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Mi año sabático

Mi nombre es Mateo, y esta es la historia de como terminé teniendo la mejor experiencia sexual de mi vida, con la mujer que menos hubiera esperado. Mi mejora amiga Rebeca.

Con Rebeca nos conocemos desde hace 10 años. Nos presentó un amigo en común el día de su cumpleaños, y, a pesar de que es mayor a mi por casi 8 años, nos llevamos muy bien desde el comienzo. Siempre pensé que eso se debe a que, a diferencia de lo que muchas personas piensan, nuestra amistad comenzó como tal, y no con una atracción física, aun cuando en el momento que la conocí, e incluso ahora, Beca tiene cierto atractivo que es difícil de describir. No es precisamente lo que uno consideraría una mujer deslumbrante. Pero tiene algo que suele llamar la atención.

La describiré para que me entiendan mejor. En el momento en que trascurre esta historia, Rebeca tiene 37 años, y mide aproximadamente 1.70 de altura. De contextura delgada pero con una barriguita incipiente, secuela de un embarazo joven, resultado de un amorío adolescente que termino con ella siendo madre soltera a los 18 años. Sus senos ni muy grandes, ni extremadamente pequeños, con la caída característica de las mujeres que se aproximan apresuradamente a la edad madura. Pero si algo podemos decir que llama la atención hacia su figura, son sus anchas y redondas caderas, que tornean sus nalgas que conserva completamente levantadas. Seguramente por todo el ejercicio que realiza enfocado en esa zona. No obstante, si hay algo que siempre me ha gustado en ella, dejando en claro de nuevo que hasta la fecha de esta historia nunca la vi de forma sexual o romántica, es su cabello. Largo y lacio hasta sus hombros. Brillante, como si lo lustrara todos los días. Enmarca una cara redonda y un poco cachetona, con grandes ojos de color marrón, una nariz de botón y labios finos.

Durante todos estos años, y desde que nos conocimos, ambos fuimos para el otro un amigo incondicional, dispuestos a apoyarnos, darnos consejos, levantarnos el ánimo, y por qué no, también molestarnos, hacernos bromas pesadas y hacerle difícil la vida al otro. No voy a decir que eramos como hermanos, pues eso caería en un cliché, pero si eramos bastante unidos. Ambos habíamos visto, y soportado, tanto el desfile intermitente de conquistas azarosas, como aquellas relaciones que consideramos serían mucho mas importantes, pero que con el tiempo, igual terminaron desastrosamente. E incluso en las largas sequías sexual. Estuve con ella cuando falleció su madre. Y ella estuvo conmigo cuando mi padre tuvo un colapso nervioso y lo tuvimos que internar en un sanatorio. Y sobre todo, estuvimos juntos en los años en que debido a la crisis económica, no pudimos encontrar empleo. Ni ella como enfermera, ni yo como técnico industrial.

Fue después de esos años sin trabajo, sin parejas y sin responsabilidades mayores (pues a los 16 años la hija de Rebeca había decidido ir a vivir con su papá) que decidimos tomar unos meses y alejarnos de todo. Irnos a vivir a un pequeño pueblo de la costa, cerca de la playa, del que nos habían comentado unos amigos, y simplemente descansar de todo lo demás. Viviríamos con lo justo, con los pequeños trabajos que pudiéramos hacer.

Y así fue como unas cuantas semanas después de tomar esa decisión, subimos nuestras cosas a mi viejo Suzuki Jimmy y nos fuimos al que se convertiría en nuestro pedacito de paraíso, el pueblo de San Lorenzo de la costa.

Al llegar, durante las primeras semanas empezamos a trabajar de lo que pudimos. Por un tiempo trabajamos de camareros, en un bar de turistas, pero eso solo nos duró unos días. Después de eso intenté trabajar en un barco de pesca artesanal, pero debido a que me mareaba mucho no duré más de un día. No fue hasta que empezamos a pasar dificultades y nos preguntábamos si realmente habíamos tomado una buena decisión al dejarlo todo para ir a vivir allí. Que se nos ocurrió que nuestras profesiones no era lo único que sabíamos hacer y que tal vez habría otra cosa de la cual sacar suficiente dinero para poder vivir.

Pues verán, una cosa que no comenté antes. La razón por la que nos hicimos amigos. Ambos adoramos bailar. Bailar de todo: merengue, bachata, ballenato, reggeton. Pero sobre todo, la salsa. Nos enloquece la salsa, En la fiesta que nos conocimos, después de que nuestro amigo nos presentara. No continuamos la conversación hasta mucho mas tarde, que, después de que cada uno de había bailado con otras personas, el DJ puso una canción de salsa y todos se fueron a sentar. Quedando solo nosotros en la pista. Encajamos tan bien mientras bailábamos que nos volvimos nuestras parejas de baile estandar. A partir de esa noche salíamos a bailar casi todos los viernes, Incluso cuando salíamos con nuestras respectivas parejas, cuando sonaba una salsa, nos juntábamos para bailar, dejando a un lado a cualquier otra persona.

