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La esposa de mi amigo (4): Desatado

Allí estaba, cortando una camisa de bambula blanca a lo largo de toda la espalda de Susana, la cual hacía al menos una hora no soltaba el asiento de la silla donde estaba sentada. Mariana, su hija, había salido con unas amigas y su marido David, mi amigo de toda la vida, hacía ya meses que la había abandonado. Después de cortar metódicamente la camisa para que saliera sin que Susana soltara la silla, empecé a lamerle los pechos, mientras por encima de su ropa interior acariciaba sus labios, esa tanguita estaba empapada, ella gemía y se retorcía. “No quiero que emitas un ruido, trolita. Entendido?” Le dije, el poder que ella me estaba dando sobre sí misma me estaba embriagando, una parte de mí algo cruel salió a flote y no la pude controlar.

“Si te escucho, vas a pasar toda la noche en esa silla” acto seguido le metí un dedo, que se deslizó suavemente dentro de su conchita, escuché como apretaba aún más fuerte la silla, apretaba los dientes y apoyaba su boca contra uno de sus brazos pero sin emitir gemidos, así jugué con ella un rato, cambiando de ritmos, rozándole el clítoris, lamiendo sus pezones, en un momento le tome la cara poniéndola frente a la mía y con dos dedos la masturbe furioso. Me deleite con la fuerza que hacía para no emitir sonido mientras acababa, mis dedos estaban empapados, pero no dejaba de masturbarla.

Cuando la hice acabar con mis dedos por tercera vez, estuve satisfecho, me pare y le pedí que me lamiera los huevos. Cómo explicarles lo delicada y afanosa que fue, los lamió y lleno de saliva de manera tal que me hizo ver estrellas. Ya caliente perdido la tomé de la cabeza y comencé a cogerme su boca, metiendo la mitad de mí miembro la mayoría de las veces pero de vez en cuando metiéndolo todo, asfixiándola un segundo o dos hasta que empezaba a retorcerse. Se la saque y ella respiraba con dificultad, media atragantada de pija y yo casi al borde de acabar, con los huevos llenos de leche. Le metí la pija hasta el fondo asfixiándola, metódicamente conté hasta 5 y se la saque, después conté hasta 6 y después hasta 7 y así hasta que llegué al 20.

Le ordené soltar la silla, sus dedos estaban blancos, contracturados, aún le costaba respirar y las convulsiones de las arcadas no terminaban. “Ahora ya podes gemir, no te tapes la boca, te quiero escuchar, quiero que grites ahora”. La puse en cuatro y me la cogí con furia, golpeando con mí pelvis para que sonara, le daba nalgadas fuertes, no la que le das a tu pareja sino nalgadas que dejaron mí mano marcada por días, ella gemía, se retorcía, pedía más por favor que le pegara más fuerte. Finalmente después de que acabará unas cuantas veces con fuerza la tome del cabello obligando a que se arrodille en el piso, ella con los ojos llenos de lágrimas, me tomo de las nalgas y abrió la boca grande, sacando la lengua, con la mirada me suplicaba que se la diera toda. Me masturbe con furia, le daba cachetadas cuando trataba de cerrar un poco la boca, le escupí dentro de la boca, ella se relamió con una sonrisa de satisfacción y yo no aguante más… la solté, le acabé en el pelo, la cara y el pecho, con los dedos solita se metía mí semen en la boca mirándome a los ojos con cara de perversa. Me tuve que sentar porque mis piernas temblaban, “Ahora dormite, que ya me canse de vos” ella se arrastró hasta la cama “Si, papi, gracias, muchas gracias” y se durmió en el acto. Boca abajo pude ver sus nalgas rojas, con algunos hematomas que empezaban a formarse, me sonreí al ver mi mano marcada en sus nalgas, las piernas aún le temblaban en espasmos cortos. Me limpie la pija con los restos de su camisa, me guarde su tanga empapada, tomé mí ropa y volví a mí habitación, sospechosamente mí bóxer ya no estaba sobre la cama, pero en ese momento no lo noté, dormí bien. Al otro día todo siguió como si nada, yo era el amigo de la familia que pasaba dos noches al mes como un favor, pero ya era el amante de Susana, sexo rudo y duro con mí sumisa. Al siguiente mes Mariana no se fue a ningún lado y no pudimos hacer mucho, pero esa es otra historia.

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