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Matilda, guerrero del espacio (capitulo 12)

Tras dos semanas de navegación para salir de Pétara, poco a poco los sensores y los sistemas de ayuda electrónica se fueron recuperando, y en menos de veinticuatro horas, las expertas manos de Camaxtli tenían en perfecto funcionamiento a la Tharsis, teniendo en cuenta las precarias condiciones del Sector Oscuro. En el resto de la flota, la situación era similar. Durante esas dos semanas de tranquilidad, la enfermería había sido la principal preocupación de Matilda. No solo por la recuperación de la Princesa Súm, también por el estado de los siete esclavos, cuatro hembras y tres varones, liberados de la nave de Pétara. Todos presentaban graves malformaciones en los brazos, principalmente las hembras, que era necesario recuperar. Con el tiempo, todos se integraron en la tripulación de la Tharsis, incluso una de las verdes se convirtió en su asistente, cuando mucho tiempo después, la actual se casó y la nueva pareja partió hacia un destino conjunto.

Así las cosas, un día fue requerida la presencia de Matilda en el puente con carácter urgente.

—¿Qué ocurre? —preguntó entrando en el puente.

—Los sensores detectan una sonda en rumbo de interceptación con la flota, —informó Neerlhix—. Tenemos los escudos al máximo. Recomiendo activar armas: podría ser un ingenio nuclear.

—Activa defensas en situación de espera: quiero verla mejor.

—La sonda llega en hiperpropulsión alta, pero está desacelerando.

La sonda, de unos seis metros de largo, siguió su rumbo estrechamente vigilada por los sistemas de la Tharsis y del resto de la flota.

—Tenemos imagen de la sonda, capitán.

—Esa sonda me resulta familiar, —dijo Matilda mirándola en la pantalla principal—. Orden a la flota: parada total. Paren maquinas.

—Mi señora, la cápsula tiene emblemas exteriores, —informó Moxi.

—Los veo. Desactiva las defensas, —ordenó Matilda mirando a su hermano—. Son los emblemas del santuario de Akhysar. ¿Podemos escanear su interior?

—Afirmativo. Las lecturas son erráticas. Detecto una forma de vida con las constantes suspendidas.

—Una emisaria: seguramente una sacerdotisa de alto nivel. Lleva la capsula al hangar principal. Avisa al servicio medico…

—La cápsula emite un mensaje. No le encuentro sentido: habla de un ritual ancestral.

—De acuerdo. Oficiales mayores al hangar principal. Neerlhix, toma el mando, —y dirigiéndose a su asistente, ordenó—: lleva a Eskaldár al hangar.

Los sistemas automáticos de la nave depositaron suavemente la sonda sobre el suelo. Matilda, desenvaino la espada y se aproximó, se practicó un pequeño corte en la palma de la mano y dejó caer un par de gotas de sangre sobre un pequeño dispositivo dorado que había a un lado de la nave. Automáticamente, las compuertas superiores se abrieron y un brazo mecánico elevó un sarcófago con la tapa transparente y lo depositó de pie, sobre el suelo, ligeramente inclinado hacia atrás. Matilda se aproximó e introdujo a Eskaldár en la ranura de un dispositivo instalado a lo largo del sarcófago. La tapa de cristal se empezó a abrir dejando escapar una gran cantidad de vapor blanco. Matilda se retiró para que el médico inspeccionara a la emisaria.

—Se encuentra bien. Ya he accionado los sistemas de resucitación y solo tiene que recuperarse: tardara unos minutos, —dijo el médico después de inspeccionarla.

—Gracias doctor.

