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Desafío de galaxias (capitulo 14)

Iba para tres horas que el portal se había abierto y las naves enemigas hacían guardia en la entrada.

—Hay movimiento en el interior del portal, —anunció uno de los operadores en la sala de control del Fénix. En fila, las naves de combate bulban comenzaron a salir rápidamente mientras las que estaban de guardia se apartaban y ampliaban su perímetro de seguridad.

—Que los vehículos Topol avancen a zona de disparo, —ordenó Marisol—. La segunda oleada a dos minutos.

—El presidente Fiakro da luz verde al ataque, —informó Anahis.

—Informa al general Opx de que iniciamos el ataque, —ordenó Marisol sin apartar la mirada de la pantalla. Por el portal, seguían saliendo naves enemigas que inmediatamente se situaban en posiciones predeterminadas siguiendo una estrategia claramente defensiva.

—Los Topol han alcanzado su máxima velocidad, siguen en impulso.

—Tres minutos para alcanzar la zona de disparo.

—El enemigo no reacciona. Nos ignora.

—Cuanto más nos podamos acercar con los Topol mejor, —razonó Marisol.

—Transportes de infantería emergiendo del portal.

—Por eso mantienen la posición, —dijo Marisol— quieren asegurar su infantería.

—El límite de disparo se ha sobrepasado. Los Topol a medio año luz y progresando: velocidad estable.

—37 naves enemigas, se han agrupado y se aproximan a los Topol.

—Los transportes de infantería se están agrupando en un mismo punto.

—Programa a la mitad de la segunda oleada para que ataque a los transportes, —ordenó Marisol—. Lancen los Deltas de la primera oleada.

Más de 10.000 cohetes Delta, con una cabeza nuclear de 50 megatones, partieron desde los vehículos portadores rumbo al objetivo a velocidad subluz. Las naves enemigas comenzaron a destruirlos, pero con sus perezosos sistemas de armas no daban abasto. Nuevas naves se iban sumando al cometido, cuando Marisol dio orden de disparo de la segunda oleada. Los Deltas de la primera comenzaron a estallar por impacto o detonación programada, creando un desbarajuste considerable en las formaciones enemigas cuyas naves no soportaban impactos de tal magnitud. En medio de este descomunal caos, llegaron los Deltas de la segunda oleada que se dividieron en dos, la mitad rumbo a los transportes de tropas y la otra mitad rumbo al portal. El grueso de las naves enemigas, intentaron interceptar este segundo grupo que ponía en peligro el portal, abandonando a los transportes a su suerte, que rompieron la formación dispersándose en todas direcciones a máxima velocidad. Como estaba previsto, el portal no se cerro, pero durante un par de minutos estuvo desestabilizado poniendo en graves dificultades a las naves que todavía no habían emergido. Los sistemas de observación federal, camuflados en las inmediaciones se quedaron cegados a causa de las brutales emisiones radiactivas de las explosiones.

—Hemos perdido imagen y telemetría, —informó Marión—. Por el momento no lo podemos recuperar.

—¿Sabemos cuantas naves han salido por el portal? —preguntó Marisol manteniendo la calma a pesar de la euforia que la rodeaba. Claramente se habían destruido muchas naves enemigas.

—Antes de la segunda oleada, 216 fragatas y 39 transportes, pero al menos un tercio ha sufrido impactos.

—En las condiciones actuales de contaminación, —dijo Marisol dirigiéndose a Marión, que actuaba como oficial científico—. ¿Podemos lanzar la oleada de reserva con garantías?

—No lo aconsejo. Nuestro punto de observación más lejano está a un millón y medio de kilómetros del portal y por el momento está cegado. En esas condiciones, los sistemas de guiado de los Delta serian inoperativos.

—De acuerdo entonces, —dijo Marisol dirigiéndose a todos—. A partir de este momento, es prioritario saber que está ocurriendo en la zona del portal. Hay que recuperar a toda costa esos sistemas, y si es preciso enviar a un equipo de ingeniería, lo mandaremos, —y mirando a Loewen añadió—. Almirante, ¿tu opinión?

