Saltar al contenido

Ya soy el puto del equipo (XIX)

Nuevos amigos.

Hoy se ha ido Abelardo a visitar a su familia. Con frecuencia le acompaño, pero como ayer me llamó don Fermín para que fuera a firmar unos documentos urgentes, pasé a ver al papá de Abelardo, charlé con él y le regalé una caja de chocolates para que la llevara a casa como cosa propia.

— Por favor, no diga a sus hijos que se los he dado yo, su mujer se lo imaginará, pero da lo mismo, pero los niños han de amar a sus padres antes que a nadie.

Le avisé que al día siguiente iría Abelardo e igual me animaba yo. Pero Abelardo me ha dicho que disfrute del aire y del sol. De vez en cuando hay que hacer caso a los que te aman.

Había leído en algún lugar de la red que aquella playa era tranquila y solitaria. Ciertamente, por la dificultad del acceso a pie por un camino que va bajando por los acantilados que la rodean, suponía que no habría mucha gente. Cuando llegué a lo alto del acantilado, me sobrecogió la belleza del paisaje. La playa es una cala rodeada de acantilados escarpados salpicados de verde. La arena, de un color tostado, contrasta con el agua color turquesa ya en aquella hora de la mañana. Aproveché para hacer unas fotos, antes de recorrer el último tramo del camino que lleva cuesta abajo hasta ese paraíso.

No había nadie en los alrededores. Aparte de la dificultad del acceso, un martes cualquiera no festivo, fuera del periodo vacacional oficial, esperaba poder pasar todo el día sin más compañía que las gaviotas. Elegí un sitio en el repliegue de un costado de la cala, justo bajo el acantilado. Allí podría disfrutar del sol, no demasiado fuerte en aquellas horas, y con sombra para cuando me agobiase el calor, aunque no era la sombra lo que me apetecía. También me liberaba de gente a mi alrededor si venían porque ellos huyen de la pared del acantilado por si desprende piedras, lo que no ocurre casi nunca a no ser en invierno cuando el agua golpea alto, motivo por el cual es un acantilado.

Extendí el pareo en la arena y me desnudé. Dudé si ponerme el micro slip de baño, pero no había nadie, así que decidí quedarme desnudo. Abrí el bote de crema protectora, me extendí por todo el cuerpo y me tumbé sobre el pareo, sintiendo la suave brisa que soplaba desde el mar. Cerré los ojos y me dejé transportar por el pequeño rumor de las olas, el graznido de las gaviotas y el rumor del viento sobre los pequeños árboles que crecían en las paredes rocosas.

Empezaba a quedarme adormilado cuando, de repente, me pareció escuchar unas voces. Abrí los ojos y miré al camino. Habían aparecido dos tíos que, al verme, se quedaron callados, aunque enseguida volvieron a su conversación. Sin duda, tampoco esperaban encontrar a nadie allí y les había sorprendido mi presencia. Por un momento pensé en ponerme el slip de baño, pero decidí que si aquellos dos llegaban hasta allí también sería para disfrutar desnudos. Escogieron un sitio apartado solo unos quince metros de donde yo estaba. La playa no era muy grande, pero agradecí que no se pusieran demasiado cerca. Además, hablaban en un tono de voz bajo. No nos molestaríamos mutuamente. Volví a cerrar los ojos. Les oía hablar, pero no podía distinguir lo que decían.

Al cabo de un rato se quedaron en silencio. Miré disimuladamente. Se habían desnudado y se estaban poniendo algún protector solar por el cuerpo. Estaban de pie de espaldas a mí, así que me quedé mirándolos descaradamente. Ambos tenían un buen cuerpo, de anchas espaldas, y muy peludos. Sobre todo uno de ellos, el que estaba poniendo el protector al otro, tenía la espalda completamente cubierta de pelo. Sus nalgas eran redondas y firmes y también cubiertas de vello espeso y negro. Extendía aquella pasta incolora por la espalda, también con vello, aunque menos espeso, de su compañero, y bajaba con las manos hacia las nalgas, alargadas y huecos a los lados, me parecieron preciosas. Pensé en cómo me gustaría ofrecerme para untarlos de crema protectora a los dos, y mi verga reaccionó al instante con una ligera pero progresiva erección.

Cuando el más velludo acabó de untar la crema en la espalda de su compañero, cambiaron los papeles y se dieron la vuelta, quedando de frente a mí. Entonces pude contemplar sus torsos, ambos muy abundantes en vello. El que había puesto el protector a su compañero era el mayor, algo así como de cuarenta años, pero su cuerpo presentaba unos músculos perfectamente definidos bajo la espesa mata de pelo que los cubría. Sus huevos colgaban sólidos y pesados varios centímetros por debajo de la base de la verga, bastante gruesa y además semi erecta. Se notaba que le había excitado el contacto con su compañero. Este, por su parte, era algo más joven y estaría por la treintena de años. También muy musculoso y velludo, con todo el pelo completamente negro y barba espesa y cerrada. Su verga parecía más pequeña que la de su compañero, pero también presentaba una erección incipiente. Los huevos no colgaban, sino que permanecían pegados a la base de la polla. Ambos me miraron y, sin duda, se dieron cuenta de mi excitación. Me volví de espaldas a ellos para disimular.

