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Desafío de galaxias (Capítulo 2)

Marisol Martín paseaba tranquilamente camino de la tienda de alimentación de sus padres, sobre la que estaba el domicilio familiar. Miró hacia arriba unas décimas de segundo, a través de sus gafas de sol: la fuerte luz que provenía de los dos soles del sistema. El calor y el uniforme la hacían sudar, y sentía caer las gotas de sudor por el hueco de la espalda, bajo la guerrera. Mientras caminaba, saludaba a los vecinos con los que se cruzaba, los conocía a casi todos, no en vano ella nació en está localidad de Nueva España hacia ya casi 28 años. Sus bisabuelos ya se establecieron allí hace cien.

En Nueva España todo era nuevo, y me refiero a que todas las ciudades empezaban por esa palabra, salvo esta donde vivía, que cuando se fundó y por llevar la contraria, algunos dirían por tocar los cojones, los muy puñeteros la llamaron Almagro la Nueva. Entró directamente en la tienda para saludarlos, hacia casi dos días que no los veía, desde que entró de turno en el cuartel del Tercio Viejo de Voluntarios Españoles, la milicia federal de la que era comandante, la más joven de la historia del cuerpo. A pesar de su edad, era extremadamente querida y respetada por los hombres y mujeres a sus ordenes: si algo tenía Marisol era mucha mano izquierda en el trato con la gente.

—¡Marisol! Te fuiste sin tu comunicador, —la reprendió su madre antes de darla tres o cuatro sonoros besos.

—En el cuartel no me hace falta, mamá, —respondió la aludida devolviéndoselos.

—Pues lleva un par de horas sonando sin parar, —añadió su padre después de besarla también, aunque eso si, más comedidamente— y creo que debe de ser importante. Estaba a punto de acercártelo al cuartel.

—¿Importante…?

—Te llaman de la presidencia de la República, —afirmó su padre asintiendo con la cabeza.

—¿De la presidencia? ¡no jodas! —exclamó Marisol cogiendo el comunicador que le tendía su madre. Consultó la lista de llamadas y arqueando las cejas pasó a la trastienda. Unos segundos después, se asomaron a cotillear y la vieron con el comunicador en la oreja en una aptitud evidentemente crispada—. Si señor presidente…, por supuesto señor presidente…, se hará como usted dice señor presidente…, estaremos preparados señor presidente…, muy bien señor presidente…, allí estaré señor presidente…, a la orden señor presidente: ha sido un honor hablar con usted.

Cortó la comunicación y miró a sus padres resoplando e inflando los mofletes. El comunicador volvió a sonar, miró la pantalla y aceptó la llamada inmediatamente.

—Buenos días señor canciller…, sí, acabo de hablar con él…, entiendo señor canciller…, no, primero tengo que ir al cuartel…, no se preocupe, allí estaré señor canciller.

—¿Qué ocurre hija? —preguntó su madre con el susto reflejado en el rostro, cuando vio a su hija cortar la comunicación. 

—No lo sé mamá, pero algo gordo seguro, —y abrazándola añadió—. Me voy al cuartel. Prepárame una bolsa de viaje, me voy con el canciller a Edyrme. ¡Y no te pases metiendo cosas!

—¿Vas a la capital federal? —su padre estaba visiblemente impresionado—. Llévate la caca fotos: nunca hemos estado allí.

—¡Padre, por favor! Voy a una reunión oficial, no de turismo.

—Tú llévate la cámara por si acaso.

Entró en la sala de planificación del cuartel del Tercio Viejo, donde un centenar de oficiales y suboficiales charlaban y bromeaban amigablemente entre ellos. A pesar de la presencia de la oficial al mando y de la convocatoria urgente de la reunión, no variaron su aptitud, no en vano ellos no eran una unidad militar a la antigua usanza.

—¡Chicos silencio! —Marisol golpeó con la mano sobre la mesa para llamar la atención de sus compañeros. Aguardó a que guardaran silencio y prosiguió—. A partir de este momento se activa el protocolo de movilización general.

—¿Qué estás diciendo niña? —preguntó un sargento de edad avanzada vecino de sus padres y con el que tenía mucha familiaridad, mientras los demás se miraban entre si con la sorpresa reflejada en la cara—. Hace muchos años que no se activa el protocolo de movilización general. Yo no lo he visto nunca.

