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Matilda, guerrero del espacio (capitulo 15)

La batalla había terminado y todos los protagonistas principales se juntaron en la parte central de la Cámara del Cristal.

—Matilda, noto la cercana presencia de tus doncellas, ¿quieres extraer el Aro de Luz? En tu derecho estas, —dijo la reverenda superiora rodeada de algunas de las sacerdotisas que habían sobrevivido a la batalla.

—No reverenda madre, no deseo extraer el Aro de Luz.

—En tu derecho estás de reusar su extracción, aunque sabes que te proporcionaría una ventaja decisiva frente al traidor.

—Lo sé reverenda madre, pero me asusta tener tanto poder. El Aro de Luz esta bien donde esta, bajo su protección.

—Tus palabras sabias son, como no podrían ser de otra manera viniendo de quien vienen, —sentenció la religiosa—. Prepararemos el cuerpo del conde Nirlon para el regreso.

—No reverenda madre: deseo invocar el Phom Madóx, —la petición de Matilda causó estupor entre las sacerdotisas y la superiora que se miraron entre si intentando confirmar lo que había oído.

—Es un privilegio que tienes, —dijo la superiora cuándo se repuso de la sorpresa inicial—. Acaba de finalizar un ciclo y hasta dentro de dos semanas no comenzara el nuevo.

—Esperaremos entonces.

—Sé que lo sabes, pero mi obligación es recordártelo: si no se completa el rito, la energía mística de Nirlon se perderá definitivamente.

—Lo sé reverenda madre, e insisto en invocar el rito.

—Entonces en dos semanas, con la nueva conjunción, se invocara el Phom Madóx.

Los primeros días hubo muchos comentarios sobre las enigmáticas palabras de Matilda, pero al final el ambiente se fue calmando y la normalidad se instaló en el monasterio y en el campamento aledaño. Durante ese tiempo, se hicieron reparaciones, y los muchos heridos se fueron restableciendo en el enorme hospital de campaña instalado en el monasterio. Las tropas imperiales sufrieron enormes bajas, de casi el 40%. Los supervivientes comenzaron a ser trasladados a un planeta deshabitado del mismo sistema: sin mucho esfuerzo, podrían cultivar y sobrevivir sin problemas, bajo la supervisión del monasterio. Los dos cruceros apresados, fueron identificados como los antiguos Tome y Kirugasa. El primer oficial del Atami, fue nombrado capitán del Tome; en cuanto al Kirugasa, Matilda se ocupó personalmente de sus reparaciones, pero no nombró capitán, lo que levantó no pocos comentarios. Todos pensaban que le iba a dar la nave a Ushlas, todos menos los tripulantes del Tharsis que sabían que eso era imposible: Ushlas y Matilda, jamás se separarían.

—Sabes mi amor, —dijo Ushlas mientras abrazaba a Matilda—. Las apuestas están en que el Kirugasa es un regalo para mí.

—Sabes que ya hace tiempo que el Consejo Federal te quiere dar una nave: en la flota, eres la única primer oficial que es capitán de navío, y eso no es normal.

—No seas boba, yo no quiero una nave, —corto Ushlas—. Yo no podría estar en otra nave que no sea el Tharsis, y además… tendríamos que estar separadas. ¿Quieres separarte de mí?

—No digas gilipolleces. Yo tampoco quiero separarme de ti mi amor: tú me das la vida.

Las dos mujeres estuvieron besándose durante mucho tiempo. Incansables, entregadas, enamoradas, imprescindibles. Después se exploraron mutuamente y regresaron exhaustas y satisfechas a sus labios.

Al día siguiente de la conclusión de la batalla, y en presencia del príncipe regente de la república de Faralia, Matilda se entrevistó con el canciller del Consorcio para agradecerle su decisiva intervención.

—Mira Matilda, no os podemos ayudar en la guerra contra el emperador, porque no duraríamos ni dos segundos fuera del Sector Oscuro: lo sabes perfectamente.

—Sí, sí, somos conscientes de ello señor canciller.

