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Matilda, guerrero del espacio (capitulo 13)

Ramírez pasaba suavemente sus dedos por el torso desnudo de la Princesa, mientras el sargento la besaba los pies. Con la yema del dedo medio recorría con detenimiento las heroicas y numerosas cicatrices de la Princesa, casi tantas como tenía el mismo. La punta de su cola se movía complacida. Se la notaba contenta y no solo por el placer que la proporcionaban sus incondicionales amantes. Un par de horas antes, los médicos la habían extraído el último tornillo que sujetaba su tobillo. Era una carrera contrarreloj. Se avecinaban importantes y decisivas batallas, y tenía que estar en condiciones para que Matilda la permitiera estar presente en el campo de batalla. Como siempre, cuándo todo terminó, Ramírez sacó una botella de licor de Mandoria y sirvió tres vasos.

—Chicos, ¿Puedo haceros una pregunta sin que os riáis? —preguntó la Princesa.

—Joder, nena, ya me estoy riendo y todavía no nos has preguntado.

—Venga, no seáis tontos. Es importante para mí.

—Bueno vale. Pregunta.

—Hace poco, alguien importante para mí, me ha dicho que soy demasiado seria y que no me imaginaba gimiendo con un orgasmo. De verdad, ¿soy tan seria?

—Cariño, para quien no te conoce tienes menos gracia que un poste de madera, —dijo el sargento acariciándola la mejilla—. Pero solo para los que no te conocen: sabes que todos te adoramos.

—¡Joder! Estoy harta, harta, muy harta de esta guerra, —dijo la Princesa con los ojos brillantes—. De matar gente, de tener el cuerpo lleno de cicatrices, de no poder pasear desnuda por las playas de Mandoria, de no querer tener hijos y de no poder dedicarme a escribir cuentos para niños que es lo que más me gustaría. A veces, cuando estoy sola, me entran ganas de llorar.

—¡Eh, eh, eh!, de llorar nada, —dijo el sargento sujetándola la cara con las manos—. Porque entonces este y yo nos ponemos también a llorar y, te cagas: vaya tres.

—Lo mojaríamos todo.

—Venga, no seáis bobos, —dijo riendo—. ¿Sabéis? Creo que esta vez estamos en el buen camino. Tengo la convicción de que Matilda nos llevara a la victoria, lo que pasa es que, muy posiblemente no lo veremos. Dentro de unas horas, en Karahoz, se avecina una dura batalla, y mucho más dura si llegamos a Hirios 5. Y luego tenemos que salir del Sector Oscuro y regresar al 23 para seguir luchando contra el emperador.

—¡Joder!, pues entonces ¿sabéis lo que decía un refrán de la Tierra? —soltó Ramírez llenando los vasos de nuevo—. ¡Follad, follad, que el mundo se acaba!

Una hora antes de llegar al sistema Karahoz, todos los oficiales mayores y capitanes de crucero, se reunieron en la sala de estrategia. Previamente, Matilda y Ushlas habían tenido una conversación muy seria con la Princesa Súm.

—Mira, necesito saber como te encuentras, —preguntó Matilda—. Y sobre todo, si puedes dirigir a las tropas en Karahoz.

—Puedo hacerlo perfectamente, Matilda.

—¿Estás segura? Porque eso para mi es importante.

—Por supuesto, además, ya tengo el alta del médico…

—No, no tienes el alta. Solo te han quitado un tornillo del tobillo, —intervino Ushlas.

—Por favor, Matilda, no me dejes fuera. Llevo años esperando este momento, este es mi día.

—Si yo pudiera bajar a dirigir a las tropas personalmente no tendríamos esta conversación, pero desafortunadamente no puedo: tengo que confiar en alguien ahí abajo. No quiero que a las primeras de cambio te pongas al frente de las tropas y te maten, —y mirando a Ushlas continuo—. Una vez, alguien muy cercano a mí me dijo que los jefes militares están detrás de un mapa y lo señalan con el dedo. Si tú no puedes hacer eso, puedo mandar al comandante Rojo, el capitán del Kure, que tiene experiencia con infantería.

