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La Atalaya (capitulo 11)

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Después del asalto al Cuartel de la Montaña, el MAOC ocupó las instalaciones del convento de los Salesianos, dónde creó un centro de instrucción intensiva para preparar a los miles de milicianos que rápidamente empezaron a alistarse. Gracias a eso, en los primeros días de agosto ya había 40.000 milicianos que, encuadrados en columnas de 300 combatientes, adoptaban nombres tan elocuentes cómo Lenin, Marx, Maurín, Acero o Comuna de París. Independientemente, con los efectivos del MAOC se crearon cinco grupos, uno de los cuales fue el 5.º Regimiento, dónde quedó encuadrado José. Casi sin descanso el regimiento se trasladó urgentemente a la zona del Alto de los Leones, para hacer frente a la ofensiva de las fuerzas rebeldes del general Mola. Después de una semana de duros combates, hasta primeros de agosto, el avance rebelde se detuvo y el frente en la zona quedó estabilizado.

Esos primeros meses fueron frenéticos. Desde la sierra, el regimiento fue enviado sucesivamente a Talavera y Toledo, incluso participó en la evacuación del Museo del Prado a Valencia. Después, se le ordenó dirigirse a Alcalá de Henares, dónde a primeros de octubre se integró en la primera gran unidad del nuevo ejército popular de la República: la 1.ª Brigada Mixta. El descanso, aunque escaso, le vino bien a José que pudo visitar la cuna de Cervantes y sus monumentos históricos, y principalmente centrarse un poco, después de la vorágine vivida en tan pocos días. El descanso duró poco, una vez organizada la nueva brigada, a finales de ese mismo mes se trasladó a la zona de Seseña (Toledo) para apoyar el ataque con los nuevos tanques soviéticos T-26. Aunque estos entraron en la población, se vieron aislados: la 1.ª Brigada, no disponía de medios de transporte y no pudo avanzar a su ritmo. Finalmente, se decretó la retirada.

Después de este fiasco, la brigada fue enviada a la zona de Vallecas, entonces una población separada de Madrid, para detener el avance fascista en esa zona. Según se iban formando nuevas brigadas, se encuadraban en unidades más potentes, y así, la 1.ª Brigada a primeros de 1.937 pasó a formar parte de la 11.ª División siguiendo a las ordenes de Enrique Líster.

 

En Andújar la sublevación fracasó estrepitosamente, pero la línea de frente quedo establecida muy cerca, en Montoro, a unos treinta y cinco kilómetros. El gobernador civil de Jaén, ordenó, por indicación de Madrid, armar ordenadamente al pueblo. Para evitar roces con los milicianos, la Guardia Civil inició un repliegue paulatino y ordenado hacia Lugar Nuevo y el santuario de la Virgen de la Cabeza, dejando una pequeña guarnición en Andújar, más testimonial que otra cosa. A finales de mes, los sublevados bombardearon el pueblo en un intento de destruir el aeródromo de la localidad. En respuesta, los milicianos empezaron a sacar de sus casas a terratenientes, religiosos y derechistas, fueran o no sospechosos de colaborar con el enemigo.

Ese mismo día, Rafael había estado en la Casa del Pueblo intentando tranquilizar los ánimos que estaban francamente disparados. De regreso al colegio y mientras trabajaba en su despacho, llamaron vigorosamente a la puerta de la calle. Rápidamente, Rafael bajo las escaleras, abrió la puerta y se encontró a don Fidel, el cura párroco de Santa María. Estaba sudoroso y lleno de polvo, evidencia de que había tenido que arrastrarse por el suelo. Pero lo que más sorprendió a Rafael fue que estaba vestido de paisano: nunca le había visto sin el hábito.

—Rafael, ayúdame por favor, han venido a por mí…

—¡Joder! Don Fidel. Pase, pase, que no le vean, —le apremió cuándo se repuso de la sorpresa inicial. A continuación, dio un vistazo rápido a la calle para comprobar que nadie le había visto entrar en su casa.