—Lo hemos hablado con nuestros aliados de Faralia, y como ellos, necesitamos una galaxia estable para poder comerciar: no podemos estar siempre encerrados en el Oscuro. Por eso, queremos que las rutas comerciales sean libres, y con el emperador eso no es posible. Queremos que acabéis con él, y junto a Faralia, os ayudaremos en todo lo posible. Suministros, materias primas, incluso apoyo económico, todo lo que este en nuestra mano, salvo una intervención militar directa.

—Agradezco sinceramente la ayuda del Consorcio Bellek y su canciller, y de la República de Faralia y su príncipe regente. Les aseguro, que toda la ayuda que nos puedan proporcionar será bien recibida. Todos aportamos algo: unos más y otros menos, pero todo igual de valioso.

Por supuesto también agradeció al príncipe Adry su valiente intervención durante la batalla. Los faralianos tuvieron fuertes perdidas en su choque con las vanguardias imperiales. Hacia muchos años, que en campo abierto, una unidad de Guardias Imperiales no retrocedía y era derrotada.

—Matilda, nena, ¿no te apetecería tomar algo en mi nave?

—¡Uy!, estoy muy liada, príncipe regente, —contestó sonriendo.

—Podrías hacer un esfuerzo y hacerme un hueco… aunque ya sabes que hueco es el que me gusta.

—Me encantaría ¿Sabes? Vamos a hacer una cosa, —dijo una Matilda sonriente—. Desde hace un tiempo mi primer oficial lleva mi agenda amorosa. Habla con ella y pídele que te haga hueco para… mi hueco.

—¿Tu primer oficial, Ushlas, lleva tu agenda?

—Si.

—¿Y quieres que la pida una cita para estar contigo?

—Claro, ¿no quieres un hueco?

—Esa es la que me dijiste que procurara no cruzarme con ella…

—¿Si querías mantener tu cabeza en su sitio? Si, la misma.

—Bueno, vale. Mejor lo dejamos para otro momento.

—Cómo quieras príncipe.

El día del inicio del ciclo, el canciller y el príncipe Adry, estaban como invitados en la ceremonia. También asistían todos los que eran alguien en la flota. Las zonas altas de la gran sala estaban repletas de tripulantes, soldados, y monjes, deseosos de ser testigos de algo que no ocurría desde hacia más de trescientos años en el monasterio de Akhysar. Matilda, había estado meditando toda la noche en la gran sala, junto a las sacerdotisas del monasterio. A la hora fijada, entró el sarcófago con soporte de vida que mantenía los restos del gran conde Nirlon, seguido por sus dos doncellas, y las dos de Matilda que portaban la espada del conde: Surgúl.

—Matilda, hija de Nirador, guerrero del primer Círculo de Numbar, miembro del sagrado Consejo de los Cinco, —comenzó a relatar la reverenda superiora—. ¿Deseas invocar el Phom Madóx?

—Si, lo deseo.

—Entonces, el rastro de vida del conde Nirlon ha de interrumpirse.

Matilda, con Eskaldár de la mano, se aproximó al sarcófago que ya estaba abierto. Sujetándola con las dos manos, puso la punta sobre el pecho de Nirlon, y presionando hacia abajo con un golpe seco le atravesó el corazón. Cuando dejó de latir, sus dos doncellas entraron en trance mientras sus cuerpos se iluminaban con una especie de radiación que desintegró sus túnicas, quedando completamente desnudas.

—¡Hay candidato al tránsito! —exclamó la superiora mientras todas las sacerdotisas elevaban los brazos hacia arriba. Después, dirigiéndose a Matilda, añadió—. Debes identificar al receptor.

Matilda hizo una señal a Ushlas, que saliendo de su sitio se paró frente a la Princesa Súm que la miró con cara de perplejidad sin entender nada. La cogió de la mano y tiró de ella hasta que la colocó en el centro de la sala.

