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Mi historia con una mujer maltratada (1)

Todo comenzó un miércoles, cuando iba a Estado Funcional. Llegué y no vi a mi amiga Anen, sentí que algo malo estaba pasando, ella no se perdía nunca de una clase, de inmediato la llamé al celular. Y contestador.

Acá voy a hacer un paréntesis. Anen es una persona muy importante en mi vida, y entró a ella de la nada. Nos conocimos en las clases de Funcional y pegamos onda al toque. A mí siempre me gustó su físico, pero después comprendí que es un ser super pasional, obsceno y comprensivo. Es una chica normal como todas las demás, con una cara preciosa, ojos negro oscuro profundo, pelo muy corto que antes eran rastas y a veces se hace trenzas, se ejercita a menudo, tiene buen físico, sin llegar a ser una modelo, va 2 días por semana a Estado Funcional, tiene unos tatuajes bellísimos en las rodillas, un piercing en la nariz y otro en el ombligo, dejando ver unos abdominales marcados y mide 1,60. Yo le saco una cabeza. Siempre me comí el orgullo de decirle que me gustaba y creo que ella también se lo tragaba de la misma manera. La empecé a acompañar al túnel de Ramos Mejía y comenzamos a hablando de las carreras que íbamos a seguir los dos, (ella es locutora, y va a hacer una licenciatura de Fisioterapia en la UBA, yo en un momento iba a seguir Criminalística en la IUPFA pero por un tema de que no pude rendir el curso de ingreso bien, ahora voy a terminar haciendo Comunicación Digital e Interactiva en la UADE) y terminamos hablando de que ella había tenido hace 3 años una relación muy tóxica con un chabón de 30 y que desde esa relación no había tenido ninguna más. Me preguntó la edad y le dije que tenía 18, le pregunté la suya y me dijo 25. En ese mismo momento pensé: “No voy a poder tener nada con esta mujer y encima no aparenta esa edad, parece de 19 o 20 como mucho”. Cierro paréntesis.

En algún momento iba a llegar a la plaza, y así fue, se acercó a mí y le pregunté porqué estaba pálida, y sí que lo estaba. Me dijo: “Después te cuento”. Me quedé tranquilo y la entrenadora nos puso a hacer un cómplex juntos, me puse a hacer ejercicio. En un momento, escucho a alguien caerse, yo estaba haciendo barra de espaldas a ella. Me doy la vuelta y la veo a ella tirada en el piso, como desmayada, pero aún consciente. Me acerco y le pregunto: “Anen, ¿qué te pasó?” Ella me mira a los ojos con la mirada un poco caída y me dice: “Perdí el equilibrio nada más, estoy bien”. La ayudé a levantarse y le pedí que hiciera con menos peso o más lento. Terminó la clase, le pedí de sentarnos en un banquito de la plaza y así lo hicimos. Estaba súper preocupado por ella, necesitaba saber qué le pasaba, sino me hubiera ido a mi casa. Le cuestioné que había pasado. Me dijo: “Mi exnovio me agarró y me cagó a trompadas”. Empezó a llorar. No sabía qué hacer, si abrazarla o qué carajos. Sólo me limité a agarrarla de la nuca con una mano, apoyar su cabeza en mi hombro, pasar mi otro brazo por su cintura y dejar que llorara. “Llorá, llorá, tranquila, ya va a pasar, llorar es la mejor manera de descargarse”. “No sé porqué me pasa esto”. Anen había perdido a sus padres a los 19 años en un accidente de auto, como dato. Me indignó bastante que la gente pasara por al lado nuestro y no preguntara qué pasaba, ni se acercara, ni nada. Cuando terminó de llorar, que habrán pasado unos 30 minutos me pidió por favor que la llevara hasta su casa, obedecí. Yo siempre la había acompañado hasta el túnel y rara vez hasta las vías. Todo esto era muy extraño y nuevo para mí. Llegamos a su departamento, lo primero que hice fue buscar en su riñonera las llaves, abrí y accedimos. Subimos cinco pisos de escaleras, hasta llegar a la puerta de su departamento. Trataba de meter las llaves, pero para ella era como hacer entrar el hilo en una aguja, le temblaba muchísimo todo el cuerpo. La ayudé a abrir la puerta, por sí misma no podía. Me indicó adonde estaba su pieza, fui y la recosté en la cama, se estaba muriendo del dolor.

