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Desafío de galaxias (capitulo 18)

Han pasado cuatro meses desde la apertura del portal en Telesi 2 y algo menos de la victoria federal el Faralia. En ese tiempo, los bulban se han diseminado por el sector 26 cambiando claramente de estrategia. Sistemáticamente, sus unidades han ido ocupando todos los sistemas del sector, a excepción de la zona de Beegis Nar. Por otro lado, en el sector del Ares, sus naves controlan una zona de cuatro años luz y las patrulleras realizan incursiones con profundidad en zona enemiga.

—¡Joder, por fin! —exclamó Marisol en el puente del Fénix. Ante ella, y perfectamente alineados, desfilaban las primeras 28 fragatas salidas de los astilleros federales—. ¿Para cuándo está la segunda remesa?

—¡Coño, Marisol! —exclamó el presidente Fiakro riendo—. Tú, mejor que nadie, sabes lo que han costado estás 28 fragatas.

—En mes y medio tendremos las nuevas corbetas y en dos meses, si todo va bien, la segunda remesa de fragatas, —explico la almirante Loewen—. Se están construyendo en astilleros periféricos que no tienen la misma capacidad que los de Raissa o Mandoria.

—Quiero que tengas a esas fragatas haciendo maniobras hasta que se queden tontos, —dijo Marisol mirando a Loewen—. Los últimos informes de inteligencia dicen que los bulban están concentrando naves cerca de Faralia…

—Los he leído, y te aseguro que estarán preparadas, —la interrumpió Loewen con suavidad resignada.

—Marisol, eso que has dicho ¿qué significa? —preguntó el presidente.

—No lo sabemos, señor presidente, —respondió con sinceridad mientras salían del puente y entraban en una sala de reuniones anexa—. Desde Faralia pueden ir a Beegis, para terminar de ocupar el sector 26, o pueden ir a la entrada del corredor subespacial de Evangelium que hay cercano al 26.

—Bueno, por fortuna, por el portal no están entrando grandes cantidades de tropas… —intentó razonar el presidente— como preveía el oráculo.

—Si, pero es un goteo constante de tropas y naves, —intervino Marisol—. Según esos mismos informes, calculamos que ya tienen en este lado unas mil fragatas. Sobre los transportes de tropas, van y vienen por el portal, pero creemos que ya hay un millón de soldados diseminados por el sector, cómo mínimo.

—¿Entiendo que descartamos recuperar el 26? –preguntó el canciller de Mandoria.

—No tenemos fuerzas suficientes para expulsar a un millón de soldados enemigos, —respondió el general Clinio.

—Ni naves suficientes para contenerlos en el sector, —apuntó Loewen.

—Seguirán su avance entonces, —afirmó el presidente.

—En mi opinión, sí, señor presidente, —afirmó también Marisol—. Los próximos días van a ser cruciales. Hay que estar muy atentos para adivinar cuál será su próximo movimiento. Por otro lado, quiero aumentar la presión en Magallanes, voy a trasladar dos de esas fragatas de ahí fuera a la base Ares.

Una de las patrulleras de la base Ares, navegaba en misión de observación dentro del espacio bulban cuando algo llamó la atención de los sensores.

—Capitán, detectamos dos naves, una bulban, la otra desconocida.

—Detectamos fuego de armas en la nave bulban.

—¿Distancia?

—100.000 Km.

—Piloto, rumbo de intercepción a máximo factor. ¡Zafarrancho de combate!

—Tenemos imagen, —dijo uno de los tripulantes activando la pantalla principal. En ella, una pequeña nave de configuración desconocida, intentaba zafarse del implacable acoso a que era sometida por una fragata bulban, mediante imprevisibles maniobras.

—Piloto, colóquenos en su popa, —ordenó el capitán—. ¡Baterías principales preparadas!

En ese momento, un impacto en la popa de la nave desconocida la desequilibró y la dejó sin propulsión mientras giraba lentamente sobre su eje.

—Salimos de hiperpropulsión a cinco kilómetros, —ordeno el capital.

—Salimos en cuatro, tres, dos, uno, ¡estamos fuera!

—Baterías principales ¡fuego! —los cañones de tiro continuo de la patrullera vomitaban descargas de partículas de alta energía a una velocidad endiablada destrozando los sistemas de propulsión de la fragata enemiga.