—Yo, Ushlas, hija de Drix, del reino de Mandoria, capitán de navío de la Flota Federal, presento a Súm, hija de Crüm, del reino de Mandoria, comandante de infantería de las Fuerzas Federales, y princesa heredera al trono celeste.

Ushlas se retiró a su sitio mientras la Princesa miraba a Matilda con los ojos de pánico. Mientras tanto, las doncellas de Nirlon se habían aproximado a su lugar colocándose delante de ella. Las dos doncellas de Matilda se aproximaron también, y después de entregar a Surgúl a una de las doncellas de Nirlon, procedieron a desnudar a la princesa. Cuando terminaron, se retiraron unos metros y se arrodillaron levantando la manos. La doncella de la espada se situó delante de ella, mientras la otra lo hizo por detrás. Ahora, a su lado, resplandecían aun más que antes. La doncella la entrego la espada, ofreciéndosela con las dos manos. Cuando la Princesa la empuño, al mismo tiempo, la otra doncella colocó sus manos sobre la cabeza de Súm, y el resplandor se intensificó hasta tal punto de que hacia daño a los ojos. Cuando la luz fue perdiendo intensidad, todos vieron como las doncellas se habían retirado y la única que resplandecía era la Princesa.

—La trasferencia se ha realizado. El Phom Madóx se ha completado, —exclamó la superiora—. Saludo a Súm, princesa heredera al trono de Mandoria y nuevo miembro del sagrado Consejo de los Cinco. ¡Honor a la Princesa Súm!

—¡Honor a la Princesa Súm! —repitieron cientos de voces.

La Princesa había dejado de resplandecer, y las sacerdotisas procedieron a colocarla su arnés de guerrero místico. Finalmente, envainaron a Surgúl en su espalda.

—Pero… yo… no sé… no merezco este honor, —comenzó a decir atropelladamente la Princesa.

—Es la energía mística de tu antecesor y Surgúl quienes eligen, no nosotros.

—Pero reverenda madre, yo no tengo el nivel de Matilda, no merezco…

—De eso nos ocuparemos nosotras, Princesa Súm, —la interrumpió la superiora.

—Si, Princesa. Te quedaras aquí para completar tu adiestramiento, —intervino Matilda—. Cuando finalice, una nave de Faralia te llevara al 23 donde tu nave te espera.

—¿Mi nave?

—Todos los guerreros místicos tienen su nave, —dijo la superiora.

—Tu nave es el Kirugasa, —dijo Matilda.

—Pero yo no soy de Numbar, —exclamó Súm hecha un lío.

—No es condición. Es cierto que durante mil años, todos los miembros de Consejo, menos uno, han sido de Numbar. Te lo repito, es el conde y Surgúl quienes eligen.

—Pero soy de infantería, no tengo ni idea de cruceros, ni de…

—De eso también nos ocuparemos nosotras.

—¿Desde cuándo cojones sabes esto, Matilda? —preguntó finalmente la Princesa.

—Desde el mismo día que te conocí en Raissa.

Súm, pidió permiso a la superiora para pasar la última noche con los suyos. Llegó al hangar principal en una lanzadera, y cuando salio de ella, se encontró a toda la tripulación y a su escuadrón de infantería perfectamente formados.

—¡Comandante en cubierta! —gritó Matilda—. ¡Firmes!

Todos adoptaron actitud marcial, mientras la Princesa saludaba militarmente. Después, saludo uno a toda la oficialidad de la nave, y por último a los componentes de su escuadrón. Cuando termino, tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Ya veis, —solo pudo decir—. Menuda guerrera estoy hecha.

—Una guerrera mística, no solo sabe matar, —dijo Matilda alzando la voz para que todos lo escucharan—. Tiene que tener compasión, humanidad y corazón. Y tú lo tienes tan grande, que casi no te entra en el pecho.

Se despidió de todos, y después de pedir a Ramírez que en un par de horas fuera a su camarote, acompañó a Matilda. No la llevó a la sala de estrategia, ni a su camarote, la llevó al mirador que había debajo del puente de mando, donde había instalado pequeña cantina para los que querían tranquilidad. Se sentaron en la mesa con la vista más espectacular, y que previamente había reservado, y llenó dos vasos con licor de Mandoria.