Ya llevaba un rato al sol y el calor empezaba a sentirse, así que me levanté, cuidando de dar la espalda a mis vecinos para no mostrar mi erección, y me dirigí hacia la orilla. En cuanto metí los pies en el agua, pude comprobar que no estaba tan fría como esperaba. Estaba fresca, pero no lo suficiente como para bajar mi calentura. Nadé durante unos minutos. El agua estaba completamente transparente y se podían ver algunos peces que se acercaban curiosos. Salí a la arena, procurando no mirar hacia mis vecinos, y me tumbé sobre el pareo para secarme al sol. Cerré los ojos, y creo que me quedé adormilado, porque cuando los abrí de nuevo vi que la pareja salía del agua y se dirigían a sus toallas.

Saqué de la mochila el iPad en donde leía mis libros y las colecciones de relatos, escogí la novela histórica que estaba leyendo, «Alejandro Magno» de Mary Renault. Miré en dirección a mis vecinos. El más maduro estaba mirando en mi dirección, y se acarició la polla. Yo tomé el gesto como una invitación. Sin bajar el iPad, pasé mi mano derecha por mi pecho depilado. El respondió pellizcándose un pezón. Decidí aceptar el reto, dejé el iPad en la mochila, me puse en pie y me dirigí hacia ellos. Él me miraba sonriente. El más joven estaba tumbado boca abajo y no se había percatado.

— Hola, me llamo Doroteo, aunque casi todo el mundo me llama Doro, —me presenté tendiéndole la mano.

— Hola, Doro, yo soy Lucas, y él es Nacho.

El aludido se dio la vuelta incorporándose:

— ¿Qué tal estás?, —preguntó.

— Encantado, Nacho, —dije estrechándole la mano.

— ¿Vienes con frecuencia por aquí?, —preguntó Lucas.

— No; aunque estoy cerca, no había venido nunca, es la primera vez que lo hago. Me habían hablado de esta playa y miré en la red información para saber cómo llegar. Me costó un poco encontrar el acceso, pero me alegro de haber venido. Es un sitio maravilloso.

— Yo también me alegro de que hayas venido, —respondió Lucas con una sonrisa pícara, al tiempo que me ponía una mano en el hombro. Me gustó que me tocara y sentir al calor y la humedad de un hombre.

Me aproximé a él y eso de besarnos salió con espontaneidad, sí, nos besamos. Nacho se puso en pie y comenzó a acariciar mi espalda. La lengua de Lucas exploraba mi boca y la atrapé con los labios. Mi mano derecha se hundió en los pelos espesos que cubrían su espalda, y con la derecha alcancé el pecho de Nacho. Este se apretó más a mí al abrazarme y nuestras caras se juntaron. Dejé la boca de Lucas para prestar atención a la de Nacho, mientras Lucas me besaba en el cuello. Luego se besaban ellos dos y yo bajaba por el cuello y el pecho de Lucas hasta llegar a uno de sus pezones, que reaccionó inmediatamente al roce de mi lengua poniéndose duro como una piedra al tiempo que Lucas gemía de placer. Luego me ocupé del pezón de Nacho, con resultados similares. Ambos eran muy velludos. Subí con la lengua por su pecho, hasta el cuello, y de nuevo a su boca.

Entonces fue Lucas quien lamió mi pezón, excitándome aún más. Volvimos a besarnos Lucas y yo, con Nacho bajando por el pecho de su amigo, más abajo, hasta llegar a su verga. Empezó una mamada haciéndole gemir sin cesar. Luego dejó la polla de Lucas y se introdujo la mía, completamente tiesa, en su boca. Al principio atrapó el glande con los labios mientras jugaba con su lengua, pero enseguida la engulló entera hasta que con la punta le rozaba el paladar. La mantuvo en esa posición, succionándola con fuerza y arrancándome fuertes gemidos de puro placer. Tras unos momentos, Nacho volvió a mamar la verga de Lucas. Al mismo tiempo levantó las caderas, ofreciéndome su entrada. Yo me coloqué detrás de él, acariciándole su espalda y masajeando sus nalgas, firmes y peludas. Por su parte. Nacho chupaba con ansia la gruesa polla de Lucas. De vez en cuando la sacaba de su boca para lamerle los huevos. El glande de Lucas, muy grueso, brillaba húmedo de saliva. Nacho recorría con la lengua toda la longitud de la polla desde los huevos hasta el glande, para luego introducírsela de nuevo entera en la boca. Yo, por mi parte, separé las nalgas de Nacho para descubrir su agujero. Puse mi polla sobre él y la exprimí para extraer un grueso goterón de líquido lubricante que extendí luego con la punta del glande.

Nacho gimió y se apretó más contra mí obligándome a presionarle en su agujero. Separé aún más sus nalgas y presioné firmemente con mi polla sobre su entrada, que inmediatamente se abrió franqueándome el paso. Entró el glande y luego mi polla se deslizó con suavidad hasta el fondo. Su culo se ajustaba perfectamente y podía sentir sus músculos exprimirme la verga. Empecé a moverme lentamente dentro de él. Sus gemidos subieron en intensidad mientras no dejaba de mamar a Lucas. Este, por su parte, también empezó a mover sus caderas follándole la boca cada vez más fuerte. Yo fui acelerando el ritmo poco a poco. Le agarré por la cintura para facilitar mis embestidas. Lucas se apoyó sobre mis hombros y se inclinó hacia delante. Comenzamos a besarnos sin dejar de follar a Nacho, él en la boca y yo su culo glotón. Yo sabía que no iba a aguantar mucho más. Se la clavé bien hondo, arqueando mi cuerpo para que penetrara bien, y un chorro de esperma le inundó las entrañas. En ese momento, Lucas también descargó su leche en la boca de Nacho.