—Puedo hacerlo Matilda, —insistió con el ceño fruncido.

—¡No te he oído! —la gritó.

—Puedo hacerlo, mi señora, —respondió cuadrándose ante ella.

—Entonces de acuerdo, retírate y dentro de unos minutos, asiste a la reunión de estrategia, —y cogiéndola por los hombros añadió mirándola fijamente—. Solo una cosa más que no puede salir de aquí. Es vital que sobrevivas a las batallas que se avecinan. Tú, eres la clave de la futura derrota del emperador.

—¿Pero?

—No hay nada más que decir, retírate. Y ya sabes: la boca cerrada.

—A la orden, —y salio de la cabina de mando.

—¿Sabes que la va a dar algo detrás de un mapa? —preguntó Ushlas mirándola e intentando adivinar a que se refería.

—Lo sé. No puedo correr el riesgo de perderla aquí, y… lo siento, no puedo decir más.

Unos minutos después comenzó la reunión de estrategia.

—Muy bien. Señores, cuando lleguemos al tercer planeta de Karahoz, lanzaremos en los transbordadores a toda la infantería al mando de la Princesa Súm. Después formaremos dos grupos, el Atami y el Hagi, atacaran por el flanco a la flota imperial. Nosotros, con la ayuda del Kure, protegeremos el desembarco de las tropas y luego la Tharsis se unirá al ataque. Los escáneres, nos indican que ya hay tropas imperiales en la superficie, por lo que el desembarco será muy duro. El Kure, al ser un crucero ligero, permanecerá en apoyo de la infantería con sus sistemas de cobertura. ¿Preguntas?

La reunión, continuo resolviendo problemas concretos de la operación, hasta que desde el puente informaron de que estaban a quince minutos de Karahoz.

Cuando llegaron, los cruceros imperiales habían ocupado la órbita para proteger la zona de desembarco imperial. Lanzaron los transbordadores y el Atami y el Hagi, como estaba previsto, atacaron por el flanco izquierdo disparando con todo lo que tenían. La Tharsis y el Kure, con sus baterías de perímetro, repelían el fuego de la artillería imperial sobre los transbordadores. Cuando estuvieron en tierra, la Tharsis comenzó el ataque por el flanco derecho.

La infantería federal logró crear una cabeza de puente desde la que operar a escasos dos mil metros del santuario, que ya estaba siendo atacado por la guardia imperial. La Princesa comprobó que Rahoi no había mandado el grueso de sus fuerzas: solo mil guardias. Rápidamente informó a Matilda, pero aun así, superaban a las tropas federales dos a uno. Inmediatamente comprobó que tenía un problema grave con el fuego que recibía desde la órbita y que les obligaba a mantenerse bajo los escudos de energía portátiles. Informó al Kure que rápidamente acercó su posición a la flota imperial para ampliar su ángulo muerto a costa de recibir más impactos mientras sus sistemas interceptaban la artillería naval enemiga.

Los nuevos cañones de protones de los cruceros federales, debilitaban los escudos imperiales. La Tharsis, con diferencia la nave más poderosa de las dos flotas, comenzó a concentrar todo su fuego sobre uno de los cruceros. Unos minutos después, el crucero imperial perdió sus escudos por la potencia de los impactos que recibía, y comenzó a recibir impactos directamente en su casco. Las capsulas de salvamento comenzaron a despegar como las ratas que abandonan un barco que se hunde. En medio de este proceso, el crucero imperial estalló en una explosión colosal.

—Mi señora, el Kure está protegiendo a las fuerzas de superficie y recibe mucho fuego enemigo: no aguantara mucho. Dos cruceros imperiales concentran su fuego contra el Atami. Los otros dos se mantienen a distancia.

—Rápido Daq, interpón la nave.  Desvía energía de los sistemas secundarios a los escudos. Defensas de perímetro a máximo rendimiento. ¡Ya! Neerlhix, fija blanco en uno de los cruceros. Baterías principales a máxima potencia. Torres secundarias en máximo rango. Torpedos, baterías de proa, tubos uno a diez. Misiles, tubos uno a cincuenta. Preparados para descarga cerrada.