Así fue como se nos ocurrió ofrecer clases de baile a los lugareños de San Lorenzo. Diseñamos unos modestos afiches a mano, anunciando nuestras clases. Y los repartimos en todo el pueblo, con un poco de recelo, debo reconocer. No teníamos mucha seguridad de que nos fuera a dar resultado. Temíamos que tendríamos que regresar a la capital de la misma manera que nos fuimos, solo que un poco más pobres que antes.

Pero para nuestra sorpresa la gente del pueblo recibió muy bien nuestras clases. Para el 3er día incluso un par de turistas que pasaban por ahí, decidieron tomar clases con nosotros mientras estuvieran en San Lorenzo. Y para la 3ra semana, después de abrir al público nuestras clases de baile, nos estaba yendo francamente bien, nuestros problemas económicos habían desaparecido, ya que, con lo que habíamos ganados en esas semanas teníamos suficiente para vivir un par de meses más. Y si seguíamos así a lo mejor podríamos quedarnos hasta un año.

Estábamos que no cabíamos de la emoción. Y fue mas que evidente cuando la tarde del viernes de nuestra sexta semana en la playa, Rebeca me hizo una proposición bastante divertida.

Rebeca: No te parece que en el tiempo que hemos estado aquí nos hemos portando muy juiciosos – Dijo de la nada mientras limpiábamos el área en que dábamos las clases

Yo: Mmm. No lo se – respondí – no me pareció que el otro día te portaras muy juiciosa con el gringo que vino a las clases hace dos noches

Rebeca: Tonto! – contestó riéndose – Primero no era gringo, era francés. Segundo, yo no hacía nada más que enseñarle a bailar bachata. Ya sabes que es una música que se tiene que bailar muy pegada a la pareja.

Yo: Aja, y yo no tengo ojos y soy medio tonto. Llevamos bailando juntos como diez años y nunca te has pegado tanto a mi para bailar

Rebeca: bueno, eso es fácil. Es que tu eres tu, y el, pues… Estaba como quiere – mientras decía esto Rebeca pasaba su mano por el paro de la escoba de una forma muy sugerente.

Yo: Gracias, es justamente lo que mi autoestima necesita.

Rebeca: Sabes a lo que me refiero, baboso. En fin, Tampoco me refería a eso. Sino a que, desde que nos mudamos no hemos salido a festejar.

Yo: bueno, pues eso tal vez sea porque en este pueblo no hay a donde ir. Por eso es que nuestras clases son tan populares.

Rebeca: Yo se. Pero el otro día me comentaron que en Las Palmas, el pueblo queda a unos 40 minutos de aquí, al ser mas turístico. Hay un par de bares y discotecas donde poder bailar.

Para este momento Rebeca había dejado la escoba a un lado y centraba toda su atención en la conversación. Mientras yo terminaba de quitar el polvo y la arena de las paredes

Rebeca: Se me ocurrió que esta noche, después de la clase, podríamos tomar el auto he ir a celebrar que nos esta yendo tan bien. ¿no te parece una buena idea?

Yo: Podría ser. Pero si lo hacemos debes prometer que no te embriagarás allá. Porque, como yo voy a manejar, después tendré que hacerme los 40 minutos de viaje de regreso mientras tu estás perdidamente borracha.

Rebeca: Ok, está bien Papá – dijo poniendo los ojos en blanco, en una mueca que la hacía ver igual que su hija adolescente.

Y así lo hicimos. Después de terminar la clase, nos cambiamos de ropa, a lo más decente que habíamos llevado. Rebeca vestía una blusa de tirantes color celeste. Muy suelta que con el movimiento dejaba ver su brasier blanco. Y un pequeño y ajustado pantalón corto de tela de Jean, que marcaba su trasero respingón. Yo, en cambio, me puse una camisa playera de color negro y unos pantalones a la pantorrilla estilo pescador de color beige y un sombrero de ala corta de paja, como el que lleva Jazon Mraz en el video musical de Im Yours.

Nos subimos al auto e hicimos el viaje para celebrar y festejar nuestra buena fortuna de las últimas semanas. Y así lo hicimos. Celebramos como si no hubiera un mañana. Bailamos todas y cada una de las canciones que sonaron. Y aunque yo no podía beber, pues iba a conducir, brindamos, yo con agua y Rebeca con lo que sea que estaba bebiendo. Cuando ya se hizo tarde y eramos los únicos que quedábamos en la discoteca. Rebeca compro un par de botellas de Ron.

Rebeca: Te dije que no me emborracharía aquí para que no tengas que hacer el viaje solo. Pero nunca prometí que no llevaría alcohol para que ambos nos emborrachemos en casa. No creas que la fiesta ya terminó.