—¡Abrimos brecha en su coraza de popa, capitán! —exclamó otro tripulante—. No nos esperaban esos hijos de puta.

—Misiles, batería dorsal a máximo rendimiento.

—Batería dorsal preparada.

—¡Fuego! —los cuatro misiles impactaron en la brecha abierta por la artillería y la nave bulban estalló en una explosión colosal.

—Nave enemiga destruida, capitán. No tenemos daños.

—Capitán. Se aproximan dos naves enemigas. Tiempo de llegada 16 minutos.

—Acoplen la nave desconocida y vámonos de aquí cagando hostias, —ordenó el capitán apremiando a los tripulantes—. No vamos a tentar más a la suerte.

—Nave acoplada y asegurada. Abriendo vórtice.

—Rumbo al Ares. Saltamos. ¡Ya!

—Estamos en hiperpropulsión, capitán.

—Tenemos tripulantes armados en la escotilla de acceso.

El capitán se levantó de su sillón y salio de la cabina de mando en dirección a la escotilla. Cuando llegó, empuñó su pistola y ordenó abrirla. Con muchas precauciones, y con sus rifles por delante, dos tripulantes entraron en la nave desconocida, seguidos por otros dos. En su interior, cuatro desconocidos de razas distintas, les miraron con incertidumbre y temor. Sin dejar de encañonarlos, los fueron registrando y, después de despojarlos de sus armas, a señas les hicieron salir por la escotilla.

—¿Quiénes sois? —preguntó el capitán. Los cuatro desconocidos se miraron unos a otros.

—Creo que no nos entienden, capitán, —dijo una suboficial—. Solo llevan armas cortas, cuchillos, una espada, y un rifle.

—¿Llevan el chip? —preguntó el capital a la misma suboficial. Ella, saco un escáner de mano y lo paso por la cabeza de los cuatro desconocidos que intentaron apartarse.

—Negativo capitán.

—Bien. Trátelos con cariño, pero no les quite ojo. En la base sabrán que hacer con ellos. Voy a inspeccionar la nave, parece interesante.

La patrullera entró dócil con los sistemas automáticos de aproximación en la base Ares. Una vez cerradas las compuertas, la patrullera fue rodeada por una docena de soldados fuertemente armados. La puerta se abrió, el capitán salio y saludo militarmente al general Esteban que le aguardaba al pie de la escalerilla.

—Ha podido averiguar quienes son, —le preguntó.

—No hablan nuestros idiomas y no tienen el chip, —contestó—. Dos parecen de la misma raza… por el color verdoso, más que nada.

—Teniente, llévelos a la clínica y que miren si se puede solucionar lo del chip, —ordenó Esteban al oficial que dirigía el destacamento mientras por la puerta del hangar entraba la sacerdotisa de Konark que se ocupaba de ayudar espiritualmente a los que requirieran sus servicios. Los cuatro desconocidos, cuando la vieron, rápidamente juntando las manos e inclinando ligeramente el cuerpo comenzaron a recitar una especie de runa. Esteban levantó la mano para que el teniente esperara mientras la sacerdotisa se aproximaba a ellos y los estudiaba detenidamente. Lentamente, paso su mano por sus cabezas y miró a Esteban con ojos brillantes. El teniente se los llevó a la clínica mientras los dos hacían un aparte.

—Mi señor, seria conveniente sacarlos de aquí y llevarlos a Telesi 2, —dijo la sacerdotisa.

—¿Has percibido algo?

—Si mi señor, —respondió—. Pero tiene que confirmarlo la priora de Konark. Uno de ellos, el que parece humano, tiene impronta mística.

—El oráculo dijo que llegaría por el portal… claro que no dijo por cual, —razonó pensativo Esteban—. No quiero que te separes de ellos. Yo voy a hablar con la general Martín.

—Así lo haré mi señor.

—Y mira a ver si te puedes comunicar con ellos… de alguna manera.

—Lo que recitaban me ha resultado familiar, pero no sé.

—Haz lo que puedas hasta que les puedan implantar el chip.

Cuando Marión entró en su camarote, su teniente ya la estaba esperando.

—¡Vaya día! Lo siento cariño, pero las últimas horas han sido tremendas, —exclamó Marión mientras le besuqueaba— la general nos ha tenido a todos de cabeza.