—Tienes que ayudarme, te lo pido por favor. Me quieren matar…

—¿Y que cojones esperaba? —le espetó bajando la voz—. Estos últimos días ha estado atacando desde el pulpito a los milicianos y apoyando descaradamente a los rebeldes.

—Estoy en mi derecho de decir lo que quiera.

—¿Sí? Vale, salga a la puta calle y dígaselo a ellos.

—¡No, no! Por favor te lo pido…, mira Rafael, lo siento…

—Pero, ¿por qué no se ha ido con la Guardia Civil cuándo se lo dije?

—No pensé que atreverían, pero sé han llevado a don Jacinto… y a don Anselmo.

—¡No pensé, no pensé! Pues a estás horas estarán muertos. ¿sabe lo que me está pidiendo? Si descubren que le he ayudado, terminaré en la tapia del cementerio con usted. Y posiblemente Nicolasa también. Seria el colmo, con lo bien que se llevan ustedes dos.

—Dios te lo pagara…

—¡No me joda don Fidel! Déjese de dioses: me compromete a mí y a mí familia. Ya ha habido alguna suspicacia porque la familia de un primo lejano, que era cabo de la Guardia Civil en Marmolejo, se ha refugiado en Lugar Nuevo después de que mi primo, no se le haya ocurrido nada mejor que pasarse a los sublevados cerca de Montoro, —en ese momento Rafael no lo sabía, pero finalmente tuvo que desistir y dirigirse también a Lugar Nuevo, dónde llegó unos días después que su familia.

—Pero hijo, no puedes entregarme a…

­—¿Quién le va a entregar? ¡no me joda! Por su mala cabeza, nos puede meter en un lío a todos.

—¿Y que hacemos? Los caminos al santuario están llenos de milicianos.

—Por el momento se quedara aquí. Tengo un cuartucho en el sobrado: es muy caluroso, pero es lo que hay. Ahí no le encontraran. Luego, cuándo se tranquilice el ambiente, ya veré cómo le saco de aquí.

—Gracias hijo, gracias.

—¡Y no se le ocurra asomarse a la ventana! Solo faltaba que le vieran.

—No te preocupes hijo mío.

—Voy a decírselo a Nicolasa, a ver cómo la toreo. Luego le traigo algo de comer. Por fortuna no hay alumnos, la escuela esta vacía.

Don Fidel estuvo oculto en la escuela casi un año. Los acontecimientos posteriores al golpe de estado, no ayudaron a su liberación. Mientras Andújar estuvo del lado de la República, 96 derechistas, propietarios y religiosos fueron fusilados en la tapia del cementerio, y sus propiedades incautadas y colectivizadas. Otros muchos, que tuvieron más suerte (entre ellos muchos gitanos) fueron obligados a trabajar en los campos colectivizados hasta el término de la guerra.

 

Ante el deterioro continuo de la situación, la Guardia civil se replegó definitivamente desde Lugar Nuevo hacia el santuario de la Virgen de la Cabeza que ofrecía mejores posibilidades de defensa. 165 guardias civiles, 50 falangistas y derechistas armados y 1.000 civiles entre los que había muchas mujeres y niños, al mando del capitán Santiago Cortes, se refugiaron tras sus muros el 14 de septiembre. Al principio se intentó negociar con los sitiados, pero fue en vano, lo que provocó un primer bombardeo aéreo, con el resultado de un guardia civil muerto. El día 20, las fuerzas milicianas que convergían sobre el santuario, se enfrentaron con un grupo de guardias que intentaban apresar unas vacas que sorprendentemente había aparecido por las inmediaciones. En el enfrentamiento resultaron muertos tres guardias, un miliciano y alguna de las vacas.

Durante varios meses las operaciones se sucedieron de manera infructuosa. Los intentos de Queipo de Llano para socorrer a los defensores del santuario desde el frente de Córdoba fracasaron. La República mandó refuerzos a la zona, llegando a operar hasta cuatro brigadas mixtas (16.ª, 82.ª, 91.ª y 115.ª). El 1 de mayo de 1.937, los carros de combate lograron entrar en la zona de las cofradías, seguidos por los efectivos de 16.ª Brigada. Con el capitán Cortes gravemente herido (murió al día siguiente), los defensores se rindieron. Los guardias fueron trasladados a Valencia y encarcelados hasta el final de la guerra. A los civiles se les trasladó al Viso del Marques (Ciudad Real) dónde fueron alojados en el palacio del Marques de Santa Cruz que había sido incautado.