— ¡Ohhhh, sí, joder! ¡Trágatela toda! hmmmmmmm.

Seguimos bombeando hasta que nuestras pollas dejaron de echar leche. Entonces, Nacho se incorporó, besó a Lucas y luego a mí. Pude sentir el sabor de la leche de Lucas en su boca. Me puse de rodillas delante de Nacho. Su polla estaba a punto de reventar. Era larga, aunque no muy gruesa. La cogí con dos dedos y tiré del prepucio atrás para descubrir el capullo. Apareció sin dificultad el glande, rosado y brillante, más grueso que el resto de la verga. Lo besé antes de introducirlo entre mis labios y jugar con la lengua en la raja del meato. Presioné ligeramente para introducirla, y Nacho lanzó un gemido. El glande sabía a sal marina. Lucas lo tenía abrazado desde atrás, le acariciaba el pecho y le pellizcaba los pezones. Introduje la verga en mi boca. Al retirarla, dejé que el prepucio cubriera de nuevo el glande. Con los labios retiraba el prepucio y luego dejaba que volviera a cubrirlo. Lo hice varias veces porque eso parecía gustarle a Nacho.

Lamí todo el tallo y bajé hasta los huevos. Eran grandes pero no colgaban como los de su compañero o los míos. Nacho empezó a mover las caderas, pero Lucas lo mantenía sujeto desde atrás y bajó la mano para sujetarle por la cintura. Quería que fuera yo el que fijara el ritmo. Decidí alargar la situación el mayor tiempo posible. Fui subiendo con la lengua por el rabo hasta llegar de nuevo al capullo. Retiré la piel con los labios y jugué con la lengua sobre el glande. Luego empecé a mamarle más fuerte, bajando la cabeza por su polla hasta introducirla del todo para luego volver a sacarla, cada vez más rápido. Cuando notaba que Nacho se acerca al punto de no retorno, sacaba su polla de mi boca y le lamía los huevos. Mientras, Lucas no paraba de acariciarle el pecho y los pezones y besarlo en la boca. Lo mantuve así durante al menos quince o veinte minutos. Me rogaba entre gemidos que lo dejara acabar, que quería darme su leche. Yo también quería recibirla. Al fin, introduje su polla hasta el fondo de mi garganta y empecé a tragar. Eso le llevó al tope y, con un grito, empezó a descargar su semen. Fueron cuatro o cinco chorros de lefa, que golpearon con fuerza contra el fondo de mi garganta, seguidos de un fluir más lento pero continuo que me esforcé en tragar para no dejar escapar ni una gota. Continué chupando la verga hasta que perdió rigidez.

Nacho jadeaba con una sonrisa bobalicona en su cara.

— ¡Joder, macho! ¡Qué buena mamada me has hecho!

— Ha sido un verdadero placer —respondí— tienes una polla formidable, y me has dado una buena ración de leche.

— Tú me has llenado antes el culo, —dijo él.

— Vamos al agua, —dijo Lucas.

Se dio la vuelta y se dirigió hacia la orilla. Yo me puse en pie, di un beso rápido a Nacho y seguí a Lucas. Hacía ya mucho calor. La mamada a Nacho me había vuelto a excitar y mi polla estaba semi erecta. Lucas se zambulló en el agua. Fui tras él y me tiré de cabeza. Llegué buceando hasta él. Debajo del agua vi que su polla también estaba erecta. Di un beso rápido en el glande antes de sacar la cabeza del agua. Lucas estaba riendo.

— Me excita mucho ver cómo follan a Nacho o, como ahora, cuando le hacen una buena mamada como la tuya. De hecho, he estado a punto de follármelo otra vez.

— Ya lo he visto, —respondí.

— Es que eso que le has hecho me estaba poniendo a mil; eres un puto maricón en toda la regla y le has hecho gozar.

En ese momento llegó Nacho junto a nosotros y preguntó:

— ¿De qué hablabais? Seguro que nada bueno.

— Estaba diciendo lo mucho que me ponéis, —decía yo— sois guapísimos los dos; me encantan vuestros cuerpos peludos.

— Tú también eres muy peludo, lo que pasa es que te depilas todo, todo, todito y eso también me pone a mí verlo en los demás, — dijo Nacho.

— Sí, es verdad, —dije riendo, y le salpiqué agua con las manos.

Estuvimos un rato jugando en el agua, abrazándonos, besándonos y echándonos bajo el agua unos a otros. Cuando ya empezamos a sentir el frío del agua, decidimos salirnos al sol. Recogí mis cosas y extendí mi pareo junto a sus toallas. Nos quedamos tendidos al sol, secándonos y recuperando el aliento.

— ¿Tenéis sed? Traje unas cervezas, — les ofrecí y aceptaron encantados.

— Y vosotros… ¿venís mucho por aquí?

— Siempre que podemos, —respondió Lucas.

— Pero en esta época es mejor. En el mes de agosto puedes encontrar más gente y no hay tanta libertad; aunque a veces hemos montado una buena fiesta con dos o tres que estaban aquí, —apostilló Nacho guiñándome un ojo.

— ¿En serio?, —dije sorprendido.

— Sí, —continuó Nacho—, recuerdo una vez que había cerca de diez personas aquí: un par de matrimonios y luego tres tíos solos. Los tres tíos nos estuvieron tirando los tejos todo el día, pero tuvimos que esperar a que se fueran los matrimonios. Cuando nos quedamos solos… ¡machoooo!, menuda orgía organizamos entre los cinco. Los tres eran maduros, pero tenían buen aguante.

