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Arrepentidos los quiere Dios (Capítulo 30)

Capítulo 30

 

Nunca había visto beber y comer tanto, parecía que el metro noventa de Sergio no tenía fondo: él solito se bebió una botella de Vega Sicilia, y se comió casi el bogavante entero con sus dos buenos platos de arroz; pero en los entremeses, la bandeja de jamón, lomo y queso, desapareció por sus fauces en un plis-plas.

De postre le había preparado una crema catalana que se lazampó en un abrir y cerrar de ojos. Todo esto bajo mi mirada atónita, que no daba crédito a tanta voracidad.       

Se limpió la boca ¡eso sí! muy finamente, dándose golpecitos en los labios con la servilleta, y dijo.

–¡Magistral Manolita, magistral!

–Me alegro Sergio, me alegro; a la mejor boca, el mejor bocado… ¡Y no es pecado!

–Oye Manolita, ¿Esa frase va con segundas?     Mira que te conozco.

–¿Sabes que pensaba mientras comías?

–No, dime pues.

–Mejor te lo cuento en el salón. Te tengo preparada una copa de brandy Peinado de cien años.

–¡No me digas! Uno de los mejores coñac del mundo, destilado en Tomelloso – Ciudad Real. España.

–Así es, y sólo lo ofrezco a muy poquitas personas. Dije a la vez que le servía un gran copa del preciado licor.

–Por lo cual deduzco, que yo soy una de las que estimas mucho.

–Efectivamente Sergio. Por ti estoy dispuesta a seguir la senda del bien el resto de mis días.

–Eso me parece muy bien Manolita, ¡pero qué muy bien!

–Mis dudas son, si para seguir la senda del bien, hay que renunciar a los placeres de la vida.

–Sí, hija, la senda del bien está llena de espinas y de avatares, y si quieres gozar a la diestra del Señor en la otra vida, has de sufrir aquí. Bueno: que es lo que me tienes que contar: ¿sobre los mil millones que vas a donar a tu Iglesia?

–Eso después Sergio. Donar mil millones de pesetas requiere un estudio muy profundo del destino que se les van a dar.

–Bien. ¿Qué es lo que quieres que tratemos ahora?

–Mejor te lo digo en la cama.

–¿Es qué pretendes volver al pecado mortal hija?

–Ya estoy en pecado mortal, porque los malos pensamientos también son pecado, ¿Verdad Padre?

–¡Claro, claro que sí, hija, claro..!

–Quiero que me des la absolución como el otro día, pero por la vía natural, “que el Cuerpo del Señor me destrozó la otra”.

–¡Por Dios… por Dios Manolita..! Pero sabes lo que me estás pidiendo…¡Ay! si se enterara el Señor Obispo.

–¿Se lo vas a decir tú?

–¡No por Dios! ¡Cómo se lo voy a decir!

–Lo siento Manolita, pero el Señor me está diciendo que no; que no puede ser lo que me pides, va contra el sexo mandamiento.

–Pues dile al Señor de mi parte, que de los mil millones que iba a donar para su Iglesia, me lo voy a pensar mejor.

En ese momento entraba a la estancia Conchi todo exaltada.

¡Padre Sergio, Padre Sergio! que el sacristán pregunta por usted, y por la cara que trae, no barrunta nada bueno.

–Qué es lo que pasa Pascasio, que vienes tan sofocado. Qué mala noticia me traes.

Qué el señor Obispo quiere hablar urgentemente con usted.

–¡Vaya por Dios! Qué querrá ahora su eminencia.

–¡Ve, ve! Mañana le espero otra vez para comer, y seguimos la plática.

–De acuerdo Manolita, mañana Dios mediante a las dos en punto aquí me tienes y seguro que me vas a sorprender en la mesa. ¿Me entiendes, verdad?

–Claro que te entiendo, he captado el mensaje divino perfectamente. Te voy a dar una sorpresa que voy a ganar miles de indulgencias.

–Así, así… Manolita. Hay que ganar las indulgencias del Señor con buenas obras; no con pecados.

Una vez en la parroquia, Sergio llamó al Obispado.

–Hola, soy el Padre Sergio de la Parroquia Virgen de la Encina. Su eminencia me necesita con urgencia.

–Un momento Padre Sergio, no se retire.

–Padre Sergio…

–Diga eminencia.

–Necesito que me informe del “tema Manolita”, precisamos esos millones con premura.

–Precisamente ahora mismo vengo de hablar con ella.

–¿Y..?

–Mejor me desplazo al Obispado y le informo; el asunto es delicado y no es conveniente tratarlo por teléfono.

El Padre Sergio mandó al sacristán Pascasio, que me llamara por teléfono para posponer la comida; ya que le requerían del Obispado con apremio, que vendría a comer mañana, porque hoy que no le daría tiempo a volver a la hora prevista.

–Bien eminencia. Le notifico sobre el tema Manolita.

–Es muy importante Padre Sergio que esos millones se ingresen cuanto antes en las arcas de la Sede del Obispado. El cambio de régimen; ¡esta puñetera Democracia!, y en el poder los socialistas, las cuentas no van como eran de esperar.

–Hay un grave problema eminencia.

–No me asuste… ¡Qué problema!

–Que a Manolita sólo se le puede convencer para que done sus millones a través de los pecados más graves para la Iglesia: el sexo.

–Ya, ya me contó en secreto de confesión su aventura con ella. Pero si el Señor le ha designado a usted para esta sagrada misión, ha de sacrificarse hasta que consigamos la donación.

–Pero eminencia…  ¡Qué va ser de mi alma! Una vez comprendo que fue necesario sacrificarse por la Iglesia; pero no pienso convertirme en su amante.

–Es cierto… muy cierto… La Iglesia no puede pedir a sus representantes tantos sacrificios; habrá que buscar una solución urgente…

–¡Ya la tengo… ya la tengo… ya la tengo! Dijo el Obispo lleno de euforia.

–¿Los millones? Preguntó Sergio con asombro.

–¡No hombre, no! La solución al problema.

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