Y no lo había hecho. Por lo contrario, apenas había comenzado.

***

Cuando llegamos a casa, pusimos música en el celular para que sonara en el parlante que usábamos para las clases. Nos servimos un trago para cada uno y seguimos bailando. Esos dos tragos, se convirtieron en 4, luego en 6 y 8 hasta que la primera botella de vacío por completo. La única razón por la que dejábamos de beber era para bailar, y solo dejábamos de bailar, para beber. Ya estábamos tan entonados con la bebida que empezamos a bailar de esa manera en que unicamente las personas desinhibidas y que se tienen absoluta confianza pueden hacerlo.

Algo que muy pocas personas se dan cuenta, es que en su gran mayoría, el baile, o por lo menos los ritmos latinos, son rituales de seducción. Y bajo las circunstancias correctas, una bachata, o una salsa pueden convertirse en el mejor afrodisíaco. Pero, de entre todos los ritmos latinos, aunque es el que menos nos gusta, el reggaetón, se lleva el premio. Puesto que, mas que una insinuación, el perreo es un simulacro del acto sexual. Siendo la única diferencia entre ambos la presencia o ausencia de la ropa.

Eso fue algo que ni Rebeca ni yo tuvimos en cuenta esa noche, cuando, con botella y media de ron en la sangre, empezó a sonar una antigua y conocida canción de reggaetón. En el animo que estábamos, empezamos a darlo todo. Nuestros cuerpos se movían al ritmo de la música. Se frotaban y deslizaban el uno en el otro, Las manos de Rebeca me aferraban la nuca mientras ella ondulaba su cintura contra mi pelvis. Mis manos la recorrían de arriba a abajo pasando por el costado de sus pechos y cintura, presionando mi entrepierna cuando ella se acercaba. En cierto punto de la canción le di la vuelta y la arrimé contra una de las paredes. Mientras embestía frenéticamente mi pelvis contra sus nalgas. Y cuando estábamos ambos llegando al clímax con la ropa puesta. La canción termino. Sin decir ni una sola palabra caímos rendidos sobre el sofá del salón. Ambos empapados de sudor y con la respiración agitada.

Solo entonces, y cuando la euforia del momento se disipaba. Nos dimos cuenta de lo que habíamos hecho hace un momento. Para intentar disimular mi consternación, me levante a servir otro par de tragos. Cuando regresé le ofrecí el uno a Rebeca, y me volví a sentar junto a ella. Tratando de disimular la erección que me había causado el intenso roce con su cuerpo. Ella, sin darse cuenta de eso, o al menos eso pensaba en ese momento, se acerco a mi y se recostó a mi lado, apoyando su cabeza en hombro muy cerca de mi rostro, y apoyando su mano sobre mi abultado abdomen.

Estaba muy cerca, podía sentir su aliento sobre piel que dejaba descubierta mi camisa. Podía oler su cabello. Un aroma que, ya era muy familiar para mi. No precisamente dulce o encantador, como el que tienen las mujeres cuando usan perfume o acaban de salir de la ducha. Era un aroma embriagador, que, en ese momento, despertaba en mi un instinto primario. Era la mezcla de sudor, shampoo y sal marina. De la nada, desee hundir mi cara en su cabello e inhalar profundamente. Y sin darme cuenta, era precisamente lo que estaba haciendo. Extrañamente Rebeca no se movió. Llegue a creer que ya estaba dormida, hasta que, cuando retire mi rostro de su cabello, ella levanto la cara y sin mirarme me besó. Así, de la nada, sin momento romántico ni preparación previa. Nuestros labios de juntaron y nuestras bocas se abrieron. Dejando conocerse a nuestras lenguas que jugueteaban. Ese beso fue extrañamente armonioso, como el de dos amantes que llevan haciéndolo durante años, incluso siglos. El desconcierto del comienzo fue sustituido por el entusiasmo y luego envalentonamiento. Con mi mano derecha agarre el rostro de rebeca y presioné aun contra mi. Y deslice mi mano izquierda rodeando su cintura y fui bajando mi mano hasta colocarla sobre sus bien formadas nalgas. En lugar de sobresaltarse, sorprenderse o alejarse, Rebeca se presionó más a mi, besándome con más intensidad, Pude sentir como su mano hacía movimientos en forma de círculos sobre mi abdomen. Acariciando todo mi torso, a veces acercándose a mis pectorales, pasando su mano sobre mis pezones, y en otras acercando la mano a mi pubis. Mientras poco a poco desbotonaba mis camisa.

Durante un momento mi mente pudo escapar del vórtice de deseo en el que me había metido y termine con el beso, separándome del rostro de Rebeca. Ella me miraba con una mezcla de ensoñación, desconcierto, pero sobre todo eso, lujuria.

Yo: ¿Qué estamos haciendo?

Rebeca: Besándonos, so tonto.