Durante el asedio se produjo el “milagro familiar”. La hija pequeña del cabo, cómo ya he dicho primo lejano de los Morales, sufría de graves ataques de epilepsia. Durante uno de los muchos bombardeos que sufrieron, y mientras estaban refugiadas en la cripta, debajo de un pequeño altar, la niña comenzó a mostrar síntomas de un inminente ataque. La madre y las hermanas de la niña, refugiadas debajo de una de las capillas del santuario, se pudieron a rezar con fervor pidiendo a la Virgen que parara el ataque epiléptico. No solo no la dio, sino que además nunca más lo padeció. Este es el milagro familiar, que aun hoy se comenta entre los más beatones de la familia.

Durante las operaciones militares, La Atalaya fue arrasada. Su posición elevada la convirtió en ideal para el emplazamiento de la artillería republicana. Mejor suerte corrió Villa Juanita, dónde estaba enterrada Servanda y situada más cerca del santuario. Fue utilizada cómo cuartel general de las fuerzas de la República y eso la salvó, aunque sufrió muchos desperfectos. Por fortuna, Roberto, que también había sido advertido por Rafael y le había hecho caso, pudo salir de Andújar cuándo empezaron los «paseos» al comienzo de la guerra, y reunirse con su familia en Sevilla para lo que tuvo que correr muchos peligros. Aunque se había disfrazado de jornalero para pasar desapercibido, no hubiera podido explicar a las patrullas milicianas su presencia por los montes en dirección a Cardeña.

 

Constituida la 11.ª División, el 2 de febrero los fascistas iniciaron una ofensiva en la zona del Jarama, en las inmediaciones de Morata de Tajuña, para cortar las comunicaciones republicanas con el este. Las líneas republicanas se vieron forzadas a replegarse desde Ciempozuelos hasta el río dónde plantearon la defensa. En la llamada «Colina del Suicidio», el batallón británico de las Brigadas Internacionales, fue masacrado totalmente y Líster fue llamado para que con la 1.ª Brigada acudiera a taponar el hueco. El día 13 sus fuerzas se enfrentaron a las del general fascista Asensio entre la Colina de Suicidio y El Pingarrón deteniendo su avance. Las operaciones finalizaron a finales de febrero sin que los fascistas pudieran alcanzar sus objetivos. Los republicanos, aunque cedieron terreno, se fortificaron y durante el resto de la guerra este sector del frente permaneció activo sin variaciones significativas.

De regreso a Vallecas su unidad se tomó un descanso. Pudo hablar por teléfono con su familia que estaba muy preocupada. José nunca les contó la verdad, al menos al principio. Les dijo que estaba en Madrid defendiendo la ciudad, que por otra parte casi era cierto, pero nada de que estaba con Líster. Durante esos pocos días, en varias ocasiones se acercó en tranvía hasta Madrid, ciudad que cada vez le gustaba más. La defensa a ultranza de sus habitantes: ¡No pasaran!, su espíritu combativo, su alegría de vivir a pesar de las circunstancias, le tenía fascinado. Notaba que podría vivir definitivamente en esta ciudad, pero no se engañaba: primero hay que ganar la guerra, y eso, cada vez estaba más claro de que no iba a ser fácil. Con un ejército golpista movilizado, y uno republicano en construcción, la guerra se veía larga y dramática, pero la ilusión y la confianza en la victoria eran muy altas y nadie pensaba en la derrota. Además, a pesar del desapego que normalmente demuestran los jóvenes de su edad, se dio cuenta de que le resultaba muy duro estar separado de sus padres, y sobre todo, de sus hermanos con los que tenía una relación muy especial. Cómo el hablar por teléfono cada vez era más difícil, casi imposible, comenzó a escribir cartas. Nunca antes lo había hecho, y terminó convirtiéndose en una rutina indispensable e imprescindible para él. Más o menos semanalmente escribía dos, una para sus padres y otra para sus hermanos, que enviaba en el mismo sobre. Eran largas y redactadas a trompicones durante varios días. Lo hacía en los periodos de retaguardia o en las trincheras de vanguardia, y eran recibidas con alegría por su familia: eran las únicas noticias que tenían de él.

