Saltar al contenido

Viernes, 12 de julio de 2019

Hoy fue un viernes con extraordinario masaje. Estoy pensando que quizá no es necesario que me presente cada vez, si al final cuento mis cosas, pues ya sabéis bien, un tío bueno, caliente, bien equipado para la guerra y siempre con ganas de estar en plena batalla. Me gusta ganar las batallas por abandono del enemigo, es decir, que antes se cansen los otros de follarme que yo de que me follen. Me gusta hasta el vicio. Sí, lo mío es vicio en algunas ocasiones o en todas. Es que me pasa que solo ver a un hombre que me mira y ya está. Tengo siempre más ganas de hombre que una soltera a los 45 años. Bueno, a lo que vamos.

Mi primo Alfredo siempre ha sido para mí como un hermano, la relación familiar entre nuestros padres ha sido inmejorable, razón por la que hemos crecido juntos o casi juntos como hermanos. Nos diferenciamos en que Alfredo dice ser heterosexual (?). Yo he consentido siempre que él lo sea; de hecho se ha casado, tiene dos niños preciosos que me quieren con locura, y también se ha divorciado. Además, mi primo es mi amigo, un amigo excepcional e increíble. Mi primo se casó porque tocaba y agarró la niña más bonita del pueblo, pero mala mujer; ¡pobres sobrinos míos! Ya se lo dije a mi primo, no te cases con esa, pero él se empeñó. Dicen que el amor es ciego, pues este amor de Alfredo fue ciego de nacimiento. Se prendó de su belleza y luego tuvo en casa una mujer aburrida, que no se arregla y a la carrera se va afeando más que la mierda. Si lo digo así no es por desprecio, sino porque hasta huele mal. Lo dicen hasta mis sobrinos que son sus hijos, ya me contaréis.

Yo vivo en mi ciudad de toda la vida, ni se me ocurrirá irme a vivir a otra parte, solo que tengo que compartirla con Madrid por suprema necesidad y mientras no haya remedio. Mi ciudad es insuperable porque tiene un mar que vale un huevo y parte del otro, y tiene unas playas nudistas que son lo mejor de lo mejor, no nos han dejado unas calas llenas de piedras como en otras partes, sino con fabulosa arena rubia o blanca, anchas, extensas y tranquilas, y son varias las playas libres de textil.

Mi primo Alfredo viene a casa tan a menudo como puede para ver a su padre, pues su madre ya murió de una feroz leucemia rápida y sin remedio. Como Alfredo ya está divorciado y sin ganas de otra mujer, cuando viene a ver a su padre, pernocta en mi casa. Nos reunimos para tomar un café e intercambiar preocupaciones. En uno de estos viajes me habló de ir a una clínica de masajes. Ese día mientras yo estaba en mis quehaceres laborales, él había ido a «desintoxicarse» —eso es lo que él dice—, como si yo no lo conociera. Me regaló una sesión de masaje en una clínica de masajes en la ciudad. Lo ha hecho por mi cumpleaños. No conocía yo la tal clínica.

— Es una nueva clínica de masajes, —me explicaba Alfredo—; fui esta mañana cuando te fuiste a tu trabajo porque la espalda me estaba matando. El nombre del masajista es Ricardo, aunque él se llama así mismo Getulio; estuvo increíble y pensé que disfrutarías de un buen masaje, así que te regalo esto por tu cumpleaños. Puedes ir cuando quieras.

Bueno, como me gustan los masajes, qué más da que se llame así o de otra manera, con que me toquen y me hagan pasar un rato agradable, me basta. Pensé que esto sería bueno. Pero las malditas ocupaciones me hicieron olvidar la recomendación durante varias semanas. Volvió Alfredo en otro viaje a ver a su padre con la idea de quedarse a trabajar en los negocios familiares. Ya se hizo un hueco en su casa, donde estaba solo su padre y nos comunicábamos más por teléfono. Una noche sonó mi móvil y era Alfredo:

— ¿Ya concertaste una cita con Getulio?

— No, todavía no —le dije—, he estado ocupado, mejor te soy sincero, se me había olvidado.

— Debes hacer esa cita mañana a primera hora. ¡Te alegrarás de haberlo hecho!, —dijo Alfredo.

