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Mi harem familiar (7)

Después de un día y su noche pleno de emociones y satisfacciones como ningún otro en mi vida, decidimos continuar con nuestras vacaciones en Margarita, vale decir, decidimos ir al Boulevard Guevara de compras. Fuimos a desayunar a una panadería muy simpática y luego comenzamos a pasear por las tiendas. Ella decidió comprarse un bikini y un traje de baño de una pieza, para variar sus ya viejitos compañeros de piscina. Yo le escogí un bikini azul turquesa muy lindo, se lo di para que se lo midiera y le pareció demasiado breve para su cuerpo, pero viendo la lujuria en mi mirada, decidió probárselo. Me mostró el resultado dentro del vestidor y aceptó llevarlo, con mucha picardía. Luego se midió uno de una pieza, muy lindo, que le dejaba ver una figura de ensueño. Y decidió que yo debía llevar una trusa de nadador que me quedaba ajustado. Solo para sus ojos, me dijo.

Compramos algunas otras cosas y unos perfumes para los regalos navideños. A saber, un Dior para Miriam, un Yves Saint Loran para Andrea, un Opium para Ana y un Channel #3 para ella, todo de mi parte. Yo llevaba anotados los nombres para no equivocarme. Pagamos con su tarjeta Dinners y yo luego le reembolsaría cuando llegáramos a casa.

Después de almorzar en un restaurante a orilla de playa, sencillo y humilde, pero agradable y de excelente sazón, nos regresamos al apartamento, para…

Al llegar, guardamos la moto y fuimos a buscar el ascensor. En el lobby nos encontramos a una pareja que habíamos visto ya dos veces en el edificio y visto que ya era la tercera vez que nos cruzábamos, nos presentamos mientras esperábamos el ascensor. Una pareja de Barquisimeto, cuarentones y muy simpáticos. Lucía y Joaquín. Estaban como nosotros, en un apartamento que habían alquilado por una semana y les quedaban cuatro días antes de irse. Resultaron tan agradables que acordamos salir a cenar esa noche juntos.

Al entrar en el apartamento, Sugey me dijo que les habían caído muy bien, que Joaquín se veía “divino” y que le había parecido que Lucía se había quedado encantada conmigo.

-Joaquín parece un hombre muy agradable, me encanta ese aire de macho seductor que tiene, se parece un poco a cierta persona que yo conozco… – me dijo con picardía, señalándome con un movimiento de labios muy sensual. – y la Lucía se ve que es una mujer muy atractiva y sensual, me pareció que se quedó prendada de esa cierta persona que ya conozco… no sé… jajajaja. Así que esta noche saldremos a divertirnos con ellos, sanamente…

-Si, me di cuenta que Joaquín se quedó prendado de una cierta señora dueña de mis desvelos, se le salía la baba de tanta hermosura que veía frente a él. Y la Lucía, nada mal, se le pueden jugar unos quinticos, es más, todo el billete. Está como le da la gana, claro, sin mejorar lo presente, jejeje… de pronto, hasta terminamos haciendo un intercambio de pareja… ¿Te atreverías?

-¿Estás loco? Tú eres mi pareja y no voy a intercambiarte con nadie…

-¿Me vas a decir que no te gustó el tipo? Yo si te confieso que Lucía me gustó y que estaría dispuesto a divertirme con ella. Pero claro, solo si tú te atreves, por supuesto. Sin presiones…

-Déjate de esas cosas, vamos a salir a cenar y ya, cada quien con su pareja. Por cierto, no le dijimos que somos madre e hijo ¿verdad? ¿Qué les vamos a decir?

-Pues será la verdad ¿cuál es el problema? No les vamos a dejar ver que seamos pareja como tal, porque eso es muy íntimo nuestro y ya, pero somos una madre y su hijo de vacaciones, sin complejos. – le dije con mucha convicción.

-Bueno, ya veremos.

