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Arrepentidos los quiere Dios. Novela de 68 capítulos

  Nota del autor

Esta es una novela pornográfica, no lo voy a negar. Pero el lector sagaz observará que la pornografía queda relegada a un mero instrumento, pero necesario, porque va unido a los personajes que por razones particulares de cada uno caen en las profundidades de sus circunstancias, o de su miserias.

No lo neguemos, todos somos licenciosos aunque algunos pretendan mitificar el sexo como descendiente del alma y del amor.

Y no nos engañemos, el sexo basado en todas las mas bajas pasiones del ser humano, es lo que al final casi todos caemos. El amor es maravilloso para mover los sentidos más nobles del ser humano.  Pero no seamos hipócritas: la mayoría de las veces fornicamos más que hacemos el amor.

Advertirán también los lectores, que la protagonista no tiene apellidos; el motivo es muy simple: no pretendo que ninguna dama en la que coincida el nombre y los mismos, pueda verse reflejada en la historia. 

Juro, que Manolita es un personaje ficticio, y si alguna Manolita se ve reflejada en la misma, es pura coincidencia

El lector encontrará en los primeros capítulos de la novela escenas escabrosas; pero cómo todos sabemos que existen en la mente humana ese tipo de aberraciones sexuales, no son totalmente inventadas; pero vuelvo a jurar que aunque nada tengo que ver con ellas, no he querido esquivarlas; eso sí he procurado narrarlas en su cruda realidad, pero con cierta sensibilidad.

Narro dos escenas de escatología en las primeras páginas que pueden herir la sensibilidad de algún lector. Aunque el lector agudo se habrá percatado, que, lo que intento es poner de manifiesto la bajeza moral de unos individuos que bajo su apariencias de personas ejemplares, viven en ellos los más asquerosos extravíos sexuales. Y que eran merecedores de tales defecaciones.

Manolita se hizo así misma en una sociedad que limitaba los derechos de las mujeres; porque supo ver, oír y callar en aquellos años de represión. Y durante la Democracia fue fiel a si misma y a su pasado.

Bien es verdad, que mantuvo un grave pecado hasta la vejez; pero al fin y al cabo no afectaba a terceros, sólo a su conciencia. Y al final como pecadora arrepentida, halló la absolución, y quedó en paz con ella misma y con Dios.

A Partir del capítulo VI. Página 41. conocerán a la auténtica Manolita; y al final se darán cuenta que el fondo de esta historia es un canto a la ternura. Y más que una novela “verde” el final es de color “de rosa”.

Y si es verdad que “arrepentidos los quiere Dios”, sin duda Manolita y Sergio, protagonistas de esta novela, hallarán su perdón en la misma proporción que su arrepentimiento, ya que sus contriciones fueron tan sinceras. que ambos hallaron al final de sus días la paz en la Tierra, y el Consuelo Eterno.

Que la disfruten.

 

Febarsal.

 

Capítulo 1

 

Durante 30 años he regentado una Casa de Putas; (permitan que lo denomine de esta forma un tanto displicente); pero es que en mi País, el pueblo liso y llano donde los hombres van a “aliviarse”, lo llaman así: Casa de Putas.

Podría haber empleado otros términos menos significativos, como por ejemplo: casa de tolerancia, serrallo, casa de citas, casa de lenocinio, casa de trato, casa pública, prostíbulo o burdel; pero sería intentar disfrazar lo que por mucho que se intente disimular, siempre será lo que ha sido y  es: una Casa de Putas.

Por ella han concurrido miles de hombres de todas las edades y personalidades: el político, el estudiante, el catedrático y el militar; ya que desde su apertura ha atravesado por múltiples apariencias debido a las circunstancias políticas sociales de cada momento.

También podría escribir un libro de mil páginas narrando todas las anécdotas, ocurrencias, eventos y peripecias allí acaecidas; pero me voy a limitar a narrar aquellas vivencias que bien personalmente o mis chicas, fueron testigos directos de las mismas; y el resto a contarles las aventuras y avatares en los que me vi implicada.

Inicié mi actividad en el año 1960; tenía a la sazón veinte años.  Mi País estaba regido por una Dictadura; ya que había salido de una guerra fraticida por culpa de las ideas políticas y religiosas. Y ya se sabe, el triunfador, impone las suyas a la fuerza.

 La sociedad imperante era machista, y exclusivamente entendía de dos tipos de mujeres: decentes o putas. Pero la gran paradoja, es que las decentes estaban socialmente más “puteadas”  que las prostitutas.

 Seguro que se preguntarán los motivos de algo que parece incongruente, pero es que aquella sociedad, era la incongruencia propia.

La mujer decente era la que defendía los valores que dictaba la Santa Madre Iglesia: llegar virgen al matrimonio, ser fiel y sumisa esposa, e ir a misa todos los domingos y fiestas de guardar.

Y las casadas, quedarse preñadas todos los años, ya que la venta de anticonceptivos estaba muy controlada; además de ser pecado mortal su utilización para evitar los embarazos.

A las decentes solteras que les dejaba el novio abandonadas y fecundadas, si eran pobres se convertían en la vergüenza de la familia, y eran repudiadas. Pero si eran ricas, hacían “un viaje de turismo al extranjero”, y por arte de birlibirloque volvían “desembarazadas”.

Las familias numerosas eran premiadas por aquel Régimen, y las consideraban ejemplos de madres abnegadas dignas de los mayores elogios las que rebasaban la docena de hijos. Por eso no es de extrañar, que el peor insulto que se le podía hacer, era el de: “hijo o hija de puta“.  Y el que se atrevía a llamárselo a otro, seguro que el final eran los juzgados o las Casas de Socorro. La madre era lo más sagrado del mundo, ¡Y pobre del que se atreviera a mancillar su honor!

Sin embargo nosotras, las putas no teníamos los “privilegios de las decentes”. Podíamos vestir pantalones, fumar y beber alcohol, y nos pintábamos el rostro con todo tipo de perfiles. Alternábamos en clubes, y cruzarnos de piernas para que se nos vieran las bragas.

Las Casas de Citas, durante un tiempo estuvieron toleradas por el Régimen, pero con severísimos controles sanitarios; y el acceso a las mismas estaba exclusivamente reservado para los hombres mayores de edad.

Creo haber resumido en pocas palabras el tipo de sociedad que imperaba en mi País en aquellos años. O sea: una sociedad machista, donde el hombre era la fuerza, y la mujer su reposo en caso de la esposa, y su entretenimiento en caso de la querida o puta, que venía a ser lo mismo.

 

La diferencia entre puta y querida, estribaba generalmente en la edad y en el físico. Las muy jóvenes y agraciadas, aspiraban a tener ese amante millonario pero cateto, que les mantenían hasta que se cansaban de ellas; pero el final de casi todas era el mismo: El burdel.

 

Continuará

 

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