Tomé nota en la agenda y al día siguiente en la mañana llamé al número que aparece en la tarjeta. Respondió una voz áspera, grave y muy baja:

— ¿Qué se le ofrece?

— Buenos días, oiga que tengo un bono para una hora de masaje y necesito hacer una cita, —le dije a la voz como respuesta.

— ¿Su nombre, por favor?, —preguntó la voz.

— Soy Janpaul, —respondí.

— Jeanpaul, mucho gusto, soy Getulio, el que te dará tu masaje; por cierto eres amigo de Alfredo, ¿no?

— Sí, sí, algo más que amigo, —respondí.

Me quedé muy sorprendido. ¿Cómo podía saber quién era yo?, ¿tanta memoria tiene este tipo? Buena impresión debe de haberle dado Alfredo, tiene una memoria increíble o pocos clientes para que recordara que yo era amigo de Alfredo. Esto es lo que pensaba mientras oía cuchicheos por el teléfono:

— Anotado, Jeanpaul, aunque tu bono es para una hora, estamos haciendo un especial de ‘Dos por Uno’. Por cada hora que reserves, tendrás una hora gratis. Es bueno para los bonos que la gente adquiere para regalar, así que recibirás un masaje de dos horas. ¿Qué tal mañana sobre las 5 de la tarde? Terminaremos hacia las 7. ¿Te va bien?, — preguntó Getulio.

— Perfecto, a esas horas no tengo nada que hacer, me va de puta madre, —respondí.

Al día siguiente, ya estaba yo totalmente deseoso, porque me encantan los masajes, me relajan mucho. Algunas veces incluso me he quedado dormido de tan relajado que estaba. En esta ocasión era de puta madre, porque ese día no regresaba al trabajo, solo iría a casa para tomar un baño relajante e irme a dormir.

Llegué a la clínica de masajes de Getulio. Al recibirme, me saludó muy efusivamente. El tal Getulio es un hombre de color, de raza negra, muy fornido, extremadamente musculoso, iba con camiseta súper ajustada y se le notaba todo el cuerpo como si transparentara. ¡Qué putada de abdominales! Ni que decir que este tío está buenazo. Me dijo que la recepcionista se había ido a casa porque yo era el último cliente del día, motivo por el que cerraría la puerta con llave para que nadie entrara, ya que estaría en la sala de masajes conmigo y no podría atender a quien fuese que llamara.

— Me parece lo más recomendable, —le dije.

Hablamos brevemente sobre mi historia clínica, si había sufrido algún tipo de cirugía, las áreas más problemáticas, los males sufridos, etc., de todo lo que se hace en una historia clínica y que él iba tomando nota en el ordenador. Entonces le corregí mi nombre:

— No soy Jeanpaul, sino Juan Pablo y para ir por casa Janpaul.

— Ya, ya, da lo mismo, porque no me interesan los datos exactos sino la referencia de la persona que viene y saber su estado de salud.

Luego me instruyó sobre lo que acontecería, mis posturas en la camilla, las zonas corporales que le parecían más preocupantes para mi bienestar, etc. hasta que me dijo:

— Desnúdate del todo, coloca tu ropa en las perchas de la pared, y recuéstate en la camilla de masajes boca abajo, cubriéndote el trasero con esa toalla que hay preparada, mientras yo voy calentando el aceite de masaje; regreso enseguida.

Hice lo que me dijo. Cuando me tumbé sobre la camilla, tomé la toalla para cubrirme el culo, esta era una mini toalla para manos o para sudor de frente, era el símbolo de la toalla, pero es lo que había. ¡Apenas me cubría las nalgas! Estuve sobre la camilla esperando escasamente un par de minutos o tres cuando escucho que Getulio me dice:

— ¿Estás listo?

— Sí, estoy listo, —respondí.

Getulio entró estando yo tumbado boca abajo en la camilla y mi cara metida en el orificio facial, ese hueco por donde se mete la cara con el fin de aliviar la postura y poder respirar bien y te permite que la cara, el cuello y la espalda se mantengan en una alineación perfecta, no se puede ver nada mas que el piso directamente debajo del hueco de la cara. Getulio dobló la toalla varias veces y la dejó sobre mi trasero, así que me dejó con el culo al aire. Podía sentir el aire fresco de la habitación en mis nalgas y sabía que la toalla apenas cubría algo allí atrás. Luego, sentí que rociaba por todo mi cuerpo desnudo el aceite tibio del masaje, y las grandes manos musculosas de Getulio comenzaron a frotar el aceite alrededor de mi piel. ¡Qué bueno, el aceite caliente se sentía genial! Mientras sus manos exploraban mi cuerpo, pude sentir que mi polla empezaba a moverse. ¡¡¡¡No, por mi madre!!!!, pensaba yo para mis adentros.