Por la noche, ya vestidos y arreglados, bajamos a encontrarnos con nuestros nuevos amigos. Sugey iba con un vestidito veraniego a media pierna y escotado por delante y por detrás y unos zapatos de tacón bajo. Su cabellera suelta y alborotada. Estaba preciosa.

Aparecieron Lucía y Joaquín, ella bellísima, con un vestido un poco ajustado a su escultural cuerpo y él, al igual que yo, con pantalón y camisa playeras. Nos subimos a su auto y partimos hacia un restaurante muy agradable, en Porlamar.

Luego de cenar y conversar para conocernos mejor, Lucía dijo que tenía ganas de ir a bailar a un Piano Bar cercano, con música suave, romántica. Todos aceptamos de buen agrado, aunque Joaquín preguntó si a mí, por mi juventud, me agradaría ese ambiente.

-El ambiente importante somos nosotros cuatro y por lo que veo en estas dos preciosas damas, inmejorable. Vayamos y bailemos hasta el amanecer…

-Muy bien, así me gusta, Tito. Mejor respuesta que esa, ninguna. Y muy cierto, estas dos bellas señoras son lo mejor de la noche margariteña. Vamos a bailar.

Así, de muy buen agrado, nos fuimos al Piano Bar. Una vez allí, Joaquín me pidió permiso para bailar con Sugey.

-Tito, compañero ¿me permitirías bailar con tu chica?

-Claro que sí, siempre y cuando tú me permitas bailar con la tuya. – le respondí.

Así salimos a bailar los cuatro, emparejados cruzados. Lucía era una mujer deliciosa, un cuerpo de fábula, un poco más alta que Sugey, aunque no tan hermosa como ella. Se pegaba a mi cuerpo con estilo, sin ser arrolladora, al principio, pero dejando claro que estaba dispuesta. Por su parte, Joaquín trataba a Sugey con respeto pero con decisión. Pasamos una noche muy agradable, donde muy pocas veces cada uno bailó con su pareja original. Ya a las 3 am, decidimos irnos a casa, a dormir. En el camino, quedamos en salir a desayunar y luego ir a la playa juntos, al día siguiente.

Luego de despedirnos cariñosamente, entramos cada quien a su apartamento y Sugey fue como una bala al baño. Se estaba orinando. Le dejé su espacio y al salir me dijo que había sudado mucho, que se iba a dar una ducha y… que si quería acompañarla.

-Por supuesto, será un honor y un placer bañarme con tan bella dama, especialmente después de verla convertir a un hombre en su esclavo, esta noche. Ese pobre Joaquín ya nunca más recuperará la tranquilidad, jajaja…

-Si, como no. ¿Y qué me dices de esa pobre mujer que esta noche parecía una quinceañera enamorada de un galán de película? Esa pobre mujer no sabe lo que le espera, después que cierta persona le dé tratamiento y luego ella deba volver a su vida rutinaria. Va a quedar en el limbo… jajaja…

-De acuerdo, los dos la pasamos bien. Me gusta Lucía, no más que tú, pero me gusta y me divertí mucho con ella y a ti te gusta Joaquín y la pasaste muy bien, según pude observar. ¿Qué sigue? Joaquín me habló de algo, cuando ustedes se fueron al baño, que me confirmó lo que te dije antes. Me preguntó si tendríamos problemas en intercambiar parejas, es decir, él quiere pasar la noche contigo y ella conmigo. ¿Qué tal?

-¿Y qué le respondiste?

-Que todo dependería de ti, si tú aceptabas, por mí encantado, pero si tú no querías, nada pasaría. Y punto.

-Ya él sabe que somos madre e hijo. Y Lucía me explicó lo mismo que Joaquín a ti, cuando fuimos al baño. Yo le dije que tendría que hablar contigo, porque me parecía muy fuerte eso de pasar la noche con su esposo, porque no sabía cómo te lo tomarías…

-Claro que sabías, yo estoy dispuesto, pero solo si tú lo deseas. Nada de aceptarlo solo para complacerme a mí. Se trata de ti, si tú lo deseas, yo también. Si tú no te atreves o no quieres, no pasa nada.