Cuando el vapor se disipó, todos pudieron ver a una mujer desnuda, de una especie desconocida, pero aspecto humanoide, muy alta, con la piel tan blanca que parecía transparente, y que dejaba ver las venas azuladas. Carecía totalmente de vello corporal, y cuándo los abrió, los ojos eran de un intenso color azul: de un azul casi imposible. En la sien derecha tenía tatuados unos emblemas de rango que Matilda reconoció inmediatamente. Lentamente, con movimientos pausados y elegantes, casi felinos, salió de la cápsula. Sacó a Eskaldár de la ranura y arrodillándose, después de besar la hoja sé la ofrecido a Matilda con aire de sumisión.

—Respetuosamente saludo a Matilda, miembro del sagrado Consejo de los Cinco. Para mí es un honor estar en tu sagrada presencia.

—Respetuosamente saludo a una gran sacerdotisa y viceabadesa del ancestral santuario de Akhysar, —respondió Matilda recogiendo su espada y entregándola a su asistente, que inmediatamente la envainó y la mantuvo sobre sus manos a la vista de todos.

—Mi señora, graves peligros me traen a tú presencia, poseedora de la espada. Fuerzas del mal, enviadas por el traidor, se ciernen sobre el sagrado santuario de Akhysar. Él es poseedor del secreto y tememos, que su heraldo de muerte también.

—¿Creéis que el heraldo de muerte sabe su localización? —preguntó Matilda que parecía que era la única que sabía de qué hablaba.

—Mi presencia ante ti, se debe al descubrimiento de una espía, una traidora al Santuario, a nosotras y a sus votos de lealtad. Antes de pagar su traición con la vida, confesó que ya había trasmitido su conocimiento a las fuerzas del mal.

—Eso lo complica todo, —dijo Matilda pensativa—. ¿Sabéis cuándo transmitió la información?

—Siete días hace ya. Un destacamento de monjes, hemos enviado para reforzar la defensa. Es imperativo que te dirijas sin dilación al sistema Karahoz. Allí, en un fortificado monasterio, en el hemisferio sur del tercer planeta, esta la llave.

—Matilda a puente, —dijo pulsando su comunicador personal—. Orden a la flota: corrección de rumbo al sistema Karahoz, al tercer planeta. A la máxima velocidad posible. En marcha.

—«Corrección efectuada. Nuevo rumbo a sistema Karahoz a tres cuartos de potencia. Flota apercibida», —contestó la voz de Neerlhix.

—Lo que esta en juego, decirte no tengo, porque lo sabes perfectamente, —habló la sacerdotisa introduciéndose elegantemente de nuevo en la capsula—. Sin importar las vidas en juego, el Aro de Luz no puede caer en manos del gran traidor: el señor del mal. Todos los miembros de la sagrada orden de Akhysar estarán a tus ordenes desde el mismo momento que pongas tu sagrado pie en Karahoz y en Hirios.

El sarcófago se cerró y el brazo lo depositó en el interior de la sonda. Cuándo la compuerta se cerró, esta se activó y comenzó su veloz regreso a Hirios 5.

—Puente, ¿Tiempo de llegada a Karahoz? —preguntó Matilda.

—«Treinta y dos horas capitán», —respondió su hermano desde el puente.

—Camaxtli, necesitamos un 120 % de potencia. Es vital.

—Veré lo que puedo hacer, pero el 120 % es imposible, —y salio a toda prisa del hangar.

—Dentro de una hora, reunión de oficiales mayores y comandantes de crucero en la sala de estrategia, —le dijo a Ushlas—. Que mi hermano y Camaxtli asistan también.

Matilda se encerró en su camarote, y desnuda estuvo meditando mientras limpiaba a Eskaldár con el ritual acostumbrado. Solo el poseedor de una espada de poder sabe la importancia de lo que tiene en la mano. Poco se comentó entre los oficiales, a excepción del incomprensible dialogo entre Matilda y la sacerdotisa. Incluso Ushlas, a pregunta de su amiga Súm, reconoció que no tenía ni idea.