—¿Cómo pasó?

—Estaba saliendo de acá para ir a la clase de Funcional cuando este hijo de puta me agarró del cuello y me pegó tres veces acá.

Me señaló su abdomen.

—¿Alguien más lo vio?

—No había nadie en la calle.

—Dejame ver.

—No te va a gustar.

—No me importa.

En ese mismo momento se levantó la remera y pude ver que su hermoso abdomen estaba todo moretoneado.

—La concha de la lora, boluda…

—Te dije que no te iba a gustar.

—¡¿Hay que llamar a una ambulancia?!

—¡¡No!!

—¡Miráte cómo estás!

—No boludo, esto con un ibuprofeno se me pasa.

—¡¡¡Lo voy a re cagar a trompadas!!!

—No digas boludeces.

—¿Qué boludeces?

—¿Y si está enfierrado?

—No me importa…

—Yo sé que podés estar caliente, pero tranquilizate y traéme un paracetamol de la caja de medicamentos.

Le hice caso y le llevé un vaso de agua.

—Escuchame, a mí cualquier cosa, me llamás y estoy acá.

—Ok.

—Chau Anen.

—Chau Tommy.

{A la medianoche}

Mensaje de texto:

—Boludo, vení a mi casa, me estoy muriendo del dolor.

—Yendo.

Llegué más o menos a la 1:00 (entre que me preparé y salí), son más o menos 20 cuadras, no había un alma en la calle. Cuando llegué, toqué timbre y bajó para abrirme la puerta. Estaba demacrada: pálida y con ojeras. Tenía un camisón gris, unos pantalones de pijama y unas pantuflas. Le pregunté como estaba y me dijo: “pasá”. Subimos por ascensor y ni bien entramos a su casa le comenté que yo iba a estar en el sillón viendo una película. Me preguntó si la podía ver conmigo, le dije que sí. Nos quedamos viendo la película, que no me acuerdo bien de qué se trataba, pero era de amor, ella la eligió. Comenzó a abrazarme, apoyó su cabeza en mi hombro, me pareció raro, pero acepté el abrazo. Cuando terminó la película, apagué el televisor y ella apoyó su cabeza en mis piernas, subió las suyas al sillón y nos quedamos así unos minutos. Yo entendía en cierta medida por qué estaba mimosa. Pero llegó un momento en que me pidió algo que me desconcertó, que le diera un beso. Pensé y mi cabeza se preguntó a si misma si lo que estaba a punto de hacer estaba bien. Le expliqué lo de la diferencia de edad. Y me repitió lo que me había dicho segundos atrás. Le dije que no iba a hacerlo. Entonces ella me agarró de la nuca y nos fundimos en un beso que duró minutos y minutos. No me resistí al beso. Después, ella se durmió o eso parecía, entonces la llevé a la cama y la arropé. Me fui a dormir al sillón, y literalmente a la media hora se levantó y me pidió que vaya a dormir a su cama, porque no podía dormir. Otra vez pensé y mi cabeza decía que no, no podía decirle que sí. Me negué a hacerlo, mis razones eran muy simples, su intimidad, la mía y la edad que nos llevábamos. Luego, entendí que para el amor no hay edad. Me pidió una y otra vez que aceptase. Después de unos minutos de discusión en voz baja acepté. Fui a su cuarto y me acosté en la cama de espaldas a ella. En un instante, ella puso su mano en mi espalda y empezó a acariciarme muy suavemente. Después de unos segundos de estar acariciándome soltó esta frase en voz bajita: “Qué buen lomo”. Y enseguida posicionó su otra mano en mi cintura. No dije nada más, no sé si por respeto por mí o por ella. Me dormí así, con esas palabras saliendo de su dulce boca.