— ¿Te acuerdas del que llevaba bigote blanco? —intervino Lucas—, menudo pollón tenía el tío. ¡¡Y cómo mamaba!!

— Sí, y el moreno que era un pasivo a rabiar; ¡joder! nos lo follamos los cuatro y el tío aún quería más.

— El del bigote se lo folló dos veces. Y yo creo que se lo hubiera podido follar una tercera. Seguía con la polla tiesa cuando se marchó.

— Es verdad, —rió Lucas.

— Y tú le habías hecho una mamada nada más empezar, mientras él te la mamaba a ti, ¡cabrón!

Con aquella conversación yo me estaba poniendo a tono otra vez y mi polla había empezado a temblar.

— Me parece que nuestro amigo Doro se está aburriendo con nuestras historias, —dijo Nacho riendo.

— Pues yo creo que al contrario, se está animando, como yo, — respondió Lucas echándose para atrás y mostrando su verga que comenzaba a hincharse palpitante.

— Hmmmmm, qué rica polla tienes, —dije yo relamiéndome.

— ¿La quieres? Es toda tuya.

No me lo tuvo que pedir dos veces. Me incliné y empecé a mamarle el rabo. Lo sentía crecer dentro de mi boca, hincharse y estirarse hasta llenarme por completo. Lo metí más hondo y entonces comprobé que era más larga de lo que parecía, pero el vello largo y espeso ocultaba parte de su longitud. Aprecié su sabor salado de agua de mar. La polla crecía y se endurecía cada vez más, acompañada de los gemidos de aprobación de Lucas. El glande estaba al descubierto por completo, rosado, grueso y brillante. Me encanta mamar una buena polla, y la de aquel hombre era de las mejores que había tenido ocasión de probar. Además, su cuerpo, completamente cubierto de pelo, me ponía a tope. Agarré sus huevos, grandes y pesados, y los masajeé con mis manos.

— Espera, espera, —dijo él— no me hagas acabar todavía. Túmbate.

Yo obedecí y me tumbé boca arriba. Lucas se colocó entre mis piernas y empezó a comerme la polla mientras Nacho me hundía su lengua hasta la garganta. Mis dedos se enredaban en el pelo de la espalda de Nacho. Él me pellizcaba los pezones mientras Lucas me comía el rabo. Me acarició los muslos y bajó hacia mis nalgas sin dejar de mamarme. Levanté las rodillas para permitirle que me tocara el culo. Empezó a masajearme las nalgas y noté su dedo pulgar introducirse entre ellas. Levanté más las piernas y las apoyé sobre sus hombros para facilitarle el acceso. Su dedo presionó sobre mi agujero intentando entrar. Me estaba acercando al límite. Lucas abandonó mi verga y me levantó las piernas para hundir su cara entre mis nalgas. Su lengua exploró mi raja hasta introducirse ligeramente. Me estaba lubricando y dilatando para lo que vendría después. Nacho se incorporó y me ofreció su polla para que la mamara. Se retiró la piel con los dedos para descubrir el glande, que me apresuré a lamer y chupar. Me agarró la polla con la mano y la exprimió.

— Joder, tío, cuánto mojas, la tienes chorreado.

— Sí, echo mucho líquido, —contesté— espero que no te dé reparo.

— Al contrario, me encanta, —y se llevó la mano a la boca para lamer mi líquido preseminal.

Lucas seguía comiéndome el culo y mojándomelo con su saliva. Entonces introdujo un dedo, y luego otro, y empezó a moverlos para dilatarme bien. Nacho me estaba follando fuerte la boca, pero se detuvo antes de correrse. Sacó su polla de mi boca y pasó a chuparme la mía. Lucas dejó mi culo y se puso delante de mí para que volviera a chupársela. Su glande estaba muy hinchado, la piel brillante y tersa. La introduje en mi boca y fui ampliando los movimientos hasta que conseguí tragarla entera. El glande golpeaba en el fondo del paladar con cada embestida. Cuando notó que se acercaba al final, se retiró y se tumbó a mi lado para lamerme los pezones. Eso me vuelve loco, y con la mamada que me estaba haciendo Nacho, noté que estaba a punto. Empujé la cabeza de Nacho para indicárselo y él dejó de mamarme para volver a comerme el culo. Me lo lubricaba con su saliva y me lo abría con los dedos.

— Ven, siéntate aquí, —dijo Nacho al tiempo que se tumbaba boca arriba y mantenía su polla tiesa apuntando al cielo.

Me senté a horcajadas sobre su miembro, lo dirigí con la mano hacia mi agujero y fui bajando lentamente para introducirlo. Cuando estuvo dentro, me mantuve inmóvil durante unos instantes, sólo contrayendo los músculos del culo para masajearle la polla.

— ¡Ohhhhh, tío, que buenoooo! ¡Qué culo más tragón tienes!, —exclamó.

— ¡Hmmm, sí, qué buena polla! ¡Quiero que me folles duro!, —repliqué con gusto.

Empecé a cabalgar sobre su miembro, casi sacándolo de mi culo para luego bajar y clavármelo hasta el fondo. Lucas se puso de pie delante de mí y me ofreció su verga, dura como una barra de acero. Se la mamé de manera casi salvaje siguiendo el ritmo de mi cabalgada. Lucas se pellizcaba los pezones mientras me follaba la boca. Tras unos minutos, lanzó un grito, se tensó y el semen empezó a brotar, caliente y espeso. Aún así, no redujo el ritmo de su bombeo ni su polla perdió rigidez. A los pocos minutos, una nueva descarga bajaba por mi garganta. En ese momento, Nacho lanzó un gemido y noté su leche brotando con fuerza de su polla y llenándome las entrañas.