—Es posible que estén tan cegados o más que nosotros. Hasta que no bajen los niveles no creo que se muevan de la zona del portal.

—General Clinio.

—Opino igual. Es preciso saber cuantos transportes han sobrevivido al ataque para saber con cuanta infantería cuentan. Por lo que vimos en Karahoz, 39 transportes significa más 400.000 soldados. Muchos han sido destruidos con la segunda oleada, pero no sabemos si por el portal llegaban más. Es vital recuperar los equipos de observación.

—Señor presidente, —dijo Marisol dirigiéndose a una de las pantallas auxiliares—. Si está de acuerdo, doy por finalizadas las operaciones.

—De acuerdo general Martín, y enhorabuena, ha sido una gran victoria… aunque seguro que usted piensa lo contrario.

—Eres un cabrón, —dijo Marión riendo. Acababa de tener un escandaloso orgasmo—. Me haces chillar y luego Marisol se ríe de mí.

—Si quieres que lo deje…

—¡Una leche! Me da igual, además, ya se está acostumbrando.

—De todas maneras, con lo seria que es, te llevas bien con ella, —le dijo el teniente Hirell con sinceridad—. A mí me acojona cuando se cabrea.

—No es tan seria cuando se la conoce, lo que pasa es que tiene un mogollón encima que te cagas.

—Si te digo la verdad, no me llama mucho la atención intimar con ella, —dijo Hirell mientras negaba con la cabeza— en ningún tipo de sentido. De todas maneras, en el otro sentido, la general solo tiene ojos para Anahis.

—Si, se quieren mucho, —comentó Marión pensativa—. ¡Hay que joderse! Hace unos meses no podía imaginar que perdería el monasterio, que estaría participando en una guerra donde nos jugamos la existencia, que estaría follando a todas horas como una zorra, que no vería mal una relación de dos mujeres, o que hablaría soltando tacos. Está guerra nos está cambiando a todos, y sobre todo a ella. Y lo peor, todavía está por llegar.

—Pues entonces, ¿cómo era aquello español que oí una vez? ¡Follad, follad, que el mundo se acaba! —y subiéndose encima la volvió a penetrar.

La lanzadera se posó ligeramente en el planetoide e inmediatamente avanzó lentamente hasta entrar en la cueva. Los soldados de las fuerzas especiales de J. J. salieron rápidamente, provistos de sus trajes de ambiente, y encarando sus rifles hacia delante aseguraron la posición. Los ingenieros avanzaron por los túneles del fondo hasta salir a un aterrazamiento donde, debidamente camuflados, estaban los equipos de observación.

—Capitán, si no hay peligro militar es mejor que su gente entre en la lanzadera, —dijo uno de los ingenieros mientras hacia mediciones—. Estos trajes nos van a servir de poco si estamos mucho tiempo expuestos. Los valores son brutales.

—Si, démonos prisa, —confirmó otro de los ingenieros—. Los sensores están achicharrados, es más rápido instalar nuevos.

En poco más de diez minutos, instalaron los equipos nuevos y regresaron rápidamente a la lanzadera

—Cuando regresemos a la base, todos sin excepción a descontaminación al centro medico, —dijo a J.J. el ingeniero jefe.

—De acuerdo, así lo haremos, —dijo J.J. y dirigiéndose a los pilotos, añadió—. Comunícame con la general Martín.

La figura de Marisol, apareció en la pequeña pantalla de la nave.

—Mi señora, queda por cambiar el que está más cerca, pero los ingenieros aconsejan no acercarnos más. Es extremadamente peligroso.

—Entendido J.J. no te preocupes, —respondió Marisol—. ¿Cuándo podemos disponer de los que habéis cambiado?

—Acaban de completar los enlaces, —respondió J. J. —. Teóricamente ya.

— Buen trabajo J.J. regresad al Fénix.

Marisol entró en la sala de estrategia donde la esperaban sus principales colaboradores sentados en torno a la gran mesa de reuniones.