Yo: ya lo se, pero ¿por qué?

Rebeca: No tengo idea, pero estoy muy caliente y no me importa. Quiero coger.

Yo: eso significa que…

Rebeca No! No significa nada – esta vez parecía más lucida. No parecía que casi se hubiera tomado una botella de ron ella sola – Esto no significa que somos, ni que seremos, pareja. Entiendes?

Yo: Creo – respondí confundido

Rebeca: Te lo explico. Ambos estamos muy cachondos, no he cogido con nadie por meses. Y hasta donde se tu ya vas para el año. Así que solo nos usaremos el uno al otro para quitarnos las ganas y nada más. Después de eso volveremos a ser como siempre. Ok?

Yo: Ok…

Sin permitirme siquiera terminar la respuesta Rebeca se volvió a lanzar a mi boca con los ojos cerrados. Solo que esta vez su mano no se limitó a pasearse por mi abdomen. Ahora subía y bajaba desde mi pecho hasta mis piernas, pasando por encima de mi entrepierna sobre mi pantalón, marcando concienzudamente el contorno de mi erección, ahora demasiado evidente para intentar disimular. Cuando la sintió por completo, sin abrir los ojos dijo entre risitas.

Rebeca: Mierda

Dejo su mano estacionada sobre mi pene que empezaba a palpitar. Correspondiéndole, intente a colar mi mano por debajo de su apretado short de Jean. Encontrándome en el camino con una tanga de seda que estorbaba en mi camino. La retire a un lado como pude, y seguí mi camino hacia abajo llegando por fin a la frontera superior la raja. Pase dos de mis dedos, por entre sus nalgas deteniéndome por un momento en el arrugado botón de su ano. Lo que hizo que soltara dentro de mi boca un ligero sonido a medio camino entre un suspiro y un gemido. Continué hacia abajo y sentí la humedad que salia de su interior empapando su tanga y sus labios vaginales. Ahí me quede, jugando y acariciando toda la zona.

El juego lo continuó ella, desabrochando la hebilla de mi cinturón, y abriéndolo con una sola mano. Lo cual me hizo soltar una pequeña risa

Rebeca: Que pasa? – dijo un poco molesta, aunque el deseo y la excitación seguían siendo las emociones dominantes en su voz – por qué te ríes?

Yo: Nunca creí que fueras una experta liberando vergas.

Rebeca: Y no solo las libero – dijo ahora riendo. Se había dejado de besarme un momento y me vio directamente a los ojos – las llevo al cielo.

En todo ese dialogo ella había terminado de desabrochar mi pantalón. Y con su ultima frase metió su mano y saco mi pene completamente erecto de mis pantalones, dejando mis boxers abajo. Volviendo a besarme inició un movimiento de sube y baja con su mano a lo largo de mi pene. Ese movimiento me enloquecía, no aguantaba más. Dejándome llevar por la excitación separe los labios vaginales he introduje mis dedos indice y medio en el interior de la húmeda cavidad de mi mejor amiga. Con un movimiento adelante y atrás trataba de estimular toda su zona interior, mientras que con el resto de mi mano, presionaba y soltaba, dando placer también a su zona exterior, casi igual de mojada.

Parecía que lo hacía bien, porque en ese momento Rebeca se separo de mi, dejando de besarme, y leves gemidos salieron por su boca.

Rebeca: sigue, mierda! Que rico – decía entre gemidos aún con los ojos cerrados – no pares!

Continué con el movimiento de mi mano, sin parar ni un solo segundo. Sentía como la humedad se desbordaba por su entrepierna, empapando mi mano, sus muslos y el sillón en el que estábamos sentados. Su abdomen se contraía en impredecibles espasmos, a la vez que cerraba los ojos con fuerza. Su cuerpo temblaba, como si fuera atravesado por una corriente eléctrica que se originaba en su vagina, y se esparcía por todo su cuerpo. Había llegado a un orgasmo.

No fue como en las películas porno. Con gritos y gemidos a todo pulmón. Tampoco puso los ojos en blanco ni comenzó a barbear. Solo se quedó ahí. Con los ojos cerrados, las piernas abiertas pero contraídas, y agarrándose fuertemente de sillón. Temblaba, pero muy levemente. Solo la podía sentir porque aun tenia una mano apoyada en su cadera y la otra dentro de ella.

Rebeca: Eso estuvo grandioso – dijo abriendo los ojos. Me miraba con una mirada nublada. Como quien despierta de un largo y profundo sueño – Hace mucho que nadie me hacía correr así.

Soltó un suspiro, seguido por una leve risa como de niña pequeña, Y enseguida se volvió a abalanzar sobre mi. Besaba mis labios, mejillas, nariz, frente, mentón, orejas y ojos. Su mano se paseaba por mi cara, pecho, abdomen, brazos, muslos y polla. Acariciaba, frotaba y pellizcaba. Yo no podía controlar los gemidos que escapaban por mi boca. Mi respiración se agitaba cada vez mas y sentía que mi erección estaba a punto de reventar mi pene. Creo que Rebeca lo sintió porque nuevamente centró la atención de su mano en mi polla. Retomando el sube y baja, aumentando la velocidad.