—¿Ha pasado algo? Podía haber echado una mano ¿por qué no me habéis avisado?

—Ha sido a nivel de oficiales mayores… una patrullera del Ares ha encontrado al segundo guerrero.

—¡No jodas! ¿Y que dice la general?

—Poco, ya la conoces. Ha habido un momento que ha sido una locura, todo el estado mayor presente, más el presidente, la reverenda madre, y seis cancilleres, todos por video enlace.

—¿Y que se ha decidido?

—Todos los que tienen que ver con Konark quieren sacarle partido rápidamente, pero Marisol no lo tiene claro. Ya sabes que el tema religioso no le va mucho.

—¿Y tú mi amor?

—Yo he apoyado a Marisol. ¡Joder, no sé!… estamos donde estamos gracias a ella, —afirmó Marion mientras el teniente asentía con la cabeza—. Al final, el presidente lo ha dejado todo en sus manos.

—Es lo correcto.

—Dejemos la cháchara. Quiero que me eches un polvo: es bueno para mis nervios.

—Eso está hecho.

El monumento funerario de Matilda y Ushlas, estaba sobre los acantilados de Raissa, rodeado de jardines. Las dos estatuas que las representan, cogidas de la mano, miran al infinito mar que tanto amaron. Al pie del monumento, sentada en un banco, Marisol, pensativa, mira también al horizonte. Por un lateral se aproximó Anahis acompañada por los cuatro desconocidos de Magallanes. Se detuvo a unos metros y haciendo una indicación, uno de ellos se adelantó. Marisol lo observó con semblante inexpresivo y dando unos golpecitos en el banco le indico que se sentara a su lado.

—Me dicen que te llamas Bertil, y que eres un ancestro… un kedar, —afirmó Marisol más que pregunto.

—Así es mi señora.

—¿Cómo están las cosas en tu galaxia?

—Muy mal mi señora. En estos días he oído hablar mucho de usted, en un año ha conseguido mucho más que nosotros en mil. Mi galaxia está devastada a todos los niveles, calculamos que en total no quedaran más de doce o trece mil millones de todas las etnias kedar.

—¿Cómo sobrevivís?

—Como podemos, escondiéndonos continuamente, robando comida…

—¿Qué hacíais en la zona del Ares? —preguntó interrumpiéndole.

—Oímos que alguien había derrotado a los bulban, y como no éramos nosotros, fuimos a investigar… pero nos descubrieron, —y Bertil, después de una ligera pausa, añadió—. No confía en nosotros, ¿verdad?

—No me puedo permitir ese lujo, —contestó Marisol mirándole por primera vez—. El oráculo dijo que seréis de gran ayuda en la guerra, pero ni tú, ni Pulqueria, sois ella, —dijo haciendo un gesto con la cabeza en dirección a la estatua de Matilda.

—¿Quiénes son?

—La de la derecha es Matilda, la otra es Ushlas, su amor, —la respuesta produjo un gesto de sorpresa en Bertil.

—Pero son dos mujeres…

—¿Y?

—Que dos mujeres no se pueden amar.

—Mi pareja es esa hembra mandoriana que os ha acompañado hasta aquí, y te aseguro que estoy profundamente enamorada de ella, —la centelleante mirada de Marisol atravesó a Bertil que bajo la vista.

—Siento haberla ofendido mi señora, pero en mi galaxia las cosas son distintas.

—No me extraña que estéis como estáis. Dos hembras, ella y la Princesa Súm, lideraron la victoria sobre el emperador en la guerra más colosal que ha visto está galaxia, y mandando sobre cientos de naves y millones de soldados.

—Posiblemente seré un imbécil mi señora, y sé que hago mal en aferrarme a una cultura… o una forma de pensar… no sé, y ver las cosas por el prisma de algo que saltó por los aires hace cientos de años, pero es que no tenemos nada más.

—Lo entiendo, pero tenéis que cambiar, sobre todo tú si finalmente te conviertes en un líder.

—Mi señora, no hay problema…

—La priora de Konark me ha dicho que estás entrenado para el combate, pero que no tienes experiencia practica.

—Desgraciadamente es así mi señora, en mi mundo no nos enfrentamos a ellos… huimos. Nuestros grupos armados tienen muchos civiles a su cargo y no podemos ponerlos en peligro.