Me tumbé agotado sobre la arena con la polla de Nacho dentro de mí. Mi polla se erguía palpitante y necesitaba descargar. Nacho se salió de mí, se acercó y se ocupó de mis pezones. Lucas empezó a chuparme la verga hasta que noté el semen subiendo desde mis huevos y varios chorros se estrellaron contra el fondo de su garganta. Todo mi cuerpo temblaba por la intensidad del orgasmo. Lucas mantenía mi polla en su boca sin dejar escapar ni una gota. Nacho y yo nos besamos con fuerza. Nuestras lenguas se exploraban mutuamente. Yo acariciaba su espalda peluda y él dejaba volar sus manos por mi pecho suave, limpio y depilado. Lucas mantenía mi verga, aún erecta y extremadamente sensible por la corrida, en su boca, pero él no se movía, solamente la dejaba dentro, palpitante, a la espera de que perdiera su rigidez. Mientras, me acariciaba el vientre y los muslos. Los besos de Nacho, la calidez de la boca de Lucas y las caricias con que regalaban mi cuerpo conseguían mantenerme excitado, de forma que estaba alargando la erección.

La lengua de Lucas empezó a moverse lentamente masajeando mi polla. Sin mover la cabeza inició unos movimientos de succión que me llevaron a la gloria. A los pocos minutos le di una nueva ración de leche, que volvió a tragar entera. Quedé agotado y jadeante. Nacho se tendió a mi lado, y Lucas trepó por mi cuerpo hasta quedar tendido sobre mí. Nos dimos un beso prolongado. Su boca sabía a mar y semen. Pude sentir el calor de su cuerpo apretándose contra el mío y su erección palpitante entre mis piernas. Le abracé con fuerza y bajé las manos hasta su culo redondo y peludo. Apreté sus nalgas y flexioné las piernas dejando mi entrada al descubierto. Sin dejar de besarnos, dirigió su enorme miembro a mi agujero y presionó suave pero firmemente. Su polla era gruesa, pero mi agujero estaba lubricado por el semen de Nacho, que resbalaba lentamente desde el interior. Relajé los músculos para permitirle la entrada y, poco a poco, centímetro a centímetro, noté cómo me iba dilatando y se deslizaba cada vez más hondo.

A veces paraba su avance y retrocedía un poco, para luego introducirse algo más profundo. Tras unos minutos, Lucas inició su bombeo, al principio muy lentamente, dejándome sentir cómo su gruesa polla se retiraba creando una sensación de vacío para luego volver a entrar más y más profundamente. Fue acelerando el ritmo de sus embestidas. Sus huevos, gordos y rotundos, golpeaban contra mis nalgas. Entonces se puso tenso, me la clavó hasta dentro, y con un gruñido se vació dentro de mí. Luego, de nuevo un bombeo más lento, hasta quedar completamente exhausto y sudoroso contra mi pecho.

— ¡Joder, macho! ¡Qué gusto da follar contigo!, —dijo jadeante.

— Gracias, el placer ha sido mutuo, —respondí riendo y abrazándole le remarqué:— hacía tiempo que no me corría así. Me habéis vaciado los huevos y me habéis llenado bien con vuestra leche.

Quedamos los tres tendidos sobre la arena hasta que recuperamos el aliento. Notaba el semen de los dos hombres resbalar entre mis nalgas.

— Vamos al agua, por favor, necesito refrescarme, —propuse.

Fuimos los tres a bañarnos y jugar un rato en el agua antes de comer.

— Te quedarás a comer con nosotros, ¿verdad?, — invitó Lucas.

— Tenemos tortilla de patatas y filete empanado, como debe ser, —rió irónicamente.

— Pues acepto encantado; he traído algunas latas, así que ya tenemos también el aperitivo.

— ¿Dónde estás alojado?, —preguntó Nacho.

— Tengo mi casa en la otra esquina de la playa, justo en el Km 26, una cuya pared de cara a la carretera es de color ocre.

— ¡Hombre, nosotros hemos alquilado para todo el verano cerca de donde estás tú, pues! Podemos quedar a cenar cualquier día.

— Si lo deseáis esta misma noche os invito a mi casa; mi novio hoy ha ido a visitar a sus padres, pero no va a tardar y le va a encantar conoceros, a no ser que tengáis otros planes, —dije.

— No, no tenemos planes, y estando tu novio…, aún me parece más estupendo. ¿Conoces algún buen sitio para cenar?

— Sí, claro, mi propia casa y os quedáis allí la noche, es muy grande, y no necesitamos cama, nos vamos al tatami los cuatro. La casa está separada y con jardín, nadie nos escuchará.

Aceptaron la propuesta y me quedé imaginando una cena con mis nuevos amigos en mi casa, y lo que podría dar de sí la velada. Abelardo se pondría feliz.

Mientras comíamos y charlábamos animadamente, no podía dejar de admirar sus cuerpos, fuertes y peludos. Lucas tenía el pecho salpicado por algunas canas, pero el vello de Nacho era completamente negro. También notaba sus miradas sobre mí. Y, a juzgar por cómo vibraba a veces la verga de Nacho, le gustaba lo que veía.

— Te gusta ir depilado, por lo que veo, —dice Nacho.

— Sí, —dije— voy más fresco, sudo menos y huelo mejor.

— No te gusta oler a macho…, —interpeló Lucas.

— No, no es eso, es un gusto que se ha convertido en costumbre, —respondí.