—Aprovecha, en el monasterio no hay licores, —dijo Matilda riendo—. Y vas a estar un año.

—¿Un año? No sé si voy a aguantar tanto, —respondió Súm pensativa.

—Lo harás Princesa, hay mucho en juego. Y no te quejes, yo estuve tres años en el monasterio de Konark. Ellas te enseñaran a combatir como nunca lo has hecho. Por cierto, despídete de tus espadas mandorianas: a partir de ahora lo harás con Surgúl.

—¿Combatiré cómo tú?

—Casi como yo, —respondió riendo—. Te enseñaran estrategia, movimientos de grandes contingentes, te enseñaran todo sobre las naves, tanto, que podrás hacer cualquier función en ellas. Entrenaras cómo una bestia y estudiaras cómo un animal: veinte horas al día, y solo dormirás cuatro o cinco, y todos días de la semana. No tendrás descanso, no tendrás fiestas ni tiempo libre. Terminaras los días tan agotada que querrás dormir y no te acordaras del sexo o del alcohol para nada. Todo eso te lo puedo garantizar.

—¿Crees que lo conseguiré?

—Estoy convencida, porque si no lo consigues, entonces sí que te estrangulo con mis propias manos.

Siguieron hablando durante casi una hora, despejando dudas, haciéndose confidencias, riendo. Después, la Princesa se retiró a su camarote.

Cuando Ramírez llegó, entró directamente y la encontró dormida sobre la cama, desnuda y abrazada a Surgúl. No la quiso despertar, se sentó en un sillón y estuvo contemplándola hasta que se despertó.

—¿Llevas mucho ahí? —preguntó mientras le miraba soñolienta con sus intensos ojos azules.

—No te preocupes: podría estar horas mirándote dormir.

Se levantó de la cama y coloco la espada sobre un soporte, encima de una estantería.

—¿Sabes? Lo que más me asusta es tener la espada de alguien como el conde Nirlon. Me preocupa no dar la talla.

—¿Qué tú no vas a dar la talla? —dijo Ramírez mientras la abrazaba por detrás—. Yo no daría la talla. Miles, millones de personas no darían la talla. Tú sí.

La empezó a morder el cuello mientras Súm, complacida, enrollaba su cola en una de las pierdas de Ramírez. La levantó en brazos y la llevo a la cama donde estuvieron amándose gran parte de la noche.

—Sabes, tengo la potestad de ponerle al Kirugasa el nombre que quiera. Le pregunté a Matilda de donde viene el nombre de esta nave. Hace referencia a un antiguo y mitológico reino de la Tierra, de España de donde era su madre, que cuando estaba en lo más alto de su poder, desapareció sin dejar rastro. Entonces recordé, que hace unos años leí sobre ese tema, y una de esas historias me fascinó. Es una historia parecida a Tartessos: desaparecieron sin dejar rastro. He decidido llamar a mi nave, Atlantis.

—¿Atlantis? Me gusta.

—Me gustaría que fueras mi primer oficial cuando regrese dentro de un año.

—Mi amor, yo soy un zoquete y solo valgo para pegar tiros y dar hachazos. Tendría que ponerme a estudiar, y a estas alturas es imposible. No valgo para eso.

—Ya suponía que dirías eso. Lo he hablado con Matilda y vamos a tener permanentemente infantería en nuestras naves. Me gustaría que te encargaras de mi escuadrón.

—Eso sí lo sé hacer. Para mí será un honor.

—Tendrás que formarlo. Tú pasaras a ser capitán definitivamente, y la alférez Johari pasara a mandar el escuadrón de la Tharsis, en principio, con el rango de teniente y luego cómo capitán: imagino que se querrá llevar a todos los que pueda.

—No te preocupes, yo me encargo. Hablaré con ella.