—Lo comprendo, —dijo Marisol poniendo una mano sobre el hombro de Bertil y mirándole fijamente a los ojos—. Vas a ir a Konark un tiempo para completar tu formación junto a Pulqueria. Un guerrero místico no solo da espadazos, es mucho más, y tú tienes que aprender a serlo.

—Así lo haré mi señora…

—Pues apúntate bien lo que te voy a decir. Aquí tienen… tenemos muchas expectativas con vosotros, y lo que no tengo es tiempo para

perderlo inútilmente. Te prometo por lo más sagrado que tú tengas, que como provoques el más mínimo problema, de una patada en los huevos te mando por el portal de vuelta a tu puta casa. ¿He hablado claro?

—Perfectamente mi señora.

Durante tres meses, Bertil y sus compañeros estuvieron en el monasterio de Konark, y no estuvieron de turismo. La priora les dio caña hasta la extenuación, y en una ocasión, en la que uno de los compañeros de Bertil se pasó de la raya, ella misma se ocupó de pararle los pies con una llave que le fracturó una mano antes de que los demás pudieran intervenir.

Una mañana, a primera hora, la priora entró en la sala de entrenamiento y dando un par de palmadas llamo la atención de todos.

—Hermanas, suspendemos el entrenamiento. La general Martín está a punto de llegar.

Todos salieron siguiendo a la priora que se encaminaba a la parte exterior de las murallas del monasterio. De entre las nubes, como un leviatán emergiendo de la bruma, apareció la colosal silueta del Fénix. Aterrizo suavemente a un par de kilómetros del monasterio y una lanzadera salió de uno de sus hangares y se dirigió a su posición.

—Buenos días reverenda madre, —dijo Marión saliendo por la escotilla de la lanzadera, seguida por Anahis, Loewen, Opx y Clinio.

—¿No viene Marisol? —preguntó la priora mientras se abrazó con todos.

—Si, reverenda madre, —contestó Marión frunciendo en ceño— viene en esa maquina infernal que tanto le gusta.

—¿Si? —preguntó la priora con los ojos iluminados.

—¡Sí! —respondió Marión mientras Anahis se reía—. Por ahí viene.

A lo lejos, un diminuto punto se aproximaba levantando una gran polvareda. El todoterreno llegó hasta ellos envolviéndolos en una nube de polvo.

—Vosotros dos, subiros detrás, —dijo la priora dirigiéndose la Pulqueria y Bertil—. Y mientras nosotras hablamos, no os quiero ver abrir la boca.

Con la priora sentada a su lado, Marisol arrancó y a toda velocidad se dirigió a los Lagos Humeantes a donde llegaron una hora después. Se bajaron del vehículo y las dos mujeres se fundieron en un afectuoso abrazo. Se sentaron sobre la yerba y comenzaron a hablar de cotilleos y cosas intrascendentes, ante los ojos incrédulos de Pulqueria y Bertil que, sentados a un par de metros de ellas, no daban crédito a lo que oían. Muchas risas después, por fin, Marisol los miró fijamente.

—¿Cuánto les queda, reverenda madre?

—Si los necesitas, ya están a tu disposición, hijita, aunque tienen que seguir con el entrenamiento. Confía en ellos.

—¿En Bertil también?

—¡Claro que sí! —contestó la priora riendo—. Es cierto que es un poco… capullo, pero no tanto como cuando llego, —el comentario hizo fruncir el ceño a Bertil mientras Pulqueria reía descaradamente—. ¡Pulqueria!

—Lo siento reverenda madre, —respondió avergonzada la joven guerrera.

—Te lo repito, confía en ellos, —insistió la priora todavía con el ceño fruncido.

—Muy bien, confiaré en ellos… pero porque confío en usted.

—No te defraudaran, te lo garantizo. Porque como lo hagan, te juro por lo más sagrado que los estrangulo yo misma.

—Reverenda madre, ¿pasara a la historia por haber estrangulado a los únicos guerreros del consejo que tenemos?

—No hijita, son guerreros del Círculo, pero por el momento no son miembros del Consejo de los Cinco, ni lo serán en mucho tiempo, —y mirándolos, la priora añadió—. Acercaros. Quiero que juréis en mi presencia, que obedeceréis sin rechistar todas las ordenes que recibáis de la general Martín.

—Si, reverenda madre, lo juro.

