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(14-B) Los amores de Ana Etxeberría

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La vida es burlona y como decía el dramaturgo William Shakespeare en realidad somos actores de un mero teatro guionizado. Al menos es lo que pensó el inspector Balaguer al ver entrar por la puerta de su despacho a Virginia Antequerana, la secretaria del jefe inspector o lo que es lo mismo, la muñequita preciosa de la comisaría, con sus minifaldas ceñidas, su encanto femenino y armada con la suficiente belleza como para volver loco a más de uno. Joder, hoy hacía calor y llevaba una blusa escotada. ¿No se daba cuenta o es que iba provocando al personal? Encima tenía dos buenas razones en forma de tetas firmes para ser violada contra la mesa.

Al inspector Balaguer le entró sudores tras tantos vídeos pornos de Irene y Ana. Las muy putas les puso más empalmado que el palo de un gallinero. Intentó recapacitar. ¿Qué le estaba pasando? Él no era así. Esa zorra de Ana parecía tenerle dominado.

-Hola, César. El jefe quiere verte –se apoyó Virginia en la mesa y notándose más aún sus tetas bajo el cuello. El inspector Balaguer no quiso mirar y a duras penas lo logró-. ¿Me escuchas?

-Claro.

-A ver, ¿qué te he dicho?

-Algo del jefe.

-¿Estás bien? Te noto enrojecido. ¿Te sienta mal este calor?

-Muy mal.

Ahora Virginia se lio un rizo de pelo en un dedo. ¿Qué pretendía?

-¿Necesitas algo? ¿Te traigo un té helado? Puedo ir a la máquina de los refrescos.

-¡Fóllame! –escuchó el inspector Balaguer la voz de Ana.

-¿Qué has dicho? –miró el inspector Balaguer a la secretaria con cara de bofetada.

-¿Que si necesitas algo? Un té helado te vendrá muy bien.

-No, lo de luego.

-¿Luego? No he dicho nada luego. César, creo que tanto trabajo en la oficina te grilla la cabeza. No deberías irte tan tarde a casa.

-No, has dicho “fóllame”.

-¿Cómo dices?

El inspector Balaguer se levantó del asiento y rodeó la mesa para colocarse junto a Virginia.

-César, tienes mala cara.

-Pues tú tienes un aspecto precioso.

-Oh, gracias.

-¿No tienes sofoco? –se quitó el inspector Balaguer la corbata ahogante.

-No, yo estoy bien.

-Ya lo creo que estás bien –se relamió.

-César, necesitas unas vacaciones urgentes.

-Y tú necesitas una buena polla entre tus piernas –la agarró de las caderas y la empujó contra la mesa.

-César, ¿qué haces?

-Esto –se bajó los pantalones y el bóxer con su verga como nunca de dura.

-Por favor, para…

Sin hacer caso, el inspector Balaguer metió las manos bajo su minifalda y de un tirón la arrancó las bragas.

-¡No! ¡Para!

-Saca el culo, joder…

-Me haces daño.

La cara de Virginia se transformó en la de Ana a ojos del inspector Balaguer.

-Vamos, poli duro, dispara con tu pistolón.

El culo. Las caderas. El pelo. Era ella. Ana. ¿Era una visión o un efecto de la lipotimia?

-Venga, joder, ¿a qué esperas, coño? ¡Ábreme en dos! –exigió Ana.

El inspector Balaguer pegó una embestida pélvica y todo eso entró de una sentada.

-¡Ahhhh, coño! –sufrió Ana con gusto.

La agarró de las tetas desde atrás mientras vaivenía con la cadera.

-Eres mi campeón, poli duro. No me decepciones y fóllame bien.

-Cállate, zorra –la abofeteó con dureza.

El inspector Balaguer iba tan puesto de sexo que a la octava metida eyaculó como un pura sangre árabe. Mordió el hombro de Ana mientras ella gritaba de gustazo.

-Ha sido un alucine –vino el jadeo sexual de Virginia poco a poco hasta evaporarse la imagen de Ana.

Fue cuando el inspector Balaguer se percató de que folló realmente con Virginia. Pero su rostro transmitía una mezcla de sorpresa y agradecimiento.

-Me ha encantado, César –giró Virginia el cuello y le besó-. ¿Puedo contárselo a mis amigas? Ha sido bestial. Igual alguna se atreve a un trío.

-Vístete, zorra –la sacó el inspector Balaguer aún dura y alargada.

-No conocía esta faceta tuya. Creía que eras más calzonados –se rascaba Virginia los bajos encantada.

-Que te vistas, te digo. Alguien puede entrar.

-¿Y eso no lo pensaste cuando tenías tu polla en mi coño?

-Haz lo que te de la gana. Eres una puta mimada y consentida.

-Y tú un violador de secretarias –reía ella sentada en el filo de la mesa. Cogió su móvil y se puso a toquetearlo.

-Ponte al menos las bragas, joder.

-Están rotas. Me las rompiste al arrancármelas. ¿Quién es Ana?

-¿Cómo dices?

-La nombraste mientras me pegabas.

-No es de tu incumbencia.

-César, no me habrás follado pensado en otra furcia, ¿no?

-Tengo polla para Ana, para ti y para todas las empleadas del departamento.

-¿Se lo cuento a Megan? Esa es muy guarra y se apuntará.

-Será mejor que esto quede aquí y entre nosotros.

-¿Me follas como nadie lo ha hecho y quieres que lo olvide? Tu flipas.

-Anda, vete.

-Y si te digo que quiere repetir, ¿qué?

-Aquí no.

-Vale. ¿Esta noche en mi casa? Tú, yo, Megan y mis juguetes de sadomaso.

-Estás pirada.

-Estoy pirada y muy bien follada… mmmm… qué gustito –se frotó el pubis-. No hay nada como el sexo laboral.

-Haz el favor de largarte ya porque no quiero…

-Hola, jefe, ¿me llamó? –entró el ayudante Leo en el despacho. Pero se quedó como un témpano de hielo al ver a Virginia medio desnuda en la mesa.

-Joder… -se lamentó el inspector Balaguer-. No, no te llamé.

-Virginia me dijo por WhatsApp que era algo urgente.

Los ojos del inspector Balaguer echaron chispas mirando a Virginia.

-La próxima vez no seré tan dócil –se bajó por fin la minifalda y se colocó el sujetador en la blusa-. Esta noche en mi casa a las once. Si no vas ya sabes… -Pavoneándose al caminar, así abandonó el despacho. Antes de salir, se dio ella misma una bofetada provocadora en el culo-. Y mueve tu polla como una olla al despacho del jefe inspector. Muuuak –beso con la mano y se marchó.

-¿Te has tirado a la hija del jefe inspector?

-Es secretaria, joder… -salió el inspector Balaguer flechado del despacho.

-Madre mía… -Leo no daba crédito.

… continuará.

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