-¿Cómo actúan usted y su amante cuando se encuentran, qué ritual siguen?

-Por lo general me espera apoyado en esa pared.

El rural se aproxima al muro indicado, todavía con restos de yeso y pintura. Se apoya en él como si fuera el amante.

-¿Qué hacen, una vez juntos?

-Sexo.

-Me refiero a algo especial…

-¿Le parece poco especial?

El agente reconduce su planteamiento.

-Veamos: él ya está aquí, usted llega por donde hemos venido y le saluda…

-Nunca le saludo. Casi nunca hablamos.

-Entonces ¿cómo…?

-Cuando me ve llegar se saca el sexo y se lo acaricia. Ese es el comienzo.

-¿Eso hace?

-Sí.

-¿Siempre?

-Sí, siempre.

Y que lo haga me despierta el mayor de los morbos.

Se escucha un rumor repentino: es el viento que se ha levantado con el ocaso.

El rural se atusa ligeramente el mostacho. Mira al administrativo con los ojos bajos. Parece un animal en busca del punto flaco de una presa.

-Nunca me ha hablado de cómo se acercaron por primera vez -dice en un tono seductor.

-¿Siente curiosidad?

-Pura antropología.

El administrativo se sonríe con sorna.

-No viene al caso en su investigación.

-Colecciono comportamientos. Y lo de ustedes es una oportunidad única: dos hombres inician una relación… carnal.

Las sombras se van apoderando de la vieja hidroeléctrica.

-¿Y si la información es contraproducente para usted?

-¿Me vaticina efectos secundarios?

-Quizás ya los padezca.

-He visto y oído bastantes cosas terribles y escabrosas.

-¿Y qué le tienten?

Los dos hombres saben que se están metiendo en terreno muy pantanoso.

-También -contesta el rural- Confíeme sus comienzos con ese campesino rijoso que tanto le complace. Ese que hace que eyacule mientras le sodomiza… y usted piensa en mí.

El administrativo mira a su alrededor como si buscara una salida.

-Desearía marcharme ahora mismo -dice con angustia.

-Me gustaría escucharle.

-Hijo de puta -musita.

-Lo sé. Pero, por favor… cuénteme.

Las voces de ambos se han reducido a susurros.

-La primera vez que lo vi, cerca del ayuntamiento, me miró con descaro. Pero en esos días todo el mundo en el pueblo me miraba con descaro. Incluido usted.

-Hay que estudiar al recién llegado.

-Es lo que pensé.

Sin embargo, me crucé con él unas cuantas veces más y no dejaba de mirarme de la misma manera.

La cosa ya no era un tema de curiosidad por el recién llegado. Había un interés.

-¿Y cómo constató que ese interés era sexual?

La palabra sexual queda suspendida en el aire por unos segundos, incitando a ir más allá.

-Paseaba una tarde cerca de aquí.

No sé si por casualidad o porque él lo buscó, me lo encontré en el camino.

Nos saludamos cuando nos cruzamos y nada más. Pero andados unos metros, un presentimiento me llevó a parar y volverme. Lo hice y vi que él también había parado.

Esperé una señal.

-¿Llegó la señal?

-Se metió por un desvío del sendero principal. Avanzó unos metros y esperó.

Fui hacia él y en cuanto comprobó que le seguía reanudó la marcha. De vez en cuando se aseguraba de que iba tras sus pasos.

Llegó a la hidroeléctrica, entró. Le imité. Pero una vez dentro, no lo vi.

Oí un ruido, como un baldosín que cae al suelo y se rompe. Seguí la pista.

Ya atardecía y el sitio imponía.

-Como ahora.

-Sí, como ahora.

Ambos hombres se miran.

-Pero la excitación me podía. Hacía más de un mes que no tenía sexo.

Di con él. Lo encontré apoyado igual que está usted ahora. Tenían una mano dentro de la bragueta y se acariciaba.

Se desabrochó y se sacó su virilidad endurecida. Una buena virilidad.

-¿Mejor que la mía?

La pregunta perturba aún más al empleado municipal.

-Nunca he visto su virilidad.

-La vio ayer.

-Apenas. No puedo comparar.

Las manos del agente van a los botones de su bragueta y los sueltan pausadamente. Después, apartan los calzones blancos y dejan libre su sexo duro y palpitante.

-¿Y ahora?

Vencido por la provocación, el administrativo se acerca. Extiende su mano derecha y toma los testículos duros y sueltos. Siente la tibieza de la carne y el tacto suave de la piel del escroto.

Levanta la vista y observa el rostro moreno del agente que mantiene los labios entreabiertos y húmedos.

Sube la mano por el recio tronco de la verga; se topa con la viscosidad pre seminal que desciende abundante desde la punta; deja que se le llene del pringue y de seguido, así impregnada, toma el glande con ella y lo acaricia.

El rural respira profundo en cuanto experimenta los efectos de los juegos sobre su sexo.

La otra mano del empleado ya viaja por dentro de la camisa hacia el pecho ancho y piloso del policía; da con uno de los pezones, duro de excitación, y lo pinza suavemente.

De la boca del agente escapan leves sonidos de satisfacción.