—Lo juro reverenda madre.

—Entonces me los llevo reverenda madre. Mañana partimos para el sistema Tetis. Los bulban han establecido una base avanzada en el cuarto planeta y quiero acceder a su banco de datos.

—Muy bien hijita, pero acuérdate de devolverlos para que sigan el entrenamiento.

—Marisol, todas las naves reportan verde, —informó Marión desde su consola de control. La flota se había concentrado en la órbita de Konark para iniciar el ataque al sistema Tetis. 48 fragatas, 16 corbetas, 20 patrulleras y seis transportes, incluido el Fénix, que albergaban en su interior 60.000 soldados y un regimiento acorazado. El mayor despliegue naval de los últimos cuatrocientos años—. La almirante Loewen solicita autorización para iniciar la operación.

—Tienes autorización, —desde el puente de guerra del Fénix, Marisol, con su uniforme de combate y su espada y escudo a la espalda, vio como los vórtices se abrían y la primera oleada partía a través de ellos. Pulqueria y Bertil, detrás de ella, asistían nerviosos e interesados a las maniobras de la flota.

—El grupo de batalla ha partido, —anunció Anahis—. Contando menos cinco minutos.

Al cumplirse los cinco minutos, los seis transportes y las 20 patrulleras de escolta, abrieron vórtices y saltaron al hiperespacio.

En el sistema Tetis, más de 300 naves bulban se concentraban en torno al cuarto planeta y no esperaban lo que se les venia encima. En la superficie, seis transportes de tropas circundaban una estructura central formando un complejo único donde se albergaban más de 100.000 soldados.

Los vórtices se abrieron y la flota federal apareció por ellos, agrupándose las fragatas en tres formaciones lideradas por la España, la Súm y la Tanatos, mientras las corbetas y la fragata insignia de Loewen preparaban la zona para la llegada de la segunda oleada. Cumpliendo el plan establecido, las tres formaciones penetraron con profundidad en la formación enemiga causando un destrozo descomunal en sus naves y obligándolas a abandonar la órbita.

Los vórtices se abrieron de nuevo y los transportes y sus escoltas iniciaron sin demora un descenso de combate que ilumino con lenguas de fuego las ventanas y claraboyas de las naves.

—Dos minutos para el aterrizaje, mi señora, —anuncio el capitán del Fénix.

—Entendido, —respondió Marisol, y haciendo una indicación a Pulqueria y Bertil, se encaminó a la salida—. Marión, la nave es tuya.

Los tres entraron en el hangar de vuelo donde J. J. esperaba con un escuadrón de sus fuerzas especiales y un destacamento de inteligencia embarcados en nueve transbordadores.

—¿Nos vamos J. J.? —preguntó subiendo a su nave.

—Cuando mi señora lo desee.

—Pues venga.

El Fénix tocó suelo, los portones de abrieron y las naves partieron hacia el núcleo central de la estructura enemiga. Por las claraboyas, Marisol vio como las otras naves habían aterrizado y el general Clinio, al mando de la infantería, se desplegaba en busca del enemigo que apresuradamente intentaba organizarse en unidades para presentar batalla, mientras las patrulleras, y las naves de apoyo del Fénix bombardeaban sin descanso a la infantería bulban y atacaban con misiles y torpedos sus transportes para evitar que huyeran.

Las naves del grupo de asalto de Marisol, dispararon contra uno de los muros de la base abriendo un enorme boquete. Aterrizaron y Marisol, protegiéndose con su escudo y con la pistola de partículas de la mano, se dirigió a la apertura seguida por el escuadrón. Pulqueria y Bertil, a su lado, protegidos por sus escudos de energía, desviaban con las espadas místicas los disparos enemigos. Entraron al complejo y se parapetaron tras un amontonamiento de escombros. Los de inteligencia, con sensores portátiles, indicaron una dirección por donde podría estar el control central. Cientos de soldados bulban aparecieron, Marisol ordenó de nuevo el avance, guardando la pistola y empuñando su espada. Los bulban caían por decenas ante las espadas místicas y la de Marisol, que se abrían paso en la turba enemiga. Finalmente, llegaron al centro de control donde J. J. estableció un perímetro de defensa mientras los de inteligencia se lanzaban sobre los terminales de datos.