Me di cuenta de que Getulio, como casi todos los masajistas que yo he conocido, había gozado en su trabajo, no solo usaba las manos, sino que sentía la fuerza y la forma de sus antebrazos moviéndose hacia arriba y hacia abajo por mis piernas, mi espalda, mi trasero… La toalla que en algún momento cubría mi raja, ya no la sentía, había desaparecido de allí sin darme cuenta. Las fuertes manos de Getulio presionaban sobre mis músculos con un masaje que llegaba al fondo de toda mi carne. Me sentía de maravilla. Me estaba masajeando la parte baja de la espalda.

— Tienes varios nudos aquí en la parte baja de la espalda. ¿Tienes dolor en tus lumbares?, —preguntó Getulio.

— Sí, me duele bastante en la parte baja de la espalda.

— Sí, tu vida debe ser muy sedentaria, te pasas casi todo el día sentado en la silla frente a un escritorio porque tus glúteos también están duros, llenos de nudos, —dijo Getulio.

Mientras decía esto, su mano empezó a frotarme el culo y a masajearme las nalgas de un lado a otro. Mientras masajeaba las nalgas, sus dedos empezaron a rozar ligeramente por entre las nalgas en torno al arrugado ano. Iba frotando atrás y adelante sobre el agujero. Aplicó aceite junto en mi agujero.

— ¡Esto está muy, pero que muy apretado, querido! —dijo Getulio mientras con un dedo frotaba mi agujero e introducía lentamente una parte de su dedo dentro de mí.

— «¡Aw! ¡Oooooohh!, —se me escapó un suave gemido de placer al presionar Getulio mi agujero.

Me estremeció todo mi cuerpo y pulsé hacia arriba, contrayendo mi culo en torno a su dedo. Al parecer Getulio se sintió invitado y presionó de nuevo su dedo pero aún más profundamente. Tomó el aceite y me aplicó más a mi agujero, haciéndolo muy húmedo y resbaladizo.

Getulio añadió otro dedo, luego otro…, presioné mi cuerpo contra su musculosa mano mientras gemía de éxtasis. Sin previo aviso, Getulio se detuvo inmediatamente y me pidió que me diera la vuelta. Yo temía haberle llevado por mi estremecimiento más allá de lo correcto. Me di la vuelta. ¡Mi plácida polla estaba dura como una roca! Ahora no había manera de disimularlo.

Getulio me masajeó el pecho, los brazos, las piernas, el estómago…, como si no hiciera caso a mi polla que me palpitaba. Sus manos musculosas se sentían increíblemente bien sobre mi piel. Estaba tan caliente que cada pasada de sus manos me hacía sentir un hormigueo por todo el cuerpo, como mariposas en el estómago y calambres en los muslos subiendo hacia mis huevos. Hasta ahora no había podido ver nada más que el piso debajo de mi cara. Confiaba en el tacto más que en la vista, pero al rato de darme la vuelta, abrí los ojos y vi algo increíble: Getulio también se había quitado toda la ropa. Me había estado dando los masajes estando él desnudo. Usar sus antebrazos para masajear era una cosa, pero había estado usando todo su cuerpo; sus pectorales y abdominales eran impresionantes; su piel negra estaba brillando por el aceite de masaje. Su polla estaba sin circuncidar, al igual que la mía, pero ahí es donde nuestras semejanzas acaban, si bien ambos estábamos dotados de buena longitud, su polla es súper gruesa. Sin exagerar, es del grosor de una botella de cerveza, aproximadamente entre 20 y 21 cm. de circunferencia, o tal vez 6,5 cm de diámetro; eché una mirada a mi antebrazo y ese era aproximadamente el grosor. ¡Imposible rodearla con una mano! Ver esa polla hizo que la mía propia saltara aún con más emoción. ¡Joder, qué polla, que me hizo ganas de poseerla donde debiera estar!