Casi cumplida la hora, Ushlas entró en el camarote y vio la imponente figura de Matilda, desnuda y sentada en el suelo. A su lado Eskaldár, con la punta apoyada en el suelo sujeta por su fuerte mano. Se sentó detrás y la rodeo con piernas y brazos mientras la besaba la nuca y los hombros. Bajo la mano cubriendo la vagina de Matilda que suspiro y abrió los ojos.

—Mi amor, quiero que siempre me saques así del trance de meditación, —dijo después de girarse y besarla en la boca.

—Lo haré siempre que tú quieras.

—Sabes que siempre quiero.

Todos estaban ya en la sala de estrategia cuando llegó Matilda.

—Estamos con el reactor principal al 82%, —informó Camaxtli nada más aparecer por la puerta—. No podemos dar más. Además, el Kure tiene problemas con su generador místico: le cuesta trabajo seguirnos.

—Gracias mi amor, —la contestó acariciándola la mejilla—. Es más de lo que esperaba.

—Acortaremos el tiempo de llegada en seis horas mi señora, —dijo a su vez el capitán del Atami.

—Gracias capitán, —le contestó, y mirando al resto de asistentes comenzó a hablar—. Señores, todos los que estáis aquí, más que subordinados, sois mis amigos, sois mi familia, —todos asintieron—. Lo que os voy a contar es el mayor secreto de la historia, no solo del Consejo Federal, también del Imperio. De parte de ese secreto solo esta al tanto mi hermano: cuándo os lo revele lo comprenderéis.

»Sé, que ninguno habéis entendido lo que la sacerdotisa y yo hemos hablado. Ha mencionado al “gran traidor”, y se refería a un miembro del Consejo de los Cinco que abandonó a los suyos: a sus compañeros del Consejo y de Konark, a su familia y a sus amigos. Ese traidor se alió con el Imperio, —guardo unos segundos silencio a causa del murmullo que sus palabras provocaron—, y hoy es el emperador Zannar II.

—¿Cómo?

—¡Hostias!

—¡No me jodas!

—¿Pero entonces…?

—Efectivamente, el emperador Zannar es de Numbar, —continuo Matilda, levantando la mano para que guardaran silencio—. El anterior emperador confió en él, y a causa de sus evidentes dotes para la guerra, le encomendó la dirección de los ejércitos imperiales. Cometió un grave error que le costó la vida. Zannar lo asesinó y usurpó el trono. Después, la propaganda imperial se ocupó de… moldear la historia convenientemente, y actualmente todo el imperio cree que Zannar es hijo bastardo del anterior emperador. No lo es, la realidad es que era hermano de mi padre, y por lo tanto es tío mío y de Neerlhix. Para los que no se hayan percatado todavía, ¿Eso que significa? Significa que el emperador y yo tenemos similares poderes místicos, y que por consiguiente, puede manejar los Cristales Sagrados, captar su poder y abrir el Portal de los Ancestros. Todos pensabais que esa obsesión que tiene el emperador por las espadas de poder de Numbar, se reducía al mero capricho de un déspota. No es así, él sabe muy bien lo que quiere, y su próximo objetivo son lo Cristales Sagrados y mi espada.

—¿Y por qué vamos al sistema Karahoz? —preguntó el capitán del Hagi.

—Existe una antigua llave que desactiva las defensas del santuario de Akhysar. El emperador conoce su existencia, pero como yo, no sabía dónde estaba guardada. Ahora lo sabe y os aseguro que Rahoi también. Si se desactivan las defensas automáticas del santuario y los escudos de energía, los monjes y monjas que defienden la fortaleza que lo rodea, combatirán sin el apoyo de su retaguardia, y frente a las tropas imperiales tienen pocas posibilidades.

—«Capitán al puente, capitán al puente», —sonó el comunicador de la sala—. «Es urgente».

Matilda salió disparada hacia el puente, seguida por sus oficiales, mientras los capitanes de los otros tres cruceros partieron rápidamente a sus respectivas naves.