—Mi señora, hemos establecido enlace, —dijo uno de los oficiales de inteligencia—. Seis minutos para completar la descarga de datos.

—La fuerzas del general Clinio están ya en el interior de la estructura y protegen nuestra retaguardia, —informó J. J. llegando hasta su posición.

—Cuando acaben de descargar los datos, que un destacamento los escolte hasta el Fénix, —ordenó Marisol— y nosotros seguiremos el avance.

—A la orden mi señora.

—Descarga completada.

—Regresad a la Fénix inmediatamente, —y saliendo del parapeto, Marisol gritó—: ¡Escuadrón, avanzar!

Marisol, dando una patada en el pecho de un soldado bulban, lo derribo y comenzó a avanzar hacia el interior del complejo, abriéndose paso con la espada. Rápidamente, Pulqueria y Bertil la adelantaron y se pusieron en cabeza descargando furiosos y mortales golpes sobre los soldados enemigos. Entraron en una cámara amplia, repleta de enemigos, que ocupaban una parte de ella. De entre sus filas, apareció un personaje, ataviado con casco y coraza dorada y armado con una lanza corta de doble punta.

—Mi señora, es un pretor, un comandante de máximo nivel, —afirmó Bertil—. Y se va a quedar sin la puta cabeza.

—¡Quieto pichón! —ordeno Marisol poniéndose al descubierto—. Ese es mío.

Al verla, el pretor bulban levantó una mano mientras gritaba una orden y sus tropas dejaron de disparar. Marisol avanzó en solitario, protegida por su escudo, hasta la mitad de la sala mientras su enemigo hacia lo mismo.

—¡Hay que joderse, que feo eres cabrón! —comentó Marisol cuando estuvieron a un par de metros.

—¡Tú no ser maravilla! —respondió el pretor peleándose con las palabras.

—¡Anda mira! Resulta que eres un bicho listo, has aprendido español.

—Sé tu hablar este idioma, —contestó el pretor.

—¿Por qué habéis venido a nuestra galaxia?

—Necesitar espacio para desarrollar nosotros.

—Ni lo sueñes facha de mierda. ¿Sabes lo que significa genocidio, lagarto asqueroso?

—Si, mi resultar familiar, —respondió el pretor bulban sonriendo irónicamente.

—Pues eso es lo que le va a pasar a tu pueblo. Aquí, y en la otra galaxia. Te aseguro, que os arrepentiréis de haber venido aquí.

—¡Eso que verlo hay! —respondió arrogante el bulban—. Tu cabeza adornara mis aposentos.

—Pues no esperamos más, hijo de puta, —y diciendo esto, enarboló la espada y descargó un golpe contra el pretor que se defendió bien evidenciando que tenía preparación en combate. Durante unos cinco minutos, estuvieron combatiendo, hasta que finalmente, en una maniobra rápida, alcanzo en el hombro a su adversario, y sin dilación, con otro golpe le cortó la cabeza. Mientras su tronco descabezado se desplomaba, sus soldados emprendían una huida desordenada perseguidos por una vociferando masa de soldados federales que comenzó a masacrarlos sin compasión.

Un par de horas después, unas pocas naves bulban lograron escapar de la batalla. No se cogieron prisioneros, no era posible, y nadie escapó. Fue una matanza. El odio acumulado en este último año se encargó de ello.

Cuando todo acabo, Marisol, seguida por sus dos pupilos, salio al exterior, donde miles de soldados la aclamaron y vociferaron su nombre, mientras Clinio y J. J. la levantaban sobre sus hombros.

Regresaron a la Fénix y rápidamente Anahis la acaparo y cuando pudo la sacó de la celebración espontánea que se organizó en el hangar de vuelo. Cogida de la mano, la llevo al camarote, y Marisol, como en una nube se dejó llevar. Estaba terriblemente cansada y Anahis lo percibió desde el mismo momento en que la vio bajar del transbordador. En el camarote, la ayudó a quitarse la coraza de combate, las armas, la desnudo y las dos entraron en la ducha. Recorrió concienzudamente su cuerpo con la esponja, revisando cada moratón, cada pequeña herida, cada rasguño hasta cerciorarse de que no tenía nada importante. La condujo a la cama y se estuvieron besando incansablemente hasta que Anahis se percato de que Marisol se había quedado dormida. La arropó con la sabana, y abrazada a ella se durmió tambien.

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