-Bien, mañana les damos nuestra respuesta y listo. A ellos les quedan dos noches en Margarita, tienen que irse al tercer día, en la mañana, por avión. Así que aprovecharan estos dos días y sus noches… yo quiero, tú quieres, ellos quieren… esto es lo que se llama ganar–ganar. – me confirmó Sugey.

A la mañana siguiente, bajamos al apartamento de Joaquín y Lucía y salimos en su carro a desayunar y luego a la playa. Fuimos a Las Dunas ¿Qué extraño, verdad? Y una vez en el sitio, se me ocurrió ponerle condimento a la salsa, de una vez.

-Hace dos días estuvimos aquí Sugey y yo y en vista que no había nadie por los alrededores, como hoy, decidimos hacer nudismo. Así que nos dejamos de tonterías, nos quitamos todo y nos embadurnamos de bronceador y la pasamos de lo mejor. La verdad es que no hay nada como estar desnudos. – terminando de hablar y alcancé a ver a Sugey que se había puesto como un tomate de roja. Joaquín la vio y se acercó a decirle algo en el oído que Lucía y yo no escuchamos, pero que a ella le arrancó una sonrisa.

-Bueno, si así es la cosa, podemos hacer lo mismo hoy. La verdad es que yo nunca he hecho nudismo, porque en este país no se puede, pero en vista que aquí no hay más nadie que nosotros y estamos en confianza, allá voy… – dijo Lucía y empezó a quitarse el bikini de una vez.

Los otros tres la imitamos y en cuestión de segundos todos cuatro estábamos en pelotas. Yo, para seguir dictando la pauta, le pedí a Lucía su bronceador para ponérselo. Joaquín, ni corto ni perezoso, tomó el de Sugey de su mano y empezó la labor. Poco después solo se escuchaban gemidos muy quedos, de parte de nuestras dos hembras, mientras los caballeros les poníamos suficiente cantidad de protector solar por todos sus más recónditos rincones de piel. Sin omisiones. Luego correspondió el turno a las féminas y nos deleitaron con sus toques sensuales y cariñosos.

Realmente, ver a Lucía desnuda, en todo su esplendor, resultó un verdadero espectáculo. Era una mujer de 1.70 de estatura, unos 60 kg de peso, con un trasero proverbial, unas tetas de infarto y toda su piel era tersa y hermosa. Tenía un poquito de barriga, casi imperceptible, que la avergonzaba un poco, pero que a mí me resultaba sensual y provocativa. Tanto que me dije a mí mismo que los primeros chupetones y lengüetazos que le daría, serían allí, en su linda barriguita. ¡Cómo me gustaba!

Pero obviamente que enfrente estaba la mujer de mis sueños y ahora mis realidades: Sugey. Verla desnuda era un poema de alta factura, digno del mejor poeta. A su lado, esa belleza de mujer que era Lucía, pasaba desapercibida. Y cuando Lucía pudo observar mi pene, se quedó muda. No articulaba palabras, solo veía. A su vez, Sugey miraba la cosa de Joaquín y en un momento dado, sin que ellos se dieran cuenta, me hizo un guiño, como de aceptación. Le pareció bueno y suficiente, deduje. La verdad, el tipo se gastaba una buena herramienta, que después Sugey me dijo que era de unos 18 cm.