—Capitán, contacto a 150.000 km —dijo el oficial de guardia cuando Matilda entra en el puente—. Es un crucero pesado imperial, de clase Numbar.

—Arriba escudos, activen defensas de perímetro, artillería principal prevenida, —ordenó inmediatamente Matilda—. Todos a sus puestos: zafarrancho de combate. ¿Por qué no lo hemos detectado antes?

—No emite señales: parece desactivado.

—Todos los sistemas prevenidos. Escudos al máximo.

—Artillería principal y secundaria preparada. Inyectores armados y cebados.

—Baterías de perímetro a 50 km.

—Baterías de misiles cargadas.

—Lanza torpedos preparados.

—Capitán, confirmado: el crucero enemigo no navega, esta a la deriva, —dijo Moxi que ya ocupaba su consola y no paraba de accionar sus controles.

—¿Qué? Los cruceros pesados no van a la deriva: eso es imposible. ¿Puedes escanear el interior?

—Afirmativo capitán: no tiene activados los escudos, —contestó Moxi—. No recojo signos vitales en el crucero. Y confirmo, esta a la deriva.

—¿Qué dicen los escáneres de largo? —preguntó Matilda.

—No hay presencia enemiga, ni de otro tipo en 500.000 km —contestó Neerlhix—. El casco no presenta impactos.

Fuera de servicio, Ramírez estaba solo en su camarote ajeno a lo que ocurría. Había activado un programa holográfico para adultos que siempre llevaba consigo desde que lo compró en una colonia, poco recomendable, cuando todavía era un simple sargento. Cuando eligió este tipo de vida decidió no formar una familia: no estaba dispuesto a ver a su posible esposa, o a sus posibles hijos, una vez al año en el mejor de los casos, si no los dejaba huérfanos. Por eso, hasta que conoció a la Princesa Súm, y se convirtió en su amante compartido, en su tiempo libre siempre andaba de putas. Ahora, con su adorada Princesa convaleciente, se había decidido a desempolvar el dispositivo holográfico. Era muy real, y en su programa podía elegir mujeres de varias especies, incluso hombres, y aunque no podía follarse a la imagen, esta si podía masturbarle. En ese preciso momento, la imagen tenía en la mano los veinte centímetros de polla del soldado, cuándo sonó el comunicador.

—«Capitán Ramírez, acuda urgentemente a la sala de estrategia».

—¡Me cago en la leche puta! ¡Joder, mierda!— murmuro Ramírez antes de contestar por el comunicador—. Voy para allá. Ramírez fuera.

Se puso el uniforme rápidamente y salio corriendo en dirección a la sala de estrategia. Cuando entró, se encontró a la Princesa y a Matilda esperándole.

—Veo que estabas jugando con tu amiga holográfica, —le dijo la Princesa con humor, mirando el abultamiento de su bragueta.

—¡Eh, vale! ¿Me ha llamado mi señora? —exclamó Ramírez rojo como un tomate ignorando el comentario.

—Necesito su ayuda capitán, —dijo Matilda ignorando también la broma de la Princesa y el evidente abultamiento en el pantalón de Ramírez—. Tengo una controversia, con esta cabezona azul que tengo aquí. Hemos encontrado un crucero imperial a la deriva y quiero abordarlo. Habrá que utilizar las corazas de ambiente.

—Y mi Princesa quiere ir, ¿Me equivoco?

—No, no se equivoca capitán, —respondió con resignación.

—Me opongo totalmente, —contestó Ramírez con decisión mientras Súm fruncía el ceño y le miraba con cara de mala hostia—. Es cierto que las ayudas servo mecánicas de la coraza la ayudarían a moverse, pero sus lesiones son demasiado reciente y todavía no está restablecida, —y dirigiéndose a la Princesa, añadió—. Sabes que siempre te seguiré a dónde vayas, pero todavía no estás bien y lo sabes.