— ¿Has ido a una depiladora a que te saquen todo?, —preguntó Lucas.

— No, antes me depilaba yo, ahora nos depilamos mi novio y yo uno al otro y sirve también para darnos placer…, —respondí con una pícara sonrisa.

— Claro que sí, tal como estás depilado todo el cuerpo ha de haberte tocado bien tocado…, —dijo con mucho humor Nacho.

— Claro que sí, y yo lo toco igualmente a él pulgada por pulgada…, si queréis un día os depilamos a los dos, —respondí.

— Pero luego sale el pelo y pica…, dijeron casi a la vez los dos.

— No, lo que pasa es que se nota todo el cuerpo, cuando te depilas se nota y cuando va creciendo se nota y te da gusto al andar como si te estuvieran tocando, —respondí con intriga.

— Mira, mira, qué caprichos más rebuscados y el placer que les da —decía Nacho—, hasta por probar me depilaría si no hace daño y no hace sangre.

— Nada, ningún daño, si queréis la semana próxima, el día que nos toca a nosotros, primero lo veis y luego si queréis os depilamos, estaríais más guapos, menos machos, más afinados, pero más guapos.

— ¡Joder! Me están entrando ganas, —dijo Lucas.

Cuando acabamos de comer, nos echamos una siesta sobre la arena. Sólo se oía el rumor de las olas y los graznidos de las gaviotas. Al despertar, nos dimos otro baño antes de volver al pueblo. Nos despedimos en el aparcamiento, y quedamos en vernos en mi casa a la hora de la cena, es decir a las 8 de la tarde.

Habíamos quedado en que yo prepararía el postre. Ellos querían cocinar en mi casa y traerían todo lo necesario. Al llegar a casa me di una ducha rápida para quitarme el salitre. Luego me puse un short jean muy cortito para esperar a Abelardo que no tardaría y le hablaría de mis nuevos amigos antes de que llegaran. Se me ocurrió acercarme a una pastelería de la urbanización y compré una tarta de chocolate.

No tardó en llegar Abelardo con la cara sonriente. Apenas entrar y besarme, me cuenta que sus hermanos estaban felices con una caja de chocolates que les había dado su padre, que eso ya era un progreso. Yo me sonreía de contento, porque la mamá ni el papá le habían dicho nada. También Abelardo necesita que estos detalles le sorprendan para que su cariño a sus padres sea más intenso. Le conté que iban a venir unos amigos a preparar la cena y a cenar. Le conté también los detalles del día y me miró ni contento ni disgustado ni alegre ni triste, solo dijo:

— Se trata de que lo pasemos bien, ¿no? Pues vale.

Tardaron apenas quince minutos en llegar. Llamaron a la puerta y salí a abrir. Allí estaba Nacho cargado con dos cestas y una olla especial. Miré a diestro y siniestro y Nacho dice:

— Ahora viene Lucas con las demás cosas.

— Anda pues pasa, que yo espero.

Avisé a Abelardo y se vino a saludar, pero no había manos, así que besó a Nacho y se lo llevó a la cocina para poner las cosas.

Al momento llegó Lucas feliz con otras dos canastas y una mochila. Lo acompañé a la cocina.

— Vamos a preparar la comida, saca unas cervezas para vosotros y nosotros. El secreto es nuestro. Vosotros a la televisión.

— ¿Es eso un baño? —preguntó mirando una puerta.

— En efecto, —le dije.

— Vamos a cambiarnos para no ensuciar nuestra ropa.

Salimos a la sala y decidimos poner un mantel en la mesa baja del salón y comer allí para no estar tan formales. Abelardo me recordó que en el congelador del sótano había unas cervezas y que debíamos sacarlas para que no reventaran. Fuimos, las sacamos todas y entramos en la cocina para darles algo más fresco y ponerlas en la nevera de la cocina.

Entré en la cocina y me encontré a Nacho, que llevaba puesto un delantal. Por la parte superior del delantal sobresalía el vello negro de su pecho. Me quedé parado, porque le veía las piernas.

— Pasa— me dijo sonriente— ya estoy preparando la cena.

— He subido estas cervezas y este postre, —dije yo.

— Será mejor meter esa tarta en la nevera.

Nacho cogió la tarta y se dió la vuelta para ir a la cocina. Entonces me fijé en que no llevaba nada puesto debajo del delantal, y los ojos se me fueron a sus nalgas peludas. En ese momento apareció Lucas, completamente desnudo también.

— ¡Hola, Doro! —saludó con un beso en los labios.

— ¿No os ponéis cómodos? Esto es una cena informal. Y además nos gusta estar en pelotas siempre que podemos, y en casa es casi obligatorio.

Miré a Abelardo para ver su parecer y dijo:

— Esto ya comienza a gustarme. Pensaba que íbamos a tener unos tíos aburridos.

Decidimos dejar nuestro short y camiseta en el baño de la cocina. Nos acompañó Lucas al baño para recoger un poco su ropa que había extendido en toda la banqueta. Me quité la camiseta y la dejé en la banqueta y lo mismo hice con el short.

— Ah, pero no llevas interiores.

— Casi nunca.

— Bien peladito y aireadito, qué guapos sois los dos.

Me abrazó o comenzó a morrearme. Le seguí la corriente. Luego me mandó afuera con estas palabras:

— Ponte un delantal y ayuda a Nacho.

Se quedó con Abelardo y desde fuera yo escuchaba los morreos entre los dos:

— Venga, Nacho nos espera, —escuché que le dijo y se salieron.