Yo: si sigues así me vas a devolver el favor con creces – dije con la voz entre cortada por la agitación – ¡mierda me voy correr!

Rebeca: Córrete – me ordenó – córrete en toda mi mano. Quiero sentir esa leche caliente.

No había terminado de decir la última frase, que exploté en una erupción de semen abundante y pegajosos. Mi mente abrumada por la intensidad del orgasmo, no podía hacer mas que fijarse en como en lugar de parar, Rebeca continuaba masturbando mi aun parada verga. Esparciendo por todo mi miembro el semen tibio que había soltado, como si fuera crema o protector solar. Y lo que sucedió después no hizo más que hundirme más en las profundidades del placer.

Sin previo aviso, tomo mi pene con su otra mano y dirigió su cabeza hacia mi entrepierna. Tenia sus ojos entre cerrados, su boca semiabierta y su legua asomaba apenas. Era un gesto que en otra circunstancia, menos excitante, hubiera parecido infantilmente cómica. Sacando su lengua por completo empezó a lamer mi pene de arriba a abajo, como si fuera una niña con una paleta helada. Con mi sensible estado tras la corrida, podía sentir cada toque de su lengua como una corriente de placer. Como si me estuviera tocando el pene con un cable pelado. Lamió cada rincón desde la base de mis testículos, hasta la punta de mi glande que aun expulsaba gotas de semen lechoso. Bajó mi prepucio y con su lengua dibujó el contorno de la cabeza de mi pene.

Había escuchado de algunas chicas, lastimosamente nunca me había con ninguna, que gustaban de beber el semen de sus parejas. Pero Rebeca no lo bebía. Lo saboreaba. De verdad estaba disfrutando, limpiar cada milímetro de mi pene, reclamando para si todo el semen que había esparcido en mi miembro como si fuera un premio. No fue hasta que había dejado toda mi polla bien ensalivada, que por fin introdujo el glande es su boca. Lo metía y lo sacaba en suaves movimientos. Abriendo y cerrando la boca lo justo para que sus labios siempre estén en contacto con la roja e inflamada piel. Cada vez y cuando, lo sacaba por completo para darle un beso en la punta, o lamer las gotas de liquido pre seminal que nuevamente comenzaba a salir.

Yo: Carajo Reb! Que bien lo haces!

Rebeca: Y aun no has visto nada – Dijo al separar mi pene de sus labios pero aun masturbándome. – Apenas estamos comenzando. Si vamos a hacer esto lo vamos a hacer bien.

Regreso mi polla a su boca, Solo que esta vez no se quedó nada mas en la punta. Lo Introdujo por completo, pero sin llegar garganta profunda. Subía y bajaba recorriendo el tallo de mi verga con sus labios, con gran maestría. Al mismo tiempo que su lengua bailaba dentro de su boca acariciando los rincones de mi glande. Inmediatamente me vi golpeado por una nueva oleada de placer y excitación. Tomé su cabeza con ambas manos hundiendo mis dedos en su cabello largo y lacio, que para ese momento estaba despeinado y empapado de sudor.

Hasta ese momento no me di cuenta que Rebeca tenía una mano en su vagina. Se masturbaba, alternando sus dedos medio y anular, entre la parte externa de sus labios, su clítoris y el interior de su otra vez chorreaste vagina. Estaba completamente posesa por el placer. La lujuria se había apoderado a tal punto de ella que estaba al borde de un nuevo orgasmo. Lo sabía porque estaba comenzado con el temblor y las pequeñas convulsiones, como la ultima vez. Eso hizo que baje el ritmo a la mamada. Para evitarlo, con mis manos tome fuertemente su cabeza y comencé a dirigir el ritmo. Primero a la velocidad que ella había llevado y luego aumentando hasta alcanzar un ritmo frenético. Literalmente me estaba follando su boca. Sentía como mi verga llegaba cada vez mas profundo. Había convertido la boca de mi amiga en un juguete sexual. Parecía gustarle, pues ella también aumentó la velocidad de sus dedos en su panocha. Pero en ese punto muy poco me importaba. Yo también había perdido todo el sentido. Por mi mente no cruzaba ningún pensamiento racional.

En algún punto, entre embestidas a su boca, Rebeca pudo soltarse de mi agarre y se separó por completo subiendo la cara a la altura de la mía. En ese momento parecía una actriz porno tras una escena de sexo violento. Estaba despeinada. El poco rimel que se había puesto para salir aquella noche estaba corrido por sus mejillas. Los labios, su mentón y sus mejillas brillaban con la mezcla de saliva, semen y lagrima, suponía yo. Francamente esperaba que en ese momento comenzara a insultar y a gritar. Que se molestara conmigo por haber utilizado su boca de esa manera. Pero fue todo lo contrarío.