—Vas a estar usando a tu amiga holográfica hasta que a mí me dé la gana, —le murmuró malhumorada.

—Pues que así sea, —la contestó Ramírez con tranquilidad.

—Prepárelo todo Ramírez, —le ordenó sin perder ojo a la enfurruñada Princesa—. Moxi le facilitara toda la información de que disponemos.

—A la orden mi señora, —y dando media vuelta salio de la sala mientras la Princesa se levantaba de la butaca apoyándose en las muletas.

—Alto ahí. ¿Dónde te crees que vas? —la dijo sonriendo—. ¿He entendido que tú y Ramírez estáis enrollados?

—Bueno… nos conocemos hace muchos años… es un buen amigo, —respondió evasiva—. Le tengo aprecio…

—¿Estáis enrollados? —insistió Matilda.

—¿Pero como puedes ser tan cotilla? —saltó la Princesa frunciendo nuevamente el ceño.

—¿Estáis enrollados? —insistió.

—¡Sí, sí, sí! Estamos enrollados—respondió la Princesa—. ¿Qué pasa?

—Nada, nada, —bromeó Matilda, y medio abrazándola la dijo con una sonrisa—. Solo que con lo seria que eres, no te imagino echando un polvo y gimiendo de placer.

Matilda la soltó y salio rápidamente de la sala dejando a una Princesa Súm boquiabierta y echando humo.

Treinta minutos después, dos grupos de quince soldados al mando de Ramírez y de la alférez Johari entraban en el crucero por el hangar principal y por el de popa. Antes de empezar la operación, los otros tres cruceros se retiraron a distancia prudencial y solo la Tharsis permaneció en la posición. Lo primero que hicieron fue instalar un enlace en un puerto del sistema inteligente, para que Moxi pudiera acceder a los sistemas. Desde una consola, la Princesa monitorizaba los progresos de sus soldados.

—Mi señora, he identificado la nave, —dijo Moxi cuando inspeccionaba los bancos de memoria.

—Y yo, es el Mutsú, la nave del almirante Dalay, —dijo Matilda con tono triste. Tenía muy buenos recuerdos de Dalay. Era un camarada.

—«Johari a Súm, nuestros sensores de mano recogen patrones de movimiento, pero no son concluyentes».

—Nuestros sensores no recogen nada, —contestó la Princesa—. ¿Qué son esos montones que se ven en el suelo?

—«Hemos cogido muestras. Parece algún tipo de polvo de grano grueso, como hueso molido y está esparcido por todo el suelo», —la alférez se paró y levantó la acorazada mano parando la marcha—. «Atención chicos, allí al fondo se ha movido algo».

—Ramírez, —preguntó Súm—. ¿Detectas algo por ahí?

—«Negativo, todo está tranquilo. Estamos a 25 metros del puente».

Ramírez llegó a la puerta de acceso y entró en él seguido de parte de su equipo. Establecieron la conexión con el computador central y comprobaron que la nave estaba operativa.

—¿Tharsis, recibís la telemetría? —preguntó Ramírez.

—Afirmativo, enlace completado, —respondió Moxi—. Capitán, a esa nave solo le falta la tripulación.

—¿Se fueron y apagaron la luz? —preguntó Daq.

—Si no están en automático y no detectan presencia de tripulantes, estas naves desactivan la mayoría de sistemas, pero mantiene los motores de impulso para regresar a su base, —respondió Matilda—.

—Seguramente los ingenieros imperiales, que no son unas lumbreras, desactivaron esa opción del computador.

—Sigue mirando a ver si descubrimos que ha pasado con los tripulantes. ¡Joder! Nos vendría bien otro crucero.

—Nos vendría genial, pero es todo muy extraño, —afirmó su hermano Neerlhix—. No me gusta: recomiendo extremar la precaución.