Yo ya me había empalmado, y vi que Abelardo y Lucas también. Nacho estaba preparando unas gambas a la plancha y Lucas se puso a preparar una ensalada.

— ¿Qué queréis que haga? —pregunté.

— Puedes ir abriendo unas cervezas —respondió Nacho.

Abrí la nevera y cogí cuatro botellines. Le di uno a Lucas y le ofrecí otro a Nacho.

Y me dijo:

— Espera, que tengo las manos ocupadas con las gambas. Déjamela ahí encima. ¿A ver? Sí, tú también estás empalmado, como Lucas. Y ahora yo también. Pero tendréis que esperar a después de la cena —me guiñó un ojo—, venga, esto ya está, vamos a la mesa.

Fuimos todos al salón, le di su cerveza a Abelardo y nos sentamos a la mesa. Dimos buena cuenta de las gambas y demás viandas, hasta acabar con la tarta de chocolate. Habían caído unas cuantas cervezas.

— ¿Os apetece tomar una copa?, —dijo Abelardo.

— Claro, —respondí.

—Quedaos en el sofá mientras Lucas y yo recogemos esto, —dijo Abelardo.

—¿Qué quieres tomar, Nacho? Yo tomaré un ron, —dijo Lucas.

— Sí, un ron estará bien.

— ¿Lo tomáis solo?, —pregunté.

— Sí, es un ron especial y sería un crimen mezclarlo con nada, —dijo Nacho.

— De acuerdo, pues un ron solo.

Nacho y yo nos sentamos en el sofá, mientras Lucas con Abelardo fueron a la cocina con los platos de la cena y a preparar la bebida. Regresó con cuatro vasos con hielo y la botella de ron. Lo dispusieron todo en la mesita y se sentaron con nosotros antes de empezar a servir la bebida.

— Vamos a brindar, —propuso Abelardo mientras nos repartía los vasos.

— Por las nuevas amistades.

Chocamos nuestros vasos y bebimos un sorbo. El ron era excelente. Lucas, que se había sentado junto a Abelardo y frente a nosotros, dejó su vaso sobre la mesa y posó su mano derecha sobre una rodilla de Abelardo. Luego se tocó sus genitales con su otra mano. Nacho y yo empezamos a besarnos. Yo acaricié la espalda peluda de Nacho, enredando mis dedos en el espeso vello que la cubría. Acaricié los hombros y bajé por la cintura, hasta llegar a sus nalgas. Lucas entonces se volvió y le dio un beso húmedo y prolongado a Abelardo.

La mano de Lucas recorría la pierna de Abelardo desde la rodilla subiendo por el muslo, pero sin llegar a tocar la entrepierna, que ya veíamos completamente erguida. Lucas le estuvo besando alternativamente mientras le cubría el cuerpo de caricias.

Nacho, entonces, separó la mesita para arrodillarse delante de mí. Empezó a besarme en la polla antes de metérsela por completo en su boca. Yo gemí y Lucas gimió porque Abelardo le estaba mamando su polla tras haberlo recostado en el sofá.

Yo me dediqué a mordisquear los pezones de mi amante, que se endurecían bajo mis labios, y a lamer el vello de su pecho. Levantó los brazos y hundí mi cara en su axila izquierda. Sus gemidos aumentaban en intensidad según Nacho aceleraba su mamada. Pronto le tocó el turno también a mi polla. Nacho se apresuró a lamer el abundante líquido transparente que brotaba de la punta.

Lucas, mientras tanto, le dio un beso a Abelardo hundiendo su lengua hasta la garganta. Luego fue bajando por el cuello, hasta llegar a los pezones. Cuando le empezó a lamer el pezón derecho, un escalofrío le recorrió entero a mi novio, lanzando olas de placer por todo su cuerpo. Yo disfrutaba por partida doble, por lo que me hacía Nacho y por lo que Lucas le hacía a Abelardo.

Entonces Nacho se levantó, se dio la vuelta, y se sentó sobre mis piernas. Dirigió mi verga, bien lubricada, hacia su agujero y bajó lentamente hasta que la tuvo toda dentro. Empezó a cabalgarme lentamente. Yo podía sentir cómo mi miembro se deslizaba centímetro a centímetro dentro de su culo.

Lucas y Abelardo se aproximaron sobre la Alfombra y se colocaron de pie delante de Nacho y le ofrecieron sus gruesas polla, que Nacho empezó a mamar rápidamente, primero de modo alternativo y luego las dos juntas en su boca, mientras Lucas y Abelardo se besaban, metiendo y enroscando sus lenguas en sus bocas alternativamente.

Abracé a Nacho desde atrás y le agarré su verga con la mano. Se la frotaba al ritmo de sus cabalgadas. Con mi polla en su culo, las de Lucas y Abelardo en su boca, y mi mano masturbándole, no pasó mucho tiempo antes de que varios chorros de semen se estrellaran contra su pecho. El resto fue resbalando por mi mano hasta su vientre y sus huevos. Nacho siguió cabalgándome unos minutos más. Su polla había dejado de manar leche, pero seguía rígida y palpitante.