—Pues hoy lo vamos a hacer, —respondió acariciando la mejilla del sargento—. Hace unos minutos me ha llamado el presidente federal y me ha dado la orden directamente. Después, el canciller la ha confirmado. No me preguntéis que ocurre porque no tengo ni puta idea, pero esto no es, repito, no es…, ni una broma, ni un simulacro. Si hay algo que me ha quedado claro después de hablar con ellos, es que algo gordo pasa. No hace falta que os recuerde que las únicas unidades militares que hay en la galaxia, es esta, de la que tan orgullosos estamos, y la de Faralia, en el sector 26. En una hora salgo con el canciller hacia Edyrme a una reunión de alto nivel, —y encogiendo los hombros, añadió—. Espero enterarme allí de lo que pasa. Mientras tanto a trabajar: todos sabéis perfectamente lo que tenéis que hacer.

La capital federal en Edyrme, no se parecía en nada a Axos, la antigua capital imperial. Frente a la grandiosidad artificial de la última, la primera mantenía intactos los ecosistemas del planeta. Todos los edificios y complejos gubernamentales eran subterráneos, o no superaban los dos niveles de altura: las construcciones de más de dos plantas estaban prohibidas e incluso un amplio sector en el hemisferio sur, estaba acotado y protegido por la presencia en él, de una sociedad aborigen preindustrial.

La lanzadera se deslizó con suavidad por la enorme puerta del hangar de entrada al palacio presidencial. Marisol miraba con avidez por la ventana de la nave para no perderse nada. Sabía que, con pelos y señales, tendría que contárselo todo a su padre cuando volviera a casa.

—Mira Marisol, esto es política pura y dura, y te aseguro que es peor que la selva, —comentó el canciller español con una sonrisa— si te descuidas… te la meten. Por fortuna, el presidente está interesado en ti, y te protegerá de ellos.

—Canciller, no entiendo que interés puede tener el presidente en mí… además, no me conoce de nada.

—No insistas Marisol, te repito que no se de que va todo esto, pero conozco al presidente Fiakro hace muchos años, y nunca le había visto tan preocupado.

El portón de la lanzadera se abrió y descendieron de ella. Al pie, un funcionario de alto rango les esperaba junto con unos operarios que se hicieron cargo de los equipajes.

—Canciller, comandante Martín, el presidente Fiakro desea verles inmediatamente, —informó haciendo un gesto con la mano para que le siguieran. Entraron en un turboascensor que les condujo hasta la puerta del despacho presidencial.

—¡Pasen por favor, pasen, el presidente les espera! —exclamó la secretaria del presidente abriendo la puerta del despacho.

—¡Hombre, por fin querido amigo! —el presidente, un ursaliano entrado en carnes, se levantó para recibir a los recién llegados. Abrazó afectuosamente al canciller español y se situó frente a Marisol ofreciéndola la mano—. ¿Y supongo que tú debes ser la comandante Martín?

—Es un honor, señor presidente, —contestó después de saludarle militarmente y aceptar su mano.

—Sentaros con nosotros. Comandante tu no los conoces, te presento a los cancilleres de Maradonia, Numbar, Mandoria y Tardania, —todos se saludaron, y permanecieron expectantes mirando al presidente federal—. Os presento a la comandante Martín, jefe del Tercio Viejo de Voluntarios Españoles de Nueva España, y es lo más parecido a un experto militar que tenemos.

—¿Un experto militar? —preguntó el tardanio frunciendo el ceño e incorporándose ligeramente en el sillón que ocupaba—. ¡No entiendo!

—Comandante, —el presidente hizo un gesto con la mano para que el tardanio aguardara un poco—. ¿En cuánto tiempo estará preparada su unidad?

—El protocolo de movilización general se ha activado, en tres días las diez banderas estarán completas. Pero si me permite preguntarle señor presidente, ¿preparados para que?

—En el caso hipotético de que tuvieran que entrar en combate, ¿darían la talla, comandante?

El silencio se hizo espeso. Todos miraron al presidente con ojos escrutadores, y luego desviaron la mirada hacia Marisol, que muy seria le seguía mirando.

—¿Dar la talla en que escenario señor presidente? —respondió al fin—. Porque los integrantes del Tercio son civiles, hay campesinos, obreros, oficinistas: en definitiva, no somos profesionales. Es cierto que tenemos cierto entrenamiento, pero repito, no somos profesionales, y nuestras armas no son militares, son las mismas que usa la policía federal de la República.

—Si, si, comandante, —insistió el presidente— pero supongamos un escenario como el de la última guerra.

—No duraríamos ni dos minutos, señor presidente.