—¿Tenemos ya algo en claro? —preguntó mientras se sentaba.

—Si mi señora, —dijo Marión—. Prácticamente no hay trafico en el portal. Hay muchas naves inmovilizadas, como si estuvieran a la deriva, y todo parece indicar que están reponiendo tripulaciones.

—Creemos que no están familiarizados con la radiación y sus efectos, —apuntó un oficial medico que asistía a la reunión.

—¿Por qué motivo?

—Toda la zona está muy contaminada, y los sensores más lejanos están recogiendo mediciones brutales. Ese trasvase de tripulantes lo están haciendo en un ambiente que es mortal a muy corto plazo.

—¿Significa que se van a morir? —preguntó Marisol, y ante el gesto afirmativo del médico, añadió—. ¡Genial!

—En cuanto a sus naves, —dijo Marión— no soportan impactos de esa potencia…

—Ni siquiera detonaciones en proximidad, —intervino Loewen—. En cuanto a la radiación, su blindaje no lo filtra totalmente. Hemos hecho pruebas con la nave capturada, con emisiones masivas como las que ha provocado el ataque nuclear, y se recogen en el interior lecturas de entre 8 y 10 Sv. A partir de entre 1 y 2, empieza a ser mortal a largo plazo.

—Y supongo que seguimos sin poder utilizar los Topol de reserva, —comentó interrogante Marisol.

—Descartado si queremos tener precisión, —respondió Loewen—. Aunque siempre podemos tirar a ciegas.

—Negativo. Si tuviéramos una baza fiable si, pero si no, prefiero mantenerlos en reserva. En Rulas 3 siguen fabricando pero tardaran varias semanas en tener una cantidad apreciable. Además, tenemos algunos problemas con la producción de plutonio y sobre todo con el explosivo que se utiliza para comprimirlo.

—¿Un explosivo? —se le escapo a Hirell, que rápidamente se tapó la boca con la mano—. Lo siento mi señora, se me ha escapado, —Marisol le miró fijamente y finalmente esbozó una sonrisa.

—Tranquilo teniente, que yo no me como a nadie. Utilizamos este sistema porque es el más simple. Una masa explosiva de un material impronunciable para mí y que tiene 27 letras seguidas, rodea una bola de plutonio que se comprime con la explosión, desencadenando una reacción nuclear capaz de generar una temperatura de 15 millones de grados en el punto de detonación.

—Lo que no tenemos claro es lo de los transportes, —admitió Clinio—. Analizando las imágenes sabemos con certeza que se destruyeron 21 y por los restos que hay posiblemente otras 9. Ahora mismo hay 41, por lo que podemos asegurar que llegaban con casi 800.000 soldados en la primera oleada. De las 41, 29 han salido de la zona contaminada, y el resto está a la deriva, posiblemente muertos.

—Están reponiendo tripulaciones de fragatas, pero no infantería, —añadió Loewen.

—Resumiendo ¿con cuanta infantería cuenta el enemigo? —preguntó Marisol.

—De entre 300.000 a 350.000.

—¿Y fragatas?

—Operativas, unas ciento sesenta, —respondió Loewen—. Si completan las tripulaciones y las sacan de la zona del portal, pueden llegar a ciento noventa.

Sentada en la silla, Marisol reflexionaba con los brazos cruzados y los ojos cerrados. Todos guardaban silencio y la miraban.

—No veo otra opción que repetir en Faralia lo que hicimos en Karahoz, —comenzó a razonar Marisol—. Aunque nuestras naves tienen una potencia de fuego muy superior a las de los bulban, tres fragatas y cinco corbetas, no se pueden enfrentar a casi doscientas naves. Hay que fijar al enemigo en Faralia, y eso lo conseguiremos si logramos que desembarquen a su infantería… y lógicamente si no reciben refuerzos por el portal. Espero y confío en que eso no ocurra. Entre los problemas del portal, por nuestro ataque, y la apertura de nuestro portal, cuyas emisiones seguro que ya han detectado, creo que se lo pensaran. ¿Opiniones?