—Todos los sistemas preparados.

—¡Fuego!

La colosal descarga recibida por el crucero imperial le obligó a abandonar el ataque con graves daños y retirarse. Mientras tanto, el Kure, libre de fuego enemigo por la interposición del Tharsis, pero con gravísimos daños, comenzó a maniobrar por detrás en dirección al segundo crucero, mientras evacua a la tripulación con las capsulas y los transbordadores.

—El Kure en rumbo de colisión con el crucero enemigo. Toda la tripulación esta evacuada. Tiene los sistemas en automático, —informó Ushlas, y mirando a Matilda, añadió—. El comandante Rojo esta al timón.

—Matilda a Rojo, —exclamó—. ¿Qué cojones estás haciendo?

—No te enfades conmigo Matilda, —la tranquila figura de Rojo apareció en la pantalla principal. Denotaba la actitud serena del que es consciente de la certeza de la muerte inminente y la acepta sin paliativos—. Voy a pagar una deuda.

—¡Tú no tienes que pagar nada, joder! —le gritó—. Te ordeno que salgas de ahí inmediatamente.

—Esa es la única orden que no puedo cumplir. Tú me rescataste cuando era un gilipollas malviviendo en tugurios de mala muerte en las colonias de Nueva España, ahogado en alcohol. Seguramente pocos de tu tripulación saben que yo llegué a ser almirante imperial. Me enseñaste todo lo que soy hoy: a vivir con honor, y a morir con honor si es preciso. Para mí ha sido un privilegio que me confiaras esta nave, descartando a capitanes con un pasado mucho más limpio. El Kure es irrecuperable y yo soy prescindible. Quiero pagar mi deuda y quitarte a uno de esos cabrones.

—Ernesto, por favor, no puedo seguir perdiendo amigos.

—Te quiero Matilda: lo sabes. En esta vida y en la otra, si hay, siempre estaré a tus ordenes, —la imagen del antiguo almirante Ernesto Rojo desapareció de la pantalla. Desde el puente vieron como el crucero enemigo intentaba virar en redondo para zafarse de la embestida del Kure. No lo logró, y este le entró por la popa provocando una gran explosión en la zona de reactores que lo partió por la mitad. Los restos incandescentes de las dos naves se precipitaron en la atmosfera del planeta convirtiéndose en una enorme bola de fuego que cruzo el cielo de Karahoz.

—Mi señora, reporte de daños, —dijo Ushlas reponiéndose a duras penas—. Daños menores en doce secciones. Los sistemas místicos se mantienen. La enfermería informa de veintitrés heridos por contusiones.

—La flota imperial se retira del sistema, —informó Moxi.

—¿Qué? ¿Abandona a su infantería? —exclamó Matilda, y después de meditar unos segundos, añadió—. Entonces es que Rahoi no está en la superficie. ¡Mierda, mierda, mierda! Sabe que no les podemos perseguir dejando atrás a nuestra infantería. Además, hay que recogen a los supervivientes de Kure, —y mirando a Ushlas, añadió—. Que salga todo lo que pueda volar para recoger las capsulas. Transmite la orden a la flota. ¿Cómo van las cosas en la superficie?

—Las tropas imperiales se han hecho fuertes en el recinto exterior del monasterio, pero no han podido acceder al interior. La defensa de los monjes es férrea, y… la Princesa Súm lidera personalmente el ataque.

—¡Jodida pitufa de los cojones!

Todos miraron a Matilda mientras Ushlas preguntaba, —¿Qué es una pitufa?

—No te preocupes, una cosa azul de la Tierra, —respondió Matilda quitándole importancia—. Pero te prometo que la voy a estar estrangulando hasta que cambie de color.