—Entiendo, —el presidente guardó silencio analizando las respuestas de Marisol, que silenciosa seguía mirándole—. Señores, hace dos días, Eskaldár, la espada de Matilda, comenzó a lucir.

—¿Cómo dices? ¿pero eso está confirmado?

—Totalmente, y no solo eso. A petición de la priora de Konark, el canciller de Mandoria, abrió la cripta de la Princesa Súm… y Surgúl también luce.

—Si una espada mística luce es por algo, eso es seguro. Y mucho más si son dos, —afirmo en canciller de Numbar.

—Eso opino yo también, —apuntó el presidente—. En estos momentos, Anahis, la hija del canciller de Mandoria, está en Konark estudiando el Manuscrito Sagrado. Hace un par de horas he hablado con ella, tiene una pista de lo que está pasando, pero necesita ayuda. Me ha dado una lista de nombres que ya están de camino a Konark.

—Comandante, ¿en total, cuantos soldados tiene la milicia, o el Tercio Viejo como la llamáis? —preguntó el canciller de Maradonia.

—10.000, señor canciller. El doble si añadimos a la Guardia Civil, que es la policía federal de Nueva España.

—Bueno, no está mal. Por soldados no va a ser, —el comentario del rojizo canciller hizo que a Marisol los ojos se le abrieran como platos.

—Con el debido respeto, señor, la Princesa Súm, en la liberación definitiva de Mandoria, lidero a su 5.º Ejército: casi medio millón soldados con artillería y más de 2.000 vehículos acorazados. Matilda, en el asalto final a Axos, dirigió un ejército de ocho millones de soldados. Señor canciller, lo que tenemos nosotros es una puta mierda…, y disculpe la expresión.

—Gracias comandante, nos hacemos una idea del problema, —dijo el presidente con una sonrisa—. De todas maneras, estamos hablando por hablar. Es muy posible que todo sea una falsa alarma…, pero por si acaso, es mejor estar preparados… al menos en lo posible. Bien, en un par de horas se va a votar en el parlamento federal la creación, con carácter provisional, de las Fuerzas Armadas Federales. A continuación, la comandante Martín, pasara a ser comandante en jefe del nuevo ejército con la categoría de general.

—Pero señor presidente… —a Marisol se le aflojaron las piernas pese a estar sentada.

—No esperes al nombramiento, —la interrumpió el presidente levantando la mano— partirás de inmediato hacia Konark: quiero que estés al tanto de los progresos de Anahis. He hablado con la priora y te facilitara un lugar para que trabajes. La próxima vez que nos reunamos, quiero que me presentes un plan detallado para la puesta en marcha del ejército federal. Quiero que sepas, que tienes a tu disposición todos los recursos federales para lo que puedas necesitar.

—Se lo agradezco señor presidente, pero por el momento prefiero trabajar sola hasta que veamos que descubre Anahis y como evoluciona la situación.

—Muy bien, como prefieras.

Todavía abrumada por el nombramiento y la misión encomendada, Marisol llegó a Konark. Nada más verla, la priora se dio cuenta de la terrible responsabilidad que recaía sobre sus hombros, y decidió ayudarla. La agradaba está españolita decidida y sincera. La instaló en una celda, cercana a la zona de trabajo de Anahis y su equipo, y que disponía de una habitación anexa con una gran mesa y una terminal de datos.

—Aquí podrás trabajar con tranquilidad, general, —como le paso a Anahis, la afabilidad de la priora la cautivo desde el primer momento.

—Por favor reverenda madre, no me llame general. Ni yo me lo creo todavía, y no sé siquiera si lo merezco, —la humildad de Marisol hizo sonreír a la religiosa—. Llámeme Marisol.

—¿Qué sabes de cuestiones militares, estrategia y cosas de esas, querida niña?

—Me interesa mucho el tema y he estudiado esas cuestiones. Soy miembro del club de historia militar de Nueva España, que está en mi pueblo, y en él, hemos analizado las tácticas de Matilda y la Princesa en la última guerra, —y con ojos tristes añadió—. De ahí a ser una entendida, hay mucho trecho.

—Ya sabes más que la mayoría de los habitantes de la galaxia, Marisol, —la cogió de la mano y añadió—. Acompáñame querida.

Salieron de su habitación y se encaminaron a la zona de entrenamiento. Al entrar, Marisol vio lo mismo que vio Anahis, varias decenas de sacerdotisas desnudas entrenaban en furioso combate. Incluso algunas presentaban pequeñas heridas que manchaban sus cuerpos de sangre y sudor.