Rebeca: No aguanto más. Necesito que me cojas. – Lo dijo mientras se levantaba y a tropezones terminaba que quitarse el short y la tanga que hasta ese momento se habían enrollado en sus rodillas, dejando grandes marcas rojas.

Yo estaba completamente anonadado. La sorpresa de su reacción me había bajado la calentura. Y no podía dejar de mirar a la mujer que estaba frente a mi. Era Rebeca, mi amiga desde hace una década, Ahora desnuda de cintura para abajo, y, en la parte de arriba, con uno de los tirantes de su blusa, bajo su hombro y parte del brasier salido por arriba.

Rebeca: ¿qué haces tonto? Si no vienes y me la metes en este momento, te juro que salgo así como estoy y me dejo follar por el primer pescador que encuentre.

Su reacción me sorprendió aun más. Nuevamente, en cualquier otra circunstancia hubiera resultado cómica. Pero su voz, y sobre todo su actitud, más que urgencia demostraban necesidad. Se podría decir que era la misma forma que un adicto hubiera pedido una dosis después de que le hubieran mostrado la jeringa.

Ni corto ni perezoso, también me levante del sillón. Lo mas rápido que pude, torpemente, me quite la camisa y terminé de bajar los pantalones y el boxer. En el proceso casi tropiezo con ellos, por lo que tuve que apoyarme en Rebeca para recuperar el equilibrio. Vista desde afuera toda esa secuencia debido verse sumamente cómica. Pero no me importaba, la verdad era que yo estaba tan cachondo como mi amiga y necesitaba con urgencia cogérmela.

Ya desnudo, la taína frente a mi. Sin mediar palabra empuje hacia el sillón a una Rebeca muy sorprendida. Supongo que esperaba que nos volviéramos a unir en un beso o que nuevamente la tocara. Pero ese tiempo ya había pasado. La excitación había dado lugar al completo desenfreno y a mis instintos mas bajos. Me monté sobre ella, abriendo sus piernas. Mi pene, nuevamente firme y duro como una estaca, rozaba sus labios vaginales. Fuertemente, y sin esperar ningún tipo de aprobación subí su blusa, medio llevándome con ella el brasier blanco. Esta acción cubrió su cara con las prendas empapadas de sudor, y dejo expuesto uno de sus claros senos. El pezón estaba duro, terriblemente duro. Lo mordí suavemente con mis dientes frontales. Rebeca soltó un quejido a medio camino del dolor y el placer. Lo lamí, pasando mi lengua desde la punta del pezón hasta rodear toda la aureola. Ella se derritió entregada a la sensación de placer.

Yo: Cuantas veces estas tetas me rozaron el pecho mientras bailábamos. Y ahora me los puedo comer.

Rebeca: Ya chucha! – Dijo en un grito – cállate y cógeme de una puta vez!

Ella misma dirigió con su mano mi polla a la entrada de su vagina. Fue extasiante la sensación de la punta de mi verga separado sus húmedos labios y encontrarme que no estaba mojada. Sino lo siguiente. Estaba Inundada. Nada más el percibir la humedad de su interior, alejé bruscamente la mano de Rebeca de mi pene. Y con una una embestida firme, dura, y repentina la penetre por completo. Su respuesta fue abrazarme el cuello hundiendo sus dedos en mi cabello, y un gemido entrecortado en mi oído.

Rebeca: aaah!

Continué con mis embestidas a un ritmo pausado, pero nada amable. Con cada una, mi cadera golpeaba su pelvis y la presionaba más contra los cojines del sillón. Mi verga, salia y entraba en ella como un taladro de perforación. Golpeando el fondo de su cavidad como si quisiera encontrar un tesoro tras la pared uterina. Cada estocada era más fuerte. No subía la velocidad, pero si la intensidad. Más que hacerle el amor, parecía que la estuviera apuñalando con mi polla. Una y otra vez en la misma herida.

Rebeca: Sigue! Sigue! Sigue! – Susurraba entre gemidos. Su respiración agitada en mi oído era el mejor afrodisíaco – Párteme en dos con ese pedazo de verga! Si! Por Dios! Si! Cógeme! Cógeme!

Ella bajo las manos por mi espada desnuda, creando surcos con sus uñas a lo largo de ella. Cuando llego a mis nalgas, agarro cada una con una mano y presionó hacia si misma, haciéndome entrar mucho mas profundo. Mis embestidas dejaron de ser tan fuertes pues las manos de ella me aprisionaban a su pelvis. Así que subí la intensidad, la frecuencia y la velocidad. Cada vez empujaba más y mas rápido. Entrando y saliendo de su vagina. Nuestros cuerpos chocando comenzaron a hacer un sonido acuoso y húmedo, cada vez más audible. Y los gemidos de Rebeca se alzaron.