Volvió a frotar mi cuerpo y cubrió mi piel con aceite. Me dijo:

— Cierra los ojos y concéntrate en mis movimientos en lugar de en mi cuerpo.

Hice lo que me dijo. Cerré los ojos mientras sus manos corrían por mis abdominales. Luego por el costado hasta los muslos. Sentía cómo su cuerpo se movía hasta la parte superior de mi cabeza mientras notaba que Getulio se inclinaba y frotaba mis abdominales y muslos aún más. Sentí su polla frotar en la parte superior de mi cabeza, por un lado de mi cara. Alcancé su polla y sentí que mis manos se alejaban y volvían a colocarse a mi lado.

— ¡Ya te avisaré cuando sea tu hora de tocar!, —me llamó la atención casi gritando. Esto me excitó aún más.

Getulio colocó sus brazos debajo de mi cabeza y debajo de mis axilas y tiró de todo mi cuerpo hacia la cabecera de la camilla. Rápidamente quitó de la camilla el orificio facial y levantó un poco más mi cuerpo. Esto hizo que mi cabeza se cayera de la mesa hacia atrás. Mis ojos permanecieron cerrados y sentí su lengua en mis labios. Su lengua penetró mis labios y me besó apasionadamente. Entonces sentí su mano en mi frente y en mi barbilla, me forzó a abrir la boca y sentí que su pene negro y duro como una roca se colocaba en mi boca. El olor del almizcle junto con el sabor del presemen que estaba en el meato llenaron mi nariz y mi boca. Su polla entró y salió de mi boca mientras me cogía por la cara. Su polla se frotó contra el lado de mi mandíbula empujando mi mejilla hacia afuera, luego pude ver la cabeza de su polla que empujaba contra el lado de mi boca. Su prepucio estaba tan suelto que mi lengua exploró entre el prepucio y la cabeza de su polla.

Sus manos continuaron explorando mi cuerpo mientras su jodido palo exploraba mi boca. Mi polla estaba goteando con presemen mientras rogaba que me la masturbara. Getulio sacó su polla de mi boca y movió su cuerpo a un lado de la camilla. Su polla rozó mi mano que estaba a mi lado. Levanté la mano y le agarré la polla y las pelotas, sacudiéndolas lentamente de un lado a otro. Sus manos ahora exploran mi propia polla y mis pelotas. Movió el prepucio de un lado a otro. Mi polla estaba lubricada con mi propio presemen. El prepucio estaba tan apretado por la hinchazón de mi cipote que se quedó tirado hacia atrás después que la mano de Getulio lo había retirado. El prepucio de Getulio por otro lado era tan grande y se soltaba tanto que cubría inmediatamente su cabeza de verga negra una vez que mi mano lo soltaba.

— ¡Getulio, por favor, fóllame!, —le supliqué.

Quería esa enorme polla negra dentro de mí. Mi propia polla rezumaba de presemen y sabía que no duraría mucho más antes de que me soltara todo mi semen.

Getulio me ordenó que me pusiera de pie. Me agachó sobre la camilla. Se puso a comerme el culo.

— ¡Jódete, Getulio!, —grité cuando sentí que su lengua entraba en mi trasero.

Su saliva lubricó mi agujero mientras seguía comiéndome el culo. Tomó el aceite de masaje y se untó los dedos y la mano con él. Un dedo… dos dedos… tres…

—¡La puta de tu madre!, ¡jódete, Getulio! ¡Ya no puedo aguantar más, —le suplicaba que parara—, ¿eso es todo lo que puedes hacer, entonces…, todo esto que haces…, no quieres que te folle, ¿eh?, ¡joder, eres un puto maricón de mierda!

Getulio respondió

—Cuatro…»

— Getulio, no puedo más…

—Cinco…

— ¡Jódete tú, Getulio, me vas a romper el culo…

En eso siento que el puño de Getulio estaba empezando a entrar en mi culo… Pensé que me iba a desmayar del dolor… y de pronto sentí que la mano de Getulio se movía y fue reemplazada por su enorme polla negra

— ¡Joder, Getulio, hijo de tu puta madre, esto es una puta mierda, —grité con las lágrimas en mis ojos.