Efectivamente, en la superficie, las fuerzas federales estaban a las puertas del santuario. Habían logrado abrir una brecha en el muro exterior por donde progresaron cogiendo a los imperiales entre dos fuegos con los monjes y monjas del monasterio. Con graves perdidas, intentaron replegarse hacia el exterior, pero finalmente se rindieron a causa de la tremenda presión de la Princesa y sus fuerzas.

Matilda llegó en una lanzadera y encontró a la Princesa, sucia, sudorosa, ensangrentada y sentada en un trozo de muro, en medio de la carnicería en que se había convertido el patio central del monasterio.

—Mi señora, mis armas, —dijo la Princesa, levantándose con problemas y arrodillándose ante ella, mientras la ofrecía sus espadas—. Aceptaré el castigo que quiera imponerme.

Matilda la miraba con cara de pocos amigos, cuando vio como todos los miembros de su escuadrón, con Ramírez a la cabeza, y después el resto de fuerzas, se arrodillaban también detrás de ella. Su expresión fue cambiando, hasta que con un gesto de la mano la hizo levantarse.

—En primer lugar, te vienes conmigo a la Tharsis y de cabeza a la enfermería. Ramírez, reúne en un lugar apropiado a los prisioneros y déjalos a cargo de los monjes. ¿Nuestros heridos están siendo evacuados?

—Si, mi señora, aunque aún no tenemos el recuento de bajas, —respondió Ramírez.

—La flota imperial ya va camino de Hirios 5. Tenemos que subirlo todo cagando hostias. ¿Está claro?

—Perfectamente. En menos de una hora estará completada la evacuación. Pero después, respetuosamente, solicito correr la misma suerte que la Princesa.

—Cuando estrangule a tu Princesa, pensaré si te estrangulo a ti también. Ahora cumple las ordenes y quítate de mi vista.

—A la orden, mi señora, —dijo Ramírez cuadrándose, y dando media vuelta desapareció.

—De acuerdo entonces, —y mirando a Súm, añadió con el ceño nuevamente fruncido—. Anda vamos.

Regresaron a la Tharsis con la lanzadera atestada de heridos de la batalla. Las dos guardaban silencio. Matilda la miraba fijamente mientras la Princesa mantenía la mirada baja. Claramente estaba agotada. Llegaron al hangar, la ayudó a bajar, y cogiéndola por la cintura la llevó al dispensario casi en volandas.

Allí la actividad era frenética y todo el personal sanitario estaba muy atareado. Ella misma la ayudó a quitarse el traje de combate, y con gasas y desinfectante la estuvo lavando. Afortunadamente, aunque ya lo suponía, casi toda la sangre que tenía no era suya: solo presentaba pequeñas heridas que manaban sangre azul. Eso si, el médico jefe del dispensario la pegó una bronca de impresión. En su opinión, no estaba en condiciones de combatir después de tres semanas convaleciente, y el tobillo lo tenía muy inflamado.

—Doctor, dentro de tres días entraremos en combate en una batalla, que te aseguro que va a ser muy jodida, contra fuerzas que nos superan seis a uno. Si me dices que no debe combatir no lo hará: pero la necesito.

—Mi querida Matilda, —contestó el doctor con una sonrisa—. Creo que la única manera de que impidas que esta capulla participe en esa batalla, es atándola con una cadena al cuello… y aun así, dudo que lo consigas.

—¿Qué voy a hacer contigo? —preguntó cogiéndola la cara con las manos.

—Matilda, —intervino el doctor—. Yo me ocupo de ella, dentro de tres días estará por lo menos en una condición aceptable.

Matilda miró al doctor y luego a la Princesa mientras movía la cabeza de un lado a otro. Súm guardaba silencio mirándola de reojo. Finalmente, Matilda asintió.

—¿Sabes? Le prometí a Ushlas que te iba a estrangular, pero eso seria darle más trabajo al doctor, —el doctor sé echó a reír y se fue para seguir atendiendo a los heridos. Miro detenidamente el cuerpo desnudo de la Princesa, y añadió—. He oído muchas veces la gilipollez de que las hembras de Mandoria tenéis todas el mismo cuerpo. Para nada: Ushlas y tú no os parecéis en nada.

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