Rebeca: Cógeme cabrón! Cógeme como nunca se dejaron las demás frígidas que te has tirado. Si siempre has cogido así de rico no se como esa perra de Sofía te pudo dejar ir.

Yo: Cállate mierda! No menciones a esa perra otra vez o te voy a romper en dos

Rebeca: Si! Si! Rómpeme en dos. Eso es lo que quiero. Párteme cabrón! Mierda, si! Me vengo! Me vengo!

De un Empujón me hizo girar hacía un lado. Quedando yo acostado sobre el sillón y con los pies sobre el suelo, y ella sobre mi. Me cabalgaba de una forma maniática. Como una amazona, subía y bajaba con mi polla dentro de ella y chocando su cadera con la mía. Sentía como sus nalgas golpeaban y rebotaban sobre mis huevos. De un hábil movimiento terminó de quitarse la blusa y el brasier y los arrojó a un lado. Por fin sus sabrosos pechos rebotaban libremente. Los tomé y haciendo pinza con mis dedos apretaba los pezones que no dejaban de moverse.

Rebeca: Mierdaaa!- tenia los ojos cerrados y el cabello le caía sobre la cara, Pegándose por el sudor.

De la nada paró sus movimientos. Y empezó a temblar nuevamente. Solo que esta vez mucho mas fuerte. Parecía convulsionarse de verdad. Después de unos segundos se derrumbó sobre mi. Sentía sus pechos aplastados sobre el mio. Su cara se apoyaba sobre mi hombro derecho. Escuchaba claramente su respiración agitada. Su tórax se inflaba y desinflaba sobre mi.

Al verla ahí acostada, casi desmayada, sobre mi, pensé que todo había terminado. Pero estaba muy equivocado. Aun sin levantarse empezó a mover sus caderas leve y pausadamente. Alternaba entre movimientos circulares y adelante y atrás.

Yo: Reb? Eso fue muy intenso. Segura no quieres descansar? – trataba de ser considerado con ella, pero mi voz delataba lo caliente que estaba aun. Y esos movimientos de cadera no ayudaban mucho.

Rebeca: No creas que te voy a dejar así. – hablaba casi en un susurro en mi oído – Te voy a dar la mejor corrida de tu vida.

De pronto se reincorporó. Se apoyaba con sus manos sobre mi pecho, tenia la espalda arqueada. Y el Cabello le cubría la cara. Aun así pude distinguir las muecas de placer que respondían a sus movimientos. Tenía los ojos cerrados y se mordía el labio inferior. Poco a poco los movimientos de cadera fueron incrementando en velocidad. Tenían cierto ritmo familiar para mi. Alternaban entre giros rápidos y abruptos y otros lentos y pausados. Había momentos en que se pegaba mucho más a mi pelvis, haciendo que penetrara aun más en su interior. Otras veces, apenas se despegaba, dejando un espacio entre nosotros, tan ancho como el grosor de una hoja de papel. Conocía esos movimientos. Eran muy parecidos a los que hacía cuando bailaba. El mismo movimiento de cadera. El mismo Contacto entre cuerpos. La misma armonía. En ese momento descubrí, entre jadeos y oleadas de placer, que, sin darnos cuenta, Rebeca y yo llevábamos simulando el acto sexual durante años. El llevar tanto tiempo bailando juntos, solo nos había ido preparando y adecuando para ser los mejores amantes el uno con el otro.

Eso lo demostré a acompasarme con sus movimientos de forma instintiva. Lleve mis manos a su cintura. Justo en el lugar donde se sienten los huesos de la cadera. Mi cadera inició una oscilación acompañando los movimientos de mi amiga. Para nada era un sexo tan frenético como el de hace un momento. Pero, Al menos para mi, era infinitamente mejor. Podía sentir el cuerpo de Rebeca por completo. Cada musculo tensando y relajando. Cada respiración extendiendo y contrayendo su diafragma. Cada gota de sudor revelando por su nacarada piel. Sentía su cuerpo como una extensión del mío. Las oleadas de placer recorrían mi cuerpo desde mi pene extendiéndose por igual hacia mi cabeza y mis pies.

Yo: Reb, me voy a venir! – dije cuando sentí aproximarse el orgasmo inesperada e incontrolablemente

Rebeca: Córrete dentro de mí – Ya no gritaba, ni gemía. Solo Jadeaba – Solo suéltalo todo.

El orgasmo llegó como una explosión. Incluso más abundante que el primero. O al menos eso me pareció. Cuando me sentí en el clímax, con mi mano presioné las caderas de Rebeca contra mi. Una serie de espasmos semejantes a cortas convulsiones hicieron que golpeara por tres o cuatro veces las nalgas de ella con mis testículos. Y con la última la dejé caer hacia mi lado izquierdo. Quedando ambos abrazados. Agotados.