Parecía que notaba su polla en mi garganta. Luego se recostó de espaldas en la camilla. Me ordenó que subiera encima. Su polla no se salió de mi culo. El dolor desapareció rápidamente y sentí su polla venosa rozando contra mi próstata y entonces estaba yo en la eterna felicidad. Reboté de arriba a abajo en su enorme tranca que me follaba y me di cuenta de que le encantaba tanto como a mí.

— ¡Maldito Janpaul! —decía Getulio—. ¡Tu flaco culo sabe cómo apretar tu agujero alrededor de mi polla como nadie más lo ha podido hacer nunca!

Los dos estábamos entusiasmados ya porque nos encantaban los sentimientos que experimentábamos. Mi propia polla rebotó arriba y abajo. Mis bolas colgadas estaban golpeando las bolas de Getulio. Agarré mi verga y empecé a masturbarme. Una vez más, mi presemen se desparramaba y hacía que mi prepucio se deslizara fácilmente en tono a mi cipote. No pasó mucho tiempo y ya estaba listo para correrme. Seguía siendo jodido por el culo mientras dejaba que mi leche saliera volando de mi polla sobre Getulio. Mi semen cayó en la mejilla de Getulio, en sus pectorales y en sus abdominales. El semen estaba en todas partes. Gruesos grumos blancos de semen. El ligero olor de semen llenaba el aire de la habitación. Esto llevó a Getulio al borde del abismo.

— Quiero eyacular mi lefa en tu cara, —dijo Getulio.

Al oír eso, salté de la camilla, haciendo que su enorme polla se saliera de mi estrecho agujero. Me arrodillé delante de Getulio justo a tiempo para que su polla empezara a hacerme explotar grumos de semen por toda la cara. La primera ráfaga golpeó mis labios cuando abrí la boca y tomé el segundo trago que entró directamente a mi boca. ¡Mierda puta, sabía increíble! El tercer y cuarto disparo me dio en la mejilla y en el párpado del ojo derecho obligándome a cerrar el ojo. Más y más disparos saltaban de su tranca y cubrían mi cara. Cuando Getulio cesó de soltar los últimos chisguetes de lefa, tomé su polla y la limpié con mi lengua. Tirando del prepucio hacia adelante y hacia atrás y lamiéndolo hasta limpiarlo. Me dio un beso a mi ojo y limpió con su lengua la lefa que me lo cerraba.

—¡Wow! ¡Eso fue jodidamente increíble! — Le dije con agradecimiento a Getulio por el «masaje».

Me limpié, me vestí y me fui. No podía creer lo que acababa de pasar. Y una sorpresa aún mayor fue que esto vino de Alfredo, mi primo y mejor amigo.

Llegué a casa y después de recuperarme de lo que acababa de experimentar, llamé a Alfredo.

— ¡Gracias, hombre, por el masaje!

Me reí y Alfredo añadió a mi comentario:

— ¡Pensé que te gustaría eso! —Alfredo se reía ahora de mí.

— Sabías que me encantaría, pero mi pregunta es: ¿cómo lo supiste y cómo es que te gustó?, —pregunté a Alfredo.

— Bueno, bueno, un amigo en el trabajo me hizo una broma y me dio una invitación. No tenía ni idea de qué tipo de masaje era, así que fui. Pero, después, supe que te iba a gustar mucho, así que te adquirí un bono para ti —así se explicó Alfredo.

— Vale, vale, yo no digo lo contrario, pero…

— Vale, vale, pero…, ¿qué? —preguntó Alfredo.

— Vale, vale, claro, pero… ¿qué te parece para un hombre heterosexual, casado y con dos hijos? —le pregunté con sorna.

Hubo una larga pausa y luego dijo:

— Digamos que estando casado y teniendo dos hijos, a la vez que divorciado, hice una segunda cita.

Estaba yo aturdido y en silencio, sin saber ni qué decir.

— ¿Qué tienes mañana en la mañana?, —preguntó Alfredo.

— Nada, ¿qué puedo hacer por ti?, —respondí

— Yo tampoco, ¿qué te parece si voy a tu casa, ceno y duermo contigo y así practicamos algo antes de la nueva cita?, —propuso Alfredo.

Diré que esto ha abierto mi amistad con mi primo y amigo Alfredo hasta límites insospechados, además de ser habituales clientes de Getulio, hemos configurado nuestra vida de una manera totalmente nueva e inesperada! Además, sus hijos, es decir, mis sobrinos adoran a su tío Janpaul.

Deja un comentario