Yo al día siguiente me tenía que ir de viaje por trabajo y por vacaciones. Le dejé una nota que decía: “Me voy de viaje y vuelvo en un mes”. Se ve que se habrá levantado temprano porque vino a mi casa y me pidió que me quedara. Que yo era lo único que la hacía sentir estable. Me dio un abrazo, y le dije: “Vas a estar bien, si vos no estás viva para cuando yo vuelva, jamás te lo voy a perdonar”. Nos volvimos a besar una vez más, este beso vez fue más apasionado.

—Te amo.

—Demostramelo, quedáte.

—No puedo.

—¿Por qué?

—Me voy por trabajo, voy a visitar cárceles.

—¿Cómo?

—Yo ayudo a mi viejo, él trabaja en un juzgado de Ejecución Penal.

—Bueno, andate entonces. Es tu deber.

—Ey, no seas mala. No te enojes conmigo.

—…

—Vamos. Te acompaño hasta tu departamento.

—No, voy sola.

—¡Mirá si te pasa algo!

—Puedo cuidarme sola.

—Sí, por eso el pelotudo este te agarró y te encajó tres piñas ¿no?

No quiso discutir más.

En el trayecto casi no hablamos, caminábamos abrazados.

Llegamos a su casa y me dijo: “Te voy a extrañar”. “Yo también”, repliqué. Empezó a llorar. “Es mucho”, dijo. “Lo sé, pero vas a poder superarlo, yo confío en vos”, dije.

Se metió al departamento sin mediar una palabra más. Sentí un vacío profundo dentro de mí. Me fui a mi casa para preparar todo para el viaje. Salí a la ruta y se me ocurrió escribir un poema:

Anen

El viaje se me hizo largo

pensando en vos

veía como los postes de luz de la ruta

se movían de adelante para atrás lentamente

cada tanto un nido de horneros

un carancho

un cartel

una tranquera.

Tu hermosa voz

tu bella cara

tu bello cuerpo

tus bellos ojos, color negro

tus tatuajes

tu hermosa cabellera

tu hermosa boca.

Todo pasaba lento.

Yo cuando un viaje hago

rápido pasa

pero este no.

Siento que vuelo

cuando pienso en vos.

Mas en este viaje

tengo miedo

al igual que lo tenés vos.

Yo siento lo mismo en el amor.

Siento que estamos hechos el uno

para el otro.

Sos lo único puro en este mundo

por lo que merece la pena luchar.

Para mí, sos una flor

una que crece, ya sea en primavera o en otoño.

Sos lo más hermoso y más importante

que me queda ahora.

Por todo esto

te pido que nuestros caminos

jamás, nunca se separen.

Te amo, Tommy

En un momento del viaje, cuando estaba con mi primo en la finca de un amigo de él, en Santa Rosa, me llamó Anen y me había dicho que la expareja había roto la puerta de entrada de vidrio de su departamento y había entrado. Le dijo de todo, que si conchuda, puta de mierda, hija de mil putas y otros insultos que mi mente no quiere recordar. Yo le dije que se tranquilice y que llame a la policía. Me dijo que tenía miedo. Le colgué, era muchísimo para mí todo esto. Empecé a tomar cerveza, vino, vodka, tequila, ron de manera desesperada para olvidar todo lo que había pasado hasta el momento. Sin embargo, no pude. No podía olvidar como me tocó la espalda aquella noche con esa suavidad digna de ella. No podía olvidar como había llorado. Cuestión, me mamé como nunca en mi vida. Y no estuvo bien, lo sé.

En otro momento del viaje, me llamó para aclararme que el día que habíamos dormido juntos ella quería algo más. Quería tener sexo. Me quedé loco y exclamé: “¡¿QUÉ?!”. “Sí, ¿qué se yo? No sé, cuando vuelvas a Buenos Aires te explico mejor”, me dijo.

Estuvimos hablando cada día por videollamada o llamada normal de whatsapp durante todo mi viaje, un mes completo y cinco días.

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