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El bollo húmedo y peludo de Marcela y las tangas de su madre

Eran las dos de la tarde y tenía los testículos llenos de testosterona. Revisé mi lista de contactos. Marta, Luisa, Georgina, Ximena, Marcela… o sí, Marcela. Le envíe un mensaje.

¿Qué haces? Tengo un poco de ron y hierba. 

Ven a mi casa no están mis papás. 

Llego en 20 minutos. 

Marcela es una morena de labios carnosos, pechos pequeños y un rabo que destruye penes. Una cara tierna que en la cama se transforma en la de una fiera. La conocí en la universidad y de vez en cuando follábamos al terminar las borracheras. 

Todavía no llegaba a su casa y yo ya estaba pensando en ponerla de perrito. Chuparle su bollo peludo, meterle los dedos y morderle sus pezones. Me la imaginaba en una tanga amarilla que le había visto antes. Sus nalgas comiendo ese trapo y su vagina húmeda mojando la tela. 

Llegué a su casa. Tenía velas aromatizantes e incienso prendido. Todo listo para un buen momento de vicio y sexo en exceso. Traía un pantalón pegado. Su culo parecía que lo iba a reventar. Una blusa que dejaba ver su ombligo moreno. Delicioso. El cabello recogido y esos labios grandes e hinchados. Apenas olí su cabello se me paró la tranca, estaba dura y tiesa. Las venas iban a explotar. Quería sentir su vagina y sus texturas. Darle duro. Matarla con mi pinga. 

—¿Quieres algo de comer?

—No, gracias. ¿Tienes agua mineral y coca–cola?

—Sólo coca–cola. 

—Da igual. 

Saqué el ron y la hierba. Ella fue por dos vasos con hielos. Serví el ron con cola. Comencé a liar el porro. 

—Zurdito, no mal interpretes esto. Quiero fumar y tomar un poco. Pasarla bien. Quiero dejar el sexo por un tiempo. He tenido dos infecciones en los últimos tres meses. Voy a parar un poco. 

—Pero yo estoy limpio. Cero infecciones. Pero da igual, con que tengamos hierba y ron y una buena charla está bien. 

Era una putita y a mí me gustaba eso. ¿Cuántos penes era necesario meterse para tener dos infecciones en tres meses? Da igual. Saber eso me la puso más dura. Terminé el porro, lo encendí y se lo pasé. Me gusta ver cuando las mujeres ponen el porro en su boca. Me calientan sus labios en el porro. Y los de Marcela, eran carnosos y hermosos. Y yo con los cojones llenos de leche. Se la iba a tirar toda en su cara y su culo. Le iba a embarrar la leche en su culo, en su ano. Después metérsela en la boca. Que la chupe. Eso pensaba mientras le daba un trago a mi vaso de ron. 

Nos acostamos en uno de sus sillones. Las velas y los inciensos apestaban toda la sala. La foto de una mujer con rabo gigante estaba sobre un mueble. Era su madre. Qué delicia. 

—Y cuéntame ¿a cuántos te estás tirando? 

—Ya sólo a dos. A mi novio y a un chico del barrio. Ya no puedo con más. Estoy cansada. Quiero algo más tranquilo ya. 

Me gustaba escuchar que estaba tirándose a varios hombres. Me imaginaba a Marcela gritando de placer con el culo parado. Serví un trago más. Y nos salimos a fumar a su balcón. Sorpresa. Las tangas de su mamá estaban ahí colgadas. De todos los colores. Su mamá también era una perversa como Marcelita. Ah coño. Quería follarme a las dos juntos. Madre e hija chupando mi pinga. Y yo jalándoles el cabello. 

No aguante más. Me fui encima de Marcela y la comencé a besar. 

—Espera, tranquilo. No quiero. No puedo. 

Le agarré su mano y la puse en mi tranca tiesa. La apretó. Le metí la mano en el bollo. Sentí su tanga de encaje. Comencé a jalarle el pantalón. Sus nalgas lo apretaban y no lo dejaban bajar. 

—Espera zurdo. Tranquilo. 

Me seguía besando con pasión. 

—Mierda Zurdo. Métemela toda. Ya no aguanto. Quiero sentirla toda papi. 

—Esto es lo que quieres verdad perra. 

Se la metí de perrito. Ella se sostenía del balcón. Las tangas de su madre me excitaban. Mientras le daba, no paraba de ver todas esas tangas con sus diferentes texturas.

—Métemela hasta adentro. Córrete en mi. Dale Zurdo. Duro. ¿Qué tu eres marica? Dame pinga. Duro. 

—Toma esto perra. Eres una perra y quieres toda mi pinga adentro. 

Marcela estaba mojadísima. Mi pene entraba y salía como si hubiera utilizado aceite. Yo no paraba. Comencé a morder una de las tangas de su madre. Quería romper esa tanga con los dientes. La chupaba y me imaginaba la vagina de su madre mojando la tanga. Ah que delicia. 

—Dame más duro pendejo. Quiero que me claves duro. 

Le seguí dando por un buen rato, tenía las piernas cansadas y la pinga me iba a reventar y yo imaginando cualquier cosa. Penetrando a su madre, a todos los amantes de Marcela penetrando a su madre y a ella. Que mujer. Era una diosa. Su culo duro rebotaba contra mis piernas y yo lo arañaba. Quería dejarle las uñas enterradas. Le di hasta que ya no pude más. Me corrí. La inunde por completo. Qué alivio. Nos dejamos caer en el suelo apestando a sudor. Me paré con las piernas temblorosas y fui acerqué los vasos de ron. Encendí el porro de nuevo. Qué alivio. Tenía que sacar toda esa testosterona. Me pongo de mal humor si tengo los huevos hinchados. Apuré mi ron y me fui.

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