A partir de ese momento, éramos dos parejas cada una a lo suyo, sin importar para nada la otra. Nos acariciábamos, nos besábamos sin ningún tapujo, sin cortes. Hubo un momento en que Lucía me pidió que se lo metiera, que ya no aguantaba las ganas, pero estábamos en el mar, con el agua un poco más arriba de mi cintura y el agua salada no facilitaba la penetración. Lo intentamos pero era doloroso para ambos, nos maltratábamos con la insistencia. Por lo tanto, desistimos. Supuse que a ellos les pasaba igual, porque en un momento dado los observé distraídamente y noté que no se podían acoplar. Entonces Joaquín sacó del auto un galón de agua de chorro y lo utilizó para lavarle la vagina a Sugey y el propio pene suyo. Entonces le pedí a él el galón y nos movimos Lucía y yo hacía el cují contiguo, con nuestras toallas, le lavé bien la vagina y mi pene y sacamos un frasquito de aceite para bebés, lubricamos y listo. Logré meterle más de media verga del primer envión, dada la desesperación de la señora. Al poco rato, la tenía toda dentro y estábamos gozando de lo lindo. Quedamente se escuchaba a Sugey gemir, lo que significaba para mí que la estaba pasando bien. Pero Lucía no se contenía, no se cortaba. Gemía como un cerdo en el matadero. Gozaba de lo lindo, con furia, sin freno. En un momento dado, mientras ella me cabalgaba desaforadamente y el pene se le salía cada tanto, le pedí que bajara un poco las revoluciones, que nadie nos estaba esperando. Fue entonces que empezamos a disfrutar de verdad de un buen polvo. Largo y delicioso. Cuando terminamos de acabar ambos, ya no se escuchaba a Sugey ni a Joaquín. Minutos después él se nos acercó con dos Polarcitas para refrescarnos y miró a su esposa como queriendo saber, con una mirada, que tal iban las cosas. Muy discreto él. Pero ella, alborotada como estaba todavía, le dijo que había sido un polvazo, pero que todavía tenía fuelle para seguir. Lucía era un torbellino de pasiones, definitivamente. No más se dio cuenta que mi verga estaba lista de nuevo, se encaramó sobre ella y empezó de nuevo a cabalgarme. En esa posición, pero ya con más mesura y ganas de disfrutar de verdad, estuvimos hasta que ella acabó cuatros veces y yo eyaculé copiosamente. Fue muy rico, de verdad. Esa mujer era dinamita, no me arrepentía para nada de estar con ella, aunque por dentro sentía que con quien debía estar era con mi Sugey. ¿Estaba sintiendo celos? No lo sé, quizás nunca lo sabré, pero eso fue lo que creí sentir en ese momento.

Esa noche salimos a comer algo liviano cerca del edificio y regresamos. Cada uno de los hombres recogimos un bolso con nuestros enseres importantes, cepillo dental, interiores limpios, etc. y nos fuimos al apartamento del otro, porque la noche apenas empezaba, pero sería larga.

Al siguiente día, salimos los cuatro a desayunar y luego a una playa cercana, muy concurrida, pero necesitábamos pasar un día menos sexual. Nos bañamos y disfrutamos de un día ameno, en compañía de nuestros nuevos amigos, personas por demás muy agradables. Tanto Sugey como yo nos sentíamos bien con ellos. Y a Joaquín se le notaba enamorado de mamá y a Lucía, bueno, esa mujer era un caso. Me quería para ella sola, me dijo esa tarde que era capaz de llegar a un trato con su marido, porque no quería separarse de mi verga. Así, en dos platos. Esa noche, después de cenar, volvimos a las andadas, otra larga sesión de sexo desaforado. Y Sugey con Joaquín, bien, muy bien, de acuerdo a las miradas que me dio al siguiente día.

Pero llegó el momento, la despedida, para lo que Lucía decía no estar preparada. Me pedía que la visitara en Barquisimeto, apenas pudiera. Que ella vería como escaparse, con el consabido permiso de Joaquín, para pasársela bien conmigo en un motel.

Joaquín le dijo a Sugey que para el próximo Carnaval, ellos estarían en un apartamento similar a estos donde estábamos ahora, en Chichiriviche, Falcón, desde el viernes en la tarde, que esperaba contar con nosotros para reencontrarnos y pasarla bien. Y se despidieron de nosotros porque su vuelo salía a primera hora de la mañana.

Continuará…

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