— Vamos a cambiar, —dijo Lucas. Se separó de Nacho y Abelardo para que se levantase Nacho, y me indicó que me tumbara en el sofá. Lo hice y él se colocó entre mis piernas. Me agarró la pierna izquierda y se la echó sobre el hombro, dejando la otra colgada fuera del sofá. Mi culo quedaba totalmente abierto. Me exprimió la polla con su mano para extraer un grueso goterón de líquido lubricante que extendió por su propio miembro, lo apuntó sobre mi agujero y presionó. Esta vez no lo hizo lentamente como en la playa, sino de un solo empujón. Su gruesa verga se abrió paso dentro de mí provocándome un dolor agudo y ardiente. Mi cabeza parecía que iba a estallar mientras aquel ariete me partía en dos por dentro. Lancé un grito de dolor e intenté levantarme para expulsarlo, pero desistí por amor propio. Lucas, entonces, empezó a bombear con fuerza. Mis músculos fueron acostumbrándose a la invasión de su miembro y el dolor fue sustituido por un placer cada vez más intenso. En cada empujón, la polla de Lucas rozaba mi próstata, provocando que gruesos goterones de líquido preseminal se vertieran sobre mi vientre.

Nacho, mientras tanto, se había colocado a mi lado encima de Abelardo que estaba tumbado en la alfombra boca abajo con la cabeza de lado y el culo ofrecido a Nacho, que comenzó a perforar, agarrándose de mi polla, aún tremendamente rígida, para masturbármela.

Las embestidas de Lucas eran cada vez más profundas. A sus jadeos se unía el ruido de sus pelotas golpeando contra mis nalgas en cada empujón. Nacho también comenzó a mover sus caderas, follando el culo de Abelardo hasta lo más profundo. De nuevo no tardó mucho en correrse. Su semen, caliente y espeso, inundó el interior de Abelardo cuya boca babeaba lleno de placer.

El bombeo de Lucas aumentó en intensidad, enviándome a la órbita del placer. Aún con la masturbación suave que me hacía Nacho mientras follaba a Abelardo, mi polla empezó a disparar chorros de leche que aterrizaron sobre mi pecho y vientre. Con cada empujón de Lucas, un nuevo chorro de semen mojaba mi barriga.

Nacho ya se había arrodillado tras verter su voluminoso néctar en Abelardo; se puso de rodillas a mi lado y recogía con su lengua toda la leche de mi pecho. Con un gruñido de placer, Lucas echó la cabeza hacia atrás, clavó su polla hasta el fondo en mi culo, y se desparramó en mis entrañas. Notaba su líquido llenarme por dentro, caliente y abundante. Luego el empujón más lento, más calmo, mientras recuperaba el aliento, jadeante, hasta que se derrumbó sobre mi pecho. Lo abracé mientras sentía su polla retirarse poco a poco después del salvaje asalto al que me había sometido.

— ¡Joder, macho!, —dijo— ¡Qué buena follada! Siento haberte hecho daño, pero te la tenía que meter, no aguantaba más sin follarte ese culo tan rico que tienes.

— Ha sido increíble —respondí—, me has hecho correrme con solo el suave toque de mi polla que me daba Nacho; ya veo que eres un perfecto cabrón.

— Ya lo he visto, y eso me ha puesto a mil. Además tu culo se ajusta como un guante, y cada vez que eyaculas se aprieta haciendo que el placer sea inmenso.

— Y a mí me has hecho correrme dos veces y Abelardo una, son tres en un instante, —intervino Nacho— y eso que hoy en la playa ya me había corrido un par de veces también.

— Se te nota la juventud,— bromeé.

— Jaja, gracias, pero no soy tan joven, —se rió.

— Lo que pasa es que Doro pone cachondo a cualquiera sea uno, o tres pero cuatro machos follando da para emplazarse continuamente, —dijo Abelardo.

— ¿Podemos ducharnos?, —dijo Lucas.

— Si queréis podemos ir a la piscina, nos duchamos allí y nos metemos al agua para relajarnos, —les dije.

— ¿Tienes piscina, maricón?, y no lo dijiste, —reprendió Nacho.

— Esa es nuestra sorpresa, —añadió Abelardo.

— Mañana pensábamos ir de nuevo a la playa, —dijo Lucas.

— Muy bien, —dijimos Abelardo y yo a la vez.

— Creo que volveré muchas veces a esa playa a partir de ahora, —dije.

— Claro que sí. Después de los polvos que acabamos de echar ya hay confianza suficiente, ¿no?, ya no vas a ir a pie, mañana vamos directamente desde aquí y las demás veces pasamos por aquí y os recogemos en el coche.

— Perfecto, —dije.

— Pues venga, no se hable más. Vamos a la ducha, que estamos todos llenos de leche.

Era cierto. Mi pecho mostraba todavía algunos restos de semen, aunque Nacho se había encargado de recoger la mayor parte. Pero los restos de su primera corrida todavía mojaban el vello de su pecho y vientre. Tuvimos que ducharnos de uno en uno, aunque estábamos al lado los cuatro y nos salpicamos de agua. De la ducha pasamos a la piscina, no tanto a nadar cuanto a relajarnos. Era de noche y habíamos encendido las luces de fondo de la piscina.

Aunque estábamos tan agotados del día que tampoco hubiéramos tenido muchas ganas de más juegos. Cuando salí de la piscina nos fuimos al tatami donde habíamos preparado más colchonetas y almohadones, Lucas y Nacho se acostaron, por supuesto desnudos y separados para que Abelardo y yo eligiéramos pareja. Abelardo fue con Nacho y yo con Lucas. Primero nos abrazamos y como ya teníamos una buena erección, dejé que Lucas me la metiera, porque me apetecía y sabía que a él también. Al lado estaba Nacho recibiendo la polla de Abelardo en su culo. No tardamos mucho en eyacular, quizá por el deseo de dormir y, abrazados, bien pronto nos quedamos profundamente dormidos.

Deja un comentario