Siguieron follando y bebiendo hasta que amaneció. A media mañana, mientras dormían, entraron en el camarote, Matilda, la superiora y varias sacerdotisas. La despertaron, la vistieron, y con Surgúl salieron hacia el monasterio ante la mirada inquisitiva de la reverenda madre.

—A esto le llamo yo un buen comienzo: si señor—dijo Matilda a Ramírez riendo mientras le revisaba de arriba abajo, que desnudo permanecía firme y rojo como un tomate—. Anda pichón, vete a tu cama, a ver si vas a coger frío.

Tres meses después, la flota federal, salio del Sector Oscuro y se dirigió directamente a Raissa, donde el Consejo Federal y el Estado Mayor esperaban. Varios cruceros y decenas de naves de menor porte se unieron a la flota en su camino al planeta balneario. En las calles de Raissa, el entusiasmo estaba desbordado, miles y miles de ciudadanos, agitando banderas federales y de Raissa, se amontonaban en la enorme plaza central cuando la lanzadera de Matilda aterrizó.

—La noticia de la victoria y la muerte del mariscal Rahoi, ha recorrido la galaxia como un reguero de pólvora, —dijo el presidente del Consejo después de abrazarla—. El pueblo está entusiasmado y en algunos lugares la policía imperial ha tenido dificultades para controlar las manifestaciones y ha tenido que emplear al ejército. Los servicios de propaganda del emperador, intentan tapar o desvirtuar la noticia, pero no lo consiguen. Nuestro servicio de información está trabajando a destajo.

—Excelente, —contestó Matilda—. ¿Habéis divulgado la noticia de la Princesa?

—No, no. Lo hemos mantenido en secreto, —dijo el jefe del Estado Mayor—. Hemos preparado un gran funeral para el conde Nirlon. Queremos que en ese momento lo anuncies tu misma.

—Te aseguro Matilda, que hemos hecho un esfuerzo brutal. Vamos a retransmitir la ceremonia a todos los rincones de la galaxia a través de galaxinet. La inteligencia federal nos ha informado de que el emperador sabe lo que nosotros le contamos. Va a recibir la noticia al mismo tiempo que toda la galaxia.

—Perfecto.

Matilda se subió a una zona elevada, sujetando a Eskaldár con una mano y haciendo el signo de victoria con la otra. El griterío era ensordecedor, la masa aullaba vitoreando a Matilda el gran símbolo de la libertad.

Al día siguiente, en lo alto de los acantilados de Raissa, se celebró el funeral del conde Nirlon. Sus restos descansarían definitivamente en un pequeño mausoleo construido frente a este mar que el tanto amó. Antes de introducirlo en el mausoleo, Matilda se subió a una tribuna y se dirigió a los asistentes y a toda la galaxia.

—Hace casi un año, me informaron de los asquerosos planes del tirano, de utilizar al conde Nirlon, mi amigo y compañero en el Consejo de los Cinco, en un intento de socavar lo sagrado. El intento de atacar y destruir el milenario santuario de Akhysar, y apoderarse de un talismán que es propiedad de todos ha fracasado. Muchos soldados de la libertad, muchos soldados federales y de sus aliados, han muerto para impedirlo. Hemos conseguido recuperar los restos del gran conde Nirlon, y allí, en la cámara principal de Akhysar, ocurrió algo maravilloso. Percibí la llamada del conde, mi amigo, y solicite a la reverenda superiora que invocara el Phom Madóx, —Matilda guardó silencio para todo el mundo asimilara sus palabras—. La transferencia sé ha completado, y Surgúl, la legendaria y poderosa espada del conde, vuelve a estar empuñada: un nuevo miembro ocupa su lugar en el Consejo de los Cinco. Ella es Súm, princesa heredera del trono de Mandoria, —y subiendo el tono de su voz sobre el griterío de los asistentes, apostillo—. ¡Eskaldár ya no está sola, ahora, Surgúl la acompaña!, y con vuestra ayuda, con la ayuda de todos los seres de corazón libre de la galaxia, podremos por fin gritar:

¡Al fin somos libres!

¡Al fin somos libres!

¡Al fin somos libres!

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