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Mis cuentos inmorales. (Entrega 7)

Las siestas con mi prima

Mi prima Marucha es mayor que yo. Si en el año 1954 que estuve veraneando en la casa de mis tíos del Real de San Vicente tenía 13 años, ella, tendría sobre los veinte.

Cómo era un pésimo conocedor del alma femenina, pues no tenía ni repajolera idea de lo que cabe en la mente de una mujer por muy decente que sea; por eso nunca supe lo que le pasaba por la de mi prima en las siestas que me echaba junta a ella, en aquellas cálidas tardes de verano.

Por la mía si que pasaban cosas “muy feas” ¡Bueno! Muy feas según el concepto que tenía en aquel tiempo de las cosas del sexo.

La tenía acostada a mi derecha, boca arriba, vestida, eso sí, no nos desnudábamos. Yo, con mis pantaloncitos cortos y mi camisita, y ella con su faldita y blusita. Los dos tumbaditos boca arriba callados como tumbas.

Daría algo, sólo por curiosidad, por saber en que pensaría en aquellos momentos. ¿Una moza de muy buen ver, morenaza y de carnes prietas y excitantes para darle un buen pellizco en las partes más mollares, con 19 o 20 años, que pensaría en esta circunstancia descrita?

Podría ser, que, por su mente no pasaran pasajes eróticos; quizás el pensar que tenía a su lado a un niño imberbe no se le ocurriera la más mínima elucubración erótica. Sinceramente no lo sé, y nunca lo sabré, entre otras razones  porque a mi prima no la veo por lo menos desde hace 50 años. Sé que está (o estaba) felizmente casada.

Recuerdo como si fuera hoy mismo, que fuimos los dos solos a dar un paseo por un monte cercano. Quien no conozca El Real de San Vicente, le digo que es un pueblo serrano de la Provincia de Toledo situado el límite de la de Avila. Famoso por sus finas aguas; es un sanísimo lugar para tomar el aire más puro que se puede respirar.

Nos paramos al lado de unas piedras, y de pronto salió una culebra de entre las mismas, una culebrilla tan pequeña que no era para asustarse. Pero mi prima se aferró a mí como muy asustada, y se pegó a mi cuerpo como una lapa durante unos segundos.

Tampoco puedo ni tan siquiera acercarme a la realidad, si hizo ese gesto por miedo a la culebrilla, o que deseaba abrazarme para echar allí mismo “un casquete”. No lo sé la verdad. Pero lo que si puedo asegurar, que yo le hubiera echado no-uno, por lo menos tres.

Pero cuando estuve seguro de que con ella hubiera llegado por lo menos a darme un revolcón, fue cuando al poco tiempo ella y mi tía (su madre) pararon en nuestra casa de Madrid unos días porque venían de médicos.

Una mañana entré en el servicio y estaba en combinación lavándose la cara. Se le marcaba el tafanario como a la chica en la ventana del cuadro de Salvador Dalí. No sé cómo pude atreverme, pero la abracé por detrás y recuerdo perfectamente como “la restregué la cebolleta” por las nalgas. Ella giró la cabeza, me miró y no me dijo nada. El caso es, que deshice el abrazo y salí del servicio como si no hubiera pasado nada.

¡Joder! Prima. Durante un tiempo fuiste el motivo de mis placeres solitarios. Y hoy, allá donde estés, te mando un beso muy fuerte y te deseo lo mejor.

¡Cuántas sábanas mojaron con tu imagen en mis poluciones nocturnas!

 

Mi primo me la metia

Como ya he dicho, tenia varios primos en este pueblo serrano; hijos de dos primos hermanos de mi padre, por lo tanto, primos de segundo grado.

Aunque algunas siestas las hacía con mi prima, dormía en casa de mi tío que tenía tres hijos; dos chicos y una chica.

El hijo mayor, José Luis, tendría dos o tres años más que yo, y fue con el que pasé casi todo el veraneo, y ahora me doy cuenta porqué. No se separaba de mí ni un instante, siempre quería jugar a mi lado ¡Y vaya si al final jugó conmigo! el muy mariconazo.

Tenía una escopeta de perdigones, y nos pasábamos el día matando pájaros, y hasta una gallina matamos del corral de una vecina. La recuerdo con ella agarrada del cuello y pidiendo a gritos quien se la había matado.

 Recuerdo aquel hogar de leña, que servía también de cocina, y aquel puchero de barro con todos los ingredientes para hacer un buen cocido. Me dijo mi tío Lucio:

-Felisín, no tienes más que mover el puchero, y de vez en cuando le das una vuelta con esta cuchara de palo.

Aquel cocido para comer cinco personas, a las dos de la tarde estaba vacío. Juro y por jurar no me arrepiento, que me lo zampé todo yo solito, no dejé ni un garbanzo perdido por el fondo del perol. Todavía, al cabo de más de cincuenta y cinco años, conservo en el paladar, el sabor de aquel tocinillo, de aquella morcilla y de aquel choricillo.

¡Qué hambre se pasaba en aquellos años!

Volviendo a mi primo, dormía con él, ya que no disponían de una cama para que durmiera solo. No tardó ni una semana de manifestar en mi culo sus deseos libidinosos.

Debo decir, (y no hace falta que lo jure) que jamás pensé hacer lo que conmigo hizo José Luis; pero también he de confesar que no me desagradó, ya que me convertí en su “novia” el tiempo que estuve en su casa; ya que todas las noches me follaba.

Una noche desperté, y le tenía pegado a mí, con su polla bien tiesa soldada a mi culo. Recuerdo muy vagamente que le dije:

– ¿Eres maricón? (Entonces lo de gay no se conocía)

No dijo absolutamente nada, se limitó a seguir con su polla metida en mi culo, y yo tampoco hice nada por sacarla de allí, al contrario, aquella cosa adherida a “mi raja” me producía un cosquilleo que me gustaba; así que le deje hacer hasta que empezó a dar unas sacudidas y suspiros; y al sentir en mis nalgas una cosa caliente y mojada, comprendí que aquello era la “lefa” de mi primo que se había corrido.

Y así, durante aquellas vacaciones me convertí en una linda mujercita que mi primo follaba todas las noches con desmedia pasión y que “a una servidora” le enantaba.

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