El juego se prolonga. El pre seminal aumenta.

Levanta la mano que atrapaba el sexo y se la lleva a la boca. Lame el líquido frente al agente.

Este le agarra de la muñeca y acerca la mano a su boca para chupar allí donde quedan restos viscosos.

Sin mediar ninguna palabra más, el administrativo hinca las rodillas en el suelo y besa el sexo que se yergue firme frente a su cara.

El rural se deja hacer. Ha puesto sus manos contra la pared y no evita ninguna de las atenciones de que es objeto.

La verga entra despacio en la boca del administrativo. El calor transmitido al miembro reporta un intenso placer a su dueño; y la manera en la que el sexo es degustado aviva el deseo de más y más.

El agente quiere empujar hasta la glotis y traspasarla. Pero el administrativo es dueño de la situación. Imprime el ritmo que quiere y ordena según le conviene. Así, tan pronto el sexo recibe un trato ligero como lo traga al completo, lo atrapa en el fondo de la garganta y lo deglute enérgico.

Para el empleado municipal, otros elementos también son importantes: el olor a cuero viejo del cinto y la cartuchera del arma reglamentaria; el tintineo de las esposas que cuelgan de la parte de atrás del pantalón y chocan contra la pared; la presencia del arma colgada del cinto pese a estar enfundada…

Poco a poco, los pantalones del rural caen hasta casi las rodillas. El empleado soba con sumo gusto la musculatura y termina por agarrarle con las manos las redondas nalgas sin parar de tragar sexo.

Los dedos del uniformado arañan el viejo yeso de la pared crispados por el sabroso placer al que se ve sometido en el rincón más oculto de la vieja hidroeléctrica. Intenta coger la cabeza del mamón y obligarle a tragar aún más adentro. Pero este se lo impide y las regresa a la pared, a arañarla como único método de actuación frente al delirio sensual en el que ha caído.

-¡Joder, me voy a correr! -dice cuando las sensaciones le dominan sin cuartel.

Sus palabras sólo significan un acicate para el administrativo, quien se traga la verga en toda su dimensión, aunque las arcadas sean insistentes e imposibles de evitar.

-¡Joder, me corro, me corro…!

Viene un vacío en la mente, un estallido en el cráneo, un flujo de esperma imparable en la boca del administrativo, un gruñido animal y primitivo…

Después, apenas el eco de las respiraciones entrecortadas por el esfuerzo.

El administrativo, todavía de rodillas, está entretenido en exprimir del sexo las últimas gotas de lefa.

Las manos del agente se posan sobre su cabeza y juegan con su pelo. De pronto, el agente se duele.

-¿Qué le ocurre?

-Nada. He debido de clavarme algo en una uña.

-Déjeme ver.

-No. No tiene importancia -dice el agente buscando no perder la intimidad erótica entre ambos.

-Déjeme -insiste el administrativo.

Examina los dedos de las venosas manos y encuentra un punto oscuro en una de las uñas, la del dedo índice izquierdo. Aprieta y el policía siente la molestia.

-Lleva algo incrustado. Aguante.

Presiona con fuerza y termina extrayendo una pequeña esfera de metal.

-¿Qué es esto? -se pregunta.

El agente saca una pequeña linterna e ilumina el objeto.

-Parece un perdigón.

-¿Un perdigón?

Sus miradas se detienen una sobre otra.

-Un perdigón de cartucho de escopeta de caza – concreta el agente.

Los dos sienten a la vez un pálpito idéntico y enfocan la linterna sobre la pared.

-Mire esos pequeños agujeros -habla el uniformado- Alguien ha disparado contra el muro.

No soy un experto, pero la versión de su “contacto” acaba de ganar muchos puntos en veracidad.

Los dos hombres tornan a mirarse cómplices.

-Ahora sólo nos queda saber qué fue del cadáver ¿Lo enterró, lo escondió, lo arrojó al río…? -añade el policía apuntando con el débil haz de la linterna hacia las penumbras en las que ya se ha hundido la ruina de la hidroeléctrica.

-Si era verano, en el río no habría un caudal suficiente para arrastrar un cadáver muy lejos.

-Y en algún momento lo hubieran encontrado. Yo descartaría el río.

El administrativo se asoma a una oquedad que en tiempos fue una ventana.

-¿A cuánto está el cementerio viejo de aquí?

-A no más de kilómetro y medio…

-¿Y si el parricida ocultó el cadáver en él? ¿Quién iba a buscar un cadáver “ilegal” en un camposanto donde se supone que todos los cadáveres son “legales”?

El agente también se asoma a la oquedad. Medita sobre la idea y dice:

-Haré unas cuantas preguntas. Y usted me facilitará registros del cementerio.

De repente el administrativo se ríe.

-¿Qué le hace tanta gracia?

-Es la primera vez que alguien me pide una gestión oficial con los pantalones a medio muslo y la polla al aire.

El agente cae en la cuenta de que todavía no ha enfundado “su arma”. Algo avergonzado, la guarda.

-No hable de esto con nadie.

-¿Por quién me toma?

-Me refiero a lo que hemos encontrado. De lo otro, lo doy por supuesto.

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