—Estoy de acuerdo, —dijo Clinio mientras Marión y Anahis asentían.

—Yo también, —añadió Loewen— pero he preparado una estrategia junto con la capitán Aurre, para utilizar a la flota en acciones rápidas. Aunque las defensas planetarias de Faralia mantendrán alejadas las fragatas enemigas, podemos ayudar.

—Luego lo estudiamos, pero en principio me parece bien.

—Hay otro tema a tener en cuenta y que me ha comentado la madre de Aurre, que ya sabes que es la ingeniera de la España, —Loewen consultaba unos datos en su tableta—. En su opinión, puede ser contraproducente utilizar armamento nuclear de forma masiva. Resulta que la energía mística y la nuclear “no se llevan bien”. Nuestras naves, ahora mismo, no podrían operar durante un periodo largo de tiempo, en un ambiente tan contaminado como el que hay en la zona del portal.

—No podemos desechar un arma que nos da una clara ventaja estratégica frente al enemigo, y ante la que no están preparados, —afirmó tajante Marisol—. Entiendo que hay que utilizarla con prudencia, y así lo haremos. De todas maneras, como ya he dicho, tenemos problemas con la materia prima, por lo que ya no construiremos Deltas de está potencia. Los nuevos tendrán una potencia de 5 megatones.

Continuaron la reunión con cuestiones técnicas hasta que Marisol la dio por finalizada y todos volvieron a sus ocupaciones.

Cómo siempre que tenían tiempo libre, Marión e Hirell estaban en el camarote de la primera: parecía que quería recuperar el tiempo perdido.

—Cada vez lo haces mejor, mi amor, —reconoció el teniente.

—Cada vez me gusta más, —admitió Marión dejando momentáneamente de chupar—. Sobre todo cuando está… fofa y crece en mi boca.

—Te vas a convertir en una obsesa.

—¡Joder tío! Tengo la cabeza hecha un lío. De priora en un convento a puta redomada.

—Ya estás otra vez, ¡no eres una puta redomada!

—¿Entonces que soy?

—¿Una putilla salida? —dijo Hirell con una carcajada—. No mi amor, en serio. Eres una tía que vive su descubierta sexualidad. Nada más.

—No sé, de todas maneras sigo hecha un lío… —dejó de hablar porque llamaron a la puerta. Molesta, salto de la cama mientras se cubría con una camisa—. ¡Joder que oportuno! ¿Quién cojones será?

Entreabrió la puerta y Marisol empujándola, entro directamente en la cabina.

—¿Qué cojones hacías? —cuando la vio entrar, el teniente de un salto se puso de pie—. ¡Vale! No me lo digas. ¡Mira a quien tenemos aquí!

—Creo que es mejor que me vaya, —dijo el teniente intentando coger su ropa.

—¡Quieto ahí… pichón! —exclamó Marisol, y fijándose en el tamaño de lo que tenía entre las piernas, añadió mirando a Marión—. ¡Joder tia! Te gustan las cosas a lo grande, ¡eh!

El comentario hizo que la pareja se pusiera más roja de lo que ya estaba.

—Lo siento, no…

—Qué sientes ¿que te gusten gordas? —la interrumpió con una sonrisa.

—¡Joder Marisol! No sigas —protestó Marión.

—¿Me permite mi señora vestirme? —preguntó el teniente intentando alcanzar su pantalón.

—Lo mejor que puedes hacer es estarte calladito y quieto, —dijo Marisol e inmediatamente se quedó inmóvil otra vez.

—¡Ya vale!

— Bueno vale, —dijo Marisol con una sonrisa mientras la acariciaba la espalda—. Cuando… termines con el teniente, no antes, habla con la priora de Konark y dila que en dos días pasaremos por allí.

—¡A genial! —exclamó Marión—. Necesito verla.

—¿Qué quieres, confesar tus pecadillos? —bromeó Marisol—. Últimamente estás que te sales.

—¡Vete, vete!

—Vale, vale, ya me voy para que puedas reanimar al teniente. Se le ha quedado hecha una birria.

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