—Princesa, que otros dos grupos estén preparados por…

—«Contacto visual a veinte metros», —gritó Johari interrumpiendo la conversación—. «Son… son… ¡Joder!, no sé lo que son: tienen muchas patas y son muy grandes… y muy feos. Se nos echan encima. Formad dos líneas, primera, rodilla en tierra, ¡fuego a discreción!»

—Johari, repliégate alternando líneas hasta el transbordador. Ramírez, sal de ahí cagando hostias, —ordenó la Princesa mientras veía por la pantalla principal como esas cosas se echaban encima de sus soldados.

—«Son muchos, nos van a sobrepasar», —gritó Johari desde la puerta del hangar—. «Tú, entra en el transbordador y activa las armas, vosotros dos, granadas de mano, ¡Ya!».

Segundos después, con el apoyo de los cañones de la nave, la alférez y su equipo abordaban el transbordador y salían del crucero, mientras Ramírez hacia lo mismo, pero con bastantes menos agobios.

—«Atención Tharsis, llevamos heridos, y un trozo de esas cosas».

—Capitán, recomiendo polarizar el casco al máximo, —dijo Moxi.

—¡Maquinas! —gritó Matilda por el comunicador—. Refuerza al máximo el flujo del núcleo místico al casco primario. — y dirigiéndose a Daq le ordenó—. Rápido, motores en reversa: atrás toda.

La Tharsis se reunió con el resto de la flota, y después de comprobar que no había ninguna de esas criaturas adherida al casco, Matilda salio en dirección al hangar de infantería. Por delante de ella, ya iba la Princesa con sus muletas. Entraron en el hangar dónde ya estaban atendiendo a los heridos.

—Mi señora, mi Princesa, nos han salvado las corazas, aunque sus colmillos han traspasado el blindaje en algunos puntos, —dijo una alférez Johari sudorosa cuando la retiraron el casco—. Si no las hubiéramos llevado, ahora estaríamos todos muertos.

La Princesa y Matilda, abrazaron uno a uno, a todos los miembros del grupo y muy especialmente a los seis heridos. Súm incluso los acompaño al botiquín.

Una hora después, Moxi llegó con Matilda al hangar de infantería para informarles de sus investigaciones.

—Chicos, hemos identificado a esas cosas gracias al banco de datos de Faralia. Es un ser que puede vivir en el espacio y atacan naves que no llevan sus escudos activados. Son como una gran plaga. Cuando entran en una, devoran todo lo orgánico que hay en ella. Eso es lo que les paso a los tripulantes del Mutsú, aunque hemos comprobado que faltan muchos módulos de escape. Los montones de polvo que había por el suelo son restos de los huesos de los tripulantes.

—Nos vendría bien tener otro crucero a nuestra disposición. Seria la hostia tener a una nave legendaria como el Mutsú, donde hice mis practicas de oficial con el gran almirante Dalay, mi amigo, —continuó Matilda—. Pero no estoy dispuesta a arriesgar vuestras vidas para recuperarla. Voy a ordenar reemprender rumbo al sistema Karahoz.

De regreso en el puente, Matilda se dirigió al puesto de control de armas, donde se sentaba su hermano y le pidió que le cediera su sitio. Neerlhix se levantó y acaricio con afecto la mejilla de su hermana que sujetándosela con la suya la beso en la palma. Todos sabían lo que iba a hacer, y que era algo que no quería delegar.

— Torpedos, lanzadores de proa, tubos uno a seis, —comenzó a relatar Matilda con la voz entrecortada, mientras accionaba los botones de la consola—. Misiles, baterías frontales, tubos uno a veinte.

Permaneció unos segundos mirando al Mutsú, mientras miles de recuerdos acudían a su mente, muchos amigos, cientos de camaradas, y el almirante Dalay, amigo de su padre y de ella. Un par de lágrimas resbalaron por sus mejillas ante la vista de sus subordinados y amigos. Colocó el dedo sobre el pulsador de disparo y lo acciono.

—¡Fuego!

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