—¡Joder! —no pudo reprimir la expresión—. Con mis amigos del club entrenamos con espadas, pero son de madera… y sin tanto ímpetu.

La priora hizo una indicación, y una de las parejas se acercó a ellas rápidamente con las armas de la mano. Llegaron e inclinando la cabeza hicieron una reverencia a la priora y su acompañante. Con otra indicación, una de ellas se despojó de sus armas y se las ofrecio a Marisol que intento reusar.

—Es un deshonor y un insulto, rechazar las armas que te ceden en muestra de amistad.

—Lo siento mucho, no quería ofenderla, —Marisol inclinó la cabeza ante la sacerdotisa y acepto las armas—. Pero yo no tengo…

La otra sacerdotisa atacó con un golpe flojo de espada, y Marisol reaccionó bloqueando a duras penas el golpe con el escudo. La atacante sonrío y le dio tres golpes seguidos que igualmente paro. La sacerdotisa miró a la priora que con una inclinación de cabeza la autorizo a hablar.

—Eso con punta que tienes en la mano derecha sirve para atacar, —dijo con cierta sorna, y adoptó nuevamente posición de combate.

Marisol comenzó a moverse de lateral, decidió atacar. Su oponente esquivó el golpe y con la espada plana la golpeo en el trasero. Marisol volvió a ponerse en guardia y su postura fue corregida por la otra sacerdotisa con las manos. Intentó otro golpe con el mismo resultado y frunció el ceño: no la estaba gustando nada que la golpeara el trasero. Atacó otra vez, y nuevamente recibió otro golpe. Notó como la sangre le congestionaba la cara y lanzó un ataque furibundo alcanzando tres veces seguida a la sacerdotisa en el escudo, pero está, tirándose al suelo la hizo un barrido y cuando quiso reaccionar estaba en el suelo, bocarriba y con la punta de una espada en el cuello. La sacerdotisa mantuvo la posición unos segundos, y a continuación, cogiendo su espada con la izquierda, la tendió la mano para ayudarla a levantarse.

—Veo que hacéis buenas migas, —dijo la priora con una sonrisa—. Marisol, te presento a Loewen, sacerdotisa de alto rango y… guerrero del Círculo.

—¡Una guerrera del Círculo! —no pudo disimular su sorpresa—. Yo creía que ya no…

—¿Qué no existían? —la interrumpió la priora—. En los últimos días me lo han dicho en alguna otra ocasión.

—Pues no existiremos, —añadió Loewen con suavidad— pero todas las hermanas que estamos en está sala, lo somos.

—¡No jodas! —Marisol no pudo reprimir la expresión.

— No, no lo hacemos, —la sonrisa de Loewen era amplia—. Tenemos voto de castidad.

—¡Oh! Lo lamento, es que me pierde mi efusividad.

—No te preocupes, además puedes estar satisfecha. Nunca un novato ha logrado alcanzarme tres veces en el escudo.

—Eres muy amable Loewen, —Marisol entregó sus armas a la otra sacerdotisa—. Reverenda madre, voy a hablar con el presidente, porque esto lo cambia todo.

—¿A que te refieres niña?

—¿A que me voy a referir? A que yo era comandante de la milicia y de pronto soy general del ejército. Cualquiera de ellas están más preparadas que yo, cuando el presidente lo sepa…

—¿Y por qué crees que no lo sabe? —preguntó la priora.

—Bueno, no es lógico…

—El presidente sabe perfectamente todo lo que hacemos aquí, no en vano, una de sus hijas entró de novicia el año pasado.

—Pero entonces no entiendo…

—No hay nada que entender, si lo ha hecho en porque tendrá sus razones, —volvió a interrumpirla la priora—. ¿Y sabes que? Yo creo que ha actuado correctamente.

—No, no sé que decir, reverenda madre.

—Pues no digas nada y ponte a trabajar. Mientras estés aquí, Loewen será tu ayudante. Ya le he dicho a Anahis que ibas a llegar y que el presidente desea que te tenga al tanto de sus investigaciones, —y dirigiéndose a Loewen, añadió—. Estás relevada de todas tus obligaciones… y llévala al armero para que elija armas, no seria apropiado que un general lleve una espada de madera.

—Gracias reverenda madre.

—Y una cosa más Marisol, yo creo que el presidente no ha elegido a un general sin más, ha elegido a un líder, y me da en su nariz que ha acertado.

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