Nuevamente el descanso en Vallecas duró poco. La división fue movilizada de urgencia para apoyar las operaciones republicanas en la zona de Guadalajara, después de que el Cuerpo de Voluntarios Italianos intentara romper las defensas republicanas para llegar a capital alcarreña y a Madrid. El día 13, la 11.ª División con apoyo de una agrupación de carros de combate, y una brigada internacional, entró en combate en la zona de Brihuega. Lograron parar el avance italiano, que al día siguiente se retiraron para no verse copados. Después de un breve descanso, el Ejército Popular, lanzó una ofensiva general que hizo retroceder a las tropas italianas hasta sus puntos de partida anteriores al comienzo de la batalla. El frente se estabilizó y la división se replegó a Vallecas dónde gozó de relativa calma: las operaciones fascistas, después de los últimos fracasos, se paralizaron entorno a Madrid. Los sublevados trasladaron el grueso de las operaciones a la mitad norte del país.

 

En Andújar, después de la toma del santuario, la situación estaba tranquila. Rafael tuvo que poner en funcionamiento todas sus influencias para que su primo, el cabo de la guardia civil, no fuera fusilado cuándo le reconocieron. Lo consiguió, y después de curar sus heridas, fue conducido con el resto de prisioneros a la prisión de Valencia. En cuanto a su familia, también consiguió que no se la trasladara con el resto de civiles a Ciudad Real, sino a Jaén dónde su prima tenía familia.

Las gestiones de Rafael a favor de sus familiares, acarreó algunas consecuencias. Algunos compañeros comenzaron a mirarle de reojo, aunque eran más los que lo comprendían. Aun así, tardó tiempo hasta que desapareciera esa espada de Damocles que pendía sobre él y que le ponía en riesgo de que un grupo descontrolado de milicianos le paseara. Eso le ocurrió al marido de Carmela, la hermana mayor de Nicolasa. Había sido vicepresidente de Telefónica en los primeros años de la República, pero cuándo comenzó la guerra ya estaba jubilado. Residía desde hacia muchos años en Madrid, dónde se trasladó por motivos del cargo, y una noche, un grupo de milicianos de la CNT, fue a su casa, lo llevó al cementerio del este, y en una de sus tapias lo fusiló sin importar que fuera afiliado al PSOE y a la UGT desde los tiempos de Pablo Iglesias.

A finales de agosto, un antiguo sirviente de La Atalaya, sacó a don Fidel de la escuela, y por la sierra, tras varios días de agotadora caminata, lograron llegar a las líneas rebeldes en el frente de Córdoba. Rafael y Nicolasa respiraron aliviados. No hubieran podido explicar la presencia del cura oculto en el sobrado de la escuela. Además, Nicolasa no se fiaba de él: sabía que era despreciable y traicionero. A Rafael le pasaba lo mismo, pero no podía entregarlo a los milicianos porque lo matarían en el acto. Los dos estaban seguros de que si les sorprendían, no dudaría en denunciarles para salvar su propio pellejo.  

 

Las relaciones en el seno de la pareja estaban deterioradas por motivo de la presencia de José en Madrid. Nicolasa, sabía que de haber estado en Andújar, su hijo se habría alistado igualmente y participado en los combates del santuario, pero lo hubiera tenido cerca. Para ella eso era importante. La presencia de don Fidel en la escuela deterioró aun más la relación con su marido. Reconocía la animadversión que profesaba al cura; no le habría entregado a las milicias populares pero tampoco le habría permitido permaneces en la escuela ni un solo segundo. Para ella, la seguridad de los dos hijos que le quedaban a su lado era una cuestión sagrada, y Rafael los estaba poniendo en peligro. Según pasaba el tiempo, estaba más convencida de que la guerra iba a terminar mal, y que ellos, pagarían las consecuencias.

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