La imagen que presentábamos era desastrosa. Empapados de sudor, nuestros cuerpos desnudos brillaban con la luz de la bombilla de nuestra cabaña de playa que hacía a veces de estudio de baile. Tanto el cabello de Rebeca como el mio eran un solo revoltijo de hebras negras y humedas, levantadas por ahí, enredadas por allá. Nuestras pelvis y partes intimas absolutamente inundadas por una mezcla de sudor, semen y flujo vaginal.

Por un momento Rebeca y yo nos vimos a los ojos de forma somnolienta. No tenia fuerzas para nada, y supongo que ella tampoco pues no hizo el menor ademan de moverse. Y así, desnudas, pegajosos y agotados, ambos quedamos dormidos sobre el sofá.

***

A la mañana siguiente, desperté desorientado. Los primeros segundos no recordaba nada de lo que había pasado, ni siquiera donde estaba. Pero pronto los recuerdos de todo golpearon mi mente como un gancho de un boxeador. Seguía desnudo en el sillón, pero Rebeca ya no estaba. Se había levantado antes que yo y me había cubierto con una sábana. Con la temperatura que hacía en la costa no era necesario, pues no hacía frio. Pero supongo que ese era un gesto tierno de ella. Se lo agradecía.

Me levanté, y vi que mi ropa seguía tirada en el suelo donde la había dejado. Pero la de Rebeca ya no. La única prueba de lo que había sucedido a noche que quedaba, era el brasier ya que me había quedado dormido sobre el. Lo tomé y lo observe por un momento tratando se asimilar todo lo de la noche anterior. Escuche un ruido en la cocina. Me dirigí hacía allí después de buscar y ponerme los boxers. Al asomarme encontré a Rebeca trasteando algo. Llevaba el cabello húmedo. Se había duchado y vestido con un pantalón de yoga color celeste y una blusa de tirantes verde perico. Me la quedé viendo sin decir nada, apoyado en el marco de la puerta.

Yo: No me has despertado. Me has dejado tirado en el sillón. – Dije finalmente, al darme cuanta que no reparaba en mi presencia – gracias por la sábana por cierto. Bonito detalle.

Rebeca: No te quise despertar. – Dijo sin mirarme. – Necesitaba usar el baño y no quería que tu me lo ganaras como siempre.

Yo: Si. Creo que yo también necesito ese baño de urgencia.

El tono de voz que use, era jocoso, casi como una burla. Por lo que Rebeca regresó a verme de forma automática, con mirada de hastío, igual que lo hacía siempre que yo soltaba una de mis malas bromas. En cuanto lo hizo yo le mostré su brasier y moviéndolo como si fuera una bandera. Sin decir media palabra y apenas mirándome a los ojos Ella se acercó y me lo arrancó de la mano.

Rebeca: Gracias. No sabía donde lo había dejado – Dijo secamente.

Yo: creo que me quedé dormido sobre el. No me di ni cuenta. Caí inconsciente después de…

Rebeca: Mateo. Escucha – me interrumpió con brusquedad. – Lo que pasó a noche… No hablemos de ello. Ok?

Yo: Ok… Pero…

Rebeca: Pero nada. Ya te lo dije ayer. Estábamos calientes. Teníamos mucho tiempo sin Sexo. La calentura nos ganó. Y como nos tenemos mucha confianza, Preferible que nos hubiéramos desahogado entre nosotros, Que con cualquier extraño.

Yo: Pues si…

Rebeca: Exacto – seguía ininterrumpidome – Además no va a volver a pasar. Llevamos mucho tiempo siendo amigos. Vivimos juntos, trabajamos juntos. Eres prácticamente el tío que mi hija nunca tuvo. – Estaba a la defensiva. Trataba de ganar una discusión que no existía – Así que vamos a olvidarlo. Esto nunca pasó. Sigamos adelante.

Era evidente que ella estaba mucho más afectada que yo. Pero no era el momento de discutir… Pero por ahora era mejor dejarlo ser. La conocía demasiado para saber que cuando se ponía así, nada ni nadie la haría cambiar de parecer. Pero por esa misma razón estaba seguro que ella había disfrutado nuestro encuentro tanto o más que yo.

Yo: Esta bien – dije dando la vuelta y volviendo a cruzar la puesta. Quedando fuera de su vista. – Me iré a dar una ducha, me siento asqueroso y pegajoso. Pero supongo que está bien. Ya lo dijo Woody Allen. «el sexo solo es sucio cuando se hace bien».

No la podía ver, pero sabía que Rebeca había fruncido el ceño, furiosa. Lo que no sabía es que esa noche solo era la primera de lo que fue un año sabático muy intenso. Año en el que tendría el mejor sexo de toda mi vida. Y no siempre con Rebeca